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DA VINCI, LEONARDO -

Admirar, no ser*

Carlos Rehermann

En los textos escolares se menciona el genio de Leonardo, pero se oculta su sistemático fracaso. Se lo propone como modelo, y a la vez se castiga a quienes siguen caminos que no conducen a nada


Leonardo da Vinci es vastamente admirado: símbolo del genio ávido de todo saber, de todo arte, es considerado una especie de superhombre, un tipo paradójicamente irrepetible.
En toda su vida, no hizo nada que realmente funcionara.
Hay un dibujo suyo (el Nº 15583 de la Biblioteca Reale de Turín) que muestra dos carruajes de combate. Ambos tienen unos juegos de cuatro cuchillas en forma de hoja de hoz, de una longitud de unos dos metros, que, conectadas mediante un mecanismo de engranajes a las ruedas, giran en un plano horizontal mientras el carro avanza. Uno de los dibujos muestra, para mayor ilustración del observador, los cuerpos despedazados de las víctimas.

Estos diseños, realizados para Ludovico Sforza, no tuvieron mucho éxito en la práctica, ya que, como dijo el propio autor, "a menudo producían no menos perjuicio a los amigos que a los enemigos".

Cada uno se las arregla como puede, y si Leonardo tuvo que ponerse a imaginar formas de asesinar al prójimo para poder conseguir un trabajo cómodo y bien pago, no vamos a venir ahora nosotros a criticarlo. Leonardo, como Julio Verne, imaginó artilugios que no estaban al alcance de la ingeniería de la época, a la que no hizo realmente ninguna aportación. Sforza no era tan ingenuo como para no darse cuenta del caso. Lo que salvaba a Leonardo era que organizaba unas fiestas impresionantes.

Sí: Leonardo salió adelante como animador. Marionetas, autómatas, fuentes de agua colorida, surtidores de fuego, fábricas de espuma, máquinas de humo, grandes orquestas y disfraces sorprendentes. Una fiesta organizada por Leonardo era una garantía de diversión. Leonardo admiraba profundamente a un arquitecto cuya mentalidad era diametralmente opuesta a la suya: Filippo Brunelleschi, el florentino que logró construir la más grande cúpula sin cimbra (armazón provisoria de madera) jamás realizada.

Este arquitecto pasó más de quince años dedicado a esa tarea, durante los cuales diseñó y construyó gran cantidad de máquinas que hicieron posible esa proeza que ni siquiera la ingeniería actual puede comprender completamente. (Se continúa investigando los motivos por los que esos cuatro millones de ladrillos siguen en su lugar, medio milenio después). Leonardo dibujó muchas de esas máquinas, que siguieron en uso durante más de cien años y que sirvieron de base para nuestras actuales maquinarias de apoyo a la construcción.

No deja de ser curioso que él mismo se haya visto estimulado por Brunelleschi, que si bien hizo muy poco, dejó una obra de innegable utilidad práctica.

En los textos escolares se menciona el genio de Leonardo, pero se oculta su sistemático fracaso. Se lo propone como modelo, y a la vez se castiga a quienes siguen caminos que no conducen a nada. De un modo esquizofrénico, se pone a Leonardo en un pedestal, al mismo tiempo que se critica todo cuanto se aparta de un método preestablecido y convergente -es decir, que descarta todos los caminos que se abren desde el problema original.

Exactamente de la misma manera que se celebra a una estrella de cine o de la televisión, se celebran los "grandes genios de la humanidad". En realidad habría que decir que a Susana Giménez o a Ricky Martin se los celebra según los mismos criterios construidos para celebrar a Leonardo, es decir, por los brillos de sus presentaciones en público.
Si seguimos las instrucciones del sistema, nos encontraremos con que se nos incita a ser como Leonardo pero se nos inculcan los métodos de Brunelleschi.

Se nos invita a entrar al laberinto, pero luego se nos advierte que hay que recorrer sólo un camino. El resultado es que en el mejor de los casos terminaremos trabajando para un Sforza. Y ni siquiera nos enseñan a pintar bien.

*Publicado originalmente en Insomnia Nº 83

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