Después de
casi una década de silencio Amir Hamed acaba de publicar un nuevo
libro de ficción. Hay que aclarar que este “silencio” remite
estrictamente a la publicación de narrativa; si bien su último libro
de relatos, Buenas
noches, América,
apareció en 2004, Hamed no sólo ha publicado ensayo en los últimos
años (Mal y neomal en 2007,Orientales en reedición
ampliada de 2011 y su colaboración en el libro Porno
y postporno,
de 2009) sino que ha mantenido además una actividad poco visible
como editor y redactor de la Guía
del mundo y
de las diversas publicaciones de la ONG Social Watch, además de su
columna en interruptor y
sus vínculos con
H enciclopedia y H Editores.
Hay, en
cualquier caso, un momento especialmente seminal en la producción y
visibilidad de Hamed, y se trata de la década de 1990, cuando fueron
publicadas sus ambiciosas novelas Artigas
Blues Band y Troya
Blanda,
textos sin parangón en la literatura uruguaya. El siglo XXI, por
otro lado, lo encontró relativamente oculto o encapsulado, y quizá
haya alguna pista en el hecho de que su narrativa de la década de
los dosmiles incluye los libros comparativamente breves Semidios y
el ya mencionado Buenas
noches, América,
que, si bien alcanzan momentos deslumbrantes, no son fácilmente
equiparables en alcance, ambición, riesgo y desafío a las novelas de
la década anterior.
Este
panorama grosero e incompleto puede sernos útil en la medida en que
permite el trazado de líneas que postulen la llegada de un texto
capaz de retomar la ambición de Troya
Blanda y Artigas
Blues Band,
a la vez que nos advierte que tengamos cuidado a la hora de sacar
conclusiones apresuradas (sería una estupidez, por ejemplo, afirmar
que Semidiós es
una novela fácil o conservadora). Y esto último es el mejor consejo
que podría dársele a quien intente dar cuenta, así sea en una reseña
breve, de Cielo
½, el
último libro de Amir Hamed.
Colección de figuritas
La densa
contraportada, que incluye párrafos de
Gustavo Espinosa,
Aldo Mazzucchelli,
Silvia Guerra,
Eduardo Espina y
Carlos Rehermann,
arroja algunas posibles líneas de lectura, pero basta con recorrer
las primeras 20 páginas para entender que no estamos ante una novela
en el sentido más inmediato del término y quizá sí –como nos
advierte la solapa de contratapa– ante un “álbum”, una suerte de
colección de relatos, recuerdos y piezas deslumbrantes y
variopintas. Pero tampoco vale la pena conformarse con esto, en
tanto hay, si se las busca, al menos dos novelas en Cielo
½. Las
dos están narradas en una segunda persona que va armando, párrafo a
párrafo, al protagonista; las dos están densamente entrelazadas,
pero se las puede distinguir bien, especialmente en ciertos
momentos. Una de ellas nos cuenta el pasaje por una conciencia –la
del autor, cabría pensar– de buena parte del fondo cultural de eso
que ha sido llamado Occidente; la otra nos habla del rock, de la
amistad, de la enfermedad y de la familia. Entre ambas, como una
suerte de hélice, se enrosca el grueso del libro: la exposición
erudita y estallada de los mitos (y figuras míticas) europeos y del
cercano oriente, desde las cosmogonías sumerias hasta el destino del
emperador romano Heliogábalo, pasando por la Guerra de Troya y los
amores de Zeus.
Hay que
decirlo: buena parte de esa exposición puede volverse densa por
demás, incluso monótona y, a veces, hasta fastidiosa. Hay párrafos,
de hecho, que sólo parecen construir estilo, que apuntan ante todo a
ofrecer una suerte de “literatura en estado puro” capaz de surgir,
como en una suerte de transmutación alquímica, de la exposición de
esos viejos relatos. Hay, entonces, una fuerte exigencia de lectura:
no se lee Cielo
½ como
se lee cualquier novela y, página tras página, como se ha dicho de
los referentes innegables de lo que cabría llamar “la novela
monstruosa” (pienso en Ulises,
por ejemplo, pero también en Moby
Dick y El
arcoiris de la gravedad),
el libro de Amir Hamed nos enseña cómo leerlo, nos formatea en una
nueva forma de leer.
A la vez,
los segmentos más narrativos ofician de bálsamo u oasis: por
ejemplo, la secuencia en la que el protagonista (digamos que se
trata de Amir Hamed) y su amigo el alien (digamos que se trata de
Gustavo Espinosa) se embarcan en una gira con su banda de rock El
Macaco, con un mínimo de experiencia rockera en sus espaldas (hasta
el punto de que se habla del “descubrimiento” de lo que significa
una prueba de sonido) resulta, sencillamente, deliciosa.
Sólo
rock’n’roll
Es cierto
que Cielo
½ es
inabarcable, en particular en un artículo de no más de 1450
palabras, pero, a la vez, su cualidad heterogénea (la naturaleza de
“álbum” de la que se nos habla) tolera y fomenta enfoques parciales.
Uno de
ellos privilegiaría el lado rock del libro, una faceta nada
desdeñable en el perfil de Amir Hamed. De hecho, ya en la
contraportada de la segunda edición (2004) de Artigas
Blues Band leemos
que su autor “en los últimos años ha retomado una antigua pasión, la
música. Es compositor y cantante…”, a la vez que en la de Buenas
noches, América (2004)
se nos habla de cómo esos mismos últimos años han logrado “devolver
a la música” a su autor.
Cielo ½ está
atravesada por referencias al blues y al rock, no necesariamente más
frecuentes en los capítulos novelísticos. Además de ser en buena
medida la crónica de una gira y la narración del redescubrimiento de
la pasión por la música (en particular por la composición y
ejecución de la música), Hamed se las arregla para fundir su rock y
su blues con la materia mítica y literaria a la que su libro tan
extensivamente refiere. Por ejemplo, en la página 286: “…tenías
presente que hay en ese épodo (…) un inmejorable canto a la
contrariedad, que comienza por las fosas nasales y sigue,
derechamente, por el amor; sospechabas que bastaba afinar la
traducción para que allí se prefigurase la tradición de Champion
Jack Dupree o Big Bill Broonzy”. La referencia a Broonzy y a Dupree,
próceres del blues, funciona bien: la esencia del blues y esos
cantos antiquísimos son, en última instancia, lo mismo: apenas es
necesario “afinar la traducción” para volverlo evidente.
Si de
alguna manera Cielo
½ nos
cuenta de la apropiación de un vastísimo fondo cultural actualizada
por un sujeto escindido (el que habla y el “vos” convocado por ese
hablante, relación desplegada por la narración en segunda persona),
está claro que la música –en particular el blues, y a partir de ahí
el rock– son parte inalienable de ese sujeto a la vez que una
posible matriz de sentido o formato para ese fondo cultural. La vida
de Hamed es propuesta, es construida en relación a la inabarcable
cultura que lo nutrió y al rock que destiló alquímicamente; también
en la contraportada de Buenas
noches, América,
leemos que la afición a la música “ha discurrido a través de tres
lustros como un agua quieta y furtiva que fue humectando sus novelas
(…) hasta alcanzar su propio estallido y devenir puente que devolvió
a la música a quien es hoy líder vocal de la banda de rock”: Cielo
½, entre
tantas otras cosas, despliega ese discurrir y esa humectación, e
“inventa” a Amir Hamed como su sujeto.
Otra vía de
lectura es, por supuesto, la centrada en la pasmosa erudición que
revela esta novela. En ese sentido vale la pena comparar Cielo
½ con El
infinito es sólo una forma de hablar,
de Horacio Verzi, también monstruosamente erudita, también atenta a
los ritos mistéricos y al caldo mitológico de Occidente y Cercano
Oriente. Pero donde Verzi propone una historia más o menos lineal en
la que la erudición hiperbólica funciona a modo de profusa
escenografía, Hamed va más allá y se introduce en la sustancia misma
de la que están hechos los mitos para ofrecer tanto su variedad como
sus temas fundamentales y su ciclo de equivalencias. La historia es
la misma, parece decir Cielo
½,
pero el procedimiento para señalarlo, paradójicamente, es desplegar
su variedad.
Acercarse
de esta manera al libro nos permite vincularlo a Finnegans Wake,
otro gran licuado de lenguas, mitos y letras. Y, también, otro gran
libro inclasificable que, como Cielo ½ nos enseña una vez más
a leer.
* Publicado en la
diaria el
29 de julio de 2013.
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