En el match que disputaran en
1997 en la ciudad de Nueva York, el procesador Deeper Blue de
IBM venció al campeón mundial de ajedrez Garri
Kasparov por un tanteador de 3.5 a 2.5. La derrota de Kasparov
provocó una conmoción mundial que el ajedrez no
vivía desde los tiempos del encuentro en Islandia entre
el norteamericano Bobby Fischer y el soviético Boris Spassky.
Pero esta vez, muchos escribas confundidos y desconocedores de
los secretos del juego arriesgaron conceptos sobre la inteligencia
artificial y la supremacía de la máquina sobre
el hombre que resultan en su mayoría por lo menos exagerados.
Lo cierto es que Deeper Blue no dará revancha a Kasparov
y es ya tiempo para analizar más fríamente algunas
intimidades del famoso match.
El ya mítico match disputado en Nueva York entre Deeper
Blue (el promocionado procesador de IBM) y el campeón
mundial de ajedrez Garri Kasparov, en el que este último
fue derrotado por una diferencia mínima y con algunos
contratiempos extraños en un campeón de su jerarquía,
dio pie a infinidad de escritos pseudo filosóficos sobre
el manido tema "hombre vs. computadora" que tienen
como héroe a la
máquina y han visto su
triunfo como un hito en la historia de la ciencia.
Pero también
aparecieron materiales técnicos que esclarecen un poco
las viscisitudes de ese encuentro desde un punto de vista ajedrecístico
y que informan al público en general de la verdadera y
tormentosa relación entre los grandes ajedrecistas y las
computadoras.
Uno de ellos es el
libro Kasparov contra Deeper Blue, escrito por el gran maestro
de ajedrez norteamericano Daniel King.
El novelista Vladimir Nabokov, para no citar a un ajedrecista
(que para la opinión pública parecen ser los menos
idóneos para opinar de este tema que tanto les obsesiona),
afirmó en cierta oportunidad que "los problemas
de ajedrez exigen las
mismas virtudes que caracterizan a todo arte digno de consideración:
originalidad, inventiva, concisión, armonía, complejidad
y una espléndida falta de sinceridad".
Esta recurrencia de
considerar al ajedrez un arte en sí mismo se ha dado históricamente
y son muchos los especialistas y jugadores que han teorizado
sobre el tema. Lo cierto es que el llamado juego ciencia
ha tenido desde finales del siglo XIX un desarrollo a nivel teórico
que ha hecho crecer infinitamente la distancia entre un simple
aficionado y un jugador profesional.
Manuales sobre aperturas,
estudios de finales y análisis sobre técnicas de
juego se han publicado por centenares y continuamente el estudio
"científico" del ajedrez genera novedades que
se ponen en práctica en torneos y que en ocasiones refutan
líneas de juego anteriores. Pese a esta singular obsesión
por intentar "domesticar" el juego, a finales del siglo
XX sólo se puede hablar que existen fuertes estudios sobre
la teoría de aperturas y sobre posiciones genéricas
de finales... pero después la mano del ajedrecista-artista
es la que define un estilo y la que gana partidas, torneos y
campeonatos mundiales. O la mano de un procesador como Deeper
Blue.
El caso de Garri Kasparov, sucesor de Anatoli Karpov en el trono
de rey del ajedrez mundial, es el de un jugador brillante que
reúne en su estilo dos virtudes que la mayoría
de las veces no tienen a la vez los grandes jugadores: un insuperable
dominio de la táctica y el juego combinatorio (Garri es
casi invencible en juegos abiertos) y una sólida visión
de la estrategia posicional.
Puede decirse, sin
que esto sea un exabrupto, que Kasparov tiene la sangre caliente
de Alekhine y el genio científico de Capablanca. Y es
a él, al que muchos consideran el mejor jugador de todos
los tiempos, a quien le tocó vivir -como campéon
mundial- el avance implacable como rivales en el juego de los
programas informáticos de ajedrez.
¿Cómo
juegan las computadoras?
Los investigadores
en computación desde los primeros tiempos vieron al ajedrez
como un terreno de experimentación. Newell, uno de los
pioneros en "inteligencia artificial", decía
ya en 1958 que "el ajedrez era el juego intelectual por
excelencia. Si se pudiera diseñar una máquina de
ajedrez eficiente, podríamos decir que habríamos
penetrado en el núcleo del comportamiento humano".
El estudio de la tecnología ajedrecística, por
citar un caso, permitió al ex campeón del mundo
y científico soviético Mijail Botvinnik a finales
de los 60 resolver complejísimos problemas de la planificación
industrial en la antigua Unión Soviética a través
de la informática. Son muchos los casos similares, pero
el nudo de la cuestión siempre estuvo en cómo desarrollar
un programa competitivo de ajedrez, tarea tan difícil
como generar programas de traducción de idiomas, por ejemplo.
Las primitivas máquinas
de ajedrez perdían fácilmente contra cualquier
aficionado. Pero el tiempo pasó y la capacidad de cálculo
de los ordenadores permitieron crear verdaderos monstruos (como
el caso de Deeper Blue), capaces de analizar dos millones de
jugadas por segundo. La distancia contra cualquier humano es
abismal, incluso para el super entrenado Kasparov, pero siempre
quedó por resolver el problema más difícil,
el de generar programas "inteligentes" capaces de valorar
posiciones y estrategias y así estar a salvo de las "trampas"
de los jugadores humanos.
Las máquinas más primitivas, por ejemplo, eran
humilladas fácilmente por su tendencia a valorar posiciones
de acuerdo a la cantidad de piezas. Bastaban entonces torpes
sacrificios para obtener posiciones ventajosas y ganarles. Esta
complicación le ha hecho perder partidas incluso a Deeper
Blue y a su antecesora Deep Blue de forma infantil, a pesar de
la apabullante capacidad de cálculo. La limitación
de esta dificultad de las máquinas fue disminuyendo al
mismo tiempo que crecía la capacidad de cálculo
y otras posibilidades que permitieron mejores evaluaciones a
la hora de decidir la jugada a realizar.
Los rivales de las máquinas, o sea los humanos, al principio
las desdeñaban. Cuando los primeros maestros comenzaron
a perder partidas fue que se empezó a valorar, desde el
ambiente ajedrecístico, otra circunstancia: ¿Cómo
se debe jugar contra una máquina? Ya no servían
las "trampas" infantiles y además se sumaba
el hecho de la ausencia del rival humano (con sus gestos, manías
y miradas) que provocaba un problema psicológico a resolver.
Daniel King, en su libro, ahonda en este tema y buena parte de
sus reflexiones en torno al match Deeper Blue-Kasparov tienen
que ver con este hecho psicológico. No en vano Kasparov
exigió en Nueva York, entre tantas cosas, que uno de los
integrantes del equipo de IBM se sentara frente a él.
Apuntes sobre Nueva
York
El match de Nueva York
tuvo bastantes diferencias con los largos encuentros a los que
Kasparov está acostumbrado (desde los tiempos de su rivalidad
con Karpov). Era a seis partidas, él no conocía
el nivel de juego de Deeper Blue y su preparación fue
bastante "a ciegas". Por otro lado, la máquina
estaba preparada para jugar contra el campeón: conocía
todas sus partidas, sus habilidades y también debilidades.
Así y todo sucedieron cosas sumamente curiosas.
En la primera partida,
Garri venció de manera aplastante y utilizando un "as"
en la manga desconocido en el campeón: sacó a la
máquina de la teoría de aperturas y la llevó
a un terreno posicional en el que ella cometió graves
errores. En la segunda, tal vez la más dramática,
Kasparov con negras jugó una defensa muy pasiva y el juego
posicional de Deeper Blue lo sorprendió y lo llevó
a una posición delicadísima. Increíblemente
el campeón abandonó en el momento que tenía
una jugada que llevaba inexorablemente a tablas.
Allí se derrumbó
psicológicamente y llegó a decir a la prensa que
había una "mano humana" detrás de esa
partida. "Es la mano de Dios", dijo, ironizando la
supuesta similitud del gol de Maradona a Inglaterra. Las tres
partidas siguientes mostraron la fortaleza de Garri, la misma
que tuvo para dar vuelta un cinco a cero con Karpov en los años
ochenta. Jugó en su estilo más duro, obtuvo tres
tablas y dejó escapar algunas líneas comprometedoras
que le podían dar alguna luz de un triunfo. Fue conservador
y lo pagó caro: algunos especialistas analizarían
que no había podido superar el traspié de la segunda
partida. Cuando llegó la última partida, preparado
para dar el golpe de gracia, Kasparov jugó una línea
poco practicada en torneos y la máquina lo volvió
a sorprender.
Contra todos los pronósticos Deeper Blue realizó
un sacrificio dudoso (jamás una máquina había
hecho eso antes) y la sorpresa llevó a Garri a cometer
un error infantil con el que perdió la partida en menos
de veinte jugadas. Fue el final: Kasparov se retiró humillado
del salón donde se disputaba la partida no sin antes dejar
un par de frases célebres.
Garri, el megalómano
La megalomanía
entre los ajedrecistas es un mal muy común y la posee
también Kasparov (sólo vale recordar que escribió
una autobiografía cuando tenía 24 años),
quien suele sentenciar disparates, y no sólo en el terreno
ajedrecístico, con demasiada asiduidad. "Les aseguro
a todos los aquí presentes", dijo Garri cuando
acababa de perder el match, "que si Deeper Blue comienza
a participar en el ajedrez competitivo les garantizo que la haré
pedazos". ¿Mal perderdor? No es tan simple para
alguien que afirmó alguna vez que él defendía
a la humanidad entera cuando se enfrentaba contra una máquina
en una partida de ajedrez, y que el día que fuera vencido
sería un día de luto para la civilización.
Lo cierto es que el match de Nueva York fue histórico,
pero no se debe de ninguna manera magnificar el resultado. Sería
caer en el mismo juego verbal y poco reflexivo de Kasparov.
Si jugaran otra vez seguramente el campeón tenga altas
probabilidades de derrotar a Deeper Blue (o a un procesador similar
o superior), ya que ha aprendido una buena lección de
cómo se debe jugar contra una máquina. Es una lástima
que la IBM haya declinado darle una revancha a Kasparov, dato
que pasó desapercibido para la opinión pública
y para las agencias de prensa.
Varias preguntas quedan sin resolver, en especial ciertas garantías
que Kasparov pidió en el caso de un nuevo match. Eso sí,
ajedrecísticamente, como señala Daniel King en
su libro, fue un encuentro "curioso", con "alternativas
cambiantes" y que "no alcanza para medir la
capacidad de Deeper Blue". El sueño de dominar
definitivamente al ajedrez está demasiado lejos, así
como el de los que han teorizado hasta el hartazgo de que se
ha avanzado en el camino de lograr la llamada "inteligencia
articifial".
Vale dejar para el final uno de los más sensatos pensamientos
de Garri Kasparov en torno a este problema de jugar contra las
máquinas. No hay que olvidar que él mismo vaticina
que el futuro del ajedrez pasará por la cibernética,
que desde hace más de quince años se vale de la
computación para entrenarse y manejar gigantescas bases
de datos y tampoco que tiene una página web propia.
"Una computadora necesitaría escribir un poema
o una sinfonía, o incluso un chiste o una novela capaz
de hacer llorar, para convencerme de de su capacidad potencial
de ganar a un gran maestro de ajedrez".
Claro, esto lo dijo hace diez años. "Y si lo pudiera
hacer", continuaba el gran maestro, "¿sería
el fin del ajedrez? ¿Destruiría el monstruo al
juego haciéndolo previsible y, por lo tanto, eliminando
el misterio? Lo dudo. El Everest no es menos bello o atractivo
para el hombre porque un avión pueda volar más
alto. La batalla más grande es siempre la del hombre contra
sí mismo".
*Publicado originalmente en Insomnia
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