Operación prestigio
El dato asombroso de
Viñas de ira fue que Zanuck, después de
la compra, haya conseguido la aprobación del banquero
Winthrop Aldroch, integrante del Directorio de Chase Manhattan
Bank y respaldo obligado para las operaciones de la 20th Century
Fox. La novela constituía una larga acusación contra
los bancos que despojaron a los campesinos de sus tierras, pero
Zanuck consiguió el apoyo bancario para hacer la película.
Esa paradoja culminó en el gran estreno neoyorquino de
1940, cuando tras una cena de gala Zanuck ofreció la película
al aplauso o al aburrimiento de quienes habían sido, poco
antes, los villanos o los beneficiarios de un drama histórico.
Tanto Nunnally Johnson
como John Ford objetaron ese marco frívolo organizado
por Zanuck, pero éste sabía lo que hacía.
Razonó que esa película de contenido auténtico
y de clara virtud formal necesitaba un marco de prestigio y un
elogio de las más altas esferas del poder económico
y político.
Es cierto en cambio
que Johnson y Zanuck se habían preocupado antes de atenuar
muchos datos críticos de la novela, como algunas prácticas
comerciales, los procedimientos inescrupulosos de vendedores
y compradores de vehículos, las rebajas compulsivas de
salarios a esos proletarios errantes, la represión policial,
la burla a los fanáticos religiosos. El acento de la adapatación,
en grado mayor al de la novela, fue puesto sobre el predicamento
de la familia Joad, amenazada por la muerte y la dispersión
como corolario de su viaje.
La desiganción
de John Ford como director obedeció también a ese
criterio. Veinte años después, preguntado por Peter
Bogdanovich sobre entretelones de su carrera, Ford contestó:
"Todo el asunto me atraía, porque era sobre gente
simple y porque el argumento era similar al de la hambruna en
Irlanda, cuando expulsaron a la gente de sus tierras y la empujaron
a morirse de hambre en los caminos. Eso puede haber importado
-es parte de mi tradición irlandesa- pero me gustó
la idea de esta familia que sale a tratar de conseguir su camino
en el mundo"
El hecho era que Viñas
de ira pareció desde el comienzo un tema pensado para
John Ford, quien nunca puso la firma en sus libretos pero siempre
prefirió retratar, con enorme sensibilidad, las tensiones
de pequeños grupos humanos ante la adversidad.
Autores varios
Pero en ese punto Viñas
de ira aporta un notable material para la frecuente difusión
sobre el autor cinematográfico. La revisión de
la película (que hoy
es conseguible en video, con subtítulos en castellano) impresiona ante todo por la
dramática belleza de las imágenes obtenidas por
Gregg Toland, poco antes de otras labores que inscribían
su nombre en la historia del cine (Hombres de mar, El
ciudadano).
La revisión prueba
también la mano de John Ford como director. En el manejo
de intérpretes, nunca Henry Fonda, Jane Darwell, John Carradine
(como Casey) o John Qualen (como Muley) compusieron personajes
tan íntegros e intensos. Como lo demostró con abundancia
en su carrera, Ford tenía un especial talento para concentrar
un diálogo o una situación con una frase lacónica
o con una imagen muda.
Poseía una singular intuición para colocar la cámara
donde rindiera el punto de vista de un personaje o su reacción
ante una frase ajena. Y cuando el argumento llevaba a describir
una acción dramática, nadie hizo mejor que Ford
esas escenas, dejando la cámara quieta frente a figuras
que se alejan.
Quien haya admirado
La patrulla perdida, Hombres de mar, Qué
verde era mi valle o Fuimos los sacrificados, sabrá
hasta dónde estuvo presente Ford en Viñas de
ira.
Lamentablemente, toda
una escuela de la crítica cinematográfica ha incurrido
en la comodidad de atribuir al director la responsabilidad única
de toda la película, pese a una abundante evidencia en
contrario (Lo que el viento se llevó, Casablanca,
el cine cómico, la comedia musical, los numerosos condicionamientos
de la producción y de la censura). En el caso de Viñas
de ira, la relectura de Steinbeck, las biografías
de Zanuck y de Nunnally Johnson, las cartas de éste al
crítico inglés Lindsay Anderson, prueban simplemente
que John Ford no agregó una sola situación ni un
sólo diálogo al libreto que le dieron y que estaba
escrito antes de que él asumiera su tarea.
Condensó, visualizó,
enfatizó, pero la sustancia era de Steinbeck, mientras
que fueron Zanuck y Johnson quienes abreviaron la extensa novela
y quienes palnificaron la estructura cinematográfica.
Un punto sobradamente documentado fue el tramo final del argumento.
La novela termina con una secuencia de inundación y da
lugar a que Rose Sharon Joad, cuyo hijo nació muerto,
alimente con su pecho a un anciano hambriento y moribundo.
Ese episodio del capítulo
XXX fue objetado por críticos literarios y habría
constituído un final deprimente para la película,
que por otra parte carecía de todo elemento de romance
o de humor. La solución
fue hallada por Johnson, trasladando al final del relato una pequeña
escena del capítulo XX: allí la familia Joad sube
al camión para huir de un campamento donde fueron amenazados
por los guardias. En ese camión Ma Joad asegura: "nosotros
seguiremos viviendo cuando ellos no existan. Oye, Tom, nosotros
somos el pueblo que vive. No pueden borrarnos. Somos el pueblo.
Nosotros seguimos".
Tras el traslado, ese
soliloquio optimista es pronunciado en la última secuencia
por Jane Darwell y ha sido resumido en una frase que importa
una definición de la película misma: "Seremos
eternos porque somos el pueblo".
Bibliografía
Lindsay Anderson, About John
Ford, Plexus, Londres, 1981. Contiene apéndices con
textos de John Carradine, Henry Fonda, Robert Montgomery, Dudley
Nichols, Nunnally Johnson y otros.
Rudy Behlmer, America´s Favorite Movies, Ungar,
New York, 1982.
George Bluestone, Novels into
Film, The Johns Hopkins Press, Baltimore, 1957.
Warren French, John Steinbeck,
Twayne Publishers; hay edición castellana por Pleamar,
Buenos Aires, 1974.
Leonard Mosley, Zanuck, the
Rise and Fall of Hollywood´s Last Tycoon, Little Brown
& Co., Boston, 1984.
Stephen M. Silverman, The
Fox that Got Away, Lyle Stuart, New Jersey, 1988.
John Steinbeck, The Grapes
of Wrath, Copyrigth original 1939, reedición The Viking
Press, New York, 1986.
Tom Stempel, Screenwriter,
the Life and Times of Nunnally Johnson, ed. A.S. Barnes,
San Diego, california, 1980.
The New York Times, 26 de enero 1940, reseña de
estreno por Frank S. Nugent.
*Publicado originalmente en la Revista
M Cine Nº 1
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