“El mito pone en juego una forma de
lógica que podemos llamar, en contraste con la lógica de la
no-contradicción de los filósofos, una lógica de lo ambiguo, de lo
equívoco, de la polaridad. ¿Cómo formular, incluso formalizar esas
operaciones de báscula que invierten un término en su contrario,
manteniéndolas a distancia desde otros puntos de vista? Incumbe al
mitólogo prestar atención, finalmente, a esa comprobación de
carencias volviéndose hacia los lingüistas, los lógicos, los
matemáticos, para que ellos proporcionen el útil que le falta: el
modelo estructural de una lógica que no sería la de la binaridad,
del si o no, una lógica distinta de la lógica del logos".
Jean-Pierre Vernant,
“Raisons du mythe”,
Mythe et société en Grèce ancienne,
(1974, p. 250.)
Khôra nos sucede, como el nombre. Y cuando un nombre llega,
dice inmediatamente más que el nombre, lo otro del nombre y lo otro
sin más, de lo cual anuncia justamente la irrupción. Este anuncio no
promete aún, no amenaza más. No promete ni amenaza a nadie.
Permanece todavía extraño a la persona, nombrando sólo la inminencia
-e incluso una inminencia extraña al mito-, el tiempo y la historia
de cualquier promesa y de cualquier amenaza posibles.
Lo sabemos bien: lo que Platón designa bajo el nombre de khôra
parece desafiar, en el Timeo, esa “lógica de no-contradicción
de los filósofos” de la que habla Vernant, esa “lógica de la
binaridad, del sí o no”. Pondría de manifiesto pues, quizás, esa
“lógica distinta de la lógica del logos”. La khôra no es ni
“sensible”, ni “inteligible”, pertenece a un “tercer género”
(triton genos, 48e, 52a). Tampoco podemos decir de ella que
no es ni esto ni aquello, o que es a la vez esto y aquello. No basta
recordar que no nombra ni esto ni aquello o que dice tanto esto como
aquello. La ambigüedad declarada por Timeo se manifiesta de otro
modo: unas veces la khôra parece no ser ni esto ni aquello, otras
veces a la vez esto y aquello. Pero esta alternativa entre la lógica
de la exclusión y la de la participación –volveremos extensamente
sobre esto- proviene tal vez de una apariencia provisoria y de las
coacciones de la retórica, esto es, de alguna inaptitud para
nombrar. La khôra parece extraña al orden del “paradigma”, ese
modelo inteligible e inmutable. Y sin embargo, “invisible” y sin
forma sensible, “participa” de lo inteligible de un modo muy
dificultoso, en verdad aporético (aporôtata, 51b). Al menos,
agrega Timeo, declarando esto no nos mentiremos, no nos
diremos lo falso (ou pseudometha). La prudencia de esta
fórmula negativa da que pensar. No mentir, no decir lo falso, ¿es
necesariamente decir lo verdadero? ¿Y qué ocurre al respecto con el
testimonio?
Recordemos aún esto, como aproximación preliminar: el discurso sobre
la khôra, tal como se presenta, no procede del logos natural
o legítimo sino más bien de un razonamiento híbrido, bastardo (logismô
nothô), es decir corrompido. Se anuncia “como en un sueño”
(52b), lo que puede tanto privarlo de lucidez como conferirle un
poder de adivinación.
¿Ese discurso implica asimismo al mito? ¿Accederemos al pensamiento
de la khôra si nos fiamos aún de la alternativa logos / mythos?
¿Y si este pensamiento designara incluso un tercer género de
discurso? ¿Y si, quizás como en el caso de la khôra, esta apelación
al tercer género no fuera más que el tiempo de un desvío para
indicar un género más allá del género? ¿Más allá de las categorías
-de las oposiciones categoriales sobre todo- que, ante todo,
permiten aproximarlo o decirlo?.
Como muestra de gratitud y de admiración, este cuestionamiento es un
homenaje a Jean-Pierre Vernant. Se dirige, ciertamente, hacia quién
tanto nos ha enseñado y nos ha dado tanto a pensar sobre la
oposición mythos / logos, pero también sobre la incesante
inversión de polos, al autor de Raisons du mythe y de
Ambigüité et renversement: ¿cómo pensar eso que, excediendo la
regularidad del logos, su ley, su genealogía natural o legítima, no
pertenece sin embargo, strictu sensu, al mythos? ¿Cómo
pensar la necesidad de lo que, más allá de la oposición interrumpida
o retardada del logos y el mythos, dando lugar a esta
oposición como a tantas otras, parece sin embargo no someterse a la
ley de eso mismo que ella sitúa? ¿Qué hay de ese lugar? ¿Es
nombrable? ¿Y no habría una relación imposible en la posibilidad de
nombrar? ¿Existe aquí algo a pensar, como decimos tan
rápidamente, y a pensar según la necesidad?
Uno
La oscilación de la que acabamos de hablar no es una oscilación
entre otras, una oscilación entre dos polos. Oscila entre dos
géneros de oscilación: la doble exclusión (ni/ni) y la
participación (a la vez... y, esto y aquello). ¿Pero tenemos
el derecho de transportar la lógica, la paralógica o la metalógica
de esta sobre-oscilación de un conjunto al otro? Ella concernía en
primer lugar a géneros de ente (sensible/inteligible,
visible/invisible, forma/sin forma, o mimema/paradigma), pero
nosotros la desplazamos a géneros de discurso (mythos/logos)
o de relación a lo que es o no es en general. Tal desplazamiento
quizás no va de suyo. Depende de una suerte de metonimia:
desplazando los nombres, se desplazaría de géneros de ser a géneros
de discurso. Pero por una parte, particularmente en Platón, es
siempre difícil separar ambas problemáticas: la cualidad del
discurso depende en primer lugar de la cualidad del ser del que se
habla. Un poco como si un nombre no debiera darse más que a lo que
ante todo lo merece y lo llama. En cuanto relación a lo que es en
general, el discurso se halla calificado o descalificado por eso a
lo que se relaciona. Por otra parte, la metonimia se permite un
pasaje por el género, de un género a otro, de la cuestión de
los géneros de ser a la cuestión de los géneros de discurso.
Ahora bien, el discurso sobre la khôra es también un discurso sobre
el género (genos) y sobre los diferentes géneros de género.
Volveremos más tarde al género como gens o pueblo (genos,
ethos), cuyo tema aparece en la apertura del Timeo. En
el contexto restringido que nos ocupa por el momento -el de la
secuencia sobre la khôra- encontramos todavía dos géneros de género.
La khôra es un triton genos respecto a dos géneros de ser
(inmutable e inteligible / corruptible, en devenir y sensible), pero
parece también determinada respecto al género sexual: Timeo habla, a
propósito de esto, de “madre” o “nodriza”. Lo hace de un modo que no
nos apresuraremos a mencionar. Casi todos los intérpretes del
Timeo se apoyan, en este pasaje, en los recursos de la retórica
sin interrogarse nunca al respecto. Hablan tranquilamente de
metáforas, de imágenes, de comparaciones[i]. No
plantean ningún interrogante sobre esta tradición de la retórica que
pone a su disposición una reserva de conceptos muy útiles pero
completamente construidos sobre la distinción entre lo sensible y lo
inteligible, a la que precisamente el pensamiento de la khôra no
puede articularse más -a la que, Platón lo da a entender sin
ambigüedades, no cabe que se articule. Este problema de la retórica
-singularmente, de la posibilidad de nombrar- no es aquí, como se
ve, un problema accesorio. Su importancia no se limita más a cierta
dimensión pedagógica (los que hablan de metáfora con relación a la
khôra precisan a menudo: metáfora didáctica), ilustrativa o
instrumental. Nos contentaremos por el momento con señalarla y
situarla pero ya resulta claro que, necesariamente, lo mismo que la
khôra, no se deja situar con facilidad, ni asignar una residencia:
es más situante que situada, oposición que a su vez necesitará
sustraer alguna alternativa gramatical u ontológica de lo activo y
de lo pasivo. No hablaremos de metáfora, pero no por entender, por
ejemplo, que la khôra es propiamente una madre, una nodriza, un
receptáculo, un porta-impronta o algo relativo al oro. Es tal vez
porque conduce más allá o más acá de la polaridad sentido metafórico
/ sentido propio que el pensamiento de la khôra excede la polaridad,
sin duda análoga, del mythos y del logos. Tal sería al menos
la cuestión que quisiéramos plantear aquí como experimento de
lectura. La consecuencia considerada sería la siguiente: con esas
dos polaridades, el pensamiento de la khôra inquietaría el orden
mismo de la polaridad, de la polaridad en general, sea o no
dialéctica. Dando lugar a las oposiciones, ella misma no estaría
sometida a ninguna inversión y esto, otra consecuencia, no porque
ella sería inalterablemente ella-misma más allá de su nombre,
sino porque, conduciendo más allá de la polaridad del sentido
(metafórico o propio), no pertenecería más al horizonte del sentido,
ni del sentido como sentido del ser.
Después de estas precauciones y estas hipótesis negativas, se
comprenderá que hayamos preservado la palabra khôra de cualquier
traducción. En verdad, pareciera que una traducción se está haciendo
siempre, tanto en la lengua griega como de la lengua griega a
cualquier otra. No tengamos ninguna por segura. Pensar y traducir
atraviesan aquí la misma experiencia. Si debe ser intentada, tal
experiencia no es sólo la preocupación por un vocablo o por un átomo
de sentido, sino también por toda una textura trópica -no digamos
aún por un sistema-, y por las maneras de aproximar, para
nombrarlos, los elementos de esta “trópica”. Ya sea que conciernan
al nombre mismo de khôra (“lugar”, “sitio”, “emplazamiento”,
“región”, “comarca”) o a eso que la tradición llama figuras
-comparaciones, imágenes, metáforas- propuestas por Timeo mismo
(“madre”, “nodriza”, “receptáculo”, “porta-impronta”), las
traducciones quedan atrapadas en las redes de la interpretación. Son
inducidas por proyecciones retrospectivas en las que podemos siempre
sospechar anacronismo. Este anacronismo no es necesariamente, ni
siempre, tan sólo una debilidad de la que una interpretación
vigilante y rigurosa podría escapar completamente. Intentaremos
mostrar que nadie puede escapar de él. Heidegger mismo, que en todo
caso es el único que nunca ha hablado de “metáfora”, parece ceder a
esta interpretación teleológica[ii] contra la cual,
en otra parte, nos pone justamente en guardia. Y este gesto parece
altamente significativo para el conjunto de su cuestionamiento y de
su relación con la “historia-de-la-filosofía”.
Lo que acabamos de decir de la retórica, de la traducción o del
anacronismo teleológico podría generar un malentendido. Es necesario
disiparlo sin demora. Jamás pretenderemos proponer la palabra justa
para khôra, ni nombrarla, a ella-misma, más allá de todos los
rodeos y de los desvíos de la retórica, ni abordarla finalmente, a
ella-misma, en eso que habría sido, fuera de todo punto de
vista, fuera de toda perspectiva anacrónica. Su nombre no es una
palabra justa. Está destinado a lo imborrable, incluso si lo que
nombra, khôra, no se reduce, sobre todo, a su nombre. La trópica y
el anacronismo son inevitables. Y todo lo que queremos mostrar es la
estructura que, volviéndolos de este modo inevitables, implica otra
cosa que accidentes, debilidades o momentos provisorios. En toda la
historia de las interpretaciones del Timeo, esta ley
estructural no parece haber sido abordada como tal. Se trataría de
una estructura y no de alguna esencia de la khôra; la cuestión de la
esencia deja de tener sentido en relación a ella. ¿Cómo es que,
careciendo de esencia, la khôra se mantendría más allá de su nombre?
La khôra es anacrónica, “es” la anacronía en el ser o, más
bien, la anacronía del ser. Vuelve anacrónico el ser.
Acabamos de decir: toda la historia de las interpretaciones. Nunca
agotaremos la inmensa literatura consagrada al Timeo desde la
Antigüedad. Tratarla aquí en su conjunto estaría fuera de lugar. Y
sobre todo presuponer la unidad o la homogeneidad de ese conjunto,
la posibilidad misma de totalizarlo en alguna aprehensión ordenada.
Lo que presuponemos, por el contrario -y todavía se podría llamar a
esto una “hipótesis de trabajo”-, es que la presunción de un orden
semejante (agrupación, unidad, totalidad organizada por un telos)
tiene un vínculo esencial con el anacronismo estructural del que
hablamos hace un momento. Sería el efecto inevitable producido por
algo como la khôra -que no es algo, y que no es como nada, tampoco
incluso como lo que ella sería, más allá de su nombre, ella
misma.
Ricas, numerosas, inagotables, las interpretaciones vienen, en suma,
a informar la significación o el valor de khôra. Consisten siempre
en darle forma determinada, a ella, que sin embargo no puede
ofrecerse o prometerse más que sustrayéndose a toda determinación, a
todas las marcas e impresiones a las que diríamos que se halla
expuesta: a todo lo que querríamos adjudicarle sin esperar recibir
nada de ella... Pero lo que adelantamos aquí de la interpretación de
la khôra -del texto de Platón sobre la khôra- al hablar de forma
dada o recibida, de marca o de impresión, de conocimiento como
información, etc., todo esto extrae lo que el texto mismo dice de la
khôra, su dispositivo conceptual y hermenéutico. Lo que acabamos,
por ejemplo, para el ejemplo, de adelantar en relación a “khôra” en
el texto de Platón, simplemente reproduce o traslada, con todos sus
esquemas, el discurso de Platón sobre la khôra. Esto ocurre hasta en
esta misma frase, en la que acabo de servirme de la palabra esquema.
Los skemata son las figuras destacadas e impresas en la khôra,
las formas que la informan, que le suceden sin pertenecerle.
Las interpretaciones vendrían a dar forma a “khôra”, dejando en ella
la marca esquemática de su impronta y depositando en ella el
sedimento de su aporte. Y, sin embargo, “khôra” parece no dejarse
nunca alcanzar ni tocar, menos todavía desgastar, sobre todo no
agotar por esos tipos de traducción trópica o interpretativa. Ni
siquiera puede decirse que les proporciona el soporte de un sustrato
o de una sustancia estable. Khôra no es un sujeto. No es el sujeto.
Ni lo subjetil (subjectile). Los tipos hermenéuticos no
pueden informar, sólo pueden dar forma a khôra en la medida en que,
inaccesible, impasible, “amorfa” (amorphon, 51a) y siempre
virgen, de una virginidad radicalmente rebelde al antropomorfismo,
ella parece recibir esos tipos y darles lugar. Pero si Timeo la
llama receptáculo (dekhomenon) o lugar (khôra), estos
nombres no designan una esencia, el ser estable de un eidos, puesto
que khôra no es ni del orden del eidos, ni del orden de los
mimemas, de las imágenes del eidos, que se imprimen en ella
-de modo que no es, no pertenece a los dos géneros de ser conocidos
o reconocidos. No es y ese no-ser no puede más que anunciarse, es
decir no se deja aprehender o concebir, a través de los esquemas
antropomórficos del recibir o del dar. Khôra no es; sobre todo no es
un soporte o un sujeto que daría lugar recibiendo o concibiendo, es
decir, dejándose concebir. ¿Cómo denegarle esta significación de
receptáculo, cuando ese nombre le es dado incluso por Platón? Es
difícil. Tal vez aún no hemos pensado lo que quiere decir recibir,
el recibir de ese receptáculo, eso que nombra dekhomai, dekhomenon.
Tal vez a partir de khôra comencemos a aprenderlo -a recibirlo, a
recibir de ella lo que su nombre denomina. A recibirlo, si no
comprenderlo, a concebirlo.
Se habrá advertido ya que decimos khôra y no, como lo ha querido
siempre la convención, la khôra, o incluso, como hubiéramos podido
hacerlo por precaución, la palabra, el concepto, la significación o
el valor de “khôra”. Esto por muchas razones, de las que ciertamente
la mayor parte ya son evidentes. El artículo definido presupone ya
la existencia de una cosa, el ente khôra al que, a través de un
nombre común, sería fácil referirse. Así, lo que decimos de khôra es
que este nombre no designa ninguno de los tipos de ente conocidos,
reconocidos o, si se prefiere, recibidos por el discurso filosófico,
es decir por el logos ontológico que rige en el Timeo: khôra no es
ni sensible ni inteligible. Hay khôra; es posible asimismo
interrogarse sobre su physis y su dynamis, al menos interrogarse al
respecto de manera provisoria, pero lo que hay no es; y más adelante
volveremos sobre lo que puede dar a pensar este hay que, por lo
demás, no da nada dando lugar o dando a pensar, por lo que sería
arriesgado ver allí el equivalente de un es gibt, de ese
es gibt que
probablemente se halla implicado en cualquier teología negativa -si
no es que la nombra siempre- en su historia cristiana.
¿En lugar de la khôra nos contentaremos entonces con decir
prudentemente: la palabra, el nombre común, el concepto, la
significación o el valor de khôra? Estas precauciones no bastarían,
pues presuponen distinciones (palabra/concepto,
palabra-concepto/cosa, sentido/referencia, significación/ valor,
nombre/nombrable, etc.) que implican la posibilidad, al menos, de un
ente determinado, distinto de otros, y de actos que lo aluden, a él
o a su sentido, a través de actos de lenguaje, designaciones o
canalizaciones. Todos esos actos mencionan generalidades, un orden
de multiplicidades: género, especie, individuo, tipo, esquema, etc.
Pareciera sin embargo que lo que podemos leer de khôra en el Timeo
es que “algo”, que no es una cosa, pone en cuestión esas
presuposiciones y esas distinciones: “algo” (“quelque chose”) no es
una cosa (chose) y se sustrae a ese orden de multiplicidades.
Pero si decimos khôra y no la khôra, todavía se trata de un nombre.
Un nombre propio, por cierto, pero una palabra, igual que cualquier
nombre común, una palabra distinta de la cosa o del concepto. Por
otra parte, el nombre propio parece, como siempre, atribuido a una
persona, en este caso a una mujer. Tal vez a una mujer, más bien a
una mujer. ¿No agrava esto los riesgos de antropomorfismo de los que
querríamos cuidarnos? ¿Esos riesgos no son corridos por Platón mismo
cuando, como se dice, parece “comparar” khôra a una madre o a una
nodriza? ¿No está asociado el valor del receptáculo, en cuanto
materia pasiva y virgen, al elemento femenino, y sobre todo en la
cultura griega? Estas objeciones no carecen de valor. Sin embargo,
si khôra presenta ciertos caracteres de la palabra como nombre
propio, aunque más no sea por su aparente referencia a lo único (y
no hay en el Timeo, o más rigurosamente en un pasaje del Timeo que
abordaremos más tarde, más que una sola khôra, y es así como la
concebimos, no hay más que una por divisible que sea), sin embargo,
el referente de esta referencia no existe. No tiene los caracteres
de un ente, entendamos por esto un ente admisible en lo ontológico,
a saber un ente inteligible o sensible. Hay khôra, pero la khôra no
existe. La sustracción del artículo debería por el momento suspender
entre comillas invisibles la determinación (citamos una palabra de
Platón en tal pasaje del Timeo, sin saber aún lo que quiere decir y
cómo determinarla) y la referencia a algo que no es una cosa, pero
que insiste en su unicidad tan enigmática, se deja llamar sin
responder, sin darse a ver, a concebir, a determinar. Privado de
referente real, aquello que en efecto parece un nombre propio exige
también nombrar una x que tiene por propiedad -por physis y por
dynamis, dirá el texto- no tener nada propio y permanecer informe (amorphon).
Esta muy singular impropiedad, que justamente no es nada, es lo que
khôra debe, si así podemos decir, guardar, es lo que es necesario
guardarle, lo que nos es necesario guardarle. Por esto es preciso no
confundirla en una generalidad atribuyéndole propiamente propiedades
que serían siempre las de un ente determinado, uno de los entes que
ella “recibe” o del que recibe la imagen: un ente de género femenino
por ejemplo- y por esto la femineidad de la madre o de la nodriza
nunca podrá serle atribuida legítimamente. Lo que no quiere
decir -volveremos sobre este punto- que se trate de simples figuras
de retórica. Khôra no debe recibir para ella, no debe pues recibir,
sólo dejarse atribuir las propiedades (de lo) que recibe. No debe
recibir, debe no recibir lo que recibe. Para evitar todas estas
confusiones conviene, paradójicamente, formalizar su aproximación y
mantener al respecto siempre el mismo lenguaje (taétñn aét¯n ?eÜ
prosrht¡on, 50b ). No tanto “dar siempre el mismo nombre” de ella,
como se traduce a menudo, sino hablar de ella y denominarla de la
misma manera. Fielmente, en suma, incluso si esta fe es irreductible
a cualquier otra. ¿Esta “manera” es única o típica? ¿Posee la
generalidad de un evento idiomático o la generalidad reglada de un
esquema? Dicho de otro modo, ¿encuentra esta regularidad en el texto
de Platón -o más bien en alguna secuencia del Timeo- su única y
mejor formulación, o bien uno de sus ejemplos, por privilegiado que
sea? ¿En qué sentido se dirá del Timeo que es ejemplar? ¿Y si
importa que la denominación, más que el nombre, permanezca igual, se
podrá reemplazar, relevar, traducir khôra por otros nombres,
esforzándose sólo por vigilar la regularidad de la denominación, a
saber, de un discurso?
Esta pregunta no puede no resonar si nos sabemos inmersos en una
escena de lectura semejante, comprendida de antemano en la inmensa
historia de las interpretaciones y reapropiaciones que en el curso
de los siglos se han ocupado de khôra, recogiéndola o
sobrecargándola de inscripciones y de relieves, dándole forma,
imprimiéndole tipos, para producir en ella nuevos objetos y
depositar otros sedimentos. Esta interminable teoría de las exégesis
parece reproducir eso que, conforme al discurso de Timeo, pasaría no
con el texto de Platón sino con khôra misma. Con khôra misma, si al
menos pudiéramos hablar así de esta x (x o khi), el que o la que no
debe tener ninguna determinación propia, sensible o inteligible,
material o formal, y ninguna identidad consigo misma. Todo ocurre
como si la historia venidera de las interpretaciones de khôra
estuviera escrita de antemano, incluso prescrita, reproducida y
reflejada de antemano en algunas páginas del Timeo “a propósito” de khôra “misma”. Con sus relanzamientos incesantes, los ecos, las
sobreimposiciones, las sobreimpresiones y reimpresiones, esta
historia se borra de antemano, puesto que se programa, se reproduce
y se refleja por anticipado. ¿Una historia prescrita, programada,
reproductora, reflejada, es aún una historia? A menos que el
concepto de historia lleve en sí mismo esta programación
teleológica, que lo anula constituyéndolo. Declarando “así es como
entrevemos khôra -de manera difícil, aporética y como en sueños-”,
alguien (Timeo, Platón, etc.) habría dicho en suma: es a esto a lo
que se parecerán de aquí en más todas las interpretaciones, por toda
la eternidad, de lo que yo he dicho aquí. Se parecerán a lo que yo
digo de khôra; y lo que digo de khôra comenta de antemano y describe
la ley de toda la historia de la hermenéutica y de las instituciones
que se construirán con ese motivo, sobre ese motivo.
No hay nada fortuito en cuanto a esto. Khôra recibe, para darles
lugar, todas las determinaciones pero ella no posee ninguna propia.
Las posee, las tiene -puesto que las recibe-, pero no las posee como
propiedades, no posee nada propio. No “es” otra cosa que la suma o
el proceso de lo que se inscribe “sobre” ella, a propósito de ella,
pero no es el sujeto o soporte presente de todas esas
interpretaciones, porque, sin embargo, no se reduce a ellas. Este
exceso simplemente no es nada, nada que sea y se diga ontológicamente. Esta ausencia de soporte, que no puede ser
traducida en soporte ausente o en ausencia como soporte, provoca y
resiste cualquier determinación binaria o dialéctica, cualquier
examen de tipo filosófico, digamos, más rigurosamente, de tipo
ontológico. Este tipo se encuentra a la vez desafiado y relanzado
por eso mismo que parece darle lugar. Más adelante deberemos aún
recordar, insistiendo de manera más analítica, que si hay lugar
(s’il
y a lieu) o, según nuestro idioma, lugar dado (lieu donné),
dar lugar no remite aquí a hacer presente una plaza. La expresión
dar lugar no reenvía al gesto de un sujeto dador, soporte u
origen de algo que llegaría a ser dado a alguien.
No obstante su carácter tímidamente preliminar, quizás estas
observaciones nos permitan entrever la silueta de una “lógica”, cuya
formalización parece casi imposible. ¿Esta “lógica” sería todavía
una “lógica”, una “forma de lógica”, para retomar la expresión de
Vernant cuando habla de una “forma de lógica” del mito que se
trataría de “formular, incluso formalizar”? Dicha lógica del mito
ciertamente existe, pero nuestra interrogación permanece: ¿el
pensamiento de khôra, que evidentemente no remite a la “lógica de
no-contradicción de los filósofos”, pertenece sin embargo a la
especie del pensamiento mítico? ¿Es aún mythos el logos “bastardo”
que se regla sobre ella?
Démonos tiempo para un largo desvío. Consideremos la manera según
la cual la dialéctica especulativa de Hegel inscribe el pensamiento
mítico en una perspectiva teleológica. Podemos decir de esta
dialéctica que es y no es una lógica de la no-contradicción. Integra
y señala la contradicción como tal. Del mismo modo, señala el
discurso mítico como tal en el filosofema.
Según Hegel, la filosofía no llega a ser seria -y también nosotros
pensamos siguiendo a Hegel y según él- más que a partir del momento
en que entra en la vía segura de la lógica: es decir, luego de haber
abandonado, digamos más bien reemplazado, su forma mítica -después
de Platón, con Platón. La lógica filosófica llega a sí misma cuando
el concepto se despierta de su sueño mitológico. Sueño y despertar,
puesto que el acontecimiento consiste en un simple develamiento:
explicitación y toma de conciencia de un filosofema encerrado en su
potencia virtual. El mitema no habría sido más que un pre-filosofema
ofrecido y prometido a su Aufhebung dialéctica. Este futuro anterior
teleológico parece el tiempo de un relato, pero es un relato de la
salida fuera del relato. Marca el fin de la ficción narrativa. Hegel
lo explica[iii] haciendo la defensa de su “amigo Creuzer” y de su
libro Symbolik und Mythologie der alten Völker, besonders der
Griechen, 1810-1812. El logos mitológico, por cierto, puede expresar
la pretensión de ser una especie del “filosofar” (p.108). Los
filósofos han podido servirse de los mitos para aproximar los filosofemas de la imaginación (Phantasie). Pero “el contenido del
mito es el pensamiento” (íbid.). La dimensión mítica permanece
formal y exterior. Si bien los mitos de Platón son “bellos”, si bien
la “presentación” (Darstellung) mítica del pensamiento es bella,
estaríamos equivocados si creyéramos que los mitos son más
“eminentes” (vortrefflicher) que el “modo abstracto de la
expresión”. En verdad, Platón no recurre al mito más que en la
medida de su “impotencia” (Unvermögen) para “expresarse en la pura
modalidad del pensar”. Pero sólo en parte, puesto que no lo hace más
que en la introducción de los diálogos -y una introducción no es
nunca puramente filosófica: sabemos lo que Hegel piensa de las
introducciones y de los prefacios en general. Cuando va a la cosa
misma, al tema principal, Platón se expresa de un modo completamente
distinto. Pensemos por ejemplo en el Parménides: las simples
determinaciones filosóficas prescinden de la imagen y del mito. El
esquema dialéctico de Hegel concierne aquí tanto a lo mítico como a
lo figurativo o lo simbólico. El Parménides es “serio”, el recurso
al mito no lo es del todo. Así como aún hoy domina tantas
evaluaciones -y no sólo en el llamado pensamiento anglosajón-, la
oposición de lo serio y lo no-serio recubre aquí la de la filosofía
como tal y la de su deriva lúdico-mitológica. El valor del
pensamiento filosófico, es decir también su seriedad, se mide en
función del carácter no mítico de su contenido. Hegel subraya aquí
el valor, la seriedad, el valor de lo serio, Aristóteles es su
garante. Pues luego de haber declarado que “el valor de Platón no
consiste sin embargo en los mitos” (Der Wert Platons liegt aber
nicht in den Mythen, p.109), Hegel cita y traduce a Aristóteles.
Conviene detenerse aquí. Se sabe, recordémoslo al pasar antes de
abordar directamente este problema, con qué fuerza pesa la
interpretación aristotélica del Timeo, particularmente en relación a khôra, en la historia de las interpretaciones. Hegel traduce, o
parafrasea la Metafísica: perÜ m¢n tÇn mutkÇw sofizom¡nvn oçk awion
met spoud°w skopeÝn: Von denen, welche mythisch philosophieren, ist
es nicht der Mühe wert, ernstlich zu handeln: a los que filosofan
recurriendo al mito, no vale la pena tratarlos seriamente”.
Hegel parece oscilar entre dos interpretaciones. En un texto
filosófico, la función del mito es unas veces un signo de impotencia
filosófica, la incapacidad de acceder al concepto en cuanto tal y
mantenerse allí, otras veces signo de una potencia dialéctica -y
sobre todo dialéctica-, el dominio pedagógico del filósofo serio en
plena posesión del filosofema. Simultánea o sucesivamente, Hegel
parece recordar esta impotencia y este dominio en Platón. Dos
evaluaciones que no se contradicen más que en apariencia, o en todo
caso hasta un cierto punto. Ellas tienen esto en común: la
subordinación del mito, como forma discursiva, al contenido del
concepto significado, al sentido que en su esencia no puede ser más
que filosófico. Y el tema filosófico, el concepto significado,
cualquiera sea la presentación formal -filosófica o mítica-, posee
siempre fuerza de ley, el dominio o la dinastía del discurso. Se
puede ver pasar por aquí el hilo de nuestra cuestión: si khôra no
tiene sentido o esencia, si no es un filosofema y si no obstante no
es ni el objeto ni la forma de un relato fabuloso de tipo mítico,
¿dónde situarla en este esquema?
Aparentemente contradictoria, profundamente coherente, esta
evaluación lógico-filosófica no es aplicada a Platón. Ella apunta ya
a un cierto “platonismo”. Hegel no lee a Platón desde Aristóteles y
sin tomar en cuenta a Platón mismo, como si descifrara una práctica
cuyo sentido hubiera permanecido inaccesible al autor del Timeo. Un
cierto programa de esta evaluación parece ya legible en la obra,
como vamos a verificarlo. Pero quizás con una cierta reserva, y esta
reserva suplementaria podría alojar, albergar y por consiguiente
también desbordar dicho programa.
En primer término el programa. La cosmogonía del Timeo recorre el
ciclo del saber de todas las cosas. Su fin enciclopédico debe marcar
el término, el telos de un logos respecto de todo lo que es:
kaÜ d¯
kaÜ t¡low perÜ toè pantòw nèn ³dh tòn lñgon ²mÝn fÇmen ¦xein (“y
declaramos ahora que hemos alcanzado el término de nuestro discurso
sobre el Mundo”) (92c). Este logos enciclopédico es una ontología
general; al tratar de todos los tipos de ser, comporta una teología,
una cosmología, una fisiología, una psicología, una zoología.
Mortales o inmortales, humanos y divinos, visibles e invisibles
están allí situados. Recordándolo en la conclusión, se retoma la
distinción entre el viviente visible, el dios sensible por ejemplo,
y el dios inteligible del que es la imagen (eikôn). El cosmos es el
cielo (ouranos) como viviente visible y dios sensible. Es exclusivo
y único de su raza, “monógeno”.
¿Y sin embargo el discurso sobre khôra no habría abierto, a mitad
del recorrido del ciclo -entre lo sensible y lo inteligible, no
perteneciendo ni a uno ni a otro, ni al cosmos como dios sensible ni
al dios inteligible- un espacio aparentemente vacío -aunque él no
sea ciertamente el vacío? ¿No mencionó una abertura, un abismo o una
hendidura? ¿No es desde esta hendidura, “en” ella, que ese clivaje
entre lo sensible y lo inteligible, incluso entre el cuerpo y el
alma, puede tener lugar y tomar lugar? No relacionemos demasiado
rápido esa hendidura llamada khôra con el caos que abre la abertura
del abismo. Evitemos precipitar allí la forma antropomórfica y el
pathos del pavor. No para instalar en su lugar la seguridad de un
apoyo, el “correspondiente exacto de lo que Gea representa para toda
criatura desde su aparición, en el origen del mundo: un apoyo
estable y seguro para siempre que se opone a la apertura sin fondo
del Caos[iv]”. Más tarde encontraremos una breve alusión de
Heidegger a khôra, no a la del Timeo sino, sin ninguna cita ni
referencia precisa, a la que en Platón designaría el lugar (Ort)
entre el ente y el ser[v], la “diferencia”, el lugar entre ambos.
La conclusión. ontológico-enciclopédica del Timeo parece recubrir la
hendidura abierta en el medio del libro. Lo que entonces recubriría,
cerrando la boca abierta del discurso casi prohibido sobre khôra, no
seria solamente el abismo entre lo inteligible y lo sensible, entre
el ser y la nada, ni siquiera entre logos y mythos, sino entre todas
estas divisiones y un otro que no sería ni siquiera su otro.
Si hay una hendidura en medio del libro, una suerte de abismo “en”
el que intentamos pensar o nombrar esa hendidura abismal que sería
khôra, la apertura de un lugar (lieu) “en” el cual todo vendría a la
vez a tomar sitio (place) y reflejarse (puesto que son imágenes las
que allí se inscriben), ¿es insignificante que una puesta en abismo
regle cierto arden de composición del discurso? ¿Y que regle hasta
ese modo de pensar o de decir que sin ser idéntico debe ser
semejante al que se practica en los bordes de la hendidura? ¿Es
insignificante que esta puesta en abismo afecte las formas de un
discurso sobre los sitios, particularmente dominada por la
consideración de los lugares (puestos en la sociedad, región,
territorio, país), como lugares asignados a tipos o a formas de
discurso?
Dos
Puesta en abismo del discurso sobre khôra, lugar de la política,
política de los lugares, tal sería pues la estructura de una
sobreimpresión sin fondo.
En la -apertura del Timeo se discute sobre los guardianes de la
ciudad, los cultivadores y los artesanos, la división del trabajo y
la educación. Notemos al pasar, aunque se trate de una analogía de
estructura formal y exterior, que aquellos a los que se prepara como
guardianes de la ciudad no tendrán nada propio (idion), ni oro ni
dinero. “Reciben de quienes protegen el salario de acuerdo a su
jerarquía” (18b). ¿No tener nada propio, ni siquiera el oro, que
sólo se le puede comparar (50a), no es también la situación del
sitio, la condición de khôra? Esta pregunta puede ser planteada
incluso si no se la quiere tomar en serio: por formal que sea, la
analogía es poco discutible. Se puede decir lo mismo de la
advertencia que sigue inmediatamente (18c) y que concierne a la
educación de las mujeres, al matrimonio, y sobre todo -con la más
subrayada insistencia- a la comunidad de los niños. Deben tomarse
todas las medidas para que nadie pueda conocer y reconocer como
propios (idia) a los recién nacidos (18c-d). En la procreación (paidopoita),
cualquier atribución de propiedad natural o legítima debe ser
excluida por el medio mismo de la ciudad. Si tenemos en cuenta el
hecho de que un momento antes se había prescrito una educación
semejante para los hombres y para las mujeres -que deben ser
preparados para las mismas actividades y para las mismas funciones-,
se puede aún seguir el hilo de una analogía formal, la de la llamada
“comparación” de khôra con la madre y, signo suplementario de
expropiación, con la nodriza; tal comparación no le asegura ninguna
propiedad, ni en el sentido del genitivo subjetivo ni en el del
genitivo objetivo: ni las propiedades de una genitora (genitrice)
(ella no engendra nada y por lo demás no posee ninguna propiedad en
absoluto), ni la propiedad de los niños, ni las imágenes de un padre
que por otra parte ya no es propietario. Es suficiente con mencionar
la impropiedad de dicha comparación. Pero tal vez estamos en un
lugar donde la ley de lo propio no tiene ya sentido alguno.
Consideremos incluso la estrategia política de los matrimonios. Ella
manifiesta una relación de reflexividad abisal y analógica con lo
que después será dicho de khôra, de las “cribas” o de los tamices
sacudidos (seiomena 52e, 53a) para escoger o seleccionar el “grano”
y las “semillas”; la ley de lo mejor se cruza con un cierto azar.
Ahora bien, desde las primeras páginas del Timeo, en un discurso
puramente político, se describen dispositivos destinados a maquinar
en secreto la convención de los matrimonios para que los niños
nazcan con el mejor natural posible. Y esto no ocurre sin un golpe
de suerte (kléros, 18d-e).
Precisémoslo desde ahora. Estas analogías formales, estas puestas en
abismo refinadas, sutiles (demasiado sutiles, pensarán algunos), no
son consideradas aquí, en primer lugar, como artificios, osadías o
secretos de composición formal: ¡el arte de Platón escritor! Este
arte nos interesa, y debería hacerlo aún más, pero lo que aquí ante
todo nos importa, independientemente de las supuestas intenciones de
un compositor, son las dificultades que producen esas analogías.
¿Diremos que constituyen un programa? ¿Una lógica, cuya autoridad se
le impone a Platón? Sí, sólo hasta un cierto punto y este límite
aparece en el abismo mismo: el ser-programa del programa, su
estructura de pre-inscripción y de prescripción tipográfica forma el
tema explícito del discurso en abismo sobre khôra. Esta traza el
lugar de inscripción de todo lo que se marca en el mundo. Del mismo
modo que -y deberemos todavía precisar esto- el ser-lógica de la
lógica, su logos esencial, que debe ser verdadero, verosímil o
mítico, forma el tema explícito del Timeo. Pues no se puede llamar
tranquilamente, sin otra forma de proceso, programa o lógica a la
forma que dicta a Platón la ley de una composición tal: programa y
lógica están allí aprehendidos como tales -incluso en sueños- y
puestos en abismo.
Tomada esta precaución con respecto a las analogías que podrían
parecer imprudentes, recordemos el rasgo más general que a la vez
recoge y autoriza estos desplazamientos, de un lugar a otro “en” el
“mismo” lugar. Es evidente, incluso demasiado evidente para que se
lo note, y su generalidad no tiene, por así decir, otro límite que
ella misma: precisamente la del genos, la del género de todos los
géneros, la de la diferencia sexual, la de la generación de los
niños, la de los géneros de ser y la de ese triton genos que es
khôra (ni sensible ni inteligible, “como” una madre o una nodriza,
etc.). Acabamos de hacer alusión a todos esos géneros de géneros;
aún no hemos hablado del genos como raza[vi], pueblo, grupo,
comunidad, afinidad de nacimiento, nación, etc. Henos aquí.
Todavía en la apertura del Timeo se recuerda una conversación
anterior, un discurso (logos) de Sócrates sobre la politeia y sobre
su mejor gobierno. Sócrates hace una síntesis en la que refiere los
temas que acabamos de mencionar. Al pasar, se sirve de la palabra
khôra (19a) para designar el sitio (place) asignado a los niños: es
necesario educar a “los niños de los buenos”, transportar a los
otros en secreto a otro país, seguir manteniéndolos en observación y
operar una nueva operación de cribaje atribuyéndole a cada uno su
sitio (khôran). Después de esta evocación, Sócrates se considera
incapaz de hacer el elogio de esta ciudad y de sus hombres. En esto
se siente comparable a los poetas y a los imitadores. Y aquí está el
genos o el ethnos. Sócrates dice no tener nada contra el pueblo o la
raza, la especie de los poetas (poiêtikon genos). Pero habiendo
tenido en cuenta tanto el lugar y las condiciones de nacimiento como
la educación, la nación o la raza de los imitadores (mimêtikon
ethnos) tendrá dificultades para imitar eso frente a lo cual ella
permanece extranjera, a saber, lo que ocurre en actos y en palabras
(ergois, logois) más que en espectáculos o simulacros. Existe
también el género o la especie de los sofistas (tôn sophistôn genos).
Sócrates privilegia todavía aquí la situación, la relación al lugar:
el género de los sofistas se caracteriza por la ausencia de lugar
propio, de economía, de domicilio fijo; gente que carece de
domesticidad, de cosa alguna que le sea propia (oikêseis idias).
Erra de lugar en lugar, de ciudad en ciudad, incapaz de comprender a
esos hombres que, filósofos y políticos, tienen lugar, es decir
actúan por el gesto y por la palabra, en la ciudad o durante la
guerra. Poiêtikon genos, mimêtikon ethnos, tôn sophistôn genos, ¿qué
queda luego de esta enumeración? Y bien, ustedes a quienes hablo en
este momento, que son también un genos (19e) y que pertenecen al
género de los que tienen lugar, por naturaleza y por educación.
Ustedes son, pues, a la vez filósofos y políticos.
La estrategia de Sócrates opera desde una suerte de no-lugar, y es
esto lo que la vuelve desconcertante, si no enloquecedora.
Comenzando por declarar que, un poco como los poetas, los imitadores
y los sofistas, es incapaz de describir a los filósofos-políticos,
Sócrates finge colocarse entre los que fingen. Simula pertenecer al
genos de aquellos cuyo genos consiste en simular: en simular la
pertenencia a un lugar y a una comunidad, por ejemplo al genos de
los verdaderos ciudadanos, filósofos y políticos, al “vuestro”.
Sócrates aparenta que pertenece al género de los que aparentan
pertenecer al género de los que tienen lugar, un lugar y una
economía propias. Pero diciendo esto Sócrates denuncia ese genos al
que hace de cuenta que pertenece. Pretende decir la verdad en
relación a él: en verdad, estas especies no tienen lugar, son
errantes. Pues yo, que me parezco a ellos, no tengo lugar: yo, en
todo caso, les soy semejante o parecido, lo que no significa que soy
su semejante. Pero esta verdad, a saber, que ellos y yo -que
parecemos pertenecer al mismo genos- somos sin lugar propio, la
enuncio -ya que se trata de una verdad- desde vuestro propio lugar a
ustedes, que están del lado del verdadero logos, de la filosofía y
de la política. Me dirijo a ustedes desde vuestro sitio para
decirles que yo no tengo sitio, puesto que me parezco a los que
hacen de la semejanza un oficio, los poetas, los imitadores y los
sofistas, género de los que no tienen sitio. Sólo ustedes tienen
lugar y pueden nombrar a la vez el lugar y el no-lugar en su verdad,
por lo que les concedo la palabra. En verdad, se las doy o se las
dejo. Conceder, dejar, dar la palabra a otro, es decir: ustedes
tienen lugar, tengan lugar, vengan.
La duplicidad de esta auto-exclusión, el simulacro de esta retirada,
especula sobre la pertenencia al lugar propio como lugar político y
como habitación. Sólo esta pertenencia al lugar permite la verdad
del logos, es decir también su efectividad política, su eficiencia
pragmática, práxica, que en este contexto Sócrates asocia
regularmente al logos. Es la pertenencia de un genos a un lugar
propio lo que garantiza la verdad de su logos (relación efectiva del
discurso a la cosa misma, al asunto, pragma) y de su acción (praxis,
ergon). Los especialistas del no-lugar y del simulacro (entre los
que Sócrates finge colocarse) no tienen siquiera la posibilidad de
ser excluidos de la ciudad, como los pharmakoi; ellos se excluyen
por sí mismos, como lo hace Sócrates aquí otorgando la palabra. Se
excluyen por sí mismos, o fingen hacerlo, simplemente porque no
tienen sitio. No hay sitio para ellos en el lugar político donde se
hablan y se tratan los asuntos, el ágora.
Aunque el nombre ya esté pronunciado (19a), la cuestión de khôra
como lugar general o receptáculo total (pandekhês) aún no está
planteada. Pero aunque no esté planteada como tal, ya despunta y da
señales de sí. La nota está dada. Porque, por una parte, la
polisemia ordenada de la palabra comporta siempre el sentido del
lugar político o, más generalmente, del lugar investido, por
oposición al espacio abstracto. Khôra “quiere decir”: sitio ocupado
por alguien, país, lugar habitado, sede designada, rango, puesto,
posición asignada, territorio o región. Y de hecho khôra estará
siempre ya ocupada, investida, incluso como lugar general, a la vez
que se distingue de todo lo que toma sitio en ella. Por eso la
dificultad de tratarla como espacio vacío o geométrico, incluso
-esto es lo que dirá Heidegger- como lo que “prepara” el espacio
cartesiano, la extensio de la res extensa. Pero, por otra parte, en
ese lugar preciso y sobre ese lugar señalado, el discurso de
Sócrates -o más bien el discurso socrático- procede o finge proceder
desde la errancia, desde un sitio móvil o no señalado, en todo caso
desde un espacio de exclusión que además se encuentra neutralizado.
¿Porqué neutralizado? Aunque Sócrates finge colocarse entre aquellos
cuyo género es el de no tener lugar, no se asimila a ellos, dice que
se les parece. Se mantiene en un tercer género, en todo caso ni el
de los sofistas, poetas y otros imitadores (de los que habla), ni el
de los filósofos-políticos (a los que habla proponiéndoles solamente
que lo escuchen). Su palabra no es ni su dirección ni aquello a lo
que se dirige. Llega a un tercer género y al espacio neutro de un
lugar sin lugar, un lugar en el que todo queda señalado pero que
sería no señalado “en sí mismo”. ¿No se parecería a eso que más
tarde otros, los mismos a quienes da la palabra, llamarán khôra?
Simple semejanza probablemente. Sólo un discurso del género
sofístico tendría la indecencia de abusar de esto. ¿Pero abusar de
una semejanza no es presentarla como una identidad, no es asimilar?
También es posible preguntarnos por las razones de la semejanza como
tal.
Estamos en el preámbulo, nuestro preámbulo sobre el preámbulo del
Timeo. No hay filosofía seria en las introducciones, a lo sumo
mitología, decía Hegel.
En estos preámbulos no se trata todavía de khôra, al menos no de esa
que da lugar a la medida del cosmos. Sin embargo, de modo singular,
el sitio mismo del preámbulo deja sitio, en el límite, a un
tratamiento del sitio, a una asignación de su sitio a los
interlocutores que serán luego llevados a tratar esto. Y esta
asignación de sitios obedece a un criterio: el del sitio del genos
desde el punto de vista del lugar propio. Ahora bien, de una puesta
en escena tal pareciera que esto nunca se ha tenido en cuenta. Ella
distribuye los lugares señalados y los lugares no señalados según un
esquema análogo al que más tarde ordenará el discurso sobre khôra.
Sócrates desaparece, hace desaparecer en sí todos los tipos, todos
los géneros, tanto aquellos de hombres de imagen y de simulacro a
los que por un momento finge asemejarse, como aquellos de hombres de
acción y de hombres de palabra, filósofos y políticos a los que se
dirige desapareciendo delante de ellos. Pero desapareciendo de este
modo se sitúa o se instituye como destinatario receptivo, como
receptáculo de todo lo que va a inscribirse de aquí en más. En su
mismo acontecimiento, su palabra recibe más de lo que da. Por eso,
él se dice listo y preparado, dispuesto a recibir todo lo que le
será ofrecido. Las palabras kosmos y endekhomenon no están muy
lejos: p?reimÛ te oïn d¯ kekosmhm¡now ¤p ¥aét? kaÜ p?ntvn ¥tocñtatow
Ên d¡xestai: “Aquí estoy, totalmente listo y lleno de entusiasmo
para aceptar lo que usted me ofrecerá” (20c). Una vez más vuelve la
pregunta: ¿qué quiere decir recibir? ¿Qué quiere decir dekhomai? Con
esta pregunta en forma de “¿qué quiere decir?”, se trata menos de
meditar sobre el sentido de tal o cual expresión que de notar el
pliegue de una inmensa dificultad: la tan antigua, tan tradicional,
tan determinante relación entre la pregunta por el sentido o por lo
sensible y la pregunta por la receptividad en general. El momento
kantiano tiene algún privilegio aquí, pero incluso antes que la intuitus derivativus o la sensibilidad pura sean determinadas como
receptividad, la relación intuitiva o perceptiva al sens
intelligible ha comportado siempre, en el ser finito en general, una
irreductible receptividad. Es verdad a fortiori para la intuición o
la percepción sensibles. Dekhomai, que determinará la relación de
khôra a todo lo que no es ella y que ella recibe (ella es pandekhês,
51a), juega sobre toda una gama de sentidos y de connotaciones:
recibir o aceptar (un depósito, un salario, un presente), acoger,
recoger, incluso esperar, por ejemplo el don de una hospitalidad,
ser el destinatario de esto -como aquí es el caso de Sócrates- en
una escena de don y de contra-don. Se trata de devolver (antapodidômi)
el don o la hospitalidad de los discursos. Sócrates sc dice listo
para recibir a cambio los discursos de los que llega a ser el
destinatario que acoge, que recibe, que reconoce (2Ob-c). Estamos
aún en un sistema de don y de deuda. Cuando lleguemos a khôra como
pandekhês, más allá de cualquier antropomorfia, llegaremos quizás a
entrever un más allá de la deuda.
Sócrates no es khôra, pero se le parecería mucho si ella fuera
alguien o algo. En cualquier caso él se pone en su sitio, que no es
un sitio entre otros, sino tal vez el sitio mismo, el sitio
irreemplazable. Irreemplazable e implacable sitio desde el que
recibe la palabra de aquellos ante los que desaparece pero que la
reciben también de él, puesto que los hace hablar. Y también
nosotros, implacablemente.
A este sitio inhallable, Sócrates no lo ocupa, pero es ese desde el
cual, en el Timeo y en otras partes, responde de su nombre. Pues
siempre es necesario, como a khôra, “llamarlo de la misma manera”. Y
como no es seguro que Sócrates mismo sea alguien o algo, el juego de
los nombres propios llega a ser más abisal que nunca: ¿qué es el
lugar? ¿A qué y a quién da lugar? ¿Qué es lo que tiene lugar bajo
esos nombres? ¿Quién eres tú, khôra?
Tres
Las permutas, sustituciones, desplazamientos, no conciernen
solamente a los nombres. La puesta en escena se despliega según una
inserción de discursos de tipo narrativo, relacionados o no, cuyo
origen o primera enunciación parece siempre desplazada como si
desapareciera allí mismo donde aparece. Su dimensión mítica a veces
es expuesta como tal, y la puesta en abismo se refleja allí
ilimitadamente. Ya no se sabe -de donde a menudo el sentimiento de
vértigo- en qué bordes, en la superficie de qué muro: caos,
hendidura, khôra.
Cuando conciernen explícitamente al mito, las proposiciones del
Timeo parecen ordenadas a un doble motivo. En su misma duplicidad
constituiría el filosofema del mitema tal como, de Platón a Hegel,
lo veremos instalarse en un momento.
1. Por una parte, el mito implica el juego. No se lo tomará en
serio. Platón anticipa así a Aristóteles, va al encuentro de la
objeción seria de Aristóteles y hace idéntico uso de la oposición
juego/seriedad (paidia/spoudé), en nombre de la seriedad filosófica.
2. Pero por otra parte, en el orden del devenir, cuando no podemos
pretender un logos firme y estable, cuando debemos contentarnos con
lo verosímil, el mito es de rigor, constituye el rigor, el único
posible.
Estos dos motivos se enredan necesariamente, lo que confiere al
juego su seriedad y a la seriedad su juego. No está prohibido -e
incluso no es difícil-discutir (dialogisasthai, 59c) sobre los
cuerpos cuando solamente se busca la verosimilitud. En tal caso,
podemos contentarnos con la forma (idean) de mitos verosímiles (tôn
eikotôn mythôn). En estos momentos de recreación se abandonan los
razonamientos sobre seres eternos, se busca lo verosímil en relación
al devenir. En ese caso podemos sacar de allí un placer (hèdonèn)
sin remordimientos, gozar moderada y razonablemente del juego (paidian,
59d). El Timeo multiplica las proposiciones de este tipo. El
discurso mítico juega con la imagen verosímil porque el mundo
sensible mismo pertenece a la imagen. El devenir sensible es una
imagen, una semejanza, y el mito una imagen de esta imagen. El
demiurgo ha formado el cosmos a la imagen del paradigma eterno que
contempla. El logos que se relaciona con estas imágenes, con estos
seres icónicos, debe ser de la misma naturaleza: sólo verosímil
(29b-c-d). Es necesario que en este dominio aceptemos el “mito
verosímil” (ton eikota mython) y no buscar más lejos
(29d, cf.
también 44d, 48d, 57d, 72d-e).
Si la enciclopedia cosmo-ontológica del Timeo se presenta como un
“mito verosímil”, un relato ordenado a la oposición jerarquizada de
lo sensible y lo inteligible, de la imagen en devenir y del ser
eterno, ¿cómo inscribir en él, cómo situar en él, el discurso sobre khôra? Por cierto hay allí un momento inscripto, pero conduce
también a un lugar de inscripción del que ha sido claramente dicho
que excede o precede -en un orden por lo demás a-lógico y a-crónico,
también anacrónico- las operaciones constitutivas de lo mito-lógico
como tal, del discurso mítico y del discurso sobre el mito. Por una
parte, semejando a un razonamiento onírico y bastardo, este discurso
hace pensar en una suerte de mito en el mito, en un abismo abierto
en el mito general. Pero por otra parte, dando a pensar lo que no
pertenece ni al ser sensible ni al ser inteligible, ni al devenir ni
a la eternidad, el discurso sobre khôra no es un discurso sobre el
ser: no es ni verdadero ni verosímil y parece heterogéneo al mito,
al menos a lo mito-lógico, a ese filósofo-mitema que ordena el mito
a su telos filosófico.
El abismo no se abre de un sólo golpe, en el momento en el que el
tema general de khôra recibe su nombre, en pleno centro del libro.
Todo parece ocurrir como si -y el como si nos importa aquí- la
fractura de ese abismo se anunciara de manera secreta y subterránea,
preparando y propagando previamente esos simulacros y puestas en
abismo: una serie de ficciones míticas insertas unas en otras.
Consideremos en primer lugar, en la puesta en escena del Timeo,
desde el comienzo, eso que Marx llama el “modelo egipcio”[vii].
Ciertos motivos, que podríamos llamar tipomórficos, anticipan la
secuencia sobre el ekmageion, ese porta-impronta (porte-empreinte),
esa materia siempre lista para recibir la impronta (empreinte); o
incluso sobre la impronta y el sello mismos, el relieve impreso (ektupôma),
otros tantos rodeos para aproximarse al enigma de khôra.
Primera ocurrencia: escribir para el niño. Tal como nos llega,
traída por una serie de intermediarios ficcionales que analizaremos
más adelante, la palabra del viejo sacerdote egipcio invoca ante
todo la escritura. Simplemente la opone al mito. Ustedes los griegos
-le dice a Solón-, ustedes son como niños porque no tienen tradición
escrita. Luego de un cataclismo, deben inventar todo de nuevo. En
Egipto todo está escrito (panta gegrammena) desde los tiempos más
antiguos (ekpalaiou) (23a), e incluso vuestra propia historia,
griegos. Ustedes no saben de dónde viene vuestra ciudad actual,
porque los que sobreviven a las frecuentes catástrofes mueren a su
vez sin haber sido capaces de expresarse por escrito (23c). Privados
de archivo escrito, para vuestra genealogía recurren a “mitos
pueriles” (23b). Ustedes no tienen escritura, les es necesario el
mito.
Este intercambio no ocurre sin algunas paradojas formales. Como el
mito de su origen, la memoria de una ciudad se ve confiada no sólo a
una escritura, sino incluso a la escritura del otro, al secretariado
de otra ciudad. Ella debe así alterarse dos veces para salvarse,
pues se trata por cierto de salvación, de salvar una memoria (23a)
escribiendo en las paredes del templo. La memoria viviente debe
exiliarse en los vestigios gráficos de otro lugar, que es también
otra ciudad y otro espacio político. Pero la superioridad
tecno-gráfica de los egipcios no está menos subordinada, al servicio
del logos griego: ustedes los griegos “superan a todos los hombres
en toda clase de cualidades, como conviene a los vástagos y los
aprendices de los dioses. Numerosas y grandes fueron vuestras
hazañas y las de vuestra ciudad: están aquí por escrito (gegrammena)
y las admiramos” (24d). La memoria de un pueblo es inspeccionada, se
deja apropiar por otro pueblo, incluso por otra cultura: fenómeno
bien conocido en la historia de las culturas en tanto que historia
de la colonización. Pero el hecho parece en este caso muy
significativo: la memoria se halla depositada, es confiada en
depósito sobre las orillas de un pueblo que declara, al menos aquí,
su admiración, su dependencia, su subordinación. El egipcio se
habría apropiado de la cultura del amo griego, que depende ahora de
esta hypomnése, de esta escritura de secretariado, de estos
monumentos: Thot o Hermes, como se quiera. Pues el discurso del
sacerdote o intérprete egipcio se pronuncia aquí y se interpreta en
griego, para los griegos. ¿Sabremos algún día quién sostiene el
discurso sobre la dialéctica del amo y el esclavo y sobre las dos
memorias?
Segunda ocurrencia: recibir y perpetuar la infancia. Critias refiere
un relato de Solón, que a su vez refiere el relato que le hace un
sacerdote egipcio con respecto a la función mitológica, precisamente
en la memoria de los atenienses. Más precisamente aún: Critias
repite un relato que ya había realizado el día anterior, en el curso
del cual refería una conversación entre Solón y Critias, su
bisabuelo, conversación de la que él mismo, cuando era niño, había
recibido el testimonio de su antepasado Critias, quien a su vez
recibía de Solón el testimonio de la conversación que éste último
había mantenido en Egipto con el viejo sacerdote, esa misma en la
que le explicaba, en suma, porqué todos los griegos están librados
al testimonio oral, a la tradición oral que, privándolos de
escritura, los destina a una perpetua infancia. He aquí pues un
testimonio de testimonios orales, una cadena de tradiciones orales
por la cual los que están sometidos a ella se explican cómo otro,
llegado de un país de escritura, les explica, oralmente, porqué
están destinados a la oralidad. Es así que tantos niños griegos,
abuelos, hijos y nietos, reflexionan entre ellos -pero gracias a la
meditación de otro, a la vez extranjero y cómplice, superior e
inferior- la mitopoética del testimonio oral. Pero, una vez más,
esto no nos hará olvidar (¡puesto que está escrito!) que todo esto
se halla escrito en ese lugar que recibe todo, en este caso el
Timeo, y en él dirigido a quien, como nosotros, antes de nosotros,
recibe todo en esta teoría de las recepciones, a Sócrates.
Al final de estos relatos de relatos, después de estos testimonios
inscriptos unos en otros hasta el punto de que nos preguntamos a
menudo quién sostiene el discurso en definitiva, quién toma la
palabra y quién la recibe, el joven Critias vuelve a contar cómo se
acuerda de todo esto. Relato sobre la posibilidad del relato,
conversación sobre el origen, la infancia, la memoria y la
escritura, Como lo hago generalmente, cito una traducción corriente
(en este caso de Rivaud, edición Budé), sin modificarla ni mencionar
la palabra griega a menos que lo exija nuestro contexto:
“Es por esto que, como ha dicho Hermócrates ayer, saliendo enseguida
de aquí, les he referido lo que recuerdo; después, luego de haberlos
dejado, soñando con eso esta noche he encontrado todo el resto. Tan
verdadero es -como se lo dice (tòlegñmenon)- que lo que hemos
aprendido en la infancia
(t? paÛdvn may®mata) permanece en la
memoria de modo asombroso (yaumastòn ¦xei ti mnhmeÝon). En mi caso,
en efecto, no sé si podría hallar el recuerdo de todo lo que he oído
decir ayer: pero en cuanto a lo que he escuchado hace mucho tiempo,
estaría muy asombrado (yaum?sac) si se me hubiera escapado algo.
Tenía en aquel entonces tanto placer, tanta alegría infantil por
escucharlo, y el anciano me instruía de tan buen corazón mientras yo
no dejaba de interrogarlo, que esta historia ha permanecido en mí
como si estuviera pintada con cera, en caracteres imborrables (Ëste
oäon ¤gkaæmata ?nekplætou grf°w ¦mmon? moi g¡gonen)” (26b-c).
En el espacio de la memoria llamada natural, espontánea, viviente,
lo originario se conservaría mejor. La infancia se inscribiría más
perdurablemente en esta cera que los tiempos intermedios. El
borramiento trazaría la categoría de medio (milieu) a la vez para el
espacio y para el tiempo. No afectaría más que a las impresiones
segundas o secundarias, intermedias o mediatas. Imborrable sería la
impresión originaria una vez que ha penetrado en la cera virgen.
Ahora bien, ¿qué representa una cera virgen, siempre virgen, que
precede absolutamente a toda impresión posible, siempre más vieja
-puesto que intemporal- que lo que parece afectarla para tomar forma
en ella, a lo que sin embargo recibe; y por la misma razón, siempre
más joven, infante incluso, acrónica y anacrónica, tan indeterminada
que ni siquiera admite el nombre ni la forma de la cera? Dejemos
esta pregunta en suspenso hasta el momento en el que haya lugar para
volver a nombrar a khôra. Pero ya era necesario hacer aparecer la
homología de este esquema con el contenido mismo de los relatos. En
verdad, cada contenido narrativo -fabuloso, ficticio, legendario o
mítico, poco importa por el momento- llega a ser a su vez el
continente de otro relato. Cada relato es el receptáculo de otro. No
hay otra cosa que receptáculos de receptáculos narrativas. No
olvidemos que receptáculo, lugar de acogida y recibimiento (hypodhokè),
es la determinación más insistente (no digamos esencial, por razones
ya evidentes) de khôra.
Pero si khôra es un receptáculo, si da lugar a todas las historias
-ontológicas o míticas- que se puedan relatar sobre lo que recibe e
incluso sobre eso a lo que semeja pero que de hecho toma sitio en
ella, khôra misma no llega a ser objeto de ningún relato, pase por
verdadero o por fabuloso. Un secreto sin secreto permanece, en
relación a ella, para siempre impenetrable. Sin ser un logos
verdadero, el discurso sobre khôra no es más un mito verosímil, una
historia que se refiere y en la que otra historia tomará sitio a su
vez.
Retomemos las cosas anteriormente dichas. En esta ficción que es el
conjunto escrito del diálogo llamado Timeo, se habla, en primer
lugar, de un diálogo que habría tenido lugar “el día anterior” (khthes,
17a). Esta segunda ficción (F2) tiene un contenido, el modelo
ficticio de una ciudad ideal (17c) que se halla descripta sobre un
modelo narrativo. Una estructura de inclusión hace de la ficción
inclusa, de alguna manera, el tema de la ficción anterior, que es la
forma incluyente, el continente, el receptáculo digamos. Sócrates,
quien -lo hemos notado- juega el papel de destinatario general,
capaz de entender todo y de recibir todo (como nosotros, aquí
mismo), finge interrumpir este encadenamiento mitopoético. Pero para
relanzarlo con mayor intensidad:
“Y bien, sepan ahora, a propósito de este Estado (politeia) que
hemos descripto, qué clase de sentimiento he experimentado en
relación a él... Esta impresión se parece a aquella que se sentiría
cuando, habiendo visto en algún lugar bellos seres vivientes, ya sea
representados en pintura (hypo graphés), ya sea incluso realmente en
vida, pero manteniéndose en reposo, se experimentaba el deseo de
verlos a ellos mismos ponerse en movimiento y efectuar cada uno de
los ejercicios que parecen convenir a su cuerpo. Esto es lo que
siento también en relación al Estado cuyo plan hemos examinado: me
gustaría escuchar relatar que estas luchas que sostienen a un
Estado, él las afronta también contra otros Estados. Que marcha,
como es necesario, a la batalla; que durante la guerra se muestra
digno de la educación y de la instrucción dada a los ciudadanos, ya
sea en sus operaciones, ya sea en sus negociaciones con respecto a
cada uno de los otros Estados” (19b-c).
Deseo de Sócrates, de aquel que, una vez más, recibe todo: dar vida,
ver dar vida y movimiento a un graphé, ver animarse una zoografía,
dicho de otro modo: una representación pictural, la descripción o la
inscripción muerta de lo viviente. Dar la vida -mas esto es también
la guerra. Y por lo tanto la muerte. Este deseo es asimismo
político. ¿Cómo animar esta representación de lo político? ¿Cómo
poner en movimiento, es decir en marcha, una representación muerta
de la politeia? Mostrando la ciudad en relación con otras ciudades.
Describiremos así por la palabra, por la pintura discursiva, el
movimiento de salida fuera de sí de un Estado. Gracias a una segunda
ficción gráfica se saldrá de la primera graphé, que estaba más
muerta, menos viviente que la segunda en la medida en que describe
la ciudad en sí misma, en el interior de sí misma, en paz con su
propia interioridad, en su economía doméstica. La posibilidad de la
guerra hace surgir la imagen gráfica -la descripción- de la ciudad
ideal; no todavía en lo real viviente y móvil sino en una imagen
mejor, una imagen viviente de eso real viviente y móvil, mostrando
un funcionamiento interior puesto a prueba: la guerra. En todos los
sentidos de esta palabra, se trata de una exposición decisiva de la
ciudad[viii].
En el momento en el que pide que se salga por fin de esta
alucinación gráfica para ver la imagen de las cosas mismas en
movimiento, Sócrates designa, sin denunciarlos, a poetas y sofistas:
por definición, ellos son incapaces de salir del simulacro o de la
alucinación mimética para descubrir la -realidad política.
Paradójicamente, es en la medida en que están siempre fuera, sin
lugar propio y sin domicilio fijo, que estos miembros del mimêtikon
ethnos, del genos tôn sophistôn o del poiêtikon genos, permanecen
impotentes, incapaces de hablar de la realidad política en cuanto
ella se mide en lo exterior, más precisamente en el desafío de la
guerra.
En un mismo golpe, simulando ordenarse del lado de este ethnos o de
este genos, Sócrates confiesa que él también es incapaz de salir,
por sí mismo, desde sí mismo, de su sueño mito-mimético-gráfico para
dar vida y movimiento a la ciudad (“Me conozco demasiado para saber
que nunca sería capaz de hacer en forma conveniente el elogio de
esos hombres y de su ciudad [en guerra, en negociación, en vida, en
movimiento]. En mi caso, esto no tiene nada de sorprendente. Pero me
he formado la misma opinión respecto de los poetas...”, 19d).
Ironía suplementaria: Sócrates no se contenta con ubicarse un
momento entre los hombres del simulacro zoográfico: dice no
despreciar su genos o su ethnos. Esto confiere al juego entre el
texto y el tema, entre lo que se hace y lo que se declara, como
entre las inclusiones sucesivas de los “receptáculos” en temas y en
tesis, una estructura sin origen indivisible.
En ese teatro de la ironía donde las escenas se ajustan a una serie
de receptáculos sin fin y sin fondo, ¿cómo aislar una tesis o un
tema que se atribuiría tranquilamente a la “filosofía-de-Platón”,
incluso a la filosofía como cosa platónica? Esto sería desconocer o
denegar violentamente la estructura de la escena textual, creer
resueltas en general todas las cuestiones de topografía -incluida la
de los lugares de la retórica-, y creer comprender lo que recibir,
es decir comprender, quiere decir. Es un poco pronto. Como siempre.
Cuatro
¿Deberíamos entonces prohibirnos hablar de la filosofía de Platón,
de la ontología de Platón, incluso del platonismo? De ninguna
manera, y sin duda no habría ningún error de principio en hacerlo,
solamente una inevitable abstracción. En estas condiciones,
platonismo querría decir la tesis o el tema que se tendrá por
artificio, desconocimiento y abstracción, extraído del texto,
arrancado de la ficción escrita de “Platón”. Una vez sobreinvestida
y desplegada esta abstracción, se la extenderá sobre todos los
pliegues del texto, de sus artimañas, sobredeterminaciones,
reservas, que viene a recibir y disimular. Llamaremos a esto
platonismo o filosofía de Platón, lo que no es ni arbitrario ni
ilegítimo, puesto que se recomienda de este modo una cierta fuerza
de abstracción tética que funciona ya en el texto heterogéneo de
Platón; que trabaja y se presenta justamente bajo el nombre de
filosofía. Si no es ilegítimo y arbitrario llamarla como se llama,
es porque su violencia arbitraria, su abstracción, consiste en
realizar la ley -hasta cierto punto y durante cierto tiempo-; en
dominar, según una modalidad que es justamente la filosofía toda,
otros motivos de pensamiento que también están trabajando en el
texto: por ejemplo los que aquí nos interesan por principio y a
partir de otra situación -digamos para abreviar otra situación
histórica, aunque en su concepto la historia generalmente depende de
esta herencia filosófica. Ciertamente, el “platonismo” es uno de los
efectos del texto firmado por Platón -durante largo tiempo, por
razones necesarias, el efecto dominante-, pero este efecto se
encuentra siempre vuelto contra el texto.
Esta reversión violenta debe ser analizada. No porque en un momento
dado vayamos a disponer de una lucidez mayor o de nuevos
instrumentos. Ante esta tecnología o esta metodología deben ser
posibles una nueva situación, una nueva experiencia, otra relación.
Dejemos estas tres palabras (situación, experiencia, relación) sin
complemento para no determinarlas demasiado rápido y para anunciar
nuevos interrogantes a través de esta lectura de khôra. Decir por
ejemplo situación o topología del ser, experiencia del ser o
relación al ser, sería quizás instalarse demasiado rápido en el
espacio abierto por la pregunta por el sentido del ser en su tipo heideggeriano. Ahora bien, en cuanto a la interpretación
heideggeriana de khôra, nuestros interrogantes deben dirigirse
asimismo a ciertas decisiones de Heidegger y a su horizonte mismo, a
lo que forma el horizonte de la pregunta por el sentido del ser y de
sus épocas.
La reversión violenta de la que acabamos de hablar es siempre
interesada e interesante. Se halla naturalmente en funcionamiento en
ese conjunto sin límite que aquí llamamos texto. Construyéndose,
colocándose bajo su forma dominante en un momento dado (aquí la
tesis platónica, la filosofía o la ontología), el texto se
neutraliza, se paraliza, se auto-destruye o se disimula:
desigualmente, parcialmente, provisoriamente. Las fuerzas así
inhibidas continúan manteniendo cierto desorden, cierta incoherencia
potencial y heterogeneidad en la organización de las tesis.
Introducen allí lo parasitario, la clandestinidad, la ventriloquia y
sobre todo un tono general de denegación que es posible advertir
ejercitando la oreja o la vista. El “platonismo” no es sólo un
ejemplo de este movimiento, el primero “en” toda la historia de la
filosofía; antes bien lo hace funcionar, hace funcionar toda esta
historia. Pero el “todo” de esta historia es conflictivo,
heterogéneo, no da lugar más que a hegemonías estabilizables
relativamente. No se totaliza nunca. En cuanto tal, efecto de
hegemonía, una filosofía sería desde entonces siempre “platónica”.
Por eso la necesidad de seguir intentando pensar lo que tiene lugar
en Platón, con Platón, lo que allí se muestra, lo que allí se
oculta; para allí ganar o para perder.
Volvamos al Timeo. ¿Cómo reconocer, en el punto en el que estamos,
el presente del relato? ¿Qué se presenta allí? ¿Quién sostiene allí
el discurso? ¿A quién está destinada la palabra? Siempre a Sócrates,
ya hemos insistido sobre esta singular disimetría; pero esto
permanece por definición todavía demasiado indeterminado. En este
punto, tres instancias de ficción textual están inclusas una en
otra, una como contenido informado en el receptáculo de la otra: F1,
el Timeo mismo, unidad ya difícil de cortar; F2, la conversación del
día anterior (¿La República, Politeia?, se conoce este debate); F3,
su resumen presente, la descripción de la politeia ideal.
Pero esto no hace más que comenzar (17a-19b). Ante el cuadro muerto,
Sócrates pregunta qué sucede con la vida, con el movimiento y con la
realidad, para finalmente hablar de filosofía y de política -de lo
cual el mimêtikon ethnos, el poiêtikon genos y el tôn sophistôn
genos son, un poco como Sócrates, incapaces. Se dirige a sus
interlocutores como a otro genos y este apóstrofe los hará hablar
reconociéndoles el derecho y la competencia necesaria para esto.
Desapareciendo y otorgando la palabra, Sócrates parece también
inducir y programar el discurso de sus destinatarios, del cual finge
a su vez volverse el escucha o el receptor. ¿Quién hablará por su
boca de ahora en más? ¿Ellos, los destinatarios de Sócrates? ¿O
Sócrates, su destinatario? El genos de los que por naturaleza
y por educación participan en ambos órdenes, filosofía y política (?ma ?mfot¡rvn
fæsei kaÜ trof» met¡xon, 20a), ve así que le es asignada la palabra
por aquel que se excluye de su genos y hace como si perteneciera al
genos de los simuladores.
El joven Critias acepta entonces (F4) referir un relato que ya había
realizado el día anterior, en el camino, según antiguas tradiciones
orales (ek palais akoès, 20d). En el curso del relato que, el día
anterior, repetía una tradición poco determinada, el joven Critias
repite otro relato (F5) que le había referido el viejo Critias, su
antepasado, sobre una conversación que él había mantenido con Solón,
conversación en el curso de la cual éste último a su vez relata (F6)
una conversación que él había tenido con un sacerdote egipcio y en
el curso de la cual éste último a su vez relata (F7) el origen de
Atenas, según escrituras egipcias.
Ahora bien, en este último relato (el primero en la serie de los
eventos narrativos, el último que es referido en este testimonio de
testimonios) es donde aparece la referencia a la escritura egipcia.
En el curso de este primer-último relato, el más mítico en su forma,
se trata de recordar a los griegos -que siguen siendo niños- cuál
fue la infancia de Atenas. Por eso Atenas representa una ciudad que
no por no haber tenido un buen uso de la escritura ha servido menos
de modelo, de paradigma ejemplar al lugar desde el cual, en suma,
avanza el relato, la ciudad egipcia de la que es originario el
sacerdote. Ese lugar, que parece inspirar o producir el relato,
tiene por modelo otro lugar, Atenas. Es Atenas o su pueblo quienes,
aparentes destinatarios o receptáculos del relato, serían así -según
el sacerdote mismo- los emisores, productores o inspiradores, los
informadores.
En la ficción Fl -ella misma escrita, no lo olvidemos nunca- se
desenvuelve así una teoría o una procesión de la escritura que
remite por escrito a un origen más antiguo que ella (F7).
En el centro, entre F3 y F4, una suerte de giro súbito, una aparente
catástrofe; y la apariencia es creer que se sale del simulacro
pasando finalmente a la realidad. En verdad, todo permanece todavía
confinado al espacio de la ficción zoográfica. Se percibe la irónica
ingenuidad que le es necesaria a Sócrates para felicitarse por pasar
a las cosas serias, por exceder la pintura inanimada para abordar
finalmente los eventos reales. En efecto, aplaude cuando Critias le
anuncia que se apresta a contar de nuevo lo que le dijo su abuelo
que le había dicho Solón sobre lo que le había confiado un sacerdote
egipcio de las “maravillosas hazañas realizadas por esta ciudad”
(20e), siendo una de estas hazañas “la más grande de todas” (pantôn
de hen megiston), y pues, diremos nosotros -imitando el argumento de
San Anselmo, a menos que sea el de Gaunilon-,un acontecimiento que
debe haber sido real, sin lo cual no hubiera sido el más grande de
todos. He aquí alguien que ha hablado bien, responde Sócrates en el
entusiasmo, eu legeis. Y pregunta inmediatamente cuál es esa hazaña,
esa obra efectiva (ergon) que no fue referida sólo como una ficción,
una fábula, un dicho, algo de lo que nos contentamos con hablar (ou
legomenon), sino como un hecho importante realizado realmente (ontós)
por esta ciudad en otro tiempo, del que Solón ha escuchado hablar
así.
Deberemos hablar, finalmente, de un hecho (ergon) verdaderamente,
realmente (ontós) realizado. ¿Qué sucede ahora? Notemos en primer
lugar que lo esencial nos llega de boca de Solón, él mismo citado
por dos generaciones de Critias.
Ahora bien, ¿quién es Solón? Se apresura en presentarlo como un
poeta genial. Si la urgencia política le hubiera dejado tiempo para
consagrarse a su genio, habría superado a Hesíodo u Homero (21a-b).
Después de lo que Sócrates acababa de decir de los poetas, después
del giro “realista” que se ha fingido tomar, este suplemento de
ironía desestabiliza aún más la firmeza de los temas y las tesis.
Acentúa la tensión dinámica entre el efecto tético y la ficción
textual, entre la “filosofía” o la “política” que le está asociada
aquí -contenidos de sentido identificables y transmisibles como
identidad de un saber. Y Por otra parte una deriva textual que toma
la forma de un mito, en todo caso de un “dicho” (legomenon) cuyo
origen parece siempre indefinido, alejado, confiado a una
responsabilidad siempre diferida, sin sujeto fijo y determinable. De
testimonio en testimonio, el autor se aleja cada vez más. El dicho
mítico entonces, se parece a un discurso sin padre legítimo.
Huérfano o bastardo, se distingue así del logos filosófico que, como
está dicho en el Fedro, debe tener un padre responsable, un padre
que responde -por él y de él. Este esquema familiar desde el que se
sitúa un discurso volveremos a encontrarlo en acto en el momento de
situar, si aún podemos decirlo, el lugar de todo sitio, a saber khôra. Por una parte, ella sería el “receptáculo y como la nodriza
de todo nacimiento” (p?shw änai gen¡sevw êpodox¯n ?ut¯n oåon tiy®nhn,
49a). Nodriza, concierne así a ese tertium quid cuya lógica domina
todo lo que le es atribuido. Por otra parte, un poco más adelante,
se nos propone otra “comparación” apropiada: “Y conviene comparar (proseikasai
prepei) el receptáculo a una madre, el paradigma a un padre, y la
naturaleza intermedia entre ambos a un niño (ekgonon)” (50d)
Y sin
embargo, siguiendo esta otra figura, y aunque no tenga más el sitio
de la nodriza sino el de la madre, khôra no forma pareja con el
padre; dicho de otro modo, con el modelo paradigmático. Tercer
género (48e), no pertenece a una pareja de oposición, por ejemplo a
la que forma el paradigma inteligible con el devenir sensible y que
más bien parece una pareja padre/hijo. La madre estaría aparte. Y
como no es más que una figura, un esquema, una de las
determinaciones que khôra recibe, no es más una madre que una
nodriza, y tampoco más que una mujer. Este triton genos no es un
genos, en primer lugar porque es un individuo único. No pertenece a
la “raza de las mujeres” (genos gynaikôn)[ix]. Khôra delimita un
sitio aparte, el espaciamiento que guarda una relación disimétrica
con todo lo que, “en ella”, al lado o más allá de ella, parece hacer
pareja con ella. En la pareja fuera de la pareja, esta madre extraña
que da lugar sin engendrar, no puede ser considerada más como un
origen. Escapa a todo esquema antropo-teológico, a toda historia, a
toda revelación, a toda verdad. Pre-originaria, antes y fuera de
toda generación, incluso no tiene más el sentido de un pasado, de un
presente pasado. Antes no significa alguna anterioridad temporal. La
relación de independencia, la no-relación, se parece más a la del
intervalo o el espaciamiento respecto a lo que se aleja para ser
recogido.
Y sin embargo, conducido por un razonamiento bastardo y sin padre
legítimo (logismô tini nothô; 52b), el discurso sobre khôra se
encuentra inaugurado por un nuevo retroceso al origen: nueva
escalada en la regresión analítica. Todo el Timeo está escandido
así, por retrocesos. El tiempo propio se articula en él por
movimientos que retoman desde antes todavía las cosas ya tratadas
anteriormente. Así:
“Según esto, si se quiere decir realmente (öntvw) cómo ha nacido el
mundo, es necesario hacer intervenir en el relato la especie de la
causa errante (kaÜ tò t°w planvm¡nhw eädow aÞtÛaw) y la naturaleza
de su nacimiento propio. Pues aún es necesario, otra vez (p?lin),
volver atrás, retomar, para estos mismos fenómenos, un nuevo
comienzo apropiado (pros®kousan ¥t¡ran ?rx®n) y, como hemos hecho en
lo que hemos estudiado hasta aquí, recomenzar, incluso para estos
hechos, por el comienzo (nèn oìtv perÜ toætvn ?rkt¡on ?p ?rx°w)”(48a-b).
No se recomenzará por el comienzo. No se remontará, como es
precisado inmediatamente después, a los primeros principios o
elementos de todas las cosas (stoikheia tou pantos). Es necesario ir
más lejos, retomar todo lo que hasta aquí había podido ser
considerado como el origen, retroceder más acá de los principios
elementales, es decir de la oposición del paradigma y de su copia. Y
cuando para hacer esto se anuncia que no habrá más recurso que las
afirmaciones verosímiles (t¯n tÇn eÞkñtvn lñgvn dænamin o incluso tò
tÇn eÞkñtvn dñgma, 48d-e), es para proponer también “dividir más” el
principio (48e): “Ahora bien, dividamos ese nuevo comienzo más
ampliamente que nuestro primer inicio. Entonces habíamos distinguido
dos formas (dæo eàdh) de ser. Ahora nos es necesario descubrir un
tercer género (trÛton llo g¡now ²mÝn dhlvt¡on)”.
Retomemos las cosas anteriormente dichas; esto puede traducirse así:
retrocedamos más acá del discurso seguro de la filosofía, que
procede por oposiciones principales y cuenta con el origen como con
una pareja normal. Debemos retroceder a un pre-origen que nos priva
de esta seguridad y al mismo tiempo requiere un discurso filosófico
impuro, amenazado, bastardo, híbrido. Estos rasgos no son negativos.
No desacreditan un discurso que simplemente sería inferior a la
filosofía. Pues aunque por cierto no es verdadero sino sólo
verosímil, no dice menos lo necesario sobre la necesidad. En efecto,
la insólita dificultad de todo este texto proviene de la distinción
entre estas dos modalidades: lo verdadero y lo necesario. La audacia
consiste aquí en remontar más acá del origen, o incluso del
nacimiento, hacia una necesidad que no es ni generadora ni
engendrada y que sostiene a la filosofía, “precede” (antes del
tiempo que pasa o el tiempo eterno antes de la historia) y “recibe”
al efecto, en este caso la imagen de las oposiciones (inteligible y
sensible): la filosofía. Esta necesidad (khôra es el sobrenombre)
parece tan virgen que tampoco tiene la figura de una virgen.
El discurso sobre khôra juega para la filosofía un rol análogo al
que juega khôra misma para eso de lo que la filosofía habla, a saber
el cosmos formado o informado según el paradigma. Sin embargo, es en
ese cosmos donde se tomarán las figuras propias -pero necesariamente
inadecuadas- para describir khôra: receptáculo, porta-impronta,
madre o nodriza. Estas figuras no son incluso verdaderas figuras. La
filosofía no puede hablar directamente sobre el modo de la
vigilancia o de la verdad (verdadera o verosímil) de lo que ellas
aproximan. Ni una ni otra, el sueño está entre ambas. La filosofía
no puede hablar filosóficamente de lo que sólo se parece a su
“madre”, su “nodriza”, su “receptáculo” o su “porta-impronta”. En
cuanto tal, sólo habla del padre y del hijo, como si el padre lo
engendrara sólo.
Homología o analogía al menos formal, una vez más: a fin de pensar
khôra es necesario retroceder a un comienzo más antiguo que el
comienzo, a saber el nacimiento del cosmos, del mismo modo que el
origen de los atenienses debe serles recordado más allá de su propia
memoria. Precisamente en lo que tiene de formal, la analogía es
declarada: la preocupación por una composición arquitectónica,
textual (histológica) e incluso orgánica, se presenta como tal un
poco más adelante. Hace acordar al motivo organicista del Fedro: un
logos bien compuesto debe semejarse a un cuerpo viviente. Timeo:
“Así ahora, como los constructores (tektosin), tenemos, listos para
obrar, nuestros materiales [hylè: material, madera, materia prima,
palabra de la que Platón no se ha servido nunca para calificar a
khôra, sea esto dicho de paso para anunciar el problema planteado
por la interpretación aristotélica de khôra como materia]: ellos son
las especies de causas [causa necesaria, causa divina]. Con ellos
nos es necesario acabar de anudar la trama (synyphanthènai) del
razonamiento (logos) que nos queda por hacer. Una vez más, volvamos
brevemente al inicio (palin ep'arkhên) y retrocedamos rápidamente al
punto mismo a partir del cual hemos llegado aquí. Y procuremos dar
como fin (teleutên) a nuestra historia (tô mythô) una cabeza (kephalèn)
que sea adecuada a su comienzo, a fin de coronar así lo que
antecede” (69a).
Notas:
[i] Sobre este punto, uno de los más sensibles de
nuestra problemática, esperamos volver extensamente, esbozando una
historia y una tipología de las interpretaciones de khôra, o más
bien cuando tratemos de describir la ley de sus paradojas y sus
aporías. Por el momento notemos sólo que en las dos obras que -en
lengua francesa y con sesenta años de intervalo- proponen un cuadro
de conjunto y concluyen en una interpretación general de todas las
interpretaciones pasadas, el recurso meta-lingüístico o
meta-interpretativo a esos valores de metáfora, de comparación o de
imagen, no es nunca interrogado por sí mismo. No se plantea
interrogante alguno sobre la retórica interpretativa, en particular
sobre lo que ella necesariamente toma de una cierta tradición
platónica (la metáfora es un desvío sensible para acceder a lo
inteligible), lo que la volvería poco apta para proporcionar un
metalenguaje para la interpretación de Platón y en particular de un
texto tan insólito como el pasaje del Timeo sobre khôra. Rivaud
habla así de una “cantidad de comparaciones y de metáforas cuya
variedad sorprende” (p.296), de “metáforas” y de “imágenes”
relacionadas a una “idea”, la de “en qué” (p.298), incluso si,
contra Zeller, rechaza “no ver en las fórmulas de Platón más que
metáforas...” (p.308). (“La théorie de la xÆra et la cosmogonie du
Timée”, en Le problème du devenir et la notion de matière, cap V,
1905).
Luc Brison habla a su vez de la “metáfora del sueño de la que Platón
se sirve para ilustrar su descripción” (Le même et l’autre dans la
structure ontologique du Timèe de Platón, 1974, p.197, cf. también
pp. 206, 207.). Sistematiza incluso el recurso operatorio al
concepto de metáfora y propone clasificar todas esas metáforas en el
momento de determinar lo que denomina “la naturaleza ontológica del
medio espacial” (volveremos sobre este título y sobre el proyecto
que describe): “...Esto [determinar la “naturaleza ontológica” del
“medio espacial”] plantea un problema considerable, porque Platón no
habla de medio espacial más que usando un lenguaje completamente
metafórico que escapa a toda tecnicidad. He aquí porqué analizaremos
en primer lugar dos secuencias de imágenes: una que conduce a las
relaciones sexuales, y la otra a la actividad artesanal...” (p. 208,
cf. también 211, 212, 214, 217, 222).
No se trata aquí de criticar el uso de la palabras metáfora,
comparación o imagen. Con frecuencia es inevitable y por razones que
intentaremos explicar. En ocasiones deberemos recurrir a ellas. Pero
pareciera que hay un punto en el que la pertinencia de ese código
retórico encuentra un límite y debe ser interrogado como tal; debe
convertirse en un tema y dejar de ser solamente operatorio. Es
justamente el punto en el que los conceptos de esta retórica parecen
construidos a partir de oposiciones “platónicas”
(inteligible/sensible, ser como eidos/imagen, etc.) a las que,
justamente, se sustrae khôra. La aparente multiplicidad de metáforas
(o incluso de mitemas en general) significa en esos lugares no que
el sentido propio no puede volverse inteligible más que a través de
estos desvíos, sino que la oposición entre lo propio y lo figurado,
sin perder completamente su valor, encuentra aquí un límite.
[ii] Lo hace particularmente en un breve pasaje, en
realidad en un paréntesis de su Introducción a la metafísica: “(La
referencia a ese pasaje del Timeo [50d-e] no está solamente
destinada a aclarar la relación del paremfaÝnony el ön , del
co-aparecer (des Mitscheinens) y el ser como estabilidad, sino que
al mismo tiempo debe indicar que a partir de la filosofía platónica,
es decir en la interpretación del ser como id¡a, se prepara (vorbereitet)
la transformación por la cual, en la esencia apenas sospechada del
lugar (Ortes) (tñpow), y de la xÆra , se anticipa ‘el espacio’ (Raum)
definido por la extensión (Ausdehnung). ¿No podría xÆra querer
decir: lo que se separa, lo que se desvía de cualquier cosa
particular, lo que desaparece, lo que admite así justamente otra
cosa y le ‘hace sitio’ (Platz macht)?)” (pp. 50-51, trad. francesa
de G. Kahn, pp. 76-77). Entre todas las preguntas que deberían
plantearnos ese texto y su contexto, probablemente la más grave
conduciría a todas las decisiones implicadas por el “se prepara” (vorbereitet)
[iii] Vorlesungen über die Geschichte der
Philosophie, Einleitung, B, 2b, Verhältnis der Philosophie zur
Religion, Werke 18, Suhrkamp, p. 103.
[iv] Marcel Detienne y Jean-Pierre Vernant, Les Ruses de l’intelligence, la métis des Grecs, p. 66. Gea es evocada
por el sacerdote egipcio del Timeo, en un discurso sobre el que
volveremos. Es en el momento en el que reconoce la mayor antigüedad
de la ciudad ateniense, que sin embargo sólo tiene memoria mítica y
cuyo archivo se halla como depositado en Egipto (23d-e). Cf. también
Heidegger, Nietzsche, t. 1, p.350, trad. francesa p. 274. “Caos,
x?ow, x?Ünv, significa el bostezo (das Gähnen), la apertura, lo que
se abre en dos (Auseinanderklaffende). Concebimos x?ow en estrecha
relación con una interpretación original de la esencia de la al®yeia
en cuanto abismo que se abre (cf. Hesíodo, Teogonía). En Nietzsche,
la representación del Caos tiene por función prevenir una
“humanización” (Vermenschung) del ente en su totalidad. La
“humanización” comporta tanto la explicación moral del mundo a
partir de la resolución de un Creador, como su explicación técnica a
partir de la actividad de un gran artesano (Handwerker) (el
Demiurgo)”.
[v] “Es Platón quien proporciona la interpretación
determinante (massgebende Deutung) para el pensamiento occidental.
Dice que entre el ente y el ser hay (bestehe) el xvrisñw; ² xÅra
significa el lugar (Ort). Platón quiere decir que el ente y el ser
están en lugares diferentes. El ente y el ser están localizados de
diferente modo (sind verschieden geortet). Si Platón considera el
xvrisñw, la diferencia de lugar entre ente y ser, plantea entonces
la pregunta por el lugar completamente distinto (nach dem ganz
anderen Ort) del Ser, en comparación con el del ente” (¿Qué
significa pensar?, pp. 175-175, trad. francesa de A. Becker y G.
Granel, p. 261). Volveremos más tarde extensamente sobre este pasaje
y su contexto.
[vi] Es uno de los motivos que vinculan este ensayo
con el que consagramos a Geschlecht en Heidegger. Cf. la
introducción a ese ensayo, “Geschlecht, differénce sexuelle,
différence ontologique”, en Psyché, Inventions de l'autre, Galilée,
1987.
[vii] El Capital, cuarta sección, XIV, V. En otro
contexto, durante un seminario llevado a cabo en la Escuela normal
superior en 1970 (Theorie du discours philosophique: les conditions
d'insciption du texte de philosophie politique –l’exemple du
matérialisme), estas reflexiones sobre el Timeo atravesaban otros
interrogantes que aquí quedan en segundo plano y sobre los cuales
volveré en otra parte. Eran estudiados otros textos, en particular
los de Marx y Hegel, ya sea que se tratara de la relación a la
política de Platón en general, de la división del trabajo, del mito,
de la retórica, de la materia, etc.
[viii] La posibilidad de la guerra produce una
fractura en la idealidad, en la descripción ideal de la ciudad
ideal, en el espacio mismo de esta ficción o de esta representación.
La veta de esta problemática -que no podemos seguir aquí- parece de
las más ricas. Podría conducirnos en particular hacia una forma
original de ficción que es El contrato social. Según Rousseau, el
estado de guerra entre los Estados no puede dar lugar a ningún
derecho puro, puramente civil, como el que debe reinar en el
interior del Estado. Incluso si tiene su derecho original, el
derecho de gentes (genos, gente, pueblo, etnia), la guerra nos hace
volver a una suerte de salvajismo específico. Hace salir el contrato
social de sí mismo. A través de esta suspensión, también muestra los
límites; aclara las fronteras del contrato social mismo y del
discurso teórico o fabuloso que lo describe. Es asimismo en el final
del libro y de esta ficción ideal que Rousseau aborda en algunas
líneas problemas que no tratará. Sería necesario analizar de cerca
esta conclusión y estas consideraciones sobre la guerra, la singular
relación que mantienen con el interior del contrato social en el
momento en el que abren hacia su exterior. Relación temática, pero
también relación formal, problema de composición: Rousseau parece
frotarse los ojos para percibir el exterior de la fábula o de la
génesis ideal. Abre los ojos pero cierra el libro: “Cap. X,
conclusión. Después de haber planteado los verdaderos principios del
derecho político e intentado fundar el Estado sobre su base,
faltaría apoyarlo por sus relaciones externas: lo que comprendería
el derecho de gentes, el comercio, el derecho de las guerras y de
las conquistas, el derecho público, las ligas, las negociaciones,
los tratados, etc. Pero todo esto forma un nuevo objeto, demasiado
vasto para mi corta vista: hubiera debido fijarla siempre más cerca
mío”.
[ix] Cf. Nicole Loraux, “Sur la race des femmes”, en
Les enfants d’Athéna (1981, p. 75 y ss.). En el contexto que
delimitamos aquí, releeremos también -en el capítulo precedente:
“L’autochtonie: une tropique athénienne” - lo que concierne en
particular a Atenas, “a la vez nodriza (trophos), patria y madre”
(Panegírico de Isócrates) y los “polos rivales y complementarios,
logos y mythos” que “se reparten la escena teatral en el
enfrentamiento pero también en al complicidad” (pp. 67-72). En
cuanto a la raza de los hombres (genos anthropôn), el sacerdote
egipcio del Timeo le asigna “lugares”: los lugares propicios para la
memoria, para la conservación de archivos, para la escritura y para
la traducción, esas zonas templadas que protegen de la destrucción
por excesos de calor y de frío (22e-23a).
Traducción de Diego
Tatián,
Alción Editora,
Córdoba, Argentina, mayo de 1995.
*
Publicado en
http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/kora.htm
|
|