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ISSN 1688-1672

 



INTELECTUAL -
 

Diccionario para los nuevos tiempos (VII)*

Sandino Núñez
 

INTELECTUAL - Intelectual es algo que funciona como la conciencia del otro. Intelectual es el lenguaje o la idea que le permite al otro destituir el hechizo y el poder (entre otros, el hechizo y el poder del propio intelectual). Cualquiera puede ser intelectual: no se trata de un club de unos pocos al que se ingresa al presentar ciertas credenciales o al cumplir con ciertos ritos iniciáticos.

INTELECTUAL. El libro Luego existen compilado por Óscar Larroca, tiene un paratítulo que produjo malestar, por lo menos en la larga fila de opinadores espontáneos que deja facebook: Trece intelectuales uruguayos de hoy. Todavía no leí el libro, así que poco y nada puedo decir sobre él. Pero me resulta tentadoramente sintomático que tanta gente se sienta molesta, o herida o agredida, por una palabra que parece gritar en la frase: intelectual. El problema planteado es menos empírico que conceptual. El asunto no es tanto del tipo cómo se hace una lista de intelectuales, o por qué se incluye en la nómina a ciertos nombres que se entiende que no califican, o por qué se excluye a otros que sin embargo deberían estar, etcétera. Aunque hay protestas de ese tipo, el verdadero problema es más profundo: ¿qué poder consagratorio es capaz de separar al intelectual del no intelectual, a los ángeles de los mortales?, ¿cómo se inviste un intelectual?, ¿quiénes o qué son esos señoritos que cacarean en difícil y que reclaman el derecho a ser reconocidos como aquella casta de iniciados que tiene una relación especial con la Verdad o la Idea, o que cree saber lo que es justo y bueno para todos, o que vomita su bilis negra y avinagrada sobre todo lo que existe? Esta sospecha, que no hubiera ocurrido hace quince o veinte años, arma la escena de un interrogatorio que se me antoja vinculado a cierta paranoia de la democracia. En un mundo en el que todo está bien a condición de explicitar su vocación democrática y jurarle públicamente su fidelidad, la palabra intelectual es sospechosa, peligrosa: se sitúa inquietantemente cerca de la aristocracia, de las elites iluminadas, de cierta casta solitaria de elegidos y superiores, y, forzando un poco las cosas (¿por qué no?), de la tentación verticalista totalitaria. ¿Diremos que estas sospechas sencillamente confunden al sujeto del saber con lo que Lacan llamaba Sujeto Supuesto Saber?

Intelectual, igual que educador o gobernante, es un lugar (vacío) en la estructura de lo pensable, y no el personaje, el grupo o la clase que vienen a ocupar, y necesariamente a usurpar, históricamente, ese lugar. Intelectual es algo que funciona como la conciencia del otro. Intelectual es el lenguaje o la idea que le permite al otro destituir el hechizo y el poder (entre otros, el hechizo y el poder del propio intelectual). Cualquiera puede ser intelectual: no se trata de un club de unos pocos al que se ingresa al presentar ciertas credenciales o al cumplir con ciertos ritos iniciáticos. Era eso quizá lo que tenía en mente Platón cuando hablaba de aristocracia en tanto gobierno de cualquiera, opuesto a democracia en tanto gobierno de todos. Hay un principio dialéctico en el cualquiera que está absolutamente obturado en el todos democrático. Ambos van contra la justificación o la legitimidad natural del ejercicio del poder (el gobierno de los mejores, o de los que más saben, o de los que tienen prosapia divina, o de los más ricos, etcétera), pero en el cualquiera hay una tensión entre el principio mismo y la persona o el grupo que ocupa ese lugar, y que permite la crítica en tanto destitución del sujeto empírico que ocupa el lugar en nombre del principio que lo sostiene. Mientras que en el todos democrático hay un redondo principio igualitario sin tensiones ni conflictos ni crítica. Intelectual encarna ese momento provisorio, frágil, e inevitablemente autoritario, en el que alguien ocupa el lugar de la conciencia o de la racionalidad del otro, creando así un desbalance dialéctico en todo el sistema que desembocará en su propia destitución en nombre de la racionalidad misma que lo sostiene. El todos, en cambio, contiene el anticuerpo obsesivo para que el cualquiera no pueda operar: cierra y blinda el circuito de lo existente para hacerlo impermeable al pensamiento sobre lo existente. Nadie puede decir justo, bueno, bello, o (lo que es lo mismo) injusto, malo o feo para organizar una praxis colectiva de superación o lucha, sin corromper la poesía del todo encarnada democráticamente en la mediocridad igualitaria del todos. He ahí el odio democrático al intelectual.

 



* Publicado originalmente en Tiempo de Crítica. Año I, N° 61, 24 de mayo de 2013, publicación semanal de la revista Caras y Caretas.

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