«La
tesis y la antitesis y su demostración no presentan, pues, nada
diferente de esas afirmaciones opuestas: un límite es (eine Greze
ist) y el límite no es lo mismo que un límite
relevado (aufgehobene); el
límite tiene un más-allá con el que no obstante se mantiene en contacto (in
Beziehung steht), hacia el que debe ser transgredido, pero donde
resurge un límite semejante, que no es uno. La solución de
estas antinomias es, como en el caso precedente, transcendental, es
decir...»
«La esencia de la filosofía está
precisamente privada de fundamento (bodenlos) en cuanto a sus
propiedades particulares y, para acudir a ella, si el cuerpo expresa
la suma de las propiedades particulares, es necesario precipitarse
a cuerpo descubierto (sich a cuerpo descubierto
hineinzustürzen).»
«La
necesidad de la filosofía puede ser expresada como su presuposición, si
al menos se puede reservar a la filosofía, que comienza consigo
misma, una especie de limen vestibular (eine
Art von Vorhof).»
Hegel
Criticar (*)
la filosofía
El ser en el límite: estas
palabras todavía no forman una proposición, menos todavía un
discurso. Pero en ellas hay, con tal que juguemos, con que engendrar
poco más o menos todas las frases de este libro.
¿La filosofía responde a una necesidad? ¿Cómo entenderla? ¿Ella? ¿La
necesidad?
Amplio hasta creerse interminable, un discurso que
se ha llamado filosofía
-el único sin duda que no ha oído recibir el nombre más que de sí
mismo y no ha cesado de murmurarse de cerca la inicial- siempre ha
querido decir el límite, comprendido el suyo. En la familiaridad de
las lenguas llamadas (instituidas) por él naturales, las que le
fueron elementales, este discurso siempre se ha limitado a asegurar
el dominio del límite (peras, limes, Grenze). Lo
ha reconocido, concebido, planteado, declinado según todos los modos
posibles; y desde este momento al mismo tiempo, para disponer mejor
de él, lo ha transgredido. Era preciso que su
propio limite no
le fuera extraño. Se ha apropiado, pues, del concepto, ha creído
dominar el margen de su volumen y pensar su otro.
La filosofía siempre se ha atenido a esto: pensar su otro. Su otro:
lo que limita y de lo que deriva en su esencia su definición, su
producción. Pensar su otro: viene a ser sólo relevar (aufheben) aquello
de lo que ella deriva, a no abrir la marcha de su método más que
para pasar el límite? ¿O bien el límite, oblicuamente, por sorpresa,
reserva todavía un golpe más al saber filosófico? Límite/pasaje.
Al propagar esta pregunta más allá del contexto preciso del que
acabo de arrancarla (la infinidad del quantum en
la gran Lógica y
la crítica
de las antinomias kantianas), se tratará casi constantemente, en ese
libro, de interrogar la relevancia del límite. Y así pues de dar
nuevo impulso en todos los sentidos a la lectura de la Aufhebung hegeliana,
en su momento, más allá de lo que Hegel, al inscribirla, se ha oído
decir o ha oído querer decir, más allá de lo que se ha inscrito
sobre la pared interna de su oído. Esto implica a la pared en una
estructura delicada, diferenciada, cuyos orificios pueden permanecer
siempre inencontrables, apenas practicables la entrada y la salida;
y que el texto -el de Hegel por ejemplo- funcione como una máquina
de escritura en la que un cierto número de proposiciones caracterizadas y
sistemáticamente encadenadas
(debemos poder reconocerlas y aislarlas) representan la «intención
consciente» del autor como lector de su «propio» texto, en el
sentido en que hoy se habla de lector mecánico. Aquí la lección de
este lector finito que se llama un autor filosófico no es más que
una pieza, a veces además interesante, de la máquina. ¿Limitarse a
pensar su otro: su
propio otro, el propio de su otro, otro propio? A pensarlo como
tal, a
reconocerlo, se le echa en falta. Nos lo reapropiamos, disponemos de
él, le echamos en falta o más bien echamos de menos echarlo en
falta, lo que, en cuanto al otro, viene a ser siempre lo mismo.
Entre el propio del otro y el otro del propio.
Si la filosofía siempre ha oído, por su parte, estar en contacto con
lo no filosófico, incluso lo antifilosófico, con las prácticas y los
saberes, empíricos o no, que constituyen su otro, si se ha
constituido según este acuerdo reflexionado con su afuera, si
siempre se ha oído hablar, en la misma lengua, de ella misma y de
otra cosa, ¿podemos, con todo rigor, asignar un lugar no filosófico,
un lugar de exterioridad o de alteridad desde el que se pueda
todavía tratar
de la filosofía? ¿Este lugar, siempre,
no habrá sido anteriormente ocupado por filosofía? ¿Es una artimaña
que no sea razón para impedir a la filosofía hablar una vez más de
sí misma, prestar sus categorías al logos del
otro, fingiendo sin tardanza, sobre la página doméstica de su propio
tímpano (siempre el tambor amortiguado, tympanon, tela
tendida, sostenida para recibir los golpes, para amortiguar las
impresiones, para hacer resonar los tipos [typoi], para
equilibrar las presiones que golpean del typtein, entre
el adentro y el afuera) una percusión heterogénea? ¿Podemos penetrar
violentamente su campo de escucha sin que al punto, fingiendo
incluso la ventaja, la filosofía, si escuchamos lo que se dice de
ella, si decodificamos el enunciado, lo haga resonar en ella, se
apropie de su emisión, se lo comunique familiarmente entre el oído
interno y el oído medio, según la vía de una trompa o de una ventana
interior, sea redonda u oval? Dicho de otro modo, ¿se puede hacer
estallar el tímpano de un filósofo y continuar haciéndose oír por
él?
Filosofar con un martillo. Zaratustra comienza por preguntarse si
será necesario estallarles, romperles los oídos (Murz man
ihnen erst die Ohren zerschlagen), a
golpes de címbalos o de tímpanos, instrumentos, siempre, de alguna
dionisiada. Para enseñarles también a «oír con los ojos».
Pero analizaremos el cambio metafísico; la complicidad circular de
las metáforas del ojo y del oído.
Pero hay en la estructura del tímpano algo que se llama el
«triángulo luminoso». Se le nombra en Los
cantos de Maldoror (II),
cerca de una «trinidad grandiosa».
Pero con este triángulo, con la parte tensa del tímpano, se
encuentra también el mango de un «martillo».
Para transformar efectivamente, prácticamente, lo que se describe
(timpaniza), será preciso todavía ser oído en él y desde este
momento someterse a la ley del martillo interior?(1). Si
tomamos el relevo del martillo interior, nos arriesgamos entonces a
dejar participar al discurso más ruidoso en la economía más serena,
menos perturbada, mejor servida, de la ironía filosófica. Es decir,
ejemplos no faltan hoy de este tamborileo metafísico, que al aceptar
este riesgo no se arriesga nada.
Filosofía -apartarse para describirla, y criticar su ley, hacia la
exterioridad absoluta de otro lugar. Pero la exterioridad, la
alteridad son conceptos que, ellos solos, nunca han sorprendido el
discurso filosófico. Éste
siempre se ha ocupado de sí mismo. Bajo
estos títulos conceptuales no se le desbordará nunca, el
desbordamiento es su objeto. En lugar de determinar otra
circunscripción, de reconocerla, practicarla, ponerla al día,
formarla, presentarla, producirla en
una palabra (esta palabra es actualmente la «piel nueva» más gastada
de la denegación metafísica que se entiende muy bien con todos sus
proyectos), se trataría, pero según un movimiento inescuchado por
ella, de otro que no ya no sería su
otro.
Pero ponerla en relación con aquello con lo que no tiene relación,
¿no es inmediatamente dejarse codificar por el logos filosófico,
alistarse bajo su bandera?(2).
Ciertamente, salvo si se escribe esta relación siguiendo el modo de
una no-relación del cual sería simultáneamente u oblicuamente demostrado
-sobre la superficie filosófica del discurso- que ningún filosofema
habrá nunca sido aderezado para doblegársele o traducirlo. Esto no
se puede escribir sino según una deformación del tímpano filosófico.
Mi intención no es sustraer a la cuestión de la metáfora -uno de los
hilos más continuos de este libro- la figura de lo oblicuo. Es
también, temáticamente, la vía de La
Diseminación(3). Sabemos
que la membrana del tímpano, tabique delgado y transparente, que
separa el conducto auricular del oído medio (la caja), está
tendido oblicuamente (loxôs). Oblicuamente de arriba
abajo, de afuera adentro y de adelante atrás. No es, pues,
perpendicular al eje del conducto. Uno de los efectos de esta
oblicuidad es aumentar la superficie de impresión y, por tanto, la
capacidad de vibración. Se ha observado, en particular en los
pájaros, que la finura del oído está en relación directa con la
oblicuidad del tímpano. El tímpano bizquea.
Consecuencia: dislocar el oído filosófico, hacer trabajar el loxôs en
el logos,
es evitar la contestación frontal y simétrica, la oposición en todas
las formas de la anti-, inscribir
en todos los casos el antismo y
el cambio(4),
la denegación doméstica, en una forma completamente distinta de
emboscada, delokhos, de maniobra textual. ¿En qué condiciones podríamos desde este momento señalar, para
un filosofema en general, un límite, señalar un margen que no pueda
reapropiarse al infinito, concebirlo como
suyo, engendrando e internando antes el proceso de su expropiación
(Hegel una vez más, siempre), procediendo desde sí mismo a su
inversión? ¿Cómo desequilibrar las presiones que se corresponden por
una y otra parte de la membrana? ¿Cómo detener esta correspondencia
destinada a amortiguar, apagar, impedir los golpes de fuera, el otro
martillo? El «martillo que habla» al «que tiene el tercer oído» (Des
das dritte Ohr hat). ¿Cómo
interpretar -pero la interpretación no puede ser ya aquí una teoría
o una práctica discursiva de la filosofía- tal extraña y única
propiedad de un discurso que organiza la economía de su
representación, la ley de su propio tejido de tal manera que su
afuera no sea su afuera, no lo sorprenda nunca, que la lógica de su
heteronomía razone todavía en la cueva de su autismo?
Puesto que así se entiende el ser: su propio.
Asegura sin descanso el movimiento que deriva de la reapropiación.
¿Podemos desde este momentopasar este
límite singular que no es un límite, no separa ya el adentro del
afuera en mayor medida que asegura la continuidad permeable y
transparente? ¿Qué forma puede tener este juego de límite/pasaje,
este logos que se plantea y se niega a sí mismo dejando sorda su
propia voz? ¿Está bien formada esta pregunta?
Los análisis que se llevan a cabo en este libro no responden a esta
pregunta, no aportan ni una respuesta ni una respuesta.
Trabajarían más bien, para transformar y desplazar su enunciado, en
interrogar los presupuestos de la pregunta, la institución de su
protocolo, las leyes de su procedimiento, los títulos de su
pretendida homogeneidad, de su aparente unicidad: ¿se puede tratar
de la filosofía (la metafísica, incluso la onto-teología)
sin dejarse ya dictar, con esta pretensión de unidad y unicidad, la
totalidad inatacable e imperial de un orden? ¿Si hay márgenes, hay
todavía una filosofía,
la filosofía?
No hay respuesta, pues. Quizá ni siquiera una pregunta, a fin de
cuentas. La correspondencia copulante, la oposición
pregunta/respuesta está ya alojada en una estructura, envuelta en el
hueco de un oído donde nosotros queremos ir a ver. Saber cómo se ha
hecho, cómo se ha formado, cómo funciona. Y si el tímpano es un
límite, se trataría quizá menos de desplazar este límite
determinado que de trabajar en el concepto de límite y en el límite
del concepto. De hacerla salir en varios golpes de sus casillas.
¿Pero qué es una casilla (significado:
para hacer razonar en todos los sentidos)?
Así pues, ¿a qué pregunta de derecho fiarse si el límite en general,
y no sólo aquel del que se cree es una cosa muy particular entre
otras, el tímpano, es estructuralmente oblicuo? ¿Si no hay límite en
general? ¿forma
derecha y regular del límite? Como todo limus, el limes,
camino de través, significa lo oblicuo.
Pero se trata incansablemente del oído, de este órgano distinto,
diferenciado, articulado, que produce el efecto de proximidad, de
propiedad absoluta, el borrarse idealizante de la diferencia
orgánica. Es un órgano cuya estructura (y la sutura que lo sujeta a
la garganta) produce la engañifa tranquilizadora de la indiferencia
orgánica. Basta con olvidarlo -y para ello con abrigarse como en la
más familiar morada- para clamar contra el fin de los órganos, de
los otros.
Pero se trata incansablemente del oído. No sólo de la pared abrigada
del tímpano, sino del conducto vestibular(5).
Y del fonema como «fenómeno del laberinto» en el cual La
voz y el fenómeno había,
desde su exergo e inmediato a su falsa salida, introducido la
cuestión de la escritura. Podremos todavía considerar, por supuesto,
para tranquilizarnos que el «vértigo laberíntico» es el nombre de
una enfermedad bien conocida y bien determinada, el problema local
de un órgano particular.
Esto es -
otro tímpano.
Si el ser es, en efecto, proceso de reapropiación, no se podrá
percutir la «cuestión del ser» de un nuevo tipo sin medirla con la
de lo propio, absolutamente coextensiva. Ahora bien, ésta no se deja
separar del valor idealizante de lo muy
próximo que
no recibe sus poderes desconcertantes, sino de la estructura de
oírse hablar. Lo proprius,
presupuesto en todos los discursos sobre la economía, la sexualidad,
el lenguaje, la semántica, la retórica, etc., no repercute su límite
absoluto más que en la representación sonora. Es al menos la
hipótesis más insistente de este libro. Se concede, pues, un papel
casi organizador aquí al motivo de la vibración sonora (Erzittern hegeliano)
lo mismo que al de la proximidad del sentido del ser en el habla (Nahe yEreignis heideggerianas).
La lógica del acontecimiento es interrogada ahí desde las
estructuras de expropiación llamadas timbre (tympanum), estilo yfirma.
El timbre, el estilo y la firma son la misma división obliterante de
lo propio. Hacen posible todo acontecimiento, necesario e
inencontrable.
Cuál es la resistencia específica del discurso filosófico a la
deconstrucción? Es el dominio infinito que parece asegurarle la
instancia del ser (y de lo) propio; ello le permite interiorizar
todo límite como algo
que es como
siendo el suyo propio.
Excederlo al mismo tiempo y así guardarlo en sí. Ahora bien, en su
dominio y su discurso sobre el dominio (pues el dominio es una
significación que todavía le debemos), el poder filosófico parece
siempre combinardos tipos.
Por una parte una jerarquía:
las ciencias particulares y las ontologías regionales son
subordinadas a la ontología general luego a la ontología
fundamental (6).
Desde este punto de vista, todas las preguntas que solicitan el ser
y lo propio descomponen el orden que somete los campos determinados
de la ciencia, sus objetos formales o materiales (lógica y
matemática o semántica, lingüística, retórica, ciencia de la
literatura, economía política, psicoanálisis, etc.), a la
jurisdicción filosófica. Son previas con derecho a la constitución,
en estos dominios (que no son simplemente dominios, regiones
circunscritas, delimitadas y asignadas del afuera y de más arriba),
de un discurso teórico riguroso, sistemático y consecuente.
Por otra parte, una envoltura:
el todo está implicado, en el modo especulativo de la reflexión y de
la expresión, en cada parte. Homogéneo, concéntrico, circulando
indefinidamente, el movimiento del todo se nota en las
determinaciones parciales del sistema o de la enciclopedia, sin que
el statusde
esta observación y la partición de la parte den lugar a una
deformación general del espacio.
Estos dos tipos de dominio apropiante, la jerarquía y el envoltorio,
se comunican entre sí según unas complicidades que definiremos. Si
cada uno de los dos tipos es más poderoso aquí (Aristóteles,
Descartes, Kant, Husserl, Heidegger) o allá (Spinoza, Leibnitz,
Hegel), obedecen al movimiento de una misma rueda, ya se trate
finalmente del círculo hermenéutico de Heidegger o del círculo onto-teológico
de Hegel. («La mitología blanca» deriva de acuerdo a otra rueda.) En
tanto que no se haya destruido ese tímpano (el tímpano es también
una rueda hidráulica, Vitrubio da una minuciosa descripción de ella(7),
lo que no puede hacerse con un gesto simplemente discursivo o
teórico, en tanto que no se hayan destruido estos dos tipos de
dominio en su familiaridad esencial -es también la del falocentrismo y
del logocentrismo(8)-,
en tanto que no se haya destruido hasta el concepto filosófico de
dominio, todas las libertades que se dirá se toman con el orden
filosófico seguirán agitadas a tergo por
máquinas filosóficas ignoradas, según la denegación o la
precipitación, la ignorancia o la necedad. Muy rápidamente se habrán
dejado, a sabiendas o no de sus «autores», llamar al orden.
Ciertamente, nunca se probará filosóficamente que es
preciso transformar
una situación semejante y proceder a una deconstrucción efectiva
para dejar marcas irreversibles. ¿En el nombre de qué y de quién en
efecto? ¿Y por qué no dejarse dictar la norma y la regla derecha a tergo (pregunta
de timpanotriba)? Si el desplazamiento de las fuerzas no transforma
efectivamente la situación, por qué privarse del placer, incluso de
la risa, que nunca ocurren sin una cierta repetición? Esta hipótesis
no es secundaria ¿En qué apoyarse en último recurso sino en la
filosofía una vez más, para descalificar la ingenuidad, la
incompetencia o la ignorancia, para inquietarse por la pasividad o
por limitar el placer? ¿Si el valor de autoridad siguiera siendo en
el fondo, como el de crítica, el más ingenuo? Se puede analizar o
transformar el deseo de im-pertinencia, no se puede, en el discurso,
hacerle entender la pertinencia, y que es necesario (saber) destruir
lo que se destruye.
Si en apariencia, pues, se mantienen al margen de estos grandes
textos de la historia de la filosofía, estos diez escritos plantean
de hecho la cuestión del margen. Carcomiendo la frontera que haría
de esta cuestión un caso particular, deberían enturbiar la línea que
separa un texto de su margen controlado. Interrogan la filosofía más
allá de su querer-decir, no la tratan sólo como un discurso: sino
como un texto determinado, inscrito en un texto general, encerrado
en la representación de su propio margen. Lo que obliga no sólo a
tener en cuenta toda la lógica del margen, sino a tener en cuenta
algo completamente distinto: a recordar sin duda que más allá del
texto filosófico, no hay un margen blanco, virgen, vacío, sino otro
texto, un tejido de diferencias de fuerzas sin ningún centro de
referencia presente (todo eso de lo que decía -la «historia», la
«política», la «economía», la «sexualidad», etc.- que no estaba
escrito en libros: esta cosa manida con la cual no se ha terminado,
parece, de ir marcha atrás, en las argumentaciones más regresivas y
en lugares aparentemente imprevisibles); pero también que el texto escrito de
la filosofía (en sus libros esta vez) desborda y hace reventar su
sentido.
Filosofar «a cuerpo descubierto». ¿Cómo lo entendía Hegel?
¿Este texto puede convertirse en el margen de un margen? ¿Dónde ha
pasado el cuerpo del texto cuando el margen no es ya una virginidad
secundaria, sino una reserva inagotable, la actividad estereográfica
de un oído completamente distinto?
Desborda y hace reventar: por una parte obliga a contar en su margen
más y menos de lo que se cree decir o leer, rompimiento que tiene
que ver con la estructura de la marca (es la misma palabra que marcha, como
límite, y que escalón); por
otra parte, disloca el cuerpo mismo de los enunciados en su
pretensión a la rigidez unívoca o a la polisemia regulada. Vano
abierto a un doble acuerdo que no forma un solo sistema.
Esto no implica reconocer solamente que el margen se mantiene dentro
y fuera. La filosofía lo dice también: dentro porque
el discurso filosófico entiende que conoce y domina su margen, que
define la línea, que encuadra la página, que la envuelve en su
volumen. Fuera porque
el margen, su margen,su afuera
están vacíos están fuera: negativo con el que no habría nada que
hacer, negativo sin efecto en el texto o negativo
que trabaja al servicio del sentido, margen relevada (aufgehobene) en
la dialéctica del Libro. No habremos, pues, dicho nada, en todo caso
no habremos hecho nada al declarar «contra» la filosofía o «de» la
filosofía que su margen está dentro o fuera, dentro y fuera, a la
vez desigualdad de sus esparcimientos internos y la regularidad de
su linde. Sería necesario a la vez, por análisis conceptuales
rigurosos, filosóficamente inflexibles, y por la inscripción de
marcas que ya no pertenecen al espacio filosófico, ni siquiera a la
vecindad de su otro, desplazar el encuadre, por la filosofía, de sus
propios tipos. Escribir de otra manera. Delimitar la forma de un
cierre que no tenga ya analogía con lo que puede representarse la
filosofía bajo este nombre, según la línea, recta o circular, que
rodea un espacio homogéneo. Determinar, completamente en contra del
filosofema, lo inflexible que le impide calcular su margen, por una
violencia limítrofe impresa según nuevos tipos.
Comer el margen al dislocar el tímpano, la relación consigo misma de
la doble membrana. Que la filosofía ya no pueda estar segura de que
siempre ha mantenido su tímpano.
Cuestión de ahora: atraviesa todo el libro. Cómo poner la mano en el
tímpano y cómo escaparía el tímpano a las manos del filósofo para
hacerle al falogocentrismo una impresión que él no reconozca, donde
ya no se encuentre, donde no pueda tomar consciencia más que a destiempo y
sin poder decirse girando
todavía sobre su propio gozne: yo
lo habré anticipado, con un saber absoluto.
Esta impresión, como siempre, se hace sobre algún tímpano, ya
resuene o se calle, sobre la membrana de doble faz ofrecida a los
golpes.
Como en el caso del bloque
mágico, planteo
en términos de prensa
manual la
cuestión de una máquina de
escritura que debería hacer bascular todo
el espacio del cuerpo propio en el arrastre sin límite de las
máquinas y así de máquinas con mano cortada(9).
La cuestión de la máquina es planteada una vez más, entre el pozo y
la pirámide, en los márgenes (del texto hegeliano). En términos de prensa, pues, manual, ¿qué es un tímpano? Es necesario
saberlo, para
provocar en el equilibrio del oído interno o la correspondencia
homogénea de los dos oídos, en la relación consigo en la que la
filosofía se entiende para domesticar la marcha, una dislocación sin
medida. Y
para, si la herida hegeliana (Beleidigung, verletzung) parece todavía
recosida, hacer nacer de la lesión sin sutura una partitura no
escuchada.
En términos de prensa manual, no hay, pues, un tímpano, sino varios
tímpanos. Dos bastidores de materia diferente, generalmente de
madera y de hierro, se colocan uno dentro del otro, se alojan, si se
puede decir así, uno en el otro. Un tímpano en el otro, uno de
madera, el otro de hierro, uno grande y otro pequeño. Entre los dos
la hoja. Se trata, pues, de un aparato y una de sus funciones
esenciales será el cálculo regular del margen. Una manivela hace
girar el carro bajo la platina que entonces, con ayuda de la barra,
se baja sobre el pequeño tímpano. El carro se desenrolla. El tímpano
y la frasqueta son levantados («Frasqueta. Término de imprenta.
Pieza de la prensa manual que los impresores bajan sobre la hoja,
para mantenerla sobre el tímpano, y para que los márgenes y los
blancos no se manchen» Littré), la
hoja es entonces impresa por una de sus caras. Tratado de
tipografía: «El gran tímpano es
un bastidor de madera sobre el que se tiende un trozo de tejido de
seda; sobre él se colocan las punturas, el margen y sucesivamente
cada una de las hojas que se han de imprimir. La faja sobre la que
se sujeta la frasqueta es de hierro. El gran tímpano se
sujeta a la caja por la parte posterior, es decir, a la extremidad
de la derecha de la prensa; está fijado por una doble bisagra que se
llama las bisagras del tímpano. Es
ordinariamente de la misma longitud que la caja. El gran tímpano está
agujereado en cada una de las barras que miden su longitud con dos
agujeros situados, uno en el centro, el otro a los dos tercios hacia
arriba, y destinados a recibir los tornillos de las punturas. El
pequeño tímpano es
un cuadro formado por cuatro bandas de hierro bastante finas, por
debajo del que se pega una hoja de pergamino, o más ordinariamente
un trozo de seda, doblado sobre los cuatro lados de este bastidor.
Está colocado en el gran tímpano, al
que se sujeta por arriba por medio de dos dientes delgados y
puntiagudos, que penetran entre la madera y la seda, por abajo por
un gancho, y por los lados por espigas de cola de milano. Sobre él
descansa la platina inmediatamente cuando es bajada por la barra.
Entre la seda del gran tímpano y
la del
pequeño se colocan los tejidos (de satén, o de merino si se quiere
obtener un relieve menos seco), el cartón y la preparación para
tirar. Los tímpanos requieren
ser cuidadosamente conservados y renovados cuando empiezan a
gastarse.»
¿Se dejará analizar la multiplicidad de estos tímpanos? ¿Seremos
reconducidos a la salida de los laberintos, hacia un topos o lugar
común llamado
tímpano?
La filosofía, acaso, no ha podido nunca razonar sobre esta
multiplicidad, al estar ella misma situada, inscrita, comprendida en
ella. Habrá buscado sin duda la regla tranquilizadora y derecha, la
norma de esta polisemia. Se habrá preguntado si un tímpano es
natural o construido, si no se vuelve siempre a la unidad de una
tela tendida, bordeada, encuadrada, que vigila sus márgenes como un
espacio virgen, homogéneo y negativo, dejando fuera su afuera, sin
marca, sin oposición, sin determinación, preparado como la materia,
la matriz, la khôra,
a recibir y a repercutir los tipos, esta interpretación habrá sido
verdadera, la historia misma de la verdad tal como en suma es un
poco contada en este libro.
Pero lo que sin duda no puede presentarse en el espacio de esta
verdad, lo que no puede dejarse oír o leer, o ver, aunque fuera en
el «triángulo luminoso» o el oculus del
tímpano, es que esto, un tímpano, estalle o se injerte. Y esto, de
cualquier manera que se escriba, resiste a los conceptos de máquina
o de naturaleza, de corte o de cuerpo, a la metafísica de la
castración tanto como a su revés parecido, la denegación de los
rousseauismos modernos en su vulgaridad tan académica.
¿Diremos desde este momento que lo que aquí resiste, es lo
impensado, lo reprimido, lo rechazado de la filosofía? Para no
agarrarse más, como a menudo se hace hoy, a la equivaencia confusa
de estas tres nociones, una elaboración conceptual debe introducir
ahí un nuevo juego de la oposición, de la articulación, de la
diferencia. Introducción, pues, a la différance. Si es un aquí de
este libro, que se lo inscriba en este camino.
Ya ha comenzado y todo remite aquí, cita, repercute, propaga su
ritmo sin medida. Pero sigue siendo enteramente imprevisible:
incisión conducida en un órgano por una mano ciega por no haber
visto nunca más que una y otra parte de un tejido.
Lo que entonces se trama no sigue el juego de un encadenamiento.
Representa más bien el encadenamiento. No olvidar que tramar (trameare),
es inicialmente agujerear, atravesar, trabajar por una y otra parte
de la cadena. El conducto del oído, lo que se llama el meato
auditivo, ya no se cierra después de haber estado bajo el golpe de
un encadenamiento simulado, frase segunda, eco y articulación lógica
de un rumor que todavía no se ha recibido, efecto ya de lo que no
tiene lugar. «Tiempo hueco, / una especie de vacío agotador entre
las láminas de la madera / cortante, / nada que llama al tronco del
hombre, / el cuerpo tomado como trozo del hombre», es el tympanon de
los Tarahumaras.
Esta repercusión fatigada ya por un tipo que todavía no ha sonado,
este tiempo sellado entre la
escritura y el habla (se) llaman un coup
de donc.
Cuando perfora, se muere de envidia de sustituir a algún cadáver
glorioso. Basta en suma, apenas, esperar.
Notas:
1 El
martillo, es sabido, pertenece a la cadena de los huesecillos, con
el yunque y el estribo. Se aplica a la superficie interna de la
membrana del tímpano. Su papel es siempre de mediación y de
comunicación: transmite las vibraciones sonoras a la cadena de los
huesecillos luego al oído interno. Bichat le había reconocido otra
función paradójica. Este huesecillo protegería al tímpano al actuar
sobre él: «Sin él el tímpano sería dolorosamente afectado en las
vibraciones provocadas por sonidos demasiado potentes.» El martillo
puede, pues, amortiguar los golpes, ensordecerlos en el umbral del
oído interno, éste -el laberinto- comprende un vestíbulo, canales
semicirculares, un caracol (con sus dos barandas), o sea dos órganos
de equilibrio y un órgano de audición. Penetraremos acaso más lejos.
Basta con notar por el momento el papel del oído medio: tiende a
igualar la resistencia acústica del aire y la de los líquidos
laberínticos, a equilibrar las presiones internas y las presiones
externas.
2 Sin
ir en beneficio de todas las inversiones sexuales que, por todas
partes y en todo tiempo, constriñen poderosamente el discurso del
oído, indico aquí con un ejemplo los lugares del material abandonado
al margen, esa trompa que se llama pabellón [papillon]
es una verga para los Dogones y los Bambaras del Malí, y el conducto
auditivo una vagina. El habla es el esperma, indispensable para la
fecundación (concepción por el oído, pues, se diría toda la
filosofía). Desciende por el oído de la mujer y se enrolla en
espiral en torno a la matriz. Lo que nos aleja poco del arrianismo
(de Arrio, por supuesto, padre de Alejandría, sacerdote del
Arrianismo, doctrina herética de la concepción en la Trinidad), del homoousios y
de todas las actas del Concilio de Nicea.
3 Cfr.
sobre todo La
double séance,
págs. 285-90.
4 Sobre
la problemática del derrocamiento y del desplazamiento, cfr. La diseminación y Posiciones. Dislocar,
timpanizar el autismo filosófico, esto no se opera nunca en el
concepto y sin alguna carnicería de la lengua. Esta entonces hunde
la bóveda, la unidad cerrada y con volutas del paladar. Prolifera
por fuera hasta no ser comprendida ya. Ya no es la lengua.
Música hematográfica
El júbilo sexual es una elección de glotis,
de la esquirla del quiste de una raíz dentaria,
una elección del canal de otitis,
del mal tintineo auricular,
de una mala instilación de sonido,
de corriente gorgeada sobre la alfombra de ondo,
del opaco espesor,
la aplicación elegida de la opción de este adorno
en hilo cortado, para escapar a la música
prolífica avaricia obtusa sin goa ni jeo, ni gorjeo,
y que no tiene ni tono ni edad.
Artaud (diciembre de 1946).
5 Término
de anatomía. Cavidad irregular que forma parte del oído interno.
Vestíbulo genital, la vulva y todas sus partes hasta la membrana
himen exclusivamente. Se dice también del espacio triangular
limitado por delante y lateralmente por las alas de las ninfas
[labios menores de la vulva], y por detrás por el orificio de la
uretra; por este espacio se penetra al practicar el corte
vestibular. [E. lat, vestibulum, de
la partícula aumentativa ve y stabulum, lugar
donde se permanece (vid. establo), según algunos
etimólogos latinos. Ovidio por el contrario con más razón, parece,
lo extrae de Vesta porque el vestíbulo contenía un fuego encendido
en honor de Vesta, diosa de lo propio, de la familiaridad, del hogar
doméstico etc.]. Entre los modernos, .M. Mommsen dice que «el vestibulum viene
de vestis, que
era una habitación de entrada donde depositaban la toga (vestis) los romanos»,
Littré.
Alojados en el vestíbulo, los receptores laberínticos del equilibrio
se llaman receptores vestibulares. Son los órganos otolíticos
(utrícula y sácula) y los canales semi-circulares , la utrícula es
sensible a los cambios de orientación de la cabeza que desplazan los
otólitos, piedras del oído, finas granulaciones calcáreas que
modifican la estimulación de las células ciliadas de la mácula
(parte gruesa de la pared membranosa de la utrícula). No se sabe
todavía con mucha seguridad cuál es la función de la sácula en los
mecanismos del equilibrio. Los canales semicirculares en el interior
del laberinto son sensibles a todos los movimientos de la cabeza que
crean corrientes en el líquido (endolinfa). Los movimientos reflejos
que resultan de ello son indispensables para asegurar la estabilidad
de la cabeza, la orientación y el equilibrio del cuerpo en todos sus
movimientos, especialmente en la erección de la marcha.
Tímpano, dionisia, laberinto, hilos de Ariana. Recorremos ahora (de
pie, andando, danzando), comprendidos y en vueltos para no salir
jamás, la forma de un oído construido alrededor de una presa,
girando alrededor de su pared interna, una ciudad, pues (laberinto,
canales semi-circulares se nos previene de que las barandas no se
mantienen) enrollada como un caracol alrededor de una compuerta, de
un dique (dam) y tendida hacia
el mar; cerrada sobre ella misma y abierta sobre la vía del mar.
Llena y vacía de su agua, la anamnesis de la caracola resuena sola
sobre una playa. ¿Cómo podría producirse una fisura, entre tierra y
mar?
Por esta fisura de la identidad filosófica que viene a dirigirse la
verdad bajo envoltura, a oírse hablar hacia adentro sin abrir la
boca o mostrar los dientes, lo sangriento de una escritura
diseminada viene a separar los labios, viola la boca de la
filosofía, pone en movimiento su lengua, la pone en contacto con
otro código distinto, de un tipo completamente diferente.
Acontecimiento necesariamente único, no reproducible, desde este
momento ilegible en tanto que tal y en el acto, inaudible en la
caracola, entre tierra y mar, sin firma
Bataille en La
estructura del laberinto: «Surgido
de un vacío inconcebible en el juego de los seres en tanto que
satélite extraviado de dos fantasmas (uno erizado de barba y el
otro, más dulce, con la cabeza rematada en un moño), es inicialmente
en el padre y en la madre que lo transcienden donde el ser humano
minúsculo ha encontrado la ilusión de la suficiencia [...] Así se
producen conjuntos relativamente estables, cuyo centro es una
ciudad, parecida en su forma primitiva a una corola que encierra
como un pistilo doble un soberano y un dios [...] El dios universal
destruye más que soporta los agregados humanos que levantan su
fantasma. El mismo no es, sino muerto, sea porque un delirio mítico
lo propone a la adoración como un cadáver lleno de llagas, sea que
por su universalidad misma se convierte más que cualquier otro en
incapaz de oponer a la pérdida del ser las paredes astilladas de la
ipsidad.»
6 El
cuestionamiento de esta subordinación ontológica queda abierto en De
la Grammatologie (cfr.
nota pág. 35).
7 En De
architectura,
Vitrubio no describió solamente el reloj de agua de Ctésibio que
había
concebido aquarum expressiones automatopoetasque machinasmultaque
deliciarum genera («En
primer lugar, preparo el orificio de desagüe en un trozo de oro o en
una goma perforada; pues estas materias no se desgastan con el roce
de agua que corre, y las suciedades que pueden taponar el agujero no
se pueden depositar ahí. Al desaguar regularmente el agua por este
orificio hace subir un flotador invertido, que los técnicos llaman
“corcho” o “tambor” [quod ab artificibus phellos sive tympanum
dicitur] Sobre este flotador se fija una varilla en contacto
con un disco giratorio, provistos varilla y disco de dientes
iguales» (Libro IX, VIII, 4 tr. Soubiran). Sería necesario citar
todos los «corchos o tambores que siguen. Vitrubio también describió
el eje del reloj anafórico, ex
qua pendet ex una parte phellos (sive tympnaum) qui aba aqua
sublevatur (VIII,
7) y la célebre rueda hidráulica que lleva su nombre: un tambor o
cilindro hueco es dividido por tabiques que se abren sobre la
superficie del tambor. Se llenan de agua. Llegada a la altura del
eje, el agua pasa al núcleo y sale fuera.
El tímpano de Lafaye lleva, en lugar de los tabiques del tímpano de
Vitrubio, tabiques cilíndricos que siguen envolventes en círculo. Se
ahorran así los ángulos. Al entrar en la rueda, el agua no se aloja
ya en los ángulos. Se reducen así los choques y al mismo tiempo la
pérdida del trabajo. Reproduzco aquí esta figura, acaso hegeliana,
del tímpano de Lafaye (1717).
8 Esta
figura desollada (la diseminación debía también «desollar el oído»,
cfr. pág. 207) pone al desnudo el sistema falogocéntrico en sus
articulaciones filosóficas más sensibles. Persigue, pues, la
deconstrucción de la estructura triángulo-circular (Edipo, Trinidad,
Dialéctica especulativa) desde hace tiempo emprendida y muy
explícitamente en los textos de La
diseminación (págs.
32, 392, passim)
y de Posiciones (págs.
110 y ss.). Esta estructura, mitológica de lo propio y de la
indiferencia orgánica, es a menudo la figura arquitectónica del
tímpano, parte de un frontón comprendida en el triángulo de tres
cornisas, a veces horadada con un vano circular llamado oculus.
No se trata aquí de pagarle el tributo de una negación oracular o de
una tesis sin estrategia de escritura que manipula el orden
falogocéntrico cada vez en su argumentación conceptual y en sus
connotaciones ideológicas, políticas, literarias. Más bien señalar
tomas conceptuales y giros de escritura que el orden no pueda volver
para enguantárselos o envainarlos una vez más. El margen, la marcha,
la demarcación pasan aquí entre negar (pluralidad de modos) y
deconstruir (unidad sistemática de una barrena).
Al tratar de una figura desolada, hay al menos, pues, dos lecciones
de anatomía, como hay dos laberintos y dos ciudades. En una de
ellas, disección del cerebro, la cabeza del cirujano permanece
invisible. Parece cortada con una raya por el pintor. Ha sido en
efecto quemada, en 1723, con el cuarto del cuadro.
9 En
cuanto al concepto metafísico de la máquina, podremos remitirnos,
para lo que aquí se trata, desde el trabajo sobre Hegel (El
pozo y la pirámide) a Freud
y la escena de la escritura,
En La
escritura y la diferencia,
y a De
la Gramatología.
Traducción de
Carmen González Marín.
(*) Tympaniser
tiene una doble significación: «criticar»,
«anunciar a bombo y
platillo»,
que aquí se aúna
con el recuerdo «sonoro» de «tímpano»,
como elemento auditivo (N. del T.)
|
|