INTELECTUAL. El libro Luego existen
compilado por Óscar Larroca,
tiene un paratítulo que produjo malestar, por lo menos en la larga
fila de opinadores espontáneos que deja facebook: Trece
intelectuales uruguayos de hoy. Todavía no leí el libro, así que
poco y nada puedo decir sobre él. Pero me resulta tentadoramente
sintomático que tanta gente se sienta molesta, o herida o agredida,
por una palabra que parece gritar en la frase: intelectual. El
problema planteado es menos empírico que conceptual. El asunto no es
tanto del tipo cómo se hace una lista de intelectuales, o por qué se
incluye en la nómina a ciertos nombres que se entiende que no
califican, o por qué se excluye a otros que sin embargo deberían
estar, etcétera. Aunque hay protestas de ese tipo, el verdadero
problema es más profundo: ¿qué poder consagratorio es capaz de
separar al intelectual del no intelectual, a los ángeles de los
mortales?, ¿cómo se inviste un intelectual?, ¿quiénes o qué son esos
señoritos que cacarean en difícil y que reclaman el derecho a ser
reconocidos como aquella casta de iniciados que tiene una relación
especial con la Verdad o la Idea, o que cree saber lo que es justo y
bueno para todos, o que vomita su bilis negra y avinagrada sobre
todo lo que existe? Esta sospecha, que no hubiera ocurrido hace
quince o veinte años, arma la escena de un interrogatorio que se me
antoja vinculado a cierta paranoia de la democracia. En un mundo en
el que todo está bien a condición de explicitar su vocación
democrática y jurarle públicamente su fidelidad, la palabra
intelectual es sospechosa, peligrosa: se sitúa inquietantemente
cerca de la aristocracia, de las elites iluminadas, de cierta casta
solitaria de elegidos y superiores, y, forzando un poco las cosas
(¿por qué no?), de la tentación verticalista totalitaria. ¿Diremos
que estas sospechas sencillamente confunden al sujeto del saber con
lo que Lacan llamaba Sujeto Supuesto Saber?
Intelectual, igual que educador o gobernante, es
un lugar (vacío) en la estructura de lo pensable, y no el personaje,
el grupo o la clase que vienen a ocupar, y necesariamente a usurpar,
históricamente, ese lugar. Intelectual es algo que funciona como la
conciencia del otro. Intelectual es el lenguaje o la idea que le
permite al otro destituir el hechizo y el poder (entre otros, el
hechizo y el poder del propio intelectual). Cualquiera puede ser
intelectual: no se trata de un club de unos pocos al que se ingresa
al presentar ciertas credenciales o al cumplir con ciertos ritos
iniciáticos. Era eso quizá lo que tenía en mente Platón cuando
hablaba de aristocracia en tanto gobierno de cualquiera, opuesto a
democracia en tanto gobierno de todos. Hay un principio dialéctico
en el cualquiera que está absolutamente obturado en el todos
democrático. Ambos van contra la justificación o la legitimidad
natural del ejercicio del poder (el gobierno de los mejores, o de
los que más saben, o de los que tienen prosapia divina, o de los más
ricos, etcétera), pero en el cualquiera hay una tensión entre el
principio mismo y la persona o el grupo que ocupa ese lugar, y que
permite la crítica en tanto destitución del sujeto empírico que
ocupa el lugar en nombre del principio que lo sostiene. Mientras que
en el todos democrático hay un redondo principio igualitario sin
tensiones ni conflictos ni crítica. Intelectual encarna ese momento
provisorio, frágil, e inevitablemente autoritario, en el que alguien
ocupa el lugar de la conciencia o de la racionalidad del otro,
creando así un desbalance dialéctico en todo el sistema que
desembocará en su propia destitución en nombre de la racionalidad
misma que lo sostiene. El todos, en cambio, contiene el anticuerpo
obsesivo para que el cualquiera no pueda operar: cierra y blinda el
circuito de lo existente para hacerlo impermeable al pensamiento
sobre lo existente. Nadie puede decir justo, bueno, bello, o (lo que
es lo mismo) injusto, malo o feo para organizar una praxis colectiva
de superación o lucha, sin corromper la poesía del todo encarnada
democráticamente en la mediocridad igualitaria del todos. He ahí el
odio democrático al intelectual.
* Publicado
originalmente en Tiempo de Crítica. Año I, N° 61, 24 de mayo de
2013, publicación semanal
de la revista Caras y Caretas.
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