EMPRENDER.
Tradicionalmente ABORDAR, ACOMETER, COMENZAR UNA ACCIÓN. La palabra,
a través de sus voces EMPRENDIMIENTO, EMPRENDEDOR, y hasta
EMPRENDEDURISMO, adquiere un lugar central en el discurso global de
la economía, los negocios y la empresa de los últimos veinte años.
Hoy, EMPRENDEDOR es
EMPRESARIO. Pero no cualquier empresario: es aquel que toma el
riesgo (no necesariamente económico, aunque la inspiración sea la
economía) de comenzar una empresa (curiosamente, en este contexto a
la empresa se le llama IDEA/EMPRENDEDOR es el empresario que tiene
iniciativa, creatividad, astucia, ganas, voluntad, empuje.
Trasposición de ciertos valores brutales, épicos o guerreros, de
competitividad y conquista, EMPRENDEDOR, se diría, una palabra casi
destinada exclusivamente al tercer mundo y a las zonas devastadas
por la desregulación de economía, mercado y trabajo. Un sistema que
produce pobreza y marginalidad se enfrenta al problema irónico de
que esa pobreza y esa marginalidad endémicas empiezan a ser lo que
obstaculiza e impide el buen funcionamiento del sistema. Así que hay
que reinyectar capital en las zonas oscuras, heridas y dañadas. La
solución, aunque de corto vuelo, es verdaderamente inspirada. Una
estúpida ética protestante de la autoayuda y del voluntarismo tipo
sí SE PUEDE o DO IT BY YOURSELF, logra convencer a la masa de que
pobreza y marginalidad tienen que ver con una
CULTURA, con una
actitud pusilánime, acobardada o resignada que debe ser
contrarrestada por el pensamiento positivo. El sistema pone
oportunidades al alcance de la mano: el problema es que nuestro
espíritu negativo nos impide reconocerlas. A escala nacional, el MITO
DESARROLLISTA toca resortes psicológicos similares. En la última
década del siglo pasado y en la primera de éste, los organismos
multilaterales de crédito
(FMI, BID, BM) o las instituciones o programas de cooperación para
el desarrollo (PNUD, programas nacionales o regionales de asistencia
al desarrollo de las naciones pobres, etcétera) movieron toneladas
de dinero para la gestión y la asistencia a emprendedores,
emprendimientos, cultura del emprendedurismo, microemprendimientos,
etcétera. También aparecieron previsibles iniciativas de ligar el
pequeño esfuerzo económico de autosuperación con cierto espíritu
religioso perdido, organizando una nueva comunidad mística de
microemprendedores (iglesias como Ondas de Amor y Paz, entre otras),
o con el minoritarismo (emprendimientos de afrodescendientes, de
mujeres solas, etcétera). Así, el sueño de dejar de ser un
cuentapropista o un buscavidas por fuera de los aparatos estatales
de regulación y pasar a ser un microemprendedor o un microempresario
itinerante del sector ALTERNATIVE SNACKS (antes se llamaba GARRAPIÑERO) movió gran parte de las energías sociales en los
últimos veinte años. Y lo que es peor: el sueño de ser uno su propio
jefe, de flotar en el aire liberal de la flexibilidad laboral, de
ser dueños del tesoro de nuestros propios medios de producción
(subcontratación y outsourcing, teletrabajo, venta de servicios o de
bienes inmateriales, contratos individuales, etcétera), trajo una
especie de desproletarización masiva de la fuerza de trabajo. Ya no
hay explotación, ya no hay antagonismo entre capital y trabajo, eso
es parte de los tiempos oscuros del capitalismo industrial: hoy todos
coordinamos nuestras energías emprendedoras para llevar la economía
al desarrollo. Competitividad, agresividad, lucha no por los medios
de producción sino por el territorio como condiciones de producción.
Esto es, máquinas de sobrevivir, de obtener beneficios, de maximizar
las potencialidades (capacitación, cursos, empoderamiento),
etcétera.
* Publicado
originalmente en Tiempo de Crítica. Año I, N° 10, 25 de mayo de
2012, publicación semanal
de la revista Caras y Caretas.
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