La cosa es tan simple como empecinada y extraña. Cada vez
que entro a internet me duele la cabeza.
No es una cefalea oftálmica: Puedo pasar noches enteras
en un procesador de texto o en un programa gráfico o componiendo
música en algún tracker, con las luces apagadas.
Es internet. No han transcurrido cinco minutos de navegación
y lo verifico: me duele la cabeza. No es un dolor tensional: es
un embotamiento, un encierro.
Tengo un objetivo vago. Inicio la búsqueda. Pasan las pantallas,
las asociaciones, los links, la incesante galería
de espejos. Me distraigo,
me detengo en tal o cual pasaje lateral, me entusiasmo súbitamente,
me defraudo. Entiendo que el objetivo inicial se ha desdibujado.
¿Qué busco? ¿Dónde estoy? (quiero
decir: ¿en qué punto de la búsqueda?¿qué
tan lejos o tan cerca del objetivo?). Toda teleología fracasa,
toda proyección colapsa. Una especie de haraganería
me domina. No se trata, entiendo, de una búsqueda, sino
de una experiencia de deriva. La palabra navegación viene
exactamente al caso: tengo algo de Ulises arrastrado por el viento.
No busco absolutamente nada. Me dejo llevar.
Como si recorriera el dial de la radio o hiciera zapping en la tele. La
experiencia estética en estos casos quizá no sea
la de seleccionar, discriminar, comparar, traer al objeto al asentamiento
de mi gusto, de mi preferencia, sino la de sorprenderme. No busco,
pero a veces encuentro. Navegar tiene poco que ver con el deseo.
Veamos.
Siempre me han simpatizado intelectualmente (y me simpatizan)
todas las formas de relativismo, las nociones débiles,
el poco respeto a las grandes estructuras piramidales del pensamiento
clásico. Me han simpatizado las asociaciones horizontales
poco jerárquicas (me gustan en su carácter un poco
incivil, despreocupado). Pienso en las cadenas asociativas de
logogenes encendiéndose, relampagueado. La tormenta
primordial de la creación.
Para decirlo a la francesa, me estimulaba todo lo rizomático,
lo nomádico. Era una forma de crítica también.
Contra el despotismo de los racionalismos burocráticos,
contra el dominio y la colonización, contra la tendencia
de toda institucionalidad a fabricar mediocres, contra la obediencia
y el respeto sagrado como formas de militancia intelectual, en
fin.
Pero
resulta que ahora, cuando el ciberespacio me lo da todo en bandeja,
a mí me duele la cabeza.
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