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ISSN 1688-1672

 



ZUMTHOR, PETER -

Peter Zumthor: un gran diseñador sin palabras*

Carlos Rehermann

Zumthor es un caso típico del arquitecto exitoso de nuestros días: virtuoso del diseño, sensible escultor de texturas, atento observador del entorno, aparece detrás de sus textos como un flácido repetidor de lugares comunes de la más culterana de las tertulias de actualidad


Los arquitectos-estrella
 

El glamour del diseño abarca tres espacios del imaginario social: la ropa, los muebles y los edificios, sean éstos grandes torres de oficinas, salas de espectáculos o viviendas para obreros. La formación que se pide a los clientes de estos tres rubros de la cultura tiene que ver con el desembolso que se les exige. Cuanto más caro el producto, mayor nivel educativo se requiere. Una revista de modas tiene una clientela que no debe planificar demasiado una inversión en, por ejemplo, pantalones; por lo mismo, no se le va a exigir demasiada reflexión acerca de por qué se ha vuelto imprescindible la combinación marrón/rosa-viejo. Si no puede con un Carolina Herrera, podrá sin duda con un Zara o una grifa china de supermercado. Para los clientes de una revista de decoración de interiores se exige cierta capacidad de gasto que hace preferible que el lector conozca algunos estilemas (las patas de sillón con forma de garra corresponden a cierto Louis, y los respaldos altísimos y rectos son art nouveau escocés, etcétera). Hay, también aquí, para todos los gustos, pero con menos libertad: la imitación no es tan fácil como en el caso de la ropa.

De modo más restringido funciona la arquitectura, donde la inversión limita severamente la cantidad de clientes. En el sistema de la moda (en paráfrasis de Roland Barthes), necesariamente debe haber una figura que rija el destino de las imágenes. El diseñador de ropa, de muebles o de edificios tiene que ser, según cada caso, un individuo capaz de generar discursos que satisfagan la cultura del consumidor. El más exigido es, sin dudas, el arquitecto, que se convierte así en estrella, a imagen de los mecanismos propagandísticos de Hollywood.
 

La simpleza de Peter Zumthor
 

En Europa antes de la segunda guerra mundial se estaba produciendo la reconstrucción de los desastres de la Gran Guerra de 1914. En todo el continente, gobiernos de tendencia socialista o populista generaron impresionantes planes de vivienda para trabajadores, lo cual hizo intervenir a cientos de arquitectos que necesariamente debían manejar discursos muy distintos a los que estaban acostumbrados. Hasta ese momento la mayor parte de los arquitectos había sido algo muy parecido a sirvientes de lujo de la aristocracia, la burguesía y los gobiernos; por primera vez en la historia tenían la oportunidad de trabajar para los pobres (o para un mundo nuevo, según la promesa de los gobernantes).

Le Corbusier, el primer gran arquitecto-estrella, oponía la construcción de viviendas a la construcción de cañones, y en general todos los arquitectos alineados con las vanguardias del diseño y el arte manejaban discursos revolucionarios y pacifistas, que proponían a la arquitectura como herramienta de transformación del mundo. Esta fue la época de los manifiestos, y también de la creación de la carrera universitaria de arquitectura en buena parte de los países del mundo. Hasta principios del siglo XX los arquitectos habían sido ingenieros o simplemente egresados de escuelas o academias de Bellas Artes que trabajaban en coordinación con constructores o ingenieros de puentes y caminos. Las revistas de diseño y arquitectura comenzaron a publicarse profusamente en el período entre ambas guerras mundiales, y los arquitectos, naturalmente, fueron requeridos para dar sus opiniones y difundir sus ideas sobre el diseño, la construcción y el urbanismo.

Peter Zumthor sigue la ruta de su compatriota Le Corbusier, aunque su carácter pálido corresponde mejor a nuestra época átona y fútil. No es este un tiempo de manifiestos. Nadie parece muy entusiasmado ante la idea de cambiar. Pocos creen en los beneficios del raciocinio. El cinismo de estos tiempos tiñe de naif cualquier discurso que pretenda hacer pensar en un mundo mejor. La arquitectura ha vuelto a ser lo que siempre fue: una servidora del poder, herramienta de construcción de prestigio, dominio y control.

Pero los arquitectos-estrella siguen siendo requeridos, porque la moda necesita nombres. Así, Peter Zumthor puede publicar un libro titulado “Pensando la arquitectura”, y tendrá lectores, aunque en sus páginas apenas se encuentra una idea (término frecuentemente asociado con el resultado de pensar), casi invariablemente prestada de algún artista de otro género. Zumthor es un caso típico del arquitecto exitoso de nuestros días: virtuoso del diseño, sensible escultor de texturas, atento observador del entorno, aparece detrás de sus textos como un flácido repetidor de lugares comunes de la más culterana de las tertulias de actualidad. Es, casi seguramente, mejor arquitecto de lo que fue Le Corbusier; pero, al contrario que aquel, nada nuevo saldrá del cerco de sus dientes.
 

Los buenos escritores no siempre son buenos arquitectos
 

Le Corbusier no era un gran escritor, pero comunicaba sus ideas con mucha precisión. Por cierto, tampoco era una gran dibujante, y la mayor parte de sus trabajos como arquitecto se limitaron a marcar rumbos a sus asistentes, que fueron los verdaderos diseñadores de sus obras. Esta conducta es la más habitual en los grandes estudios, de tal forma que los arquitectos-estrella en general son nombres que encabezan equipos de decenas y a veces centenares de técnicos y profesionales.

Por otro lado, algunos grandes escritores de temas de diseño arquitectónico, como Christopher Alexander, no logran llevar a cabo diseños convincentes, y jamás se convierten en arquitectos-estrella.
¿Dónde está Peter Zumthor?

Por un lado, habría que definirlo como “arquitecto de la materia”, junto con sus compatriotas Herzog y Meuron. Su trabajo se basa en la cuidadosa utilización de materiales acerca de los cuales se percibe su esencia, su fuerza y su cualidad más específica desde la primera mirada a una de sus obras. La piedra y el hormigón son frecuentes en la obra de Zumthor. Sus soluciones formales recuerdan la simpleza volumétrica de las obras de su compatriota Mario Botta: cubos o prismas de proporciones enteras, aberturas cuadradas, ritmos constantes, fuerte expresión de sencillez, intensa sensación de completitud y unicidad de sus conjuntos edilicios.

Zumthor es hijo de un ebanista, y él mismo recibió una formación como artesano en esa disciplina. El trabajo delicado y preciso del marquetero se corresponde bien con el famoso adagio del arquitecto alemán Mies van der Rohe, tomado prestado de su compatriota Aby Warberg: "Dios está en los detalles". Con la abolición del ornamento decretada por por Adolf Loos y convertida en axioma de los racionalistas, la perfección de las terminaciones ha venido a ocupar el espacio para el deleite que eran antes las molduras y los adornos aplicados.

El trabajo de Zumthor resuelve el requerimiento del cliente y al mismo tiempo pone en el mundo una obra de arte. Pero esto no basta para que un profesional sea considerado digno de figurar en una revista de moda. Tradicionalmente a los arquitectos-estrella se les pedía un discurso muy elaborado, lleno de nueva terminología y propuestas de cambios estéticos. La pobrísima verba de Zumthor hace pensar que estamos en una época en la que los discursos han sufrido una de sus peores devaluaciones. Numerosas universidades de todo el mundo requieren sus servicios como conferencista, algo realmente sorprendente si se atiende a la tremenda inocencia de sus juicios. Con inocencia conmovedora cita una amplia gama de artistas de enjundia: Joseph Beuys, John Cage, Meredith Monk, William Carlos Williams, Claes Oldenburg. Para el editor de revistas, cuyos lectores dominan el mismo índex de nombres famosos, el arquitecto es funcional. Después de todo, ahora no importan tanto las ideas como una buena colección de celebrities.

El arquitecto es capaz de escribir banalidades tales como “Cada edificio se construye para un uso específico, en un lugar específico, en una sociedad específica”. Pero al mismo tiempo sus edificios tienen una pureza espacial, una intensidad de textura y una claridad de luces y sombras ejemplares. La obra que lo hizo conocido, unas instalaciones para baños termales en la localidad montañosa suiza de Vals, recuerdan, por la espectacularidad de su sencillez y el diálogo que establece con el sitio, la Casa de la Cascada del estadounidense Frank Lloyd Wright, otro diseñador virtuoso poco dotado para el discurso. 

Quizá todo radique en el uso de los hemisferios cerebrales: es sabido que Le Corbusier diseñaba pensando en los recorridos, lo cual concuerda con la prevalencia de sus centros de lenguaje verbal. Zumthor, en cambio, parece poco apto para el razonamiento lógico; sin embargo, su arquitectura conmueve y está destinada a perdurar.
 

* Publicado originalmente en El país Cultural

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