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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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          PUENTES EN UN MUNDO ROTO

La voz que escribe en el desierto

Gustavo Espinosa

Al describir, en la Introducción, los contenidos generales y la estructura de su flamante libro La casa de polvo sumeria, Circe Maia señala que los comentarios que aparecen allí “de ninguna manera pretenden ser ensayos”. Carlos Real de Azúa, a quien se debe una empeñosa y detallada caracterización del género ensayístico, insiste en que se trata de un formato escurridizo y anfibio. Luego de definirlo, a su modo acrobático, retumbante y creo que hegeliano, como “una agencia del espíritu”, el autor señala una serie de rasgos determinantes del ensayo, todos los cuales aparecen en los textos que integran La casa de polvo sumeria, a pesar de lo que advierte la modestia de su autora. El ensayo, dice Real de Azúa(1), se instituye con la modernidad, es una actitud de la escritura connatural a la modernidad, porque es la intervención de un sujeto que intenta o ensaya aproximaciones a tal o cual tema, en contraposición a la completud cerrada del tratado, género más adecuado al dogmatismo medieval. Así, el ensayo no se propone convencer, sino sugerir o, en todo caso, persuadir.

El hilo conductor este es el tópico usado por Real de Azúa de los textos de este género es entonces el pensamiento, y si aparecen en ellos algunas estrategias de la narrativa, de la ficción, están al servicio de la ilustración de determinados conceptos, como suele ocurrir, por ejemplo, en José Enrique Rodó. Otras señas de identidad del ensayo son la dispersión o amplitud disciplinar y temática, y lo que me parece más relevante un uso fluctuante o fronterizo del lenguaje, que se sitúa entre la pretensión estética propia de la literatura (la sugerencia, cierto grado de figuración) y la pretensión de objetividad (el rigor lógico, la claridad) más cercanas a la ciencia o a cierta filosofía. Esta tensión entre digamos literatura y literalidad suele desequilibrarse hacia una u otra modalidad de la escritura según textos o autores.

Así, por ejemplo, los ensayos de Lezama Lima se parecen más a la poesía y los de Bertrand Russell están más cerca del logos. Sin embargo, también en esto los textos de Circe Maia son equilibrados, guardan su contención clásica; su lenguaje no está dispuesto a menoscabar la transparencia por entretenerse en la sorpresa o el espectáculo de una metáfora: en todo caso señala de vez en cuando, traduciéndolos o comentándolos, la extrañeza o el esplendor de textos ajenos como el verso de Yorgos Seferis: “El mar verde y sin destellos, pecho de pavo real muerto”. Justamente,  esta relación o tensión entre dos modalidades de la escritura, que divergen o se entrecruzan en el hipertexto de la civilización, es el tema abordado y problematizado en el último ensayo del libro: “Poesía y filosofía”. Si hubiera entonces que acomodar La casa de polvo sumeria en alguna de las categorías convencionales de la literatura, yo le anunciaría al lector que se encontrará con un libro de ensayos.

Hay algo en él que me recuerda la obra emblemática y fundacional del género, los Ensayos de Montaigne. Tal vez la reminiscencia no viene del libro mismo, de su contenido o de su estilo, sino de algo que conocemos o sospechamos sobre las circunstancias que preceden ambos libros: hay en aquellos ensayos del siglo XVI, y en éstos de ahora, un sujeto que se retira o se descentra (Montaigne en los confines de Perigord, Maia en Tacuarembó) para desarrollar sus reflexiones de un modo más o menos misceláneo, que no se articula en la rigidez de un programa, pero que a lo largo del libro, en lo que va de un texto a otro, va configurando una voz, una interioridad que se proyecta (o que se eyecta, diríamos si la palabra no fuera horrible) sobre la variedad del mundo. A su vez,  el modo de ser de ese sujeto descentrado recuerda  dos sonetos escritos, ellos también, en siglos distantes.

El primero es aquel de Quevedo que empieza diciendo “Retirado en la paz de estos desiertos/ con pocos pero doctos libros juntos…”. Hay un verso sinestésico en ese poema que muestra de una manera concentrada y exacta (como suele ser Quevedo), los efectos prodigiosos de la escritura y la lectura: “Y escucho con mis ojos a los muertos”. Se trata de tecnologías tan complejas (aunque el hábito las haya naturalizado y nos impida apreciar su sofisticación) que habilitan el doble milagro resumido en el endecasílabo (escuchar con los ojos, escuchar a los muertos). La casa de polvo sumeria desautomatiza esas prácticas prodigiosas, iluminando algunas de sus estrategias o procedimientos, y examina al tiempo que ejerce  una de las posibilidades más refinadas e intensas de la escritura: la poesía.

El otro soneto es el que Jorge Luis Borges dedicó a la memoria de Susana Soca:

                             “Con lento amor miraba los dispersos
                              Colores de la tarde. Le placía
                              Perderse en la compleja melodía
                              O en la curiosa vida de los versos”

Los colores de la tarde están, seguramente, en algún lugar de la poesía de Circe Maia, y también el amor moroso que Borges atribuía a la mirada de Soca.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Este libro, mientras tanto, se inmiscuye con lucidez, con fascinación contagiosa, en “la compleja melodía o en la curiosa vida de los versos”. La poesía, sus modos peculiares de hacer sentido, es el tema predominante en estos textos. Podría decirse que, más allá de la transparencia de la prosa, el discurrir ensayístico del libro produce, él mismo, un efecto poético, por la manera desmarcada de la costumbre, con que esta poeta interviene los textos de otros poetas, eligiéndolos, traduciéndolos, comentándolos. Están aquí la antigua poesía sumeria, Homero, Ovidio, Yorgos Sefereis, Kavafis, Lucrecio, un alemán del siglo XI, Odiseas Elytis, los Upanishads, Yannis Ritsos, Manrique, el romancero, Charles Tomnlinson, Baudelaire, Thomas Gray, ciertos árabes, John Donne, Roys Papangelos, Chaucer, William Carlos Williams, Empédocles, Melville, Catherine Mansfield, Elizabeth Bishop, Dylan Thomas, Shakespeare, Ezra Pound.

Este libro también practica y analiza una forma aún más intrincada de la escritura: la traducción de poesía. Pensar que este es un ejercicio imposible no es un abuso del escepticismo, sino una convicción sensata que aparece ante la obra de Góngora, o si tenemos la mala suerte de cruzarnos con la versión que Bartolomé Mitre hizo de Dante, o si tenemos que escribir bat en lugar de murciélago, o si leemos “incomincio qui a cantare / pizzicando la mandola”.

Lo que este libro, desde su introducción sostiene y demuestra  es que todas estas complejidades, que parecen fastidiar y obstruir la traducción de poesía, son una oportunidad estética, están allí para que el saber y la sensibilidad del traductor maniobren con ellas, son la materia de una recreación, más que de una mímesis. Pero esto pasa de un modo pleno como pasa en algunos lugares de La casa de polvo sumeria, cuando el traductor es un poeta, y un poeta lúcido, no un burócrata de la traslación.

Finalmente, es imprescindible valorar estas meditaciones de Circe Maia en relación con el contexto en que aparecen. He insistido antes en destacar la discreción del libro, tanto en el sentido en que utilizaban el término en el Siglo de Oro (esto es, inteligencia, agudeza), como, de un modo más actual, para designar su sobriedad o su recato estilístico. Sin embargo, hay que decir también que la aparición de una obra de estas características es hoy un acto de resistencia. Se trata, en primer lugar, de una escritura que interroga y complejiza la escritura, en un ambiente (el Uruguay, el planeta) donde predomina una especie de neo-oralidad sin gramática, donde la analfabetización nos viene sitiando como un desierto que entra en la ciudad. Por otro lado, aquí hay alguien que se hace cargo (gozosamente, me parece) de una tradición, de un patrimonio civilizatorio (en el que figuran, por ejemplo, y como decíamos, Shakespeare, Homero y la lengua griega). Hay un sujeto que trae desde el pasado esos contenidos, a la vez que los interviene, los modifica, se apropia de ellos, a la vez que desactiva la alucinación del perpetuo presente a la que hemos sido arrojados. Se trata de alguien que hace sentido, o, como dice Néstor García Canclini (Lectores, espectadores e internautas, Barcelona, Gedisa, 2007) construye puentes en un mundo roto. Ojalá que esta especie de detención que es La casa de polvo sumeria nos inspire y nos provoque.

Nota: (1) Real de Azúa, Carlos, Antología del Ensayo Uruguayo, Montevideo, Departamento de Publicaciones de la Universidad de la República, 1964.

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