Cadena de montaje
Cuando
faltaba poco más de un año para las elecciones nacionales
de 2014, uno de los probables candidatos al cargo presidencial, Jorge
Larrañaga, anunció una serie de movimientos destinados a, según
anunciaron representantes de su grupo político, “reclutar intelectuales”
que “rivalicen con los cuadros de la izquierda”. Al parecer se va a
reanimar la Fundación Wilson Ferreira Aldunate —que viene exhibiendo una
energía que no hace honor a la del gran dirigente del partido nacional—
con la finalidad de convertirla, según dijeron, en un think tank.
En un artículo acerca de la
corporación RAND (Research AND Developement —investigación y desarrollo)
una misteriosa organización creada poco después de terminada la segunda
guerra mundial para asesorar a la fuerza aérea estadounidense, pero que
hoy asesora a empresas y gobiernos en múltiples áreas, la periodista
Virginia Campbell dice que la expresión “think tank” nació en
Gran Bretaña durante la guerra, y que se aplicó por primera vez a esa
corporación. Tiene sentido: un tanque, para funcionar adecuadamente, no
puede tener filtraciones, y RAND trabaja casi siempre en proyectos tan
“estratégicos y sensibles para la seguridad pública”, que los que
piensan ahí dentro deben estar protegidos de filtraciones. Pero el
asunto de las filtraciones ya no parece ser tan importante (todos los
tanques han resultado ser notablemente porosos), de modo que en la
actualidad se emplea la expresión para referirse a algo así como un
comité de sabios.
Incluso se emplean expresiones
con voluntad sinónima, como “usina de ideas”, seguramente con la
confianza de que la industria y sus sistemas de montaje como técnica
para aumentar la riqueza son una buena metáfora para el pensamiento
creativo.
Todo esto no necesariamente es
una lucubración gratuita: la versión oficial de RAND dice que la primera
“usina de ideas” o “think tank”, es decir, esa corporación, se
independizó del gobierno de Estados Unidos gracias al apoyo financiero
de la Fundación Ford.
Ford, aquel que inventó la
cadena de montaje.
Las metáforas siempre hablan de
la capacidad de imaginación del que las emplea. Como se ve, la metáfora
de la usina o la del tanque de pensar no auguran resultados ni
innovadores ni sensibles al entorno, porque si el tanque funciona bien
hay un control político —es decir, que no proviene de las unidades
pensantes del tanque— de los ingresos y los egresos. Es decir, el éxito
del think tank dependerá de la capacidad para identificar
problemas del que lo promueve, ya que los pensadores serán elegidos de
acuerdo al criterio del dueño del tanque.
Según se ha informado, el equipo
de campaña de Larrañaga constató, a través del análisis de focus
groups, que hay bastante gente que votó al actual partido de
gobierno (considerado de izquierda) pero que no está conforme ni con la
manera que gestiona ni con los valores que promueve, o sea, no está de
acuerdo con nada. La idea es la de lanzar una agrupación nueva, con un
perfil diferente, pero que sume votos, dijeron.
Uno diría que deberían haber
esperado a crear el think tank antes de empezar a largar
ocurrencias.
Larrañaga pretende, redundaron
las fuentes de su equipo de campaña, crear una organización
suficientemente amplia como para “reclutar personalidades, referentes e
intelectuales nacionales”. Alguien cercano al precandidato dijo que se
busca captar “un perfil intelectual disconforme con la izquierda”. Los
temas que se tratarán en el tanque de pensar son, anunciaron “temas como
desarrollo e infraestructura, entre otros”. Como puede verse, he ahí el
techo: lo que puede imaginar el precandidato es el repertorio habitual
de los asuntos que los políticos consideran dignos de ser tenidos en
cuenta; cosas que se acumulan encima de otras cosas, cosas que
multiplican cosas, cosas que conectan con cosas.
Hay que destacar dos aspectos de
este asunto: el primero, encomiable, es que Larrañaga es el único
candidato que dice claramente que es necesario que en Uruguay alguien
comience, de una vez por todas, a pensar.
El segundo es que la iniciativa
será, evidentemente, un fracaso.
No tiene sentido cambiar nada
Parece evidente que el
crecimiento de la izquierda en Uruguay tuvo que ver con la instalación
de algunas certezas en el imaginario colectivo, con la creación de
determinada agenda, a través de múltiples plataformas, casi ninguna de
ellas política, sino más bien perteneciente a la más etérea
superestructura: el arte y la cultura. La literatura, el teatro, el
cine, la música, en sus versiones eruditas y populares, y además el arte
del pueblo, como la murga y
el periodismo, construyeron a lo largo de 60 años un discurso en una
sola dirección, que fue la que asumió la izquierda política como
propuesta para decidir los votos.
La base teórica tenía que ver
con un marxismo filtrado por la filosofía francesa y el estructuralismo,
y el proceso llegó a un logro político después de que el análisis
feminista, la deconstrucción, los estudios poscoloniales, entre otras
tendencias de los
estudios culturales, hubo puesto en la agenda temas de género,
sexualidad o imperialismo.
Pero
la
izquierda en el gobierno resultó ser más bien dextrógira. Hoy, cada
vez que la derecha (se podría decir la oposición, da igual, porque las
palabras ya no son más que bienes transables) abre la boca, no dice
nada, porque cuando dice no puede sino caer en los viejos discursos de
la izquierda. Pero aun sin pensar en lo que realmente ocurre, cualquiera
termina por pensar que para ganar hay que instalar algunos temas, y hay
que hacerlo como supo hacerlo la intelectualidad de izquierda, es decir
bien.
“Bien” significa “eficiente”;
los intelectuales de izquierda lograron convencer a una masa importante
de personas que era necesario el cambio, y marcaron una base ética y una
dirección con ciertas metas de justicia social.
Pero los logros actuales de la
izquierda se parecen mucho a los de cualquier buena administración
liberal: reducción de la evasión fiscal, racionalización de la
burocracia, modernización de las telecomunicaciones, aumento de
presupuesto para áreas claves como la educación o la salud,
universalización de la inclusión digital, creación de plataformas
diseñadas específicamente para la inclusión social.