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PERMITIRSE - ESTADO DE EXCEPCIÓN -
 

Diccionario para los nuevos tiempos (VI)*

Sandino Núñez
 

PERMITIRSE - El impulso de la vida, antes reprimido por la obligación trascendente, encarna ahora en el mercado, el consumo, la comunicación, la expresión. Y "permitirse" indica el punto exacto en el que el superyó, disfrazado de permisividad y abolición de la instancia despótica, nos empuja a entregarnos pasivamente al impulso de la vida.


PERMITIRSE. "Con la patrona nos permitimos una copa de vino los viernes de noche, cuando aflojamos toda la tensión de la semana". Forma reflexiva que indica el momento exacto de un superyó que se ha vuelto permisivo. La expresión resulta particularmente antipática, ya que remite casi específicamente a cierta edad y a cierta clase. Permitirse es la expresión de un converso que hasta ayer era parte de una generación de sacrificio y privaciones, un Garlitos educado en la cultura de la austeridad de la idea y siempre contrario a la pequeña frivolidad materialista, que de pronto comienza a entender que al fin y al cabo él también tiene derecho a un poco de placer y de disfrute, y que a veces puede retozar sin culpa en la orillita. "Permitirse" o "me permito" (una copa de coñac, una cana al aire, diez minutos de despreocupación, un Jacuzzi) funciona a condición de ser excepcional: indica el momento en el que el manto represivo se levanta, se hace cómplice de nuestro apetito y nos da un respiro y autoriza una posición de descanso.

El problema está en que, dadas ciertas condiciones, como decía un señor que se llamaba Lacan, lo permitido se convierte en obligatorio. Antes que nada: si entendemos el disfrute o el placer como el momento explosivo de gloria en el que la diablura logra aparecer gracias a una especie de distracción concesiva de ese déspota llamado superyó, estamos funcionando en una lógica perversa que tiende a multiplicarse o a exponenciarse. Si entendíamos que ser profundos o comprometidos o militantes o sacrificados era una especie de estado de penitencia que se lograba gracias a una represión mecánica del apetito, de las ganas o del impulso mismo de la vida, "permitirse" (esa guiñada del propio superyó) tiende a invadir masivamente todo el aparato.

La cultura de los medios, de la imagen, de la publicidad y de la masa entiende perfectamente esta mecánica y la explota en forma despiadada. El impulso de la vida, antes reprimido por la obligación trascendente, encarna ahora en el mercado, el consumo, la comunicación, la expresión. Y "permitirse" indica el punto exacto en el que el superyó, disfrazado de permisividad y abolición de la instancia despótica, nos empuja a entregarnos pasivamente al impulso de la vida. Con esa lógica, las consignas publicitarias de la izquierda afines de los ochenta ("contra el país gris", "animarse", etcétera) se generalizan abstractamente en el mercado real que vende servicios de alta definición o televisión por cable para abonados ("los uruguayos ya no somos grises"). Es que el mercado es el origen y el destino de la consigna publicitaria —es tonto o cínico creer que la publicidad es una mera herramienta cuya infamia o nobleza provienen en realidad de la causa para la que es usada—.

Así, la excepcionalidad del "permitirse" tiene algo que ver con esa atmósfera de nuestra cultura contemporánea que hemos caracterizado como un caso extremo de "estado de excepción". Si antes estaba permitido permitirse, ahora permitirse es algo del orden de lo obligatorio, pues podemos morir en cualquier momento. Cierta inspiradísima variante de este asunto detestado de excepción y la inminencia de la catástrofe terminal es el corto publicitario del ascensor. El enunciado oculto es: estamos apunto de morir (todos vivimos en un ascensor que viene en caída libre). Y el corolario es: es imperativo y urgente liberar en forma masiva el "permitirnos". Y ésa es solamente la contracara ansiosa y psicótica de la demanda fascistoide de seguridad.

 



* Publicado originalmente en Tiempo de Crítica. Año I, N° 13, 15 de junio de 2012, publicación semanal de la revista Caras y Caretas.

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