Nadie habrá dejado de observar que los teléfonos
celulares y los vehículos de tracción en las cuatro
ruedas significan lo mismo: acceso total a cualquier parte. Ambos
signos comenzaron como atributos de clase, aunque las necesidades
de expansión de los mercados han ido desdibujando esas
limitaciones. Todos quieren poder llegar por sus propios medios
a lo más hondo de la selva de Petén, y una vez
allí, quieren poder recibir llamadas telefónicas.
Si antes el automóvil de lujo era una cosa alemana o inglesa
de suave ronroneo cremoso, ahora se nota un desplazamiento del
prestigio hacia los todoterrenos de lujo. El tipo no se siente
a gusto a menos que esté dentro de una máquina
que parece más bien una fiera apenas amaestrada, lustrosa
y rugiente, lista para pasar por arriba de un baobab o atravesar
el cañón del Río Colorado. Es curioso que
hayan surgido estos dos símbolos en una época en
la que es difícil caminar por la calle sin tropezar a cada
rato con un teléfono público, y por otra parte la
más minúscula agencia
de viajes puede colocarnos en menos de veinticuatro horas
debajo del único árbol del Kalahari.
Teléfono celular significa independencia de tiempo y lugar,
instantaneidad. Número personal, tres segundos, aparición
mediúmnica del invocado. El invocado, por lo demás,
tiene miedo de no ser localizado. La increíble oportunidad
única lo está esperando detrás de cada acariciante
liruliru de su teléfono. El tipo siempre está localizable.
Nunca desaparece. Siempre está. No tiene horario, porque
es muy dinámico, nunca descansa, es infatigable, siempre
se ocupa de sus cosas y aún más. Deja el teléfono
encendido al lado de la red de tenis, por si en ese momento llama
el Dueño de Todo y le propone asumir la Gerencia General.
En el fondo, el tipo tiene terror a desaparecer. Cree firmemente
que no vale nada, que si no se apura a atender, quien lo estaba
buscando va a buscar a otro. Está convencido de que nadie
es imprescindible, gran error del tipo, que lo convierte en prescindible,
por supuesto. (Entre otras cosas, el tipo es imprescindible
para el vendedor de celulares). Por eso, con su teléfono
celular, el tipo está diciendo: "YO ESTOY SIEMPRE".
En cuanto puede, el tipo del celular se compra un todoterreno.
¿Porque le gusta la caza o la pesca, porque es observador
de pájaros o geógrafo? Nada de eso: el tipo tiene
agorafobia, no soporta el campo, odia la pesca y no es capaz
de matar ni una mosca, perdió geografía en el liceo
y no le gustan los pájaros, salvo con polenta. Por eso,
no queda más remedio que concluir que el todoterreno sólo
le sirve para significar literalmente: "YO LLEGO A DONDE
QUIERO".
Así que un tipo con celular y todoterreno está
siempre en cualquier lugar. Trasciende simbólicamente
el tiempo y el espacio, existe eternamente en todas partes, se
desmaterializa y adquiere el don de la ubicuidad, es como un
dios a batería y turbodiesel.
Y el mundo en el que vive se parece a su fantasía místico-tecnológica.
Están allí los no lugares de Augé, ese universo
de carreteras y redes virtuales que convierten nuestro planeta
en un lugar donde el tránsito rápido tiene la absoluta
preferencia, donde hablar con el vecino es más difícil
que hablar con un panadero de Sri Lanka vía Internet,
donde las ideas de cercanía y contacto se trastocan y pierden
sentido.
Y la pérdida
de sentido espacial cierra a la perfección, paradójicamente,
el círculo simbólico aparentemente absurdo del
todoterreno y el celular: si el vehículo es inútil
para llevarlo realmente a lugares inaccesibles (aunque
sea porque él no quiere ir),
lo lleva eficientemente a través de su significado; si
el teléfono celular no le otorga la felicidad de la llamada
salvadora, al menos le sirve para llamar al mecánico cuando
pincha en 18 de Julio y Yi.
* Publicado
orginalmente en Insomnia
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