"Boomerang regresa después de seis años".
Este pequeño
prodigio, que debería haber sido un apotegma, fue titular
de cierto tabloide sensacionalista. Como se sabe, estos tabloides
suelen ser decepcionantes; una portada de portentos nunca satisfecho
por el desarrollo de las notas. Aquí, acaso, pueda
entenderse el desencanto del libro periodístico: la tiránica
gramática que hace al periodismo establece que hay que
las primeras líneas establecen (a) quién, (b) qué,
(c) cuándo, y (d) dónde (la belleza
de este titular reside, precisamente, en lo incontestable): el cómo. Porque siendo
regresar el ergon del boomerang,
la interrogante sería cómo fue que se demoró
tanto. Esto, el lead, requiere un emporio de datos que van saturando
los nudos de la narración y opera en el sentido contrario
al que procede la ficción, ya que la crónica remite
al pretérito y la ficción, por contrapartida, nos
cuelga del hilillo del suspenso, ese qué vendrá.
Así como libros periodísticos
se sustentan -y muchas veces se promocionan- a través de
kilogramos de datos, la ficción se urde un entramado de
incertidumbres. Para el lector de una crónica, se trata
de una verificación: lo anunciado tiene que corroborarse
con hechos incontrastables; para el que se sumerge en un relato
ficcional, por el contrario, se trata de ir olfateando qué
será aquello que advenga. Hay casos, por supuesto, en que
una ficción puede comenzar por lo que cronológicamente
es el final: entonces, la lectura
es indagar cómo sucedió lo que se nos ha contado.
La revelación, de todos modos, llega con el cierre.
Otra diferencia fundamental:
el periodismo es noticia,
la ficción es una revelación asordinada. Noticiar
es hacer público lo que era privado, es democratizar el
conocimiento (el cristianismo
fue esa buena noticia, precisamente; divulgar la llegada de la
salvación);
un cuento o una novela, por contrapartida, hace a quien lee cómplice
de un chimento. Hacia el final del relato, la lectura
descubre una verdad que es para ese lector, y para nadie más.
Finalmente, la diferencia
fundamental: el suspenso es un adverbio modal. Todos los días
se publican los obituarios, pero sólo transcurriendo junto
a personajes que vemos crecer, caducar y entregarse, tenemos un
regusto de ese misterioso e implacable punto final que nos aguarda.
Así, un obituario generoso de cierto Charles Bovary, médico
de campaña -e incluso un elogio fúnebre- nos pueden
informar dónde, cuándo y cómo, e incluso
invitarnos a su entierro. Pero sólo la experiencia de seguir
por cientos de páginas los extravíos de su esposa,
y de verificar párrafo a párrafo la cortedad de
miras de Charles nos lo puede entregar al final, viudo, vencido,
descubriéndose en su magnitud de zoquete, entregándose,
redondeado y pacífico, a la muerte.
Desde siempre la ficción, volvedora como un arma arrojadiza
australiana, nos susurra que somos quién, que ese qué
nos sucederá no se sabe cuándo, que no importa
dónde, y que -más allá de todo afán
noticioso- es cómo lo que cuenta.
* Publicado
originalmente en Insomnia
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