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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 




El monstruo descomunal y el microscópico chip


Amir Hamed

Las sucesivas invenciones del transistor, del chip y finalmente del microchip han hecho pasar un poco inadevertido el portentoso advenimiento de la máquina y de la inteligencia artificial


Desde que, a finales del siglo XVIII, Mary Shelley escribiera Frankenstein, la modernidad se planteó el dilema de cuándo sería llegado el momento en que los androides, rebelados, habrían de dominar a los humanos. En el siglo XX, novelas como Un mundo feliz, de Huxley, o 1984, de Orwell, señalaban la inimencia de un mundo maquinizado, robotizado, con los humanos al servicio de los aparatos.

También pasó de largo el acaso más modesto, si bien cargado de efectos especiales, "Día del Juicio" de Terminator I y II. Hoy, ya en el siglo XXI, tenemos una respuesta paradójica para esas fabulaciones.

Por un lado, ninguno de esos eventos se ha producido. Ni se puede establecer que haya llegado el Juicio Final, ni que ejércitos de trastos nos hayan puesto a su servicio. Por el otro lado, sin embargo, hace mucho que las máquinas señorean sobre el mundo. Para entender la paradoja sería conveniente retener que Michel Foucault, ya en los años 60, había recordado que el ser humano tenía una historia tan breve (originada, curiosamente, por los tiempos del Dr. Frankenstein) como caduca.

En segundo término, deberíamos detenernos en el hecho de que las sucesivas invenciones del transistor, del chip y finalmente del microchip han hecho pasar un poco inadevertido el portentoso advenimiento de la máquina y de la inteligencia artificial.

Si se repasa, hasta los años 70 en filmes, diseños y libros se concebían computadoras gigantescas, como aquella de 2001 La odisea del espacio, de Stanley Kubrik, o cualquiera representada en películas clase B o C, generalmente
atendidas por diligentes ingenieros cubiertos de guardapolvos. Se entendía por entonces que una computadora debía ser, fatalmente, una inteligencia tan trabajosa como mastodóntica.

Sin embargo el baratísimo microchip, que ha producido ordenadores cada vez más pequeños, es un prodigio por lo disimulado. Sin ir más lejos, últimamente se han
diseñado unos que pueden ser contenidos en un grano de arena. Los mismos, por sus ínfimas dimensiones, podrán ser digeridos e ingresados al organismo.

Ese momento sería apenas un escalón más en el proceso de robotización del ser humano, que de manera algo inadvertida se ha venido dando por décadas. Un marcapasos, una prótesis, implican la internalización de cuerpos extraños en el organismo. Una miríada de microchips pueden terminar de computarizar nuestras funciones vitales.

Si se piensa este proceso, no queda más remedio que pensar que, también paradojalmente, la dieciochesca, prerromántica e iluminada Mary Shelley acertó y erró a la vez.

Su Frankenstein, que era un alerta a la transgresión que los modernos realizaban a la naturaleza, al igual que las computadoras faraónicas, tenía grande talla y envergadura. Sin embargo, el siglo XX se encargó de desmitificar el miedo a las grandes moles: lo alarmante es la microscopización.

A fin de cuentas, es la fisión de algo tan inaprensible como un átomo lo que generó el estallido más aterrador del siglo, conocido como bomba atómica. En la misma escala microscópica, se están aislando genes, delimitando mapas genéticos o tratando de combatir impalpables virus.

El microchip no aterra, precisamente, porque no se lo ve (y eso que en la actualidad hay más de 6.000 millones que ni siquiera se aplican a computadoras - están en las puertas, los llaveros, los juguetes). El microchip convive con nosotros, invisible como un hada, y pronto lo metabolizaremos en nuestra sangre.

Esto obliga varias conclusiones. 1) Que hace ya bastante tiempo que, sin darnos cuenta, hemos venido viviendo en una novela de ciencia ficción. 2) Que, por otra parte, nadie nos avisó. 3) Que los cyborgs han ganado una guerra que nunca fuera declarada y 4) que no hay nada de que preocuparse: a fin de cuentas, las alertas de Shelley o Huxley estaban dirigidas a los seres humanos. Nosotros, hiperconectados, saturados de chips, hace rato que dejamos de serlo.

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