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KASPAROV, GARRI - DEEPER BLUE - MÁQUINAS DE AJEDREZ - AJEDREZ - HUMANO VS. COMPUTADORA -

Garri, un guerrero sin revancha*

Gabriel Peveroni

Pese a esta singular obsesión humana de intentar "domesticar" el juego, a finales del siglo XX sólo se puede hablar que existen fuertes estudios sobre la teoría de aperturas y sobre posiciones genéricas de finales... pero después la mano del ajedrecista-artista es la que define un estilo y la que gana partidas, torneos y campeonatos mundiales

En el match que disputaran en 1997 en la ciudad de Nueva York, el procesador Deeper Blue de IBM venció al campeón mundial de ajedrez Garri Kasparov por un tanteador de 3.5 a 2.5. La derrota de Kasparov provocó una conmoción mundial que el ajedrez no vivía desde los tiempos del encuentro en Islandia entre el norteamericano Bobby Fischer y el soviético Boris Spassky. Pero esta vez, muchos escribas confundidos y desconocedores de los secretos del juego arriesgaron conceptos sobre la inteligencia artificial y la supremacía de la máquina sobre el hombre que resultan en su mayoría por lo menos exagerados. Lo cierto es que Deeper Blue no dará revancha a Kasparov y es ya tiempo para analizar más fríamente algunas intimidades del famoso match.


El ya mítico match disputado en Nueva York entre Deeper Blue (el promocionado procesador de IBM) y el campeón mundial de ajedrez Garri Kasparov, en el que este último fue derrotado por una diferencia mínima y con algunos contratiempos extraños en un campeón de su jerarquía, dio pie a infinidad de escritos pseudo filosóficos sobre el manido tema "hombre vs. computadora" que tienen como héroe a la máquina y han visto su triunfo como un hito en la historia de la ciencia.

Pero también aparecieron materiales técnicos que esclarecen un poco las viscisitudes de ese encuentro desde un punto de vista ajedrecístico y que informan al público en general de la verdadera y tormentosa relación entre los grandes ajedrecistas y las computadoras.

Uno de ellos es el libro Kasparov contra Deeper Blue, escrito por el gran maestro de ajedrez norteamericano Daniel King.

El novelista Vladimir Nabokov, para no citar a un ajedrecista (que para la opinión pública parecen ser los menos idóneos para opinar de este tema que tanto les obsesiona), afirmó en cierta oportunidad que "los problemas de ajedrez exigen las mismas virtudes que caracterizan a todo arte digno de consideración: originalidad, inventiva, concisión, armonía, complejidad y una espléndida falta de sinceridad".

Esta recurrencia de considerar al ajedrez un arte en sí mismo se ha dado históricamente y son muchos los especialistas y jugadores que han teorizado sobre el tema. Lo cierto es que el llamado juego ciencia ha tenido desde finales del siglo XIX un desarrollo a nivel teórico que ha hecho crecer infinitamente la distancia entre un simple aficionado y un jugador profesional.

Manuales sobre aperturas, estudios de finales y análisis sobre técnicas de juego se han publicado por centenares y continuamente el estudio "científico" del ajedrez genera novedades que se ponen en práctica en torneos y que en ocasiones refutan líneas de juego anteriores. Pese a esta singular obsesión por intentar "domesticar" el juego, a finales del siglo XX sólo se puede hablar que existen fuertes estudios sobre la teoría de aperturas y sobre posiciones genéricas de finales... pero después la mano del ajedrecista-artista es la que define un estilo y la que gana partidas, torneos y campeonatos mundiales. O la mano de un procesador como Deeper Blue.

El caso de Garri Kasparov, sucesor de Anatoli Karpov en el trono de rey del ajedrez mundial, es el de un jugador brillante que reúne en su estilo dos virtudes que la mayoría de las veces no tienen a la vez los grandes jugadores: un insuperable dominio de la táctica y el juego combinatorio (Garri es casi invencible en juegos abiertos) y una sólida visión de la estrategia posicional.

Puede decirse, sin que esto sea un exabrupto, que Kasparov tiene la sangre caliente de Alekhine y el genio científico de Capablanca. Y es a él, al que muchos consideran el mejor jugador de todos los tiempos, a quien le tocó vivir -como campéon mundial- el avance implacable como rivales en el juego de los programas informáticos de ajedrez.

¿Cómo juegan las computadoras?

Los investigadores en computación desde los primeros tiempos vieron al ajedrez como un terreno de experimentación. Newell, uno de los pioneros en "inteligencia artificial", decía ya en 1958 que "el ajedrez era el juego intelectual por excelencia. Si se pudiera diseñar una máquina de ajedrez eficiente, podríamos decir que habríamos penetrado en el núcleo del comportamiento humano".

El estudio de la tecnología ajedrecística, por citar un caso, permitió al ex campeón del mundo y científico soviético Mijail Botvinnik a finales de los 60 resolver complejísimos problemas de la planificación industrial en la antigua Unión Soviética a través de la informática. Son muchos los casos similares, pero el nudo de la cuestión siempre estuvo en cómo desarrollar un programa competitivo de ajedrez, tarea tan difícil como generar programas de traducción de idiomas, por ejemplo.

Las primitivas máquinas de ajedrez perdían fácilmente contra cualquier aficionado. Pero el tiempo pasó y la capacidad de cálculo de los ordenadores permitieron crear verdaderos monstruos (como el caso de Deeper Blue), capaces de analizar dos millones de jugadas por segundo. La distancia contra cualquier humano es abismal, incluso para el super entrenado Kasparov, pero siempre quedó por resolver el problema más difícil, el de generar programas "inteligentes" capaces de valorar posiciones y estrategias y así estar a salvo de las "trampas" de los jugadores humanos.

Las máquinas más primitivas, por ejemplo, eran humilladas fácilmente por su tendencia a valorar posiciones de acuerdo a la cantidad de piezas. Bastaban entonces torpes sacrificios para obtener posiciones ventajosas y ganarles. Esta complicación le ha hecho perder partidas incluso a Deeper Blue y a su antecesora Deep Blue de forma infantil, a pesar de la apabullante capacidad de cálculo. La limitación de esta dificultad de las máquinas fue disminuyendo al mismo tiempo que crecía la capacidad de cálculo y otras posibilidades que permitieron mejores evaluaciones a la hora de decidir la jugada a realizar.

Los rivales de las máquinas, o sea los humanos, al principio las desdeñaban. Cuando los primeros maestros comenzaron a perder partidas fue que se empezó a valorar, desde el ambiente ajedrecístico, otra circunstancia: ¿Cómo se debe jugar contra una máquina? Ya no servían las "trampas" infantiles y además se sumaba el hecho de la ausencia del rival humano (con sus gestos, manías y miradas) que provocaba un problema psicológico a resolver. Daniel King, en su libro, ahonda en este tema y buena parte de sus reflexiones en torno al match Deeper Blue-Kasparov tienen que ver con este hecho psicológico. No en vano Kasparov exigió en Nueva York, entre tantas cosas, que uno de los integrantes del equipo de IBM se sentara frente a él.

Apuntes sobre Nueva York

El match de Nueva York tuvo bastantes diferencias con los largos encuentros a los que Kasparov está acostumbrado (desde los tiempos de su rivalidad con Karpov). Era a seis partidas, él no conocía el nivel de juego de Deeper Blue y su preparación fue bastante "a ciegas". Por otro lado, la máquina estaba preparada para jugar contra el campeón: conocía todas sus partidas, sus habilidades y también debilidades. Así y todo sucedieron cosas sumamente curiosas.

En la primera partida, Garri venció de manera aplastante y utilizando un "as" en la manga desconocido en el campeón: sacó a la máquina de la teoría de aperturas y la llevó a un terreno posicional en el que ella cometió graves errores. En la segunda, tal vez la más dramática, Kasparov con negras jugó una defensa muy pasiva y el juego posicional de Deeper Blue lo sorprendió y lo llevó a una posición delicadísima. Increíblemente el campeón abandonó en el momento que tenía una jugada que llevaba inexorablemente a tablas.

Allí se derrumbó psicológicamente y llegó a decir a la prensa que había una "mano humana" detrás de esa partida. "Es la mano de Dios", dijo, ironizando la supuesta similitud del gol de Maradona a Inglaterra. Las tres partidas siguientes mostraron la fortaleza de Garri, la misma que tuvo para dar vuelta un cinco a cero con Karpov en los años ochenta. Jugó en su estilo más duro, obtuvo tres tablas y dejó escapar algunas líneas comprometedoras que le podían dar alguna luz de un triunfo. Fue conservador y lo pagó caro: algunos especialistas analizarían que no había podido superar el traspié de la segunda partida. Cuando llegó la última partida, preparado para dar el golpe de gracia, Kasparov jugó una línea poco practicada en torneos y la máquina lo volvió a sorprender.

Contra todos los pronósticos Deeper Blue realizó un sacrificio dudoso (jamás una máquina había hecho eso antes) y la sorpresa llevó a Garri a cometer un error infantil con el que perdió la partida en menos de veinte jugadas. Fue el final: Kasparov se retiró humillado del salón donde se disputaba la partida no sin antes dejar un par de frases célebres.

Garri, el megalómano

La megalomanía entre los ajedrecistas es un mal muy común y la posee también Kasparov (sólo vale recordar que escribió una autobiografía cuando tenía 24 años), quien suele sentenciar disparates, y no sólo en el terreno ajedrecístico, con demasiada asiduidad. "Les aseguro a todos los aquí presentes", dijo Garri cuando acababa de perder el match, "que si Deeper Blue comienza a participar en el ajedrez competitivo les garantizo que la haré pedazos". ¿Mal perderdor? No es tan simple para alguien que afirmó alguna vez que él defendía a la humanidad entera cuando se enfrentaba contra una máquina en una partida de ajedrez, y que el día que fuera vencido sería un día de luto para la civilización.

Lo cierto es que el match de Nueva York fue histórico, pero no se debe de ninguna manera magnificar el resultado. Sería caer en el mismo juego verbal y poco reflexivo de Kasparov.
Si jugaran otra vez seguramente el campeón tenga altas probabilidades de derrotar a Deeper Blue (o a un procesador similar o superior), ya que ha aprendido una buena lección de cómo se debe jugar contra una máquina. Es una lástima que la IBM haya declinado darle una revancha a Kasparov, dato que pasó desapercibido para la opinión pública y para las agencias de prensa.

Varias preguntas quedan sin resolver, en especial ciertas garantías que Kasparov pidió en el caso de un nuevo match. Eso sí, ajedrecísticamente, como señala Daniel King en su libro, fue un encuentro "curioso", con "alternativas cambiantes" y que "no alcanza para medir la capacidad de Deeper Blue". El sueño de dominar definitivamente al ajedrez está demasiado lejos, así como el de los que han teorizado hasta el hartazgo de que se ha avanzado en el camino de lograr la llamada "inteligencia articifial".

Vale dejar para el final uno de los más sensatos pensamientos de Garri Kasparov en torno a este problema de jugar contra las máquinas. No hay que olvidar que él mismo vaticina que el futuro del ajedrez pasará por la cibernética, que desde hace más de quince años se vale de la computación para entrenarse y manejar gigantescas bases de datos y tampoco que tiene una página web propia.

"Una computadora necesitaría escribir un poema o una sinfonía, o incluso un chiste o una novela capaz de hacer llorar, para convencerme de de su capacidad potencial de ganar a un gran maestro de ajedrez".

Claro, esto lo dijo hace diez años. "Y si lo pudiera hacer", continuaba el gran maestro, "¿sería el fin del ajedrez? ¿Destruiría el monstruo al juego haciéndolo previsible y, por lo tanto, eliminando el misterio? Lo dudo. El Everest no es menos bello o atractivo para el hombre porque un avión pueda volar más alto. La batalla más grande es siempre la del hombre contra sí mismo".


*Publicado originalmente en Insomnia

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