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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



CIELO 1/2 - HAMED, AMIR -
 

Cielo ½, el arte de hacer mundo

Gustavo Espinosa

 

Se trata en Hamed, en Lezama, de modalidades primordialmente poéticas de la escritura: los conectores que explican y resuelven la recíproca ajenidad de las imágenes, son abolidos porque serían un metalenguaje ripioso, un lastre; o por respeto a la inteligencia del lector, o, simplemente, porque escribir no es pensar y ese metalenguaje aún no ha sido formulado.

.La ecdótica es la disciplina que se ocupa de los medios y los fines de la edición de textos. Lo anecdótico, por lo tanto, es aquello que permanece inédito. Una de las múltiples y trenzadas operaciones de creación de sentido que lleva adelante Cielo 1/2, el nuevo libro de Amir Hamed, es el desplazamiento de lo anecdótico a lo ecdótico: no del modo trivial en que lo hace cualquier contenido que se somete a las maniobras de la edición, sino de una manera más arriesgada y compleja. Se trata, por ejemplo, de consignar que alguien  construyó un nuevo baño en su casa de Montevideo, y convertir ese fragmento en un dispositivo de significación, que de una manera extrañamente fluida, se hiperconecta de repente con un épodo escrito por Quinto Horacio Flaco en el Siglo de Augusto, con la poética de Big Bill Broonzy, un músico de blues de los años 30, y con Deyanira, la tercera esposa de Heracles. Este es -adelanto- el sistema operativo de Cielo ½:  una reconversión de lo fragmentario o inconcluso o crudo (lo anecdótico), que mediante maniobras inauditas de escritura, como Archimboldo convierte una uva en iris, pasa a encastrarse en una especie de edificio exorbitante y nuevo.

Tratando entonces de copiar esta estrategia del autor, sin esperanzas de conseguir resultados parecidos, comienzo mi  aproximación a Cielo ½,  mi invitación a su lectura, contando anécdotas.

La primera vez que vi a Amir Hamed fue el 25 de abril de 1980. Fue una tarde larguísima en que rendimos examen de ingreso a la Facultad de Humanidades y Ciencias (somos parte de la única generación que debió atravesar esa modesta ordalía). No hablamos aquel día. Recuerdo que Amir tenía un saco verde y que le dijo a alguien que lo único que sabía de Florencio Sánchez (autor sobre el cual eventualmente podríamos ser interrogados) era que se trataba de un sociólogo intuitivo. Hubo otros episodios o señales aquella vez, pero creo que es mejor no repetirlos aquí. Lo que pretendo mostrar es que Amir y yo nos conocimos en otro mundo, en el que había cosas muy extrañas que hoy no hay (socialismo real, omnibuses eléctricos en Montevideo, para no nombrar ya sabemos qué cosa).

Era un universo de sentido desconectado y torpemente melancólico en el que nosotros éramos jóvenes. Resulta curioso que la potencia de un deseo logre sostenerse durante el periplo interplanetario que nos trajo de aquel mundo a éste, y que ese deseo (la decisión de ser escritores, asumida como una fatalidad o una fiesta, apenas perturbada por el ruido del rock and roll) nos mantuviese juntos durante estas tres décadas largas. Pasaron muchas cosas: Amir publicó muy temprano, y yo muy tarde; el se fue a Chicago y volvió; yo me fui a Treinta y Tres y me quedé. Es, sin embargo, la continuidad de aquellas ganas (esta monótona tozudez, para no connotarlo tan eufóricamente) lo que ha coagulado en Cielo ½, lo que me ha hace escribir ahora.

En la tarea de presentar el libro, de franquearlo de un modo que no banalice su densidad y su extrañeza, me encomiendo a un héroe menor, que Hamed no hace comparecer para el índice onomástico de Cielo ½, pero que sí aparece en la novela Semidiós. Se trata del Negro Britos, un condiscípulo de Amir en la primaria, uno de esos ejemplares de lumpen íntegro y soez que suelen ejercer cierta fascinación entre los nerds que terminarán dedicándose a la literatura. Parece ser que, por alguna razón (sospecho que por haber ocurrido la muerte del escritor en 1973), la maestra anunció a sus alumnos (entre ellos Amir Hamed y el Negro Britos) un homenaje al gran poeta chileno Pablo Neruda. El comentario de Britos fue rimado:

-Pablo Neruda / el que te rompió la cotorruda.

Muchos años después, rememorado este caso meramente literario ante Sandino Núñez, Amir comentó que Britos le había hecho poesía encima al mismísimo Neruda. Es cierto: además lo hizo del único modo que puede hacérsele eso a Neruda, esto es, a la manera de Vallejo, mediante una desarticulación de la sintaxis que la retórica de Neruda no hubiese ensayado, colocando arbitrariamente un adjetivo en lugar del sustantivo. El episodio modélico de la labor que yo debo emprender ahora es, entonces, aquel protagonizado por el Negro Britos. Se trata de escribir sin redundar acerca de una escritura tan intensamente autosuficiente. Y debo encontrar además ese espacio fronterizo entre la hermenéutica y la incitación.

Cielo 1/2 se compone de seis álbumes y un breve texto final, subtitulado -justamente- ½. Cada álbum consta de nueve capítulos. Nadie ignora que Dios es tres y es uno, que seis es dos veces tres, y que nueve es tres veces tres. Pero no seré yo el que me aventure a talentear en álgebra esotérica: ese tipo de exégesis resulta abusiva y fastidiosa cuando se la aplica a Dante, por lo cual no creo que contagie a nadie la curiosidad o el ansia que generan las páginas de La Comedia o de Cielo ½. Lo que sí queda claro es que hay una carpintería estricta para contener la exuberancia lúcida del libro; el desborde que su densidad y su peso específico sugieren está inscripto en una geometría.

La unidad mayor en que se segmenta la obra es, entonces, el álbum. Se trata de un soporte vacío, blanco (albo, álbum) abierto a la convergencia de lo heterogéneo. La RAE sostiene  que las páginas de un álbum se llenan con breves composiciones literarias, sentencias, máximas, piezas de música, firmas, retratos, etc. Quienes iniciamos nuestra educación sentimental oyendo vinilos, no olvidamos que también se llamaban álbumes aquellas obras compuestas de dos -y aún tres- discos. Es verdad que aquellos álbumes eran negros, incluso uno de los mejores, el pleonástico Álbum Blanco: álbum álbum. En estos discos largos se suponía una unidad estética o conceptual, como solía decirse, que amalgamaba la proliferación de canciones. En todo caso -y volviendo a la comodidad de la etimología- se trata de la reunión de lo disperso en la gravitación de la página blanca. Llenar poco a poco ese vacío centrípeto, abolirlo gradualmente con formas que nos van dejando entrever la incompletud de la unidad, genera ansiedad y fascinación. Es esa especie de vértigo, parecido al de la progresión de un puzzle, el que nos transfiere la deriva de cada uno de los álbumes que despliega Cielo ½.  Nos involucramos en el fluido alucinatorio de la escritura que termina filtrándose por intersticios insospechados, revelando como comunicantes mundos que creíamos inconmensurables. 

Recuerdo que unos editores argentinos del siglo pasado, ávidos o necesitados de dinero fácil, pusieron en el mercado una especie de álbum encuadernado con más o menos lujo (como también prescribe la RAE), donde se reunían entrevistas a Borges, fotos de Borges, chistes de Borges acerca de la política la literatura o el fútbol, y hasta algún texto escrito por Borges. Se suponía que reuniendo todas aquellas esquirlas el lector iba a terminar por saber quién era esencialmente Jorge Luis Borges. La edición se promocionaba con un epígrafe o eslogan de Walt Whitman: el que toca este libro toca un hombre. Aquel álbum, ameno y de caracteres grandes, de cuyo nombre no debo querer acordarme, era una emergencia del marketing. Cielo ½ es -ni más ni menos- literatura. La eficiente cita de Withman es sólo parcialmente pertinente para el libro de Hamed. Es verdad que en las páginas de este libro aparecen las grafías de una vida (esto no equivale exactamente a biografía), o como decía al empezar, lo anecdótico traspuesto a la intensidad significante de la escritura. De esos trazos (que no son sólo narraciones, sino dibujos infantiles, letras de canciones, fascímiles) el lector puede inferir un sujeto, una interioridad compleja, el mapa de una inteligencia, que si no nos ponemos a hacer narratología de a dólar el ejemplar, no habrá problemas en identificar con Amir Hamed. Pero ese personaje disperso en la escritura es abigarradamente enciclopédico, por lo cual continuamente está irradiando links o tentáculos desde las grafías y episodios que lo implican de un modo más obvio, hacia otras narrativas mucho más excéntricas, principalmente aquellas modélicas o fundantes, es decir los mitos. Es por esto que la dispersión confluyente del álbum (que funciona como un big bang inverso de la escritura) no solo diseña un rostro o un alma o un individuo, sino que configura un mundo. Cielo ½ es uno de esos textos que hace mundo: no porque invente uno, a la manera de un novelista de ciencia ficción, sino por que aumenta, revela y extraña el nuestro. Aldo Mazzuchelli lo dice mejor, según pude sospechar en su texto de la contratapa:

En Cielo ½ el que escribe convoca sus letras y las hace danzar hasta definirse: esto es como aquello, aquello fuimos yo.

Esta oscilación de la escritura, según la cual (sin que se trate de algo definible como una mecánica) el sujeto se contrae hacia su núcleo, para expandirse de pronto hacia límites desorbitados, quizás (quizás, quizás, quizás, triplico la duda y el adverbio, igual que el bolero) me habilita a mencionar otra literatura poderosa y sugerir una muy parcial analogía con lo que hace Amir Hamed en Cielo ½. Se trata de la obra de José Lezama Lima. Exponiendo uno de los procedimientos de su poética, escribió el cubano: es como si alguien, por supuesto sin sospecharlo, al encender la luz de su alcoba abriese las compuertas de una catarata en el lago Ontario.

Experiencia oblicua denomina Lezama a este mecanismo. Aquí la escritura de Hamed es una manipulación veloz y continua de interruptores (como el de la alcoba del personaje lezamiano) que abren de pronto escenarios inesperados, alumbrados por el sorpresivo esplendor del sentido. Cito, casi al azar, un pasaje que empieza con una señora ordenando, justamente, un dormitorio en Egipto o en Uruguay:

El polvo, esa fascinación. Cada vez que el rayo de luz lo revelaba te venía un desgarrón; ibas detrás de quien sacudiera las cobijas, en el Cairo, en el campo, en Montevideo, para sorprender el baile de las partículas, que por algo andarán siempre revoloteando alrededor de uno, invisibles, salvo cuando entra el haz de luz por alguna parte y condesciende a revelarlas. Para Demócrito, para Epicuro, para Lucrecio, si hay Zeus no es uno ni todo, es clinamen, deriva de átomos colisionando en la nada, recomponiéndose.

Sin embargo, el hombre que prende la luz de su cuarto en La Habana abre las compuertas de una catarata por supuesto sin sospecharlo. En cambio Hamed no sospecha, sino que sabe que la imagen de un niño mirando a una señora que agita una manta en Ecilda Paullier suscitará súbitamente a Zeus atomizado por los filósofos. Porque se trata en Hamed, en Lezama, de modalidades primordialmente poéticas de la escritura: los conectores que explican -también en el sentido filológico de desarrollar o desenvolver un texto- y resuelven la recíproca ajenidad de las imágenes son abolidos  porque serían un metalenguaje ripioso, un lastre; o por respeto a la inteligencia del lector, o, simplemente, porque escribir no es pensar y ese metalenguaje aún no ha sido formulado. En la prosa de Hamed todas las relaciones y movimientos, este juego de sinapsis rápidas del texto ocurren a una velocidad mucho mayor. No hay la parsimonia Lezama, su tendencia a la fijeza ornamentada.

Podría decirse también que otra intersección entre Paradiso y Cielo ½ es la excentricidad, respecto del territorio, respecto de los géneros, etc., con que estos sujetos se hacen cargo de un patrimonio civilizatorio complejísimo, se inscriben en él, y lo ponen a funcionar, de forma alucinatoria como decía Spinetta,  mediante una tecnología sofisticadísima (la escritura). Claro que la famosa insularidad de Lezama, que permaneció siempre empozado en cuba como un sapo neobarroco en un aljibe, contrasta con la ansiosa movilidad del viajero que atraviesa los mundos de Cielo ½.

Dicho esto, señalo (por las dudas) que no estoy tratando de instituir filiaciones ni influencias. Me consta -si fuera necesario- que Lezama no ocupó jamás, ni aún de manera efímera, un lugar central en el canon de Amir. Sólo he querido aquí iluminar ciertos gestos intelectuales, cierto calibre común.

Finalmente, hay que hablar de cierta forma de la degeneración que presentan ciertos libros de Amir, particularmente éste. Ocurre que el autor nunca ha querido ejercer el complicado oficio de escritor, sino ser el oficiante de un arte. El oficio fue aprendido y ejercido desde El probable acoso de la mandrágora (librito de cuentos que ha desaparecido de todas partes, aún de la lista de obras completas, como conviene a algo escrito a los 17 años) hasta la perfección de Semidiós, pasando por Qué nos ponemos esta noche y, sobre todo Artigas blues band y Troya Blanda. Podría incluir también en la lista a Buenas noches América, pero ocurre que en el texto final de aquella colección estalla todo. Creo que aquel epílogo de 2003 documenta el nacimiento de la búsqueda de una especie de suma nuclear, de algo que no deba cumplir con los protocolos del suspense o del desenlace, sino que narre, descifre y haga sentido por irradiación.  

Esa búsqueda coagula en Cielo ½ y constituye un gran relato (sin exonerar del todo a esta fórmula de su sentido lyotardiano) porque, como dije, hace mundo: es una irrupción y una cosmogonía.  
 

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