Las técnicas
e instrumentos financieros permitieron la expansión en
el tiempo y el espacio de las actividades de inversión
y comercialización. Sin ellas, nunca hubieran sido posibles
ni el crecimiento ni la globalización económica.
A lo largo de los siglos, ha ido en aumento la especialización
de las instituciones financieras y de las finanzas, culminando
en la aparición de un verdadero sistema
financiero.
En las economías modernas, este sistema cumple tres funciones
principales:
* Asegura
el flujo de pagos del que depende el normal funcionamiento de
la actividad económica. Al hacerlo, el sistema financiero
ayuda al dinero a operar como medio de pago.
* Asegura que los recursos monetarios disponibles se usan efectivamente
en toda la economía al poner el exceso de liquidez de
algunos agentes a disposición -en forma temporal y por
una recompensa- de otros actores que tienen planes de comercialización
o inversión, pero que carecen de la liquidez necesaria.
Al hacerlo, el sistema financiero permite que el dinero opere
como un verdadero depósito de riqueza.
* Crea bienes financieros (es decir, contratos transferibles con derechos
y obligaciones),
estima los riesgos inherentes, fija sus precios y facilita su
intercambio. Al fijar precios a los bienes, el sistema financiero
amplía la función del dinero como patrón
de valor a una categoría específica de operaciones.
Esta descripción del sistema financiero pone énfasis
en su naturaleza secundaria y derivativa. Por una parte, en cada
una de las formas anteriores actúa como extensión
funcional del dinero, y en consecuencia aumenta su eficiencia
y radio de acción. Como extensión del dinero, las
finanzas son dependientes de él y siguen subordinadas al
dinero, que en definitiva tiene un aspecto público. Por
otra parte, es vocación del sistema financiero servir a
otras actividades económicas (comerciales e industriales), que ayuda a mantener
bien aceitadas y en funcionamiento. La tradicional falta de autonomía
del sector financiero explica la relativa falta de interés
que le prodigaron los economistas. Por esta razón, hasta
el día de hoy, los bienes financieros y sus operaciones
correspondientes están ausentes de las cuentas nacionales.
Cinco siglos después de que las actividades financieras
comenzaron a expandirse en Italia septentrional, una nueva «ventana
de oportunidad» se le abrió al sector aproximadamente
hace 30 años, en la forma de innovaciones tecnológicas
del procesamiento y trasmisión de información. El sector financiero
aprovechó plenamente las nuevas oportunidades, como lo
demuestra su vigorosa expansión, sin precedentes, de los
últimos 15 años. En este período, las finanzas
se desarrollaron entre tres y siete veces más rápido
que otras actividades económicas.
Crecimientos de diversos items económicos y financieros
entre 1980 y 1995, en términos nominales
Item Crecimiento
Facturación de las 500 empresas de «Fortune»
140%
Activos totales de las 500 empresas de «Fortune»
230%
PBI nominal de OCDE 300%
Valor del comercio mundial de mercancías 440%
Capitalización de los mercados de valores mundiales 970%
Facturación de bolsas de valores del mundo 1170%
Valor de operaciones con divisas (Forex) 2100%
Hoy,
las finanzas encabezan el llamado proceso de «globalización», y como
tal, gozan de una visibilidad y un prestigio sin precedentes.
La escala de los cambios que se están sucediendo plantean
inevitablemente interrogantes sobre la verdadera naturaleza de
éstas. ¿Se trata de un fenómeno puramente
cuantitativo, o estamos frente a una situación tecnológica
y política totalmente nueva, en que la relación
entre las actividades financieras y otros ámbitos de la
vida económica, política y social fueron alterados
fundamentalmente, en la que las finanzas dejaron de ser dependientes
de la política y la economía y se convirtieron en
una fuerza autónoma, o incluso dominante?
El reciente crecimiento explosivo de la influencia y la importancia
del sector financiero implica un cambio profundo en la relación
entre las finanzas y la búsqueda del bien común.
La idea del «bien común» abarca dos intereses
distintos: por un lado, el interés social, que plantea
la pregunta de qué aporta el sector financiero a la comunidad;
y por otro, el interés personal, que plantea la pregunta
de cómo las finanzas contribuyen con el crecimiento y
la autorrealización de cada uno y todos los integrantes
de la sociedad. Por consiguiente, la relación entre el
sistema financiero actual y el bien común plantea nuevas
interrogantes, abre nuevos horizontes y exige nuevas investigaciones.
Al menos tres avenidas de investigación pueden ofrecer
una estructura básica para ver de qué manera las
finanzas contribuyen con el bien común.
Primera dirección: relación entre política
y finanzas
El
15 de agosto de 1971, el presidente Nixon desvinculó al
dólar estadounidense del patrón oro, exponiendo
de esa manera la política pública -través
del dólar- a las fuerzas del mercado. Esta decisión
(que, huelga
precisar, fue sencillamente una etapa de un proceso mucho más
extenso)
representó un cambio profundo en la relación entre
las finanzas y la política.
Las finanzas se precipitaron para ocupar el vacío que
generó la decisión de Nixon en el sistema de Bretton
Woods.
Tuvieron la ayuda de varios factores, incluyendo los avances
tecnológicos en la transmisión y el procesamiento
de datos y la creciente armonización internacional de leyes
y disposiciones. El haber retirado el dólar del patrón
oro fue el trampolín para el desarrollo a gran escala de
las actividades financieras nacionales y, sobre todo, internacionales.
Les gustara o no, la discordia o la debilidad de los gobiernos
de entonces puso en movimiento el colapso del control de los bancos
centrales sobre la creación del dinero y el valor de las
monedas nacionales. Hoy el proceso está culminando en lo
que se podría calificar de «Privatización
del dinero»
La cambiante
relación entre finanzas y dinero está a punto de
provocar la amalgama de dos ámbitos que otrora estaban
jurídica e institucionalmente subordinados entre sí.
Mientras esta amalgama de dinero y finanzas implica cierto grado
de "privatización" del dinero, simultáneamente
(y a cambio), las finanzas ahora
tienen consecuencias más inmediatas para el bien común
-una dimensión que tradicionalmente sólo correspondía
al dinero. Esta nueva situación exige la redefinición
de los poderes y los medios de acción que están
a disposición de los órganos públicos nacionales,
internacionales o supranacionales, sobre todo en lo que refiere
a la supervisión y regulación de las actividades
financieras.
La exposición de las monedas nacionales a las fuerzas
del mercado significa someter la política pública
a la evaluación externa. No hay nada malo en esa evaluación
en sí; de hecho, podría ayudar a los gobiernos
a evitar la aplicación de políticas aberrantes.
Sin embargo, plantea dos interrogantes. ¿Los gobernantes
deberían aceptar la posición subordinada a la que
fueron relegados por los mercados? ¿Y son los mercados
financieros la autoridad más adecuada para evaluar la
política pública? En esta conexión, uno
no puede dejar de señalar la asimetría existente
entre quienes emplean una moneda nacional a diario como su único
medio de pago y aquellos que la utilizan como un bien entre otros
sólo para mantener o aumentar su riqueza. Existe una creciente
ambigüedad sobre los papeles de las finanzas, que están
globalizadas y en manos privadas, y del dinero, medio local de
pago y símbolo de soberanía que, al menos en teoría,
está para servir al interés nacional en general.
Segunda
dirección: el paradigma ecocnomista
Hasta hace
poco, todo intento de investigar los asuntos financieros equivalía
a una invasión de propiedad privada. Primero estaban los
profesionales financieros, interesados en mantener cierto tipo
de pantalla en torno a su campo de acción. Luego vino un
pequeño círculo de académicos, que permitieron
la aparición de un paradigma que desde entonces llegó
a imponerse entre los economistas universitarios.
Conocido como el paradigma Modigliani-Miller-Arrow-Debreu, sigue
dominando las publicaciones supuestamente científicas
y decidiendo el nombramiento de los cargos docentes. La lista
de «guardianes del templo» es extensa e impresionante,
e incluye desde la prestigiosa cohorte de ganadores del Nobel
a investigadores que con demasiada frecuencia están limitados
por su propia metodología.
A pesar de innegables innovaciones teóricas, esa concentración
de esfuerzos de complejos académicos y profesionales resultó
en el divorcio de las finanzas de su contexto económico,
tanto de sujeto de estudio como de actividad.
Esto deja a la ciencia económica mal equipada para sopesar
y analizar los múltiples y complejos vínculos entre
el sector financiero y el resto de la economía. Por consiguiente,
no está en posición de responder a una de las principales
interrogantes del mundo de hoy. Para poder hacer frente al desafío,
la ciencia económica deberá desarrollar un nuevo
paradigma para la investigación y el análisis.
Aunque parecería que existen pocas posibilidades de que
el nuevo paradigma surja desde la propia disciplina, de todas
maneras los problemas no se pueden resolver mirando hacia el
otro lado.
Esta es una época de cambios, y las férreas certidumbres
de ayer ceden bajo la presión de los hechos indiscutibles.
Es bastante evidente que las finanzas ya no se pueden tratar como
una actividad separada que está desvinculada de otras dimensiones
de la vida social y económica. Aunque el sector financiero
aún tiene dificultades para aceptar oposiciones fundamentales
a su forma tradicional de pensamiento, se empiezan a
ver grietas en la torre de marfil. El mismo crecimiento del sector
financiero obliga a quienes no lo integran a observar con mayor
detenimiento la naturaleza de ese crecimiento y los problemas
que plantea - les guste o no a los guardianes del templo del pensamiento
económico aceptado.
Tercera Dirección: financiación de otras actividades
económicas
Como otros componentes del sistema financiero, las bolsas de
valores se han expandido prácticamente en forma continua
en los últimos 20 años. Pero la mayor parte de
ese crecimiento (incluyendo
el de los llamados mercados «emergentes»), en términos
de capitalización y volumen de las operaciones, no se
puede explicar satisfactoriamente por los datos económicos
«fundamentales». De hecho, la cantidad de compañías
que cotizan en las bolsas, su aporte al PNB y su rentabilidad
industrial permanecieron esencialmente sin cambiar.
La entrada de liquidez a las bolsas de valores -incluyendo los
mercados de valores emergentes- se puede explicar en primer lugar
por la generalización de modernos instrumentos de ahorro
como los fondos de inversión, y en segundo lugar porque
los bancos abandonaron su función tradicional de prestamistas.
Esto afectó profundamente la forma en que el sistema financiero
realiza su función de convertir ahorros en inversión.
Muchos bancos en la actualidad preferirían vender lo que
tienen sus clientes en los fondos de inversión en lugar
de hacerles un compromiso firme en una cuenta de ahorros y luego
prestarle el dinero -a su propio riesgo- a alguna empresa pequeña
o mediana poco conocida. Aunque esto es perfectamente comprensible
desde la perspectiva de los bancos, esta modificación
en la manera en que los ahorros se convierten en inversiones
podría tener un doble impacto adverso en la economía
en general, y por tanto en la sociedad.
Se calcula con seguridad que más del 90% de las operaciones
de los principales mercados de valores son sólo cambios
en la propiedad de los títulos que ya están en
circulación -en otras palabras, son en gran medida mercados
de segunda mano. Esto significa que las operaciones con títulos
nuevos rara vez representan más del 10% del total. Mientras
cierto grado de liquidez es indudablemente esencial si los mercados
han de operar con regularidad, sólo las operaciones con
títulos nuevos pueden darles a las compañías
las finanzas que necesitan y de esa manera realmente convertir
los ahorros en inversión.
La cotización en los mercados de valores permite a las
compañías reducir significativamente sus costos
de financiación (tanto
en deudas como en capital accionario). Como resultado, las compañías
que coticen en las bolsas pueden obtener financiación
a mucho menor costo que las que no lo hacen, pues por lo general
son compañías pequeñas y medianas. No es
de sorprender que las que cotizan tienen mayor facilidad para
sustituir el capital por mano de obra que las que no lo hacen.
Detrás de esta lógica financieramente impecable
se encuentra el riesgo de un vuelco hacia una economía
de dos planos, y a una sociedad de dos planos.
Por un lado existen las grandes compañías, con
gran intensidad de capital financiero y que emplean principalmente
a personal altamente especializado. Por otra parte están
las compañías más pequeñas, que tienen
costos financieros más elevados y utilizan en forma intensiva
la mano de obra. Estas emplean a la mano de obra local, que tiene
menor movilidad y con frecuencia es menos especializada.
Esta característica de la operación del sistema
financiero ha sido poco explorada. Pero, a medida que avanza
el espectro de una economía y una sociedad polarizada,
resulta una cuestión cada vez más urgente.
Universidad
de Friburgo & Observatoire de la Finance - Suiza
Manitese - Italia
*Publicado
originalmente en Social
Watch 2002
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