Leonardo
da Vinci es vastamente admirado: símbolo del genio
ávido de todo saber, de todo arte, es considerado una especie
de superhombre, un tipo paradójicamente irrepetible.
En toda su vida, no hizo nada que realmente funcionara.
Hay un dibujo suyo (el Nº 15583 de la Biblioteca Reale de
Turín) que muestra dos carruajes de combate. Ambos tienen
unos juegos de cuatro cuchillas en forma de hoja de hoz, de una
longitud de unos dos metros, que, conectadas mediante un mecanismo
de engranajes a las ruedas, giran en un plano horizontal mientras
el carro avanza. Uno de los dibujos muestra, para mayor ilustración
del observador, los cuerpos despedazados de las víctimas.
Estos diseños, realizados para Ludovico Sforza, no tuvieron
mucho éxito en la práctica, ya que, como dijo el
propio autor, "a menudo producían no menos perjuicio
a los amigos que a los enemigos".
Cada uno se las arregla como puede, y si Leonardo tuvo que ponerse
a imaginar formas de asesinar al prójimo para poder conseguir
un trabajo cómodo y bien pago, no vamos a venir ahora
nosotros a criticarlo. Leonardo, como Julio Verne, imaginó
artilugios que no estaban al alcance de la ingeniería
de la época, a la que no hizo realmente ninguna aportación.
Sforza no era tan ingenuo como para no darse cuenta del caso.
Lo que salvaba a Leonardo era que organizaba unas fiestas impresionantes.
Sí: Leonardo salió adelante como animador. Marionetas,
autómatas, fuentes de agua colorida, surtidores de fuego,
fábricas de espuma, máquinas de humo, grandes orquestas
y disfraces sorprendentes. Una fiesta organizada por Leonardo
era una garantía de diversión. Leonardo admiraba
profundamente a un arquitecto cuya mentalidad era diametralmente
opuesta a la suya: Filippo Brunelleschi, el florentino que logró
construir la más grande cúpula sin cimbra (armazón
provisoria de madera) jamás realizada.
Este arquitecto pasó más de quince años
dedicado a esa tarea, durante los cuales diseñó
y construyó gran cantidad de máquinas que hicieron
posible esa proeza que ni siquiera la ingeniería actual
puede comprender completamente. (Se continúa investigando
los motivos por los que esos cuatro millones de ladrillos siguen
en su lugar, medio milenio después). Leonardo dibujó
muchas de esas máquinas, que siguieron en uso durante
más de cien años y que sirvieron de base para nuestras
actuales maquinarias de apoyo a la construcción.
No deja de ser curioso que él mismo se haya visto estimulado
por Brunelleschi, que si bien hizo muy poco, dejó una
obra de innegable utilidad práctica.
En los textos escolares se menciona el genio de Leonardo, pero
se oculta su sistemático fracaso. Se lo propone como modelo,
y a la vez se castiga a quienes siguen caminos que no conducen
a nada. De un modo esquizofrénico, se pone a Leonardo
en un pedestal, al mismo tiempo que se critica todo cuanto se
aparta de un método preestablecido y convergente -es decir,
que descarta todos los caminos que se abren desde el problema
original.
Exactamente de la misma manera que se celebra a una estrella
de cine o de la televisión, se celebran los "grandes
genios de la humanidad". En realidad habría que decir
que a Susana Giménez o a Ricky Martin se los celebra según
los mismos criterios construidos para celebrar a Leonardo, es
decir, por los brillos de sus presentaciones en público.
Si seguimos las instrucciones del sistema, nos encontraremos
con que se nos incita a ser como Leonardo pero se nos inculcan
los métodos de Brunelleschi.
Se nos invita a entrar al laberinto,
pero luego se nos advierte que hay que recorrer sólo un
camino. El resultado es que en el mejor de los casos terminaremos
trabajando para un Sforza. Y ni siquiera nos enseñan a
pintar bien.
*Publicado
originalmente en Insomnia Nº 83
|
|