La transmigración, la familiar
metempsicosis de Rubén Darío, de
Herrera y Reissig y de
Jorge
Luis Borges, vuelve a ser escritura en Cielo ½, fabuloso
espacio de traducción -de desamarre- de las señas y los señuelos
de identidad.
Curioso título,
Cielo ½, en que un número quebrado es arrojado a los ojos de
lectores -nosotros- gobernados por innúmeros porcentajes y
rankings, que a diario vienen a dar fe de la solidez de nuestro
puesto en el mundo.
Formidable tapa dibujada por Óscar Larroca, en donde un rostro
desollado enseña una anatomía que también es una cartografía de
ríos y riachuelos, mientras un doble perfil y una mitad de dos
componen la insuperada y burlada unidad, la del mirar ciclópeo.
Pasmosa obra, este Cielo ½ que Amir Hamed presenta bajo
la forma de seis álbumes cuya desmentida blancura se espesa en
dioses, bichos, héroes y amigos, fundando así una fratría que
campea desde el Ganges hasta el Olimar, desde las orillas del
Nilo hasta el balneario Las Flores, desde la cinco veces
milenaria Homs hasta el Chuy.
Álbum a álbum, ciudades, pirámides, ríos y calles de esta vasta
toponimia terrenal van narrando las camadas de mitos e historias
que las fueron construyendo y elevando hasta constelar ese cielo
abigarrado que hoy se nos ofrece para que nos traduzcamos: para
que traicionemos y reavivemos el legado. Porque Cielo ½,
mentida autobiografía y veridiquísima ficción de ficciones,
puede ser leída, sobre todo, como una desaforada traducción, o
como una anhelada metempsicosis a través de la cual la
civilización vuelve a acontecer, engarzada en letra, escritura,
historia, nombre, mito.
Véase: “En Homs, en cuyos cimientos se encripta la Emesa cuyo
tesoro resignó Zenobia, vencida fuera de los muros por
Aureliano, te detuviste a merendar una vez y a desayunar otra.
El parentesco de sus batallones de tiendas, atrincherados en
cortinas metálicas, con los surtideros de bagallo que apacientan
en el Chuy los palestinos, lo mismo que el de sus veredas, donde
en diminutos bancos departen, sorben café o desplazan fichas
sobre tableros los comerciantes, en nada haría sospechar al Baal
emesio, adorado por las legiones cónico y en una piedra negra,
hendida por marcas indefinibles que se entendía eran la
escritura del dios y mudado a Roma en el 218 cuando su sacerdote
de 14 años de edad, Vario Avito, fuera proclamado emperador bajo
el nombre de Marco Aurelio Antonino Bassiano.” (pág. 326-327)
Estas líneas se ubican cerca del fin de la narración y retoman
un viaje a Siria que había inaugurado el libro. Desde 2012, la
prensa nos tiene familiarizados con Homs, o con el nombre Homs y
con las toneladas de bombas que sobre esta ciudad caen
–“batallones de tiendas, atrincherados en cortinas metálicas”
escribe, anacrónico y actual, Amir Hamed. La cinco veces
milenaria Homs, traducida por Hamed en el Chuy de los
palestinos, es también la Emesa griega y es la cuna del
emperador romano Vario Avito, sirio hijo y nieto de sirias,
efebo titular de un reguero de nombres que fue tomando,
abandonando, recibiendo y transmutando. La Homs de la prensa
noticiosa de 2013 y del personaje de Cielo ½, también,
integra el reino de Baal, divinidad adorada por caldeos,
ugaríticos, canaaneos, cartagineses, filisteos y hebreos, bajo
los declinados nombres de Baal-Melqart, Baal-Hammon, Baal-Shamash
y Baal-Safón, divinidad identificada en Egipto con Seth, entre
los griegos con Zeus, con Júpiter entre los romanos, aunque
también con Cronos y Uranos, pero asimismo reconocida como Bel,
Moloch y Heliogábalo, tal como no permite ignorarlo el “índice
onomástico” que provee Cielo ½.
Un lector discretamente instruido puede ser ducho en las
conversiones greco-romanas, por las que se pasa de Hefestos a
Vulcano o de Zeus a Júpiter; con Amir Hamed, el terreno de juego
se expande y en el panteón celestial los dioses multiplican sus
pasos y sus apelativos: Astarté, ‘Attart, ‘Athtart, ‘Ashtart,
Ishtar, Afrodita, Venus Erycina, Anath, Ashirah, Atargatis.
Ante tal imparable procesión de traducciones, de
transmigraciones de dioses y de seres que fugazmente nos prestan
sus nombres para que en ellos nos miremos ¿quién querría decir
“yo”? Por cierto, no lo quiere el narrador de
Cielo ½ que
cuenta la historia de un “tú”, es decir, de una forma cortés y
cercana erigida por un “yo” que se espeja en su más apropiado
otro. Véase el íncipit del libro y su instantáneo despliegue de
espejos: “Usted es de por acá, ¿verdad?, te dijo el guía poco
antes de abandonarte a un emporio de piedras vertiginosas,
esparcidas como meteoritos en los márgenes de santuarios
afanados en calibrar el paso deshidratado de la gente contra la
huella desaforada de los dioses. De costumbre, en esos parajes
aporreados por el sol, te hacen escandinavo o germano, cuando no
crasamente yanqui, e intentan estafarte.” (pág. 7)
(En obras anteriores, Amir Hamed ha incursionado con pareja
felicidad en esos juegos en que la fratría se substancia y los (pro)nombres
bailan: recuérdese por ejemplo “Mixed Emotions” (en
Buenas
noches, América) en que un narrador cuenta un episodio -una
noche bolichera con un amigo en Montevideo- durante el cual el
amigo le cuenta cierta peripecia vivida junto a un veterano de
guerra, en Chicago. Este cuento también espejea y destella:
quien oficia de narrador, y nos hace oír la historia chicaguense
tiempo atrás oída de boca de su amigo, guarda varios parecidos
con un amigo del autor del libro. Autor para esta ocasión
devenido personaje casi secundario de la narración del otro, de
su amigo.)
Así vistas las cosas -una vez postulado el mundo
como incontinente traducibilidad de dioses, héroes, hombres,
ciudades, biografías, bichos y chiches-, “la identidad”, ya sea
individual, social, sexual, regional o nacional, sale bastante
maltrecha, ajenizada por los movimientos migratorios en que una
y otra vez no cesa de reformularse, llevada sin cesar a un más
allá en que vuelve a configurarse. Ignorando cualquier
enquistamiento identitario, que supusiera atenerse a colores y
camisetas locales, la narración de Amir Hamed hace fluir
historias universales, en una salvífica soberbia que no admite
ocupar el puesto del “diverso” o del provisto de “cultura
propia” (“folklore”), ni de “transcultura”, ni de
“subalternidad”, ni de cualquier otra prótesis que, en nombre de
supuestos e insalvables particularismos autóctonos, nos privase
del ilimitado ejercicio de la traducción, con el que
participamos en la universalidad del universo. Por cierto, esto
no impedirá que las historias venidas de allende el océano se
cuenten con palabras de otras lejanías, como la exquisita y
cantarina “pipil”, traída por el narrador de Cielo ½
desde República de El Salvador, tierra visitada y evocada,
aunque nunca nombrada bajo ese nombre: “Por esto, que de
pipilito de ocho meses estrangule con sus manos las dos
serpientes que le envía Hera, esa contrafaz griega y madrastra
que le negó el pecho y le da nombre, apenas está señalando un
estrangulamiento de orígenes.” (p. 253) Heracles, poderoso
infante de ocho meses, Heracles pipilito: la traducción de aquel
mundo por este no se detiene.
Esta salvífica
soberbia que, recogiendo palabras, deambula por unos cuantos
milenios hechos mito e historia, se acrecienta con la
singularidad de una voz narrativa que puede encontrar sentidos
todavía inéditos en relatos archi conocidos. Véase: “Es entonces
que Homero te entera de por qué dicen a Odiseo el último héroe
al ras: mientras los reyes argivos se rendían a la pretensión de
Helena y por ello, juramentados por Tíndaro, se obligaron a su
rescate fantasma, Odiseo percibe a la prima de la cortejada, a
Penélope, a cuya sensatez se aferra, y cuya sensatez desposa (su
prudencia la hace desconfiar de fantoches, incrédula de que ese
mendigo que masacra pretendientes pueda ser su esposo; se sabe
viuda y solo cuando sea el último pretendiente en pie podrá
proclamarlo marido y Odiseo.” (pág. 303)
Ahora bien, ¿en virtud de qué, más allá de su ejercicio
sistemático, puede decirse que Cielo ½ tiene la
traducción como política y la metempsicosis por anhelo? Una
respuesta posible tiene que ver con una decisión, puesta en acto
por Amir Hamed y su fratría, de instituir la escritura como el
único lugar que, en vida, concede experimentar lo ausente, o el
único lugar de vida que concede la migración hacia otras almas,
esa forma casi perfecta de traducción que desbarata identidades
y estropea patriotismos, instituyendo al espíritu (al fantasma)
como modelo refinado de ciudadanía cosmopolita. Ciertamente, no
es casual que en Cielo 1/2 los espacios y los tiempos
surcados sean los de Mesopotamia, Palestina, Siria, Líbano,
Egipto; Mesopotamia de las primeras escrituras, Mesopotamia de
las tablillas de arcilla abarrotadas de textos cuneiformes, cuya
destrucción y saqueo en la “guerra de Iraq” cumplen con los
protocolos que Hamed refiere en
Mal y Neomal.
En épocas en que el conocimiento y sus lugares -la escritura, el
libro, la escuela- son carcomidos por el sinsentido o
colonizados por la trivialidad, Cielo ½ hace obra
disidente, política.
Copioso autor, Amir Hamed, enciclopédico y ciclópeo, de ciclos
que abarcan también (y podría conjeturarse que escribe
bajo el régimen del “también” -y no del “más”-: bajo el régimen
de la inclusión selectiva del “bien” en el “tan”) un fraseo y un
vocabulario domésticos, que sospechamos casi arrumbado entre
nosotros y que place volver a oír: “A veces, de tan fajado por
cataplasmas, el osito te quedaba mómico”.
(La singularidad de Amir Hamed incluye una coincidencia
extravagante: muchos años antes de que el porno para damas
Fifty Shades of Grey fuera un millonarísimo best-seller
sobre sumisión femenina,
Hamed hizo de “Shade” un pseudónimo que el narrador inventa para
Mónica, protagonista de Semidiós y voluntariosa
practicante del sadomasoquismo: “Shade. Nombre neutro, que no
especifica, si alguien así lo prefiere, el sexo, y que era
epítome del gótico que adoraban esos chatistas. Me sentía a
gusto proyectándole fantasías a Shade, príncipe o princesa de lo
sombrío, y debo aclarar que, en aquel primer nivel, la cosa fue
un éxito”. Por cierto, en cuanto al resto, poco tiene que ver el
porno bien dosificado de Fifty Shades of Grey con
Semidiós, áspero relato sobre la autoría, la autoridad, la
entrega, la mortificación de la carne y la escritura, entre
otras cuestiones.)
Pero por sobre todo, en Amir Hamed, la erudición indisimulable y
la convicción aplomada suenan en una voz narrativa
extraordinariamente bella, capaz de arrancar destellos inéditos
a las palabras y al mundo: “El ansia de playa es también ansia
de noche, que por allá es más antigua, más íntegra en su preñez
de luces como natas. Sus astros tienen otra gravitación: son
capaces de descorrer el entramado al que por milenios han
apuntado los dedos de los niños, de los sacerdotes y de cada una
de las gentes que han hecho del mundo mito y del mito esa
urdimbre indiscernible, millonaria en nudos, en la que lo
verídico a un tiempo se oculta y reverbera. El firmamento te
sorprende con estelas pero también con cuerpos inquietos que
reemplazan los que creías haber advertido una noche atrás.
Asalta allí en lo oscuro la fantasmagoría con la que cada
cosmos, paso a paso, ha ido descorriéndose, es decir,
fabulándose.” (p291)