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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



LITERATURA - INDUSTRIA CULTURAL -


Melancolía del escritor como héroe*

Manuel García Viñó

 

 

Se habla de industria cultural, pero lo que manda, lo que define, es solamente la industria. ¿Se ha traspasado algún umbral significativo con el derrumbe del arte y la literatura serios, y la sustitución del espíritu y la mente por el reconocimiento  mediático y la ganancia? En cualquier caso, el resultado es la desaparición de los intelectuales y los artistas, eclipsados por los diletantes y los mercaderes

La que se llama novela moderna, la que nace con el Quijote, se inserta en un camino que es único y el mismo desde la fábula oral. Genios como Flaubert y Dostoievsky posibilitan que, en el siglo XX, el más intelectual de la historia, ese camino se bifurque en dos. Como no es el tema de este artículo, diré simplemente que esos dos caminos, válidos ambos en el sentido de que los dos responden a preocupaciones espirituales de su tiempo, son la novela intelectual (Huxley, Mann, Camus, Hesse...) y la novela estética (Faulkner, Virginia Woolf, Claude Simon, Michel Butor, Max Frish...), que a veces se funden, sobre todo en obras como El empleo del tiempo, No soy Stiller, La revuelta, La ternura del hombre invisible...). No he de decir que, salvo en casos muy extremos -Robbe-Grillet, Samuel Becket, Claude Ollier, Pinget- es muy difícil encontrar el producto químicamente puro, especialmente en la segunda tendencia.

¿Que ha pasado después? Yo no sé qué ha pasado en otros lugares, pero sí lo que ha pasado en España donde, en contra de lo que pudiera parecer y lo que cabría esperar, en lo que a literatura se refiere, ha sido menos traumática la guerra civil, tan trágica, que la transición de la dictadura a la democracia. Salvo en el enfoque de algunos temas -y el tema nunca es literariamente determinante-, no hay ruptura entre las novelas de Sender, Aub, Barea, Serrano Poncela, etc. y las de Castillo Puche, Matute, Laforet o Aldecoa.

Con el advenimiento de la democracia, sí se produce un cambio brusco que me atrevo a calificar de caída. A la novela metafísica, la novela social y la novela experimental, cuyas manifestaciones, de hecho, no dejan de producirse, pero sí son marginadas, sucede, con todo los atributos de una moda de seguimiento obligatorio, "una novela menor, como ha escrito Antonio Enrique en su excelente Canon heterodoxo, de intriga policíaca", la cual, a través del marketing llevado a cabo por la industria cultural, se impone al público y, lo que es mucho peor, a los escritores. Incluso aquéllos que podríamos considerar serios, esto es, los que actúan al margen del sistema de la industria cultural y no contribuyen a que el libro, de valor de uso, pase a ser valor de cambio, contribuyen a la decadencia, desde el momento en que irrumpen muy pendientes de seguir las huellas del boom de la narrativa suramericana y, en vez de fijarse en Cortázar y Sábato, profundos, lo hacen en Vargas Llosa y García Márquez, superficiales y lúdicos. La "manía" española de dar al lenguaje un carácter capital que no tiene en la composición de una novela, ya venía de Cela y sus epígonos y panegiristas.

En medio de este panorama someramente descrito, para unos pocos, entre los que me cuento, ha representado como un resplandor inaugural la aparición de un relato de Miguel Baquero, Matilde Borge, aviador (Ed. Libro-Hobby). El teniente Borge, combatiente en el ejército republicano y autoexiliado en Francia desde el final de la guerra, vuelve a Madrid de vez en cuando, ya en democracia, y se relaciona, entre otros miembros de su familia, con dos: un sobrino perteneciente a la generación de los que no fueron a la guerra, que conserva el espíritu de lucha y milita en el partido, y el narrador, hijo de este último. Sin truculencias, el autor nos hace ver, a través de breves evocaciones, que la vida de los dos primeros, en las que brilla el idealismo por encima de cualquier otro valor, no ha sido fácil. Sus hechos pasados, que va conociendo por referencias de los propios protagonistas o de otros, y sus palabras "presentes" le hacen pensar y comparar las generaciones de aquéllos con la suya, indolente, descomprometida, que todo lo banaliza.

Por eso, aun sin captar en seguida de dónde viene, lo primero que advierte el lector, junto al pulso narrativo y el buen estilo, es una profunda melancolía, una nostalgia, cuyo por qué descubrirá en las páginas finales. Hábilmente, Miguel Baquero le pone delante unos encuentros, unos contrastes... Y así, poco a poco, le lleva a descubrir que el principal personaje de la historia no es el que da título al libro; mucho menos, el padre. El personaje central es el narrador, que toma a los otros como espejos a los que interroga o, más bien, en los que se interroga. Aquellos dos personajes, pertenecientes a generaciones que, de una u otra forma, se jugaron la vida luchando por un mundo mejor, le hacen, sin proponérselo, comprender el vacío de su generación: la generación que, volviendo a lo que decíamos al principio, en lo que a la literatura narrativa se refiere, "alumbró" la novela de peripecia y de tema, sin fondo, sin ideas, la novela de la banalidad que hoy nos inunda por todas partes. Y entonces, contemplado el vacío, que no es su vacío, puesto que él es capaz de estas reflexiones, pero que le arrastra, llega a sentir, por encima de la nostalgia, envidia, una sana envidia no ya de la vida o la escala de valores de los otros, sino hasta de su dolor, de su sufrimiento, porque, dice en frase decisiva, por lo menos ellos "eran protagonistas de su tiempo".

Tal vez nuestro tiempo no tenga protagonistas. Pero, de tenerlos, ¿quiénes serían? Sin duda, los mercaderes y los payasos. No me cabe duda de que Miguel Baquero, que conoce bien la historia de la novela contemporánea, al tiempo que envidia, como hombre, a los combatientes idealistas, como escritor envidiará a aquéllos que concedían a la novela un papel de instrumento para el conocimiento del hombre y para la transformación del mundo. Del escritor como héroe se ha hablado en alguna ocasión. Si se recuerdan aquellos libros de Abellio, de Sartre y Simone de Beauvoir, de Camus, Weidlé, Albéres, Grenzmann, etc. de los que emergía el concepto que del escritor, del novelista, que se tenía en las décadas de los 50 y los 60 y se compara con la figura del inquilino permanente de las listas de bestsellers, protagonista de todos esos saraos culturales que se consideran mediáticos, concluiremos forzosamente que, en efecto, se ha producido una caída.
 

* Publicado originalmente en <www.lafieraliteraria.com/>
 

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