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			«La 
			tesis y la antitesis y su demostración no presentan, pues, nada 
			diferente de esas afirmaciones opuestas: un límite es (eine Greze 
			ist) y el límite no es lo mismo que un límite
			relevado (aufgehobene); el 
			límite tiene un más-allá con el que no obstante se mantiene en contacto (in 
			Beziehung steht), hacia el que debe ser transgredido, pero donde 
			resurge un límite semejante, que no es uno. La solución de 
			estas antinomias es, como en el caso precedente, transcendental, es 
			decir...»
 
			«La esencia de la filosofía está 
			precisamente privada de fundamento (bodenlos) en cuanto a sus 
			propiedades particulares y, para acudir a ella, si el cuerpo expresa 
			la suma de las propiedades particulares, es necesario precipitarse 
			a cuerpo descubierto (sich a cuerpo descubierto 
			hineinzustürzen).» 
			«La 
			necesidad de la filosofía puede ser expresada como su presuposición, si 
			al menos se puede reservar a la filosofía, que comienza consigo 
			misma, una especie de limen vestibular (eine 
			Art von Vorhof).» 
 Hegel
 
 
			Criticar (*) 
			la filosofía
 
 El ser en el límite: estas 
			palabras todavía no forman una proposición, menos todavía un 
			discurso. Pero en ellas hay, con tal que juguemos, con que engendrar 
			poco más o menos todas las frases de este libro.
 
			¿La filosofía responde a una necesidad? ¿Cómo entenderla? ¿Ella? ¿La 
			necesidad? 
			Amplio hasta creerse interminable, un discurso que 
			se ha llamado filosofía 
			-el único sin duda que no ha oído recibir el nombre más que de sí 
			mismo y no ha cesado de murmurarse de cerca la inicial- siempre ha 
			querido decir el límite, comprendido el suyo. En la familiaridad de 
			las lenguas llamadas (instituidas) por él naturales, las que le 
			fueron elementales, este discurso siempre se ha limitado a asegurar 
			el dominio del límite (peras, limes, Grenze). Lo 
			ha reconocido, concebido, planteado, declinado según todos los modos 
			posibles; y desde este momento al mismo tiempo, para disponer mejor 
			de él, lo ha transgredido. Era preciso que su 
			propio limite no 
			le fuera extraño. Se ha apropiado, pues, del concepto, ha creído 
			dominar el margen de su volumen y pensar su otro. 
			La filosofía siempre se ha atenido a esto: pensar su otro. Su otro: 
			lo que limita y de lo que deriva en su esencia su definición, su 
			producción. Pensar su otro: viene a ser sólo relevar (aufheben) aquello 
			de lo que ella deriva, a no abrir la marcha de su método más que 
			para pasar el límite? ¿O bien el límite, oblicuamente, por sorpresa, 
			reserva todavía un golpe más al saber filosófico? Límite/pasaje. 
			Al propagar esta pregunta más allá del contexto preciso del que 
			acabo de arrancarla (la infinidad del quantum en 
			la gran Lógica y 
			la crítica 
			de las antinomias kantianas), se tratará casi constantemente, en ese 
			libro, de interrogar la relevancia del límite. Y así pues de dar 
			nuevo impulso en todos los sentidos a la lectura de la Aufhebung hegeliana, 
			en su momento, más allá de lo que Hegel, al inscribirla, se ha oído 
			decir o ha oído querer decir, más allá de lo que se ha inscrito 
			sobre la pared interna de su oído. Esto implica a la pared en una 
			estructura delicada, diferenciada, cuyos orificios pueden permanecer 
			siempre inencontrables, apenas practicables la entrada y la salida; 
			y que el texto -el de Hegel por ejemplo- funcione como una máquina 
			de escritura en la que un cierto número de proposiciones caracterizadas y 
			sistemáticamente encadenadas 
			(debemos poder reconocerlas y aislarlas) representan la «intención 
			consciente» del autor como lector de su «propio» texto, en el 
			sentido en que hoy se habla de lector mecánico. Aquí la lección de 
			este lector finito que se llama un autor filosófico no es más que 
			una pieza, a veces además interesante, de la máquina. ¿Limitarse a 
			pensar su otro: su 
			propio otro, el propio de su otro, otro propio? A pensarlo como 
			tal, a 
			reconocerlo, se le echa en falta. Nos lo reapropiamos, disponemos de 
			él, le echamos en falta o más bien echamos de menos echarlo en 
			falta, lo que, en cuanto al otro, viene a ser siempre lo mismo. 
			Entre el propio del otro y el otro del propio. 
			Si la filosofía siempre ha oído, por su parte, estar en contacto con 
			lo no filosófico, incluso lo antifilosófico, con las prácticas y los 
			saberes, empíricos o no, que constituyen su otro, si se ha 
			constituido según este acuerdo reflexionado con su afuera, si 
			siempre se ha oído hablar, en la misma lengua, de ella misma y de 
			otra cosa, ¿podemos, con todo rigor, asignar un lugar no filosófico, 
			un lugar de exterioridad o de alteridad desde el que se pueda 
			todavía tratar 
			de la filosofía? ¿Este lugar, siempre, 
			no habrá sido anteriormente ocupado por filosofía? ¿Es una artimaña 
			que no sea razón para impedir a la filosofía hablar una vez más de 
			sí misma, prestar sus categorías al logos del 
			otro, fingiendo sin tardanza, sobre la página doméstica de su propio 
			tímpano (siempre el tambor amortiguado, tympanon, tela 
			tendida, sostenida para recibir los golpes, para amortiguar las 
			impresiones, para hacer resonar los tipos [typoi], para 
			equilibrar las presiones que golpean del typtein, entre 
			el adentro y el afuera) una percusión heterogénea? ¿Podemos penetrar 
			violentamente su campo de escucha sin que al punto, fingiendo 
			incluso la ventaja, la filosofía, si escuchamos lo que se dice de 
			ella, si decodificamos el enunciado, lo haga resonar en ella, se 
			apropie de su emisión, se lo comunique familiarmente entre el oído 
			interno y el oído medio, según la vía de una trompa o de una ventana 
			interior, sea redonda u oval? Dicho de otro modo, ¿se puede hacer 
			estallar el tímpano de un filósofo y continuar haciéndose oír por 
			él? 
			Filosofar con un martillo. Zaratustra comienza por preguntarse si 
			será necesario estallarles, romperles los oídos (Murz man 
			ihnen erst die Ohren zerschlagen), a 
			golpes de címbalos o de tímpanos, instrumentos, siempre, de alguna 
			dionisiada. Para enseñarles también a «oír con los ojos». 
			Pero analizaremos el cambio metafísico; la complicidad circular de 
			las metáforas del ojo y del oído. 
			Pero hay en la estructura del tímpano algo que se llama el 
			«triángulo luminoso». Se le nombra en Los 
			cantos de Maldoror (II), 
			cerca de una «trinidad grandiosa». 
			Pero con este triángulo, con la parte tensa del tímpano, se 
			encuentra también el mango de un «martillo». 
			Para transformar efectivamente, prácticamente, lo que se describe 
			(timpaniza), será preciso todavía ser oído en él y desde este 
			momento someterse a la ley del martillo interior?(1). Si 
			tomamos el relevo del martillo interior, nos arriesgamos entonces a 
			dejar participar al discurso más ruidoso en la economía más serena, 
			menos perturbada, mejor servida, de la ironía filosófica. Es decir, 
			ejemplos no faltan hoy de este tamborileo metafísico, que al aceptar 
			este riesgo no se arriesga nada. 
			Filosofía -apartarse para describirla, y criticar su ley, hacia la 
			exterioridad absoluta de otro lugar. Pero la exterioridad, la 
			alteridad son conceptos que, ellos solos, nunca han sorprendido el 
			discurso filosófico. Éste 
			siempre se ha ocupado de sí mismo. Bajo 
			estos títulos conceptuales no se le desbordará nunca, el 
			desbordamiento es su objeto. En lugar de determinar otra 
			circunscripción, de reconocerla, practicarla, ponerla al día, 
			formarla, presentarla, producirla en 
			una palabra (esta palabra es actualmente la «piel nueva» más gastada 
			de la denegación metafísica que se entiende muy bien con todos sus 
			proyectos), se trataría, pero según un movimiento inescuchado por 
			ella, de otro que no ya no sería su 
			otro. 
			
			Pero ponerla en relación con aquello con lo que no tiene relación, 
			¿no es inmediatamente dejarse codificar por el logos filosófico, 
			alistarse bajo su bandera?(2). 
			Ciertamente, salvo si se escribe esta relación siguiendo el modo de 
			una no-relación del cual sería simultáneamente u oblicuamente demostrado 
			-sobre la superficie filosófica del discurso- que ningún filosofema 
			habrá nunca sido aderezado para doblegársele o traducirlo. Esto no 
			se puede escribir sino según una deformación del tímpano filosófico. 
			Mi intención no es sustraer a la cuestión de la metáfora -uno de los 
			hilos más continuos de este libro- la figura de lo oblicuo. Es 
			también, temáticamente, la vía de La 
			Diseminación(3). Sabemos 
			que la membrana del tímpano, tabique delgado y transparente, que 
			separa el conducto auricular del oído medio (la caja), está 
			tendido oblicuamente (loxôs). Oblicuamente de arriba 
			abajo, de afuera adentro y de adelante atrás. No es, pues, 
			perpendicular al eje del conducto. Uno de los efectos de esta 
			oblicuidad es aumentar la superficie de impresión y, por tanto, la 
			capacidad de vibración. Se ha observado, en particular en los 
			pájaros, que la finura del oído está en relación directa con la 
			oblicuidad del tímpano. El tímpano bizquea. 
			Consecuencia: dislocar el oído filosófico, hacer trabajar el loxôs en 
			el logos, 
			es evitar la contestación frontal y simétrica, la oposición en todas 
			las formas de la anti-, inscribir 
			en todos los casos el antismo y 
			el cambio(4), 
			la denegación doméstica, en una forma completamente distinta de 
			emboscada, delokhos, de maniobra textual. ¿En qué condiciones podríamos desde este momento señalar, para 
			un filosofema en general, un límite, señalar un margen que no pueda 
			reapropiarse al infinito, concebirlo como 
			suyo, engendrando e internando antes el proceso de su expropiación 
			(Hegel una vez más, siempre), procediendo desde sí mismo a su 
			inversión? ¿Cómo desequilibrar las presiones que se corresponden por 
			una y otra parte de la membrana? ¿Cómo detener esta correspondencia 
			destinada a amortiguar, apagar, impedir los golpes de fuera, el otro 
			martillo? El «martillo que habla» al «que tiene el tercer oído» (Des 
			das dritte Ohr hat). ¿Cómo 
			interpretar -pero la interpretación no puede ser ya aquí una teoría 
			o una práctica discursiva de la filosofía- tal extraña y única 
			propiedad de un discurso que organiza la economía de su 
			representación, la ley de su propio tejido de tal manera que su 
			afuera no sea su afuera, no lo sorprenda nunca, que la lógica de su 
			heteronomía razone todavía en la cueva de su autismo? 
			Puesto que así se entiende el ser: su propio. 
			Asegura sin descanso el movimiento que deriva de la reapropiación. 
			¿Podemos desde este momentopasar este 
			límite singular que no es un límite, no separa ya el adentro del 
			afuera en mayor medida que asegura la continuidad permeable y 
			transparente? ¿Qué forma puede tener este juego de límite/pasaje, 
			este logos que se plantea y se niega a sí mismo dejando sorda su 
			propia voz? ¿Está bien formada esta pregunta? 
			Los análisis que se llevan a cabo en este libro no responden a esta 
			pregunta, no aportan ni una respuesta ni una respuesta. 
			Trabajarían más bien, para transformar y desplazar su enunciado, en 
			interrogar los presupuestos de la pregunta, la institución de su 
			protocolo, las leyes de su procedimiento, los títulos de su 
			pretendida homogeneidad, de su aparente unicidad: ¿se puede tratar 
			de la filosofía (la metafísica, incluso la onto-teología) 
			sin dejarse ya dictar, con esta pretensión de unidad y unicidad, la 
			totalidad inatacable e imperial de un orden? ¿Si hay márgenes, hay 
			todavía una filosofía, 
			la filosofía? 
			No hay respuesta, pues. Quizá ni siquiera una pregunta, a fin de 
			cuentas. La correspondencia copulante, la oposición 
			pregunta/respuesta está ya alojada en una estructura, envuelta en el 
			hueco de un oído donde nosotros queremos ir a ver. Saber cómo se ha 
			hecho, cómo se ha formado, cómo funciona. Y si el tímpano es un 
			límite, se trataría quizá menos de desplazar este límite 
			determinado que de trabajar en el concepto de límite y en el límite 
			del concepto. De hacerla salir en varios golpes de sus casillas. 
			¿Pero qué es una casilla (significado: 
			para hacer razonar en todos los sentidos)? 
			Así pues, ¿a qué pregunta de derecho fiarse si el límite en general, 
			y no sólo aquel del que se cree es una cosa muy particular entre 
			otras, el tímpano, es estructuralmente oblicuo? ¿Si no hay límite en 
			general? ¿forma 
			derecha y regular del límite? Como todo limus, el limes, 
			camino de través, significa lo oblicuo. 
			Pero se trata incansablemente del oído, de este órgano distinto, 
			diferenciado, articulado, que produce el efecto de proximidad, de 
			propiedad absoluta, el borrarse idealizante de la diferencia 
			orgánica. Es un órgano cuya estructura (y la sutura que lo sujeta a 
			la garganta) produce la engañifa tranquilizadora de la indiferencia 
			orgánica. Basta con olvidarlo -y para ello con abrigarse como en la 
			más familiar morada- para clamar contra el fin de los órganos, de 
			los otros. 
			Pero se trata incansablemente del oído. No sólo de la pared abrigada 
			del tímpano, sino del conducto vestibular(5). 
			Y del fonema como «fenómeno del laberinto» en el cual La 
			voz y el fenómeno había, 
			desde su exergo e inmediato a su falsa salida, introducido la 
			cuestión de la escritura. Podremos todavía considerar, por supuesto, 
			para tranquilizarnos que el «vértigo laberíntico» es el nombre de 
			una enfermedad bien conocida y bien determinada, el problema local 
			de un órgano particular. 
			
			
			Esto es - 
			otro tímpano. 
			Si el ser es, en efecto, proceso de reapropiación, no se podrá 
			percutir la «cuestión del ser» de un nuevo tipo sin medirla con la 
			de lo propio, absolutamente coextensiva. Ahora bien, ésta no se deja 
			separar del valor idealizante de lo muy 
			próximo que 
			no recibe sus poderes desconcertantes, sino de la estructura de 
			oírse hablar. Lo proprius, 
			presupuesto en todos los discursos sobre la economía, la sexualidad, 
			el lenguaje, la semántica, la retórica, etc., no repercute su límite 
			absoluto más que en la representación sonora. Es al menos la 
			hipótesis más insistente de este libro. Se concede, pues, un papel 
			casi organizador aquí al motivo de la vibración sonora (Erzittern hegeliano) 
			lo mismo que al de la proximidad del sentido del ser en el habla (Nahe yEreignis heideggerianas). 
			La lógica del acontecimiento es interrogada ahí desde las 
			estructuras de expropiación llamadas timbre (tympanum), estilo yfirma. 
			El timbre, el estilo y la firma son la misma división obliterante de 
			lo propio. Hacen posible todo acontecimiento, necesario e 
			inencontrable. 
			Cuál es la resistencia específica del discurso filosófico a la 
			deconstrucción? Es el dominio infinito que parece asegurarle la 
			instancia del ser (y de lo) propio; ello le permite interiorizar 
			todo límite como algo 
			que es como 
			siendo el suyo propio. 
			Excederlo al mismo tiempo y así guardarlo en sí. Ahora bien, en su 
			dominio y su discurso sobre el dominio (pues el dominio es una 
			significación que todavía le debemos), el poder filosófico parece 
			siempre combinardos tipos. 
			Por una parte una jerarquía: 
			las ciencias particulares y las ontologías regionales son 
			subordinadas a la ontología general luego a la ontología 
			fundamental (6). 
			Desde este punto de vista, todas las preguntas que solicitan el ser 
			y lo propio descomponen el orden que somete los campos determinados 
			de la ciencia, sus objetos formales o materiales (lógica y 
			matemática o semántica, lingüística, retórica, ciencia de la 
			literatura, economía política, psicoanálisis, etc.), a la 
			jurisdicción filosófica. Son previas con derecho a la constitución, 
			en estos dominios (que no son simplemente dominios, regiones 
			circunscritas, delimitadas y asignadas del afuera y de más arriba), 
			de un discurso teórico riguroso, sistemático y consecuente. 
			Por otra parte, una envoltura: 
			el todo está implicado, en el modo especulativo de la reflexión y de 
			la expresión, en cada parte. Homogéneo, concéntrico, circulando 
			indefinidamente, el movimiento del todo se nota en las 
			determinaciones parciales del sistema o de la enciclopedia, sin que 
			el statusde 
			esta observación y la partición de la parte den lugar a una 
			deformación general del espacio. 
			Estos dos tipos de dominio apropiante, la jerarquía y el envoltorio, 
			se comunican entre sí según unas complicidades que definiremos. Si 
			cada uno de los dos tipos es más poderoso aquí (Aristóteles, 
			Descartes, Kant, Husserl, Heidegger) o allá (Spinoza, Leibnitz, 
			Hegel), obedecen al movimiento de una misma rueda, ya se trate 
			finalmente del círculo hermenéutico de Heidegger o del círculo onto-teológico 
			de Hegel. («La mitología blanca» deriva de acuerdo a otra rueda.) En 
			tanto que no se haya destruido ese tímpano (el tímpano es también 
			una rueda hidráulica, Vitrubio da una minuciosa descripción de ella(7), 
			lo que no puede hacerse con un gesto simplemente discursivo o 
			teórico, en tanto que no se hayan destruido estos dos tipos de 
			dominio en su familiaridad esencial -es también la del falocentrismo y 
			del logocentrismo(8)-, 
			en tanto que no se haya destruido hasta el concepto filosófico de 
			dominio, todas las libertades que se dirá se toman con el orden 
			filosófico seguirán agitadas a tergo por 
			máquinas filosóficas ignoradas, según la denegación o la 
			precipitación, la ignorancia o la necedad. Muy rápidamente se habrán 
			dejado, a sabiendas o no de sus «autores», llamar al orden. 
			Ciertamente, nunca se probará filosóficamente que es 
			preciso transformar 
			una situación semejante y proceder a una deconstrucción efectiva 
			para dejar marcas irreversibles. ¿En el nombre de qué y de quién en 
			efecto? ¿Y por qué no dejarse dictar la norma y la regla derecha a tergo (pregunta 
			de timpanotriba)? Si el desplazamiento de las fuerzas no transforma 
			efectivamente la situación, por qué privarse del placer, incluso de 
			la risa, que nunca ocurren sin una cierta repetición? Esta hipótesis 
			no es secundaria ¿En qué apoyarse en último recurso sino en la 
			filosofía una vez más, para descalificar la ingenuidad, la 
			incompetencia o la ignorancia, para inquietarse por la pasividad o 
			por limitar el placer? ¿Si el valor de autoridad siguiera siendo en 
			el fondo, como el de crítica, el más ingenuo? Se puede analizar o 
			transformar el deseo de im-pertinencia, no se puede, en el discurso, 
			hacerle entender la pertinencia, y que es necesario (saber) destruir 
			lo que se destruye. 
			Si en apariencia, pues, se mantienen al margen de estos grandes 
			textos de la historia de la filosofía, estos diez escritos plantean 
			de hecho la cuestión del margen. Carcomiendo la frontera que haría 
			de esta cuestión un caso particular, deberían enturbiar la línea que 
			separa un texto de su margen controlado. Interrogan la filosofía más 
			allá de su querer-decir, no la tratan sólo como un discurso: sino 
			como un texto determinado, inscrito en un texto general, encerrado 
			en la representación de su propio margen. Lo que obliga no sólo a 
			tener en cuenta toda la lógica del margen, sino a tener en cuenta 
			algo completamente distinto: a recordar sin duda que más allá del 
			texto filosófico, no hay un margen blanco, virgen, vacío, sino otro 
			texto, un tejido de diferencias de fuerzas sin ningún centro de 
			referencia presente (todo eso de lo que decía -la «historia», la 
			«política», la «economía», la «sexualidad», etc.- que no estaba 
			escrito en libros: esta cosa manida con la cual no se ha terminado, 
			parece, de ir marcha atrás, en las argumentaciones más regresivas y 
			en lugares aparentemente imprevisibles); pero también que el texto escrito de 
			la filosofía (en sus libros esta vez) desborda y hace reventar su 
			sentido. 
			Filosofar «a cuerpo descubierto». ¿Cómo lo entendía Hegel? 
			¿Este texto puede convertirse en el margen de un margen? ¿Dónde ha 
			pasado el cuerpo del texto cuando el margen no es ya una virginidad 
			secundaria, sino una reserva inagotable, la actividad estereográfica 
			de un oído completamente distinto? 
			Desborda y hace reventar: por una parte obliga a contar en su margen 
			más y menos de lo que se cree decir o leer, rompimiento que tiene 
			que ver con la estructura de la marca (es la misma palabra que marcha, como 
			límite, y que escalón); por 
			otra parte, disloca el cuerpo mismo de los enunciados en su 
			pretensión a la rigidez unívoca o a la polisemia regulada. Vano 
			abierto a un doble acuerdo que no forma un solo sistema. 
			Esto no implica reconocer solamente que el margen se mantiene dentro 
			y fuera. La filosofía lo dice también: dentro porque 
			el discurso filosófico entiende que conoce y domina su margen, que 
			define la línea, que encuadra la página, que la envuelve en su 
			volumen. Fuera porque 
			el margen, su margen,su afuera 
			están vacíos están fuera: negativo con el que no habría nada que 
			hacer, negativo sin efecto en el texto o negativo 
			que trabaja al servicio del sentido, margen relevada (aufgehobene) en 
			la dialéctica del Libro. No habremos, pues, dicho nada, en todo caso 
			no habremos hecho nada al declarar «contra» la filosofía o «de» la 
			filosofía que su margen está dentro o fuera, dentro y fuera, a la 
			vez desigualdad de sus esparcimientos internos y la regularidad de 
			su linde. Sería necesario a la vez, por análisis conceptuales 
			rigurosos, filosóficamente inflexibles, y por la inscripción de 
			marcas que ya no pertenecen al espacio filosófico, ni siquiera a la 
			vecindad de su otro, desplazar el encuadre, por la filosofía, de sus 
			propios tipos. Escribir de otra manera. Delimitar la forma de un 
			cierre que no tenga ya analogía con lo que puede representarse la 
			filosofía bajo este nombre, según la línea, recta o circular, que 
			rodea un espacio homogéneo. Determinar, completamente en contra del 
			filosofema, lo inflexible que le impide calcular su margen, por una 
			violencia limítrofe impresa según nuevos tipos. 
			Comer el margen al dislocar el tímpano, la relación consigo misma de 
			la doble membrana. Que la filosofía ya no pueda estar segura de que 
			siempre ha mantenido su tímpano. 
			Cuestión de ahora: atraviesa todo el libro. Cómo poner la mano en el 
			tímpano y cómo escaparía el tímpano a las manos del filósofo para 
			hacerle al falogocentrismo una impresión que él no reconozca, donde 
			ya no se encuentre, donde no pueda tomar consciencia más que a destiempo y 
			sin poder decirse girando 
			todavía sobre su propio gozne: yo 
			lo habré anticipado, con un saber absoluto. 
			Esta impresión, como siempre, se hace sobre algún tímpano, ya 
			resuene o se calle, sobre la membrana de doble faz ofrecida a los 
			golpes. 
			Como en el caso del bloque 
			mágico, planteo 
			en términos de prensa 
			manual la 
			cuestión de una máquina de 
			escritura que debería hacer bascular todo 
			el espacio del cuerpo propio en el arrastre sin límite de las 
			máquinas y así de máquinas con mano cortada(9). 
			La cuestión de la máquina es planteada una vez más, entre el pozo y 
			la pirámide, en los márgenes (del texto hegeliano). En términos de prensa, pues, manual, ¿qué es un tímpano? Es necesario 
			saberlo, para 
			provocar en el equilibrio del oído interno o la correspondencia 
			homogénea de los dos oídos, en la relación consigo en la que la 
			filosofía se entiende para domesticar la marcha, una dislocación sin 
			medida. Y 
			para, si la herida hegeliana (Beleidigung, verletzung) parece todavía 
			recosida, hacer nacer de la lesión sin sutura una partitura no 
			escuchada. 
			En términos de prensa manual, no hay, pues, un tímpano, sino varios 
			tímpanos. Dos bastidores de materia diferente, generalmente de 
			madera y de hierro, se colocan uno dentro del otro, se alojan, si se 
			puede decir así, uno en el otro. Un tímpano en el otro, uno de 
			madera, el otro de hierro, uno grande y otro pequeño. Entre los dos 
			la hoja. Se trata, pues, de un aparato y una de sus funciones 
			esenciales será el cálculo regular del margen. Una manivela hace 
			girar el carro bajo la platina que entonces, con ayuda de la barra, 
			se baja sobre el pequeño tímpano. El carro se desenrolla. El tímpano 
			y la frasqueta son levantados («Frasqueta. Término de imprenta. 
			Pieza de la prensa manual que los impresores bajan sobre la hoja, 
			para mantenerla sobre el tímpano, y para que los márgenes y los 
			blancos no se manchen» Littré), la 
			hoja es entonces impresa por una de sus caras. Tratado de 
			tipografía: «El gran tímpano es 
			un bastidor de madera sobre el que se tiende un trozo de tejido de 
			seda; sobre él se colocan las punturas, el margen y sucesivamente 
			cada una de las hojas que se han de imprimir. La faja sobre la que 
			se sujeta la frasqueta es de hierro. El gran tímpano se 
			sujeta a la caja por la parte posterior, es decir, a la extremidad 
			de la derecha de la prensa; está fijado por una doble bisagra que se 
			llama las bisagras del tímpano. Es 
			ordinariamente de la misma longitud que la caja. El gran tímpano está 
			agujereado en cada una de las barras que miden su longitud con dos 
			agujeros situados, uno en el centro, el otro a los dos tercios hacia 
			arriba, y destinados a recibir los tornillos de las punturas. El 
			pequeño tímpano es 
			un cuadro formado por cuatro bandas de hierro bastante finas, por 
			debajo del que se pega una hoja de pergamino, o más ordinariamente 
			un trozo de seda, doblado sobre los cuatro lados de este bastidor. 
			Está colocado en el gran tímpano, al 
			que se sujeta por arriba por medio de dos dientes delgados y 
			puntiagudos, que penetran entre la madera y la seda, por abajo por 
			un gancho, y por los lados por espigas de cola de milano. Sobre él 
			descansa la platina inmediatamente cuando es bajada por la barra. 
			Entre la seda del gran tímpano y 
			la del 
			pequeño se colocan los tejidos (de satén, o de merino si se quiere 
			obtener un relieve menos seco), el cartón y la preparación para 
			tirar. Los tímpanos requieren 
			ser cuidadosamente conservados y renovados cuando empiezan a 
			gastarse.» 
			¿Se dejará analizar la multiplicidad de estos tímpanos? ¿Seremos 
			reconducidos a la salida de los laberintos, hacia un topos o lugar 
			común llamado 
			tímpano? 
			La filosofía, acaso, no ha podido nunca razonar sobre esta 
			multiplicidad, al estar ella misma situada, inscrita, comprendida en 
			ella. Habrá buscado sin duda la regla tranquilizadora y derecha, la 
			norma de esta polisemia. Se habrá preguntado si un tímpano es 
			natural o construido, si no se vuelve siempre a la unidad de una 
			tela tendida, bordeada, encuadrada, que vigila sus márgenes como un 
			espacio virgen, homogéneo y negativo, dejando fuera su afuera, sin 
			marca, sin oposición, sin determinación, preparado como la materia, 
			la matriz, la khôra, 
			a recibir y a repercutir los tipos, esta interpretación habrá sido 
			verdadera, la historia misma de la verdad tal como en suma es un 
			poco contada en este libro. 
			Pero lo que sin duda no puede presentarse en el espacio de esta 
			verdad, lo que no puede dejarse oír o leer, o ver, aunque fuera en 
			el «triángulo luminoso» o el oculus del 
			tímpano, es que esto, un tímpano, estalle o se injerte. Y esto, de 
			cualquier manera que se escriba, resiste a los conceptos de máquina 
			o de naturaleza, de corte o de cuerpo, a la metafísica de la 
			castración tanto como a su revés parecido, la denegación de los 
			rousseauismos modernos en su vulgaridad tan académica. 
			¿Diremos desde este momento que lo que aquí resiste, es lo 
			impensado, lo reprimido, lo rechazado de la filosofía? Para no 
			agarrarse más, como a menudo se hace hoy, a la equivaencia confusa 
			de estas tres nociones, una elaboración conceptual debe introducir 
			ahí un nuevo juego de la oposición, de la articulación, de la 
			diferencia. Introducción, pues, a la différance. Si es un aquí de 
			este libro, que se lo inscriba en este camino. 
			Ya ha comenzado y todo remite aquí, cita, repercute, propaga su 
			ritmo sin medida. Pero sigue siendo enteramente imprevisible: 
			incisión conducida en un órgano por una mano ciega por no haber 
			visto nunca más que una y otra parte de un tejido. 
			Lo que entonces se trama no sigue el juego de un encadenamiento. 
			Representa más bien el encadenamiento. No olvidar que tramar (trameare), 
			es inicialmente agujerear, atravesar, trabajar por una y otra parte 
			de la cadena. El conducto del oído, lo que se llama el meato 
			auditivo, ya no se cierra después de haber estado bajo el golpe de 
			un encadenamiento simulado, frase segunda, eco y articulación lógica 
			de un rumor que todavía no se ha recibido, efecto ya de lo que no 
			tiene lugar. «Tiempo hueco, / una especie de vacío agotador entre 
			las láminas de la madera / cortante, / nada que llama al tronco del 
			hombre, / el cuerpo tomado como trozo del hombre», es el tympanon de 
			los Tarahumaras. 
			Esta repercusión fatigada ya por un tipo que todavía no ha sonado, 
			este tiempo sellado entre la 
			escritura y el habla (se) llaman un coup 
			de donc. 
			
			Cuando perfora, se muere de envidia de sustituir a algún cadáver 
			glorioso. Basta en suma, apenas, esperar.
 
 
 Notas:
 
			
			1 El 
			martillo, es sabido, pertenece a la cadena de los huesecillos, con 
			el yunque y el estribo. Se aplica a la superficie interna de la 
			membrana del tímpano. Su papel es siempre de mediación y de 
			comunicación: transmite las vibraciones sonoras a la cadena de los 
			huesecillos luego al oído interno. Bichat le había reconocido otra 
			función paradójica. Este huesecillo protegería al tímpano al actuar 
			sobre él: «Sin él el tímpano sería dolorosamente afectado en las 
			vibraciones provocadas por sonidos demasiado potentes.» El martillo 
			puede, pues, amortiguar los golpes, ensordecerlos en el umbral del 
			oído interno, éste -el laberinto- comprende un vestíbulo, canales 
			semicirculares, un caracol (con sus dos barandas), o sea dos órganos 
			de equilibrio y un órgano de audición. Penetraremos acaso más lejos. 
			Basta con notar por el momento el papel del oído medio: tiende a 
			igualar la resistencia acústica del aire y la de los líquidos 
			laberínticos, a equilibrar las presiones internas y las presiones 
			externas.
 
 2 Sin 
			ir en beneficio de todas las inversiones sexuales que, por todas 
			partes y en todo tiempo, constriñen poderosamente el discurso del 
			oído, indico aquí con un ejemplo los lugares del material abandonado 
			al margen, esa trompa que se llama pabellón [papillon] 
			es una verga para los Dogones y los Bambaras del Malí, y el conducto 
			auditivo una vagina. El habla es el esperma, indispensable para la 
			fecundación (concepción por el oído, pues, se diría toda la 
			filosofía). Desciende por el oído de la mujer y se enrolla en 
			espiral en torno a la matriz. Lo que nos aleja poco del arrianismo 
			(de Arrio, por supuesto, padre de Alejandría, sacerdote del 
			Arrianismo, doctrina herética de la concepción en la Trinidad), del homoousios y 
			de todas las actas del Concilio de Nicea.
 
 3 Cfr. 
			sobre todo La 
			double séance, 
			págs. 285-90.
 
 4 Sobre 
			la problemática del derrocamiento y del desplazamiento, cfr. La diseminación y Posiciones. Dislocar, 
			timpanizar el autismo filosófico, esto no se opera nunca en el 
			concepto y sin alguna carnicería de la lengua. Esta entonces hunde 
			la bóveda, la unidad cerrada y con volutas del paladar. Prolifera 
			por fuera hasta no ser comprendida ya. Ya no es la lengua.
 
			
			Música hematográfica 
			
			El júbilo sexual es una elección de glotis,de la esquirla del quiste de una raíz dentaria,
 una elección del canal de otitis,
 del mal tintineo auricular,
 de una mala instilación de sonido,
 de corriente gorgeada sobre la alfombra de ondo,
 del opaco espesor,
 la aplicación elegida de la opción de este adorno
 en hilo cortado, para escapar a la música
 prolífica avaricia obtusa sin goa ni jeo, ni gorjeo,
 y que no tiene ni tono ni edad.
 
			
			Artaud (diciembre de 1946).
 5 Término 
			de anatomía. Cavidad irregular que forma parte del oído interno. 
			Vestíbulo genital, la vulva y todas sus partes hasta la membrana 
			himen exclusivamente. Se dice también del espacio triangular 
			limitado por delante y lateralmente por las alas de las ninfas 
			[labios menores de la vulva], y por detrás por el orificio de la 
			uretra; por este espacio se penetra al practicar el corte 
			vestibular. [E. lat, vestibulum, de 
			la partícula aumentativa ve y stabulum, lugar 
			donde se permanece (vid. establo), según algunos 
			etimólogos latinos. Ovidio por el contrario con más razón, parece, 
			lo extrae de Vesta porque el vestíbulo contenía un fuego encendido 
			en honor de Vesta, diosa de lo propio, de la familiaridad, del hogar 
			doméstico etc.]. Entre los modernos, .M. Mommsen dice que «el vestibulum viene 
			de vestis, que 
			era una habitación de entrada donde depositaban la toga (vestis) los romanos», 
			Littré.
 
 Alojados en el vestíbulo, los receptores laberínticos del equilibrio 
			se llaman receptores vestibulares. Son los órganos otolíticos 
			(utrícula y sácula) y los canales semi-circulares , la utrícula es 
			sensible a los cambios de orientación de la cabeza que desplazan los 
			otólitos, piedras del oído, finas granulaciones calcáreas que 
			modifican la estimulación de las células ciliadas de la mácula 
			(parte gruesa de la pared membranosa de la utrícula). No se sabe 
			todavía con mucha seguridad cuál es la función de la sácula en los 
			mecanismos del equilibrio. Los canales semicirculares en el interior 
			del laberinto son sensibles a todos los movimientos de la cabeza que 
			crean corrientes en el líquido (endolinfa). Los movimientos reflejos 
			que resultan de ello son indispensables para asegurar la estabilidad 
			de la cabeza, la orientación y el equilibrio del cuerpo en todos sus 
			movimientos, especialmente en la erección de la marcha.
 Tímpano, dionisia, laberinto, hilos de Ariana. Recorremos ahora (de 
			pie, andando, danzando), comprendidos y en vueltos para no salir 
			jamás, la forma de un oído construido alrededor de una presa, 
			girando alrededor de su pared interna, una ciudad, pues (laberinto, 
			canales semi-circulares se nos previene de que las barandas no se 
			mantienen) enrollada como un caracol alrededor de una compuerta, de 
			un dique (dam) y tendida hacia 
			el mar; cerrada sobre ella misma y abierta sobre la vía del mar. 
			Llena y vacía de su agua, la anamnesis de la caracola resuena sola 
			sobre una playa. ¿Cómo podría producirse una fisura, entre tierra y 
			mar?
 
 Por esta fisura de la identidad filosófica que viene a dirigirse la 
			verdad bajo envoltura, a oírse hablar hacia adentro sin abrir la 
			boca o mostrar los dientes, lo sangriento de una escritura 
			diseminada viene a separar los labios, viola la boca de la 
			filosofía, pone en movimiento su lengua, la pone en contacto con 
			otro código distinto, de un tipo completamente diferente. 
			Acontecimiento necesariamente único, no reproducible, desde este 
			momento ilegible en tanto que tal y en el acto, inaudible en la 
			caracola, entre tierra y mar, sin firma
 
 Bataille en La 
			estructura del laberinto: «Surgido 
			de un vacío inconcebible en el juego de los seres en tanto que 
			satélite extraviado de dos fantasmas (uno erizado de barba y el 
			otro, más dulce, con la cabeza rematada en un moño), es inicialmente 
			en el padre y en la madre que lo transcienden donde el ser humano 
			minúsculo ha encontrado la ilusión de la suficiencia [...] Así se 
			producen conjuntos relativamente estables, cuyo centro es una 
			ciudad, parecida en su forma primitiva a una corola que encierra 
			como un pistilo doble un soberano y un dios [...] El dios universal 
			destruye más que soporta los agregados humanos que levantan su 
			fantasma. El mismo no es, sino muerto, sea porque un delirio mítico 
			lo propone a la adoración como un cadáver lleno de llagas, sea que 
			por su universalidad misma se convierte más que cualquier otro en 
			incapaz de oponer a la pérdida del ser las paredes astilladas de la 
			ipsidad.»
 
 6 El 
			cuestionamiento de esta subordinación ontológica queda abierto en De 
			la Grammatologie (cfr. 
			nota pág. 35).
 
 7 En De 
			architectura, 
			Vitrubio no describió solamente el reloj de agua de Ctésibio que 
			había 
			
			concebido aquarum expressiones automatopoetasque machinasmultaque 
			deliciarum genera («En 
			primer lugar, preparo el orificio de desagüe en un trozo de oro o en 
			una goma perforada; pues estas materias no se desgastan con el roce 
			de agua que corre, y las suciedades que pueden taponar el agujero no 
			se pueden depositar ahí. Al desaguar regularmente el agua por este 
			orificio hace subir un flotador invertido, que los técnicos llaman 
			“corcho” o “tambor” [quod ab artificibus phellos sive tympanum 
			dicitur] Sobre este flotador se fija una varilla en contacto 
			con un disco giratorio, provistos varilla y disco de dientes 
			iguales» (Libro IX, VIII, 4 tr. Soubiran). Sería necesario citar 
			todos los «corchos o tambores que siguen. Vitrubio también describió 
			el eje del reloj anafórico, ex 
			qua pendet ex una parte phellos (sive tympnaum) qui aba aqua 
			sublevatur (VIII, 
			7) y la célebre rueda hidráulica que lleva su nombre: un tambor o 
			cilindro hueco es dividido por tabiques que se abren sobre la 
			superficie del tambor. Se llenan de agua. Llegada a la altura del 
			eje, el agua pasa al núcleo y sale fuera.
 El tímpano de Lafaye lleva, en lugar de los tabiques del tímpano de 
			Vitrubio, tabiques cilíndricos que siguen envolventes en círculo. Se 
			ahorran así los ángulos. Al entrar en la rueda, el agua no se aloja 
			ya en los ángulos. Se reducen así los choques y al mismo tiempo la 
			pérdida del trabajo. Reproduzco aquí esta figura, acaso hegeliana, 
			del tímpano de Lafaye (1717).
 
 8 Esta 
			figura desollada (la diseminación debía también «desollar el oído», 
			cfr. pág. 207) pone al desnudo el sistema falogocéntrico en sus 
			articulaciones filosóficas más sensibles. Persigue, pues, la 
			deconstrucción de la estructura triángulo-circular (Edipo, Trinidad, 
			Dialéctica especulativa) desde hace tiempo emprendida y muy 
			explícitamente en los textos de La 
			diseminación (págs. 
			32, 392, passim) 
			y de Posiciones (págs. 
			110 y ss.). Esta estructura, mitológica de lo propio y de la 
			indiferencia orgánica, es a menudo la figura arquitectónica del 
			tímpano, parte de un frontón comprendida en el triángulo de tres 
			cornisas, a veces horadada con un vano circular llamado oculus. 
			No se trata aquí de pagarle el tributo de una negación oracular o de 
			una tesis sin estrategia de escritura que manipula el orden 
			falogocéntrico cada vez en su argumentación conceptual y en sus 
			connotaciones ideológicas, políticas, literarias. Más bien señalar 
			tomas conceptuales y giros de escritura que el orden no pueda volver 
			para enguantárselos o envainarlos una vez más. El margen, la marcha, 
			la demarcación pasan aquí entre negar (pluralidad de modos) y 
			deconstruir (unidad sistemática de una barrena).
 
 Al tratar de una figura desolada, hay al menos, pues, dos lecciones 
			de anatomía, como hay dos laberintos y dos ciudades. En una de 
			ellas, disección del cerebro, la cabeza del cirujano permanece 
			invisible. Parece cortada con una raya por el pintor. Ha sido en 
			efecto quemada, en 1723, con el cuarto del cuadro.
 
 9 En 
			cuanto al concepto metafísico de la máquina, podremos remitirnos, 
			para lo que aquí se trata, desde el trabajo sobre Hegel (El 
			pozo y la pirámide) a Freud 
			y la escena de la escritura, 
			En La 
			escritura y la diferencia, 
			y a De 
			la Gramatología.
 
 Traducción de 
			
			Carmen González Marín. 
			
 (*) Tympaniser 
			tiene una doble significación: «criticar»,
 «anunciar a bombo y 
			platillo»,
			 
			que aquí se aúna
 con el recuerdo «sonoro» de «tímpano»,
 como elemento auditivo (N. del T.)
 
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