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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



LABERINTO - BIVIUM - TRIVIUM - TRIVIA

Trivia*

Carlos Rehermann

La certeza de una meta, la confianza en un camino, han dejado de ser ideas representables


Los laberintos más triviales aparecen en las revistas de entretenimientos para niños. Hasta hace poco, los dibujantes trazaban laboriosamente los meandros y callejones sin salida con ayuda de reglas y cartabones. Ahora hay programas de computadora muy sencillos que generan interminables laberintos. Hay una correspondencia fundamental entre el modo de funcionamiento de las computadoras y la esencia de los laberintos triviales.

Cuando se recorre con la punta del lápiz los caminos de un laberinto basado en una cuadrícula, aparece cada tanto un bivium (dos vías, o bifurcación), o un trivium (tres vías, o encrucijada), que plantea la necesidad de optar. Por supuesto, los laberintos no necesariamente se basan en una cuadrícula, de modo que las encrucijadas pueden formarse con muchos -en teoría infinitos- caminos que se cruzan o se encuentran en un punto, pero la elección del caminante (o del grafiante, en el laberinto de revista) se hace necesaria ya cuando aparece sólo una bifurcación; por eso, basta la idea de bivium para definir la esencia del labertinto.

Y justamente el bivium es la forma de accionar de las computadoras: sí o no, cero o uno, nada o todo, tal es la esencia del universo informático. Metido en el laberinto, cualquiera puede darse cuenta que una simple elección en determinado momento conduce a un mundo cualitativamente diferente: un camino lleva a la meta, el otro a la perdición.

Lo que resulta interesante es que existen laberintos que no tienen encrucijadas. Estos laberintos no son triviales porque no tienen trivia ni bivia, pero además porque resulta más difícil comprender su sentido: ¿por qué retorcer el camino, si de todas maneras no hay posibilidad de equivocarse? Pues penetrar en un laberinto sin bivia puede ser cansador, hasta puede desesperar por lo dilatado de la marcha, pero no deja de ser una garantía de camino seguro, en el que no se pide la atención ni el juicio del que avanza, sino sólo la confianza en que el camino conduce a alguna parte.

La pregunta es por qué casi todos los laberintos del mundo, grabados en monedas cretenses, construídos en mosaicos romanos, podados en setos celtas, dibujados en pavimentos de catedrales francesas, tallados en muros de pagodas de la India, bordados en túnicas de emperadores de Roma, impresos en rollos mayas, trazados en pergaminos medievales suizos, son de una sola vía. Su falta de trivialidad los convierte en artefactos misteriosos, sobre los que cabe la pregunta esencial acerca de su sentido, ya no de los modos de salir o penetrar en ellos.

Sólo cuando el aburrimiento se convirtió en un fenómeno masivo, cuando escapó de los palacios de la aristocracia, aparecieron los laberintos de revista, caricaturas de las metáforas vitales propuestas por Virgilio, Ovidio, Dante o Chaucer. La esencia de la vida fundada en las elecciones trascendentes que a cada paso debe hacer el ser humano se convirtió en un modo banal de matar el tiempo.

La trivialidad de los laberintos de revista, el abandono de la representación sin trivia de los laberintos, debería mirarse con más atención. La certeza de una meta, la confianza en un camino, han dejado de ser ideas representables.

* Publicado orginalmente en Insomnia

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