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            “El mito pone en juego una forma de 
			lógica que podemos llamar, en contraste con la lógica de la 
			no-contradicción de los filósofos, una lógica de lo ambiguo, de lo 
			equívoco, de la polaridad. ¿Cómo formular, incluso formalizar esas 
			operaciones de báscula que invierten un término en su contrario, 
			manteniéndolas a distancia desde otros puntos de vista? Incumbe al 
			mitólogo prestar atención, finalmente, a esa comprobación de 
			carencias volviéndose hacia los lingüistas, los lógicos, los 
			matemáticos, para que ellos proporcionen el útil que le falta: el 
			modelo estructural de una lógica que no sería la de la binaridad, 
			del si o no, una lógica distinta de la lógica del logos". 
			Jean-Pierre Vernant, 
			“Raisons du mythe”, 
			Mythe et société en Grèce ancienne,  
			(1974, p. 250.) 
			 
			 
			Khôra nos sucede, como el nombre. Y cuando un nombre llega, 
			dice inmediatamente más que el nombre, lo otro del nombre y lo otro 
			sin más, de lo cual anuncia justamente la irrupción. Este anuncio no 
			promete aún, no amenaza más. No promete ni amenaza a nadie. 
			Permanece todavía extraño a la persona, nombrando sólo la inminencia 
			-e incluso una inminencia extraña al mito-, el tiempo y la historia 
			de cualquier promesa y de cualquier amenaza posibles. 
			 
			Lo sabemos bien: lo que Platón designa bajo el nombre de khôra 
			parece desafiar, en el Timeo, esa “lógica de no-contradicción 
			de los filósofos” de la que habla Vernant, esa “lógica de la 
			binaridad, del sí o no”. Pondría de manifiesto pues, quizás, esa 
			“lógica distinta de la lógica del logos”. La khôra no es ni 
			“sensible”, ni “inteligible”, pertenece a un “tercer género”  
			(triton genos, 48e, 52a). Tampoco podemos decir de ella que 
			no es ni esto ni aquello, o que es a la vez esto y aquello. No basta 
			recordar que no nombra ni esto ni aquello o que dice tanto esto como 
			aquello. La ambigüedad declarada por Timeo se manifiesta de otro 
			modo: unas veces la khôra parece no ser ni esto ni aquello, otras 
			veces a la vez esto y aquello. Pero esta alternativa entre la lógica 
			de la exclusión y la de la participación –volveremos extensamente 
			sobre esto- proviene tal vez de una apariencia provisoria y de las 
			coacciones de la retórica, esto es, de alguna inaptitud para 
			nombrar. La khôra parece extraña al orden del “paradigma”, ese 
			modelo inteligible e inmutable. Y sin embargo, “invisible” y sin 
			forma sensible, “participa” de lo inteligible de un modo muy 
			dificultoso, en verdad aporético (aporôtata, 51b). Al menos, 
			agrega Timeo, declarando esto no nos mentiremos, no nos 
			diremos lo falso (ou pseudometha). La prudencia de esta 
			fórmula negativa da que pensar. No mentir, no decir lo falso, ¿es 
			necesariamente decir lo verdadero? ¿Y qué ocurre al respecto con el 
			testimonio? 
			 
			Recordemos aún esto, como aproximación preliminar: el discurso sobre 
			la khôra, tal como se presenta, no procede del logos natural 
			o legítimo sino más bien de un razonamiento híbrido, bastardo (logismô 
			nothô), es decir corrompido. Se anuncia “como en un sueño” 
			(52b), lo que puede tanto privarlo de lucidez como conferirle un 
			poder de adivinación. 
			 
			¿Ese discurso implica asimismo al mito? ¿Accederemos al pensamiento 
			de la khôra si nos fiamos aún de la alternativa logos / mythos? 
			¿Y si este pensamiento designara incluso un tercer género de 
			discurso? ¿Y si, quizás como en el caso de la khôra, esta apelación 
			al tercer género no fuera más que el tiempo de un desvío para 
			indicar un género más allá del género? ¿Más allá de las categorías 
			-de las oposiciones categoriales sobre todo- que, ante todo, 
			permiten aproximarlo o decirlo?. 
			 
			Como muestra de gratitud y de admiración, este cuestionamiento es un 
			homenaje a Jean-Pierre Vernant. Se dirige, ciertamente, hacia quién 
			tanto nos ha enseñado y nos ha dado tanto a pensar sobre la 
			oposición mythos / logos, pero también sobre la incesante 
			inversión de polos, al autor de Raisons du mythe y de 
			Ambigüité et renversement: ¿cómo pensar eso que, excediendo la 
			regularidad del logos, su ley, su genealogía natural o legítima, no 
			pertenece sin embargo, strictu sensu, al mythos? ¿Cómo 
			pensar la necesidad de lo que, más allá de la oposición interrumpida 
			o retardada del logos y el mythos, dando lugar a esta 
			oposición como a tantas otras, parece sin embargo no someterse a la 
			ley de eso mismo que ella sitúa? ¿Qué hay de ese lugar? ¿Es 
			nombrable? ¿Y no habría una relación imposible en la posibilidad de 
			nombrar? ¿Existe aquí algo a pensar, como decimos tan 
			rápidamente, y a pensar según la necesidad? 
			 
			 
			Uno 
			 
			 
			La oscilación de la que acabamos de hablar no es una oscilación 
			entre otras, una oscilación entre dos polos. Oscila entre dos 
			géneros de oscilación: la doble exclusión (ni/ni) y la 
			participación (a la vez... y, esto y aquello). ¿Pero tenemos 
			el derecho de transportar la lógica, la paralógica o la metalógica 
			de esta sobre-oscilación de un conjunto al otro? Ella concernía en 
			primer lugar a géneros de ente (sensible/inteligible, 
			visible/invisible, forma/sin forma,  o mimema/paradigma), pero 
			nosotros la desplazamos a géneros de discurso (mythos/logos) 
			o de relación a lo que es o no es en general. Tal desplazamiento 
			quizás no va de suyo. Depende de una suerte de metonimia: 
			desplazando los nombres, se desplazaría de géneros de ser a géneros 
			de discurso. Pero por una parte, particularmente en Platón, es 
			siempre difícil separar ambas problemáticas: la cualidad del 
			discurso depende en primer lugar de la cualidad del ser del que se 
			habla. Un poco como si un nombre no debiera darse más que a lo que 
			ante todo lo merece y lo llama. En cuanto relación a lo que es en 
			general, el discurso se halla calificado o descalificado por eso a 
			lo que se relaciona. Por otra parte, la metonimia se permite un 
			pasaje por el género, de un género a otro, de la cuestión de 
			los géneros de ser a la cuestión de los géneros de discurso. 
			 
			Ahora bien, el discurso sobre la khôra es también un discurso sobre 
			el género (genos) y sobre los diferentes géneros de género. 
			Volveremos más tarde al género como gens o pueblo (genos,
			ethos), cuyo tema aparece en la apertura del Timeo. En 
			el contexto restringido que nos ocupa por el momento -el de la 
			secuencia sobre la khôra- encontramos todavía dos géneros de género. 
			La khôra es un triton genos respecto a dos géneros de ser 
			(inmutable e inteligible / corruptible, en devenir y sensible), pero 
			parece también determinada respecto al género sexual: Timeo habla, a 
			propósito de esto, de “madre” o “nodriza”. Lo hace de un modo que no 
			nos apresuraremos a mencionar. Casi todos los intérpretes del 
			Timeo se apoyan, en este pasaje, en los recursos de la retórica 
			sin interrogarse nunca al respecto. Hablan tranquilamente de 
			metáforas, de imágenes, de comparaciones[i]. No 
			plantean ningún interrogante sobre esta tradición de la retórica que 
			pone a su disposición una reserva de conceptos muy útiles pero 
			completamente construidos sobre la distinción entre lo sensible y lo 
			inteligible, a la que precisamente el pensamiento de la khôra no 
			puede articularse más -a la que, Platón lo da a entender sin 
			ambigüedades, no cabe que se articule. Este problema de la retórica 
			-singularmente, de la posibilidad de nombrar- no es aquí, como se 
			ve, un problema accesorio. Su importancia no se limita más a cierta 
			dimensión pedagógica (los que hablan de metáfora con relación a la 
			khôra precisan a menudo: metáfora didáctica), ilustrativa o 
			instrumental. Nos contentaremos por el momento con señalarla y 
			situarla pero ya resulta claro que, necesariamente, lo mismo que la 
			khôra, no se deja situar con facilidad, ni asignar una residencia: 
			es más situante que situada, oposición que a su vez necesitará 
			sustraer alguna alternativa gramatical u ontológica de lo activo y 
			de lo pasivo. No hablaremos de metáfora, pero no por entender, por 
			ejemplo, que la khôra es propiamente una madre, una nodriza, un 
			receptáculo, un porta-impronta o algo relativo al oro. Es tal vez 
			porque conduce más allá o más acá de la polaridad sentido metafórico 
			/ sentido propio que el pensamiento de la khôra excede la polaridad, 
			sin duda análoga, del mythos y del logos. Tal sería al menos 
			la cuestión que quisiéramos plantear aquí como experimento de 
			lectura. La consecuencia considerada sería la siguiente: con esas 
			dos polaridades, el pensamiento de la khôra inquietaría el orden 
			mismo de la polaridad, de la polaridad en general, sea o no 
			dialéctica. Dando lugar a las oposiciones, ella misma no estaría 
			sometida a ninguna inversión y esto, otra consecuencia, no porque 
			ella sería inalterablemente ella-misma más allá de su nombre, 
			sino porque, conduciendo más allá de la polaridad del sentido 
			(metafórico o propio), no pertenecería más al horizonte del sentido, 
			ni del sentido como sentido del ser. 
			 
			Después de estas precauciones y estas hipótesis negativas, se 
			comprenderá que hayamos preservado la palabra khôra de cualquier 
			traducción. En verdad, pareciera que una traducción se está haciendo 
			siempre, tanto en la lengua griega como de la lengua griega a 
			cualquier otra. No tengamos ninguna por segura. Pensar y traducir 
			atraviesan aquí la misma experiencia. Si debe ser intentada, tal 
			experiencia no es sólo la preocupación por un vocablo o por un átomo 
			de sentido, sino también por toda una textura trópica -no digamos 
			aún por un sistema-, y por las maneras de aproximar, para 
			nombrarlos, los elementos de esta “trópica”. Ya sea que conciernan 
			al nombre mismo de khôra (“lugar”, “sitio”, “emplazamiento”, 
			“región”, “comarca”) o a eso que la tradición llama figuras 
			-comparaciones, imágenes, metáforas- propuestas por Timeo mismo 
			(“madre”, “nodriza”, “receptáculo”, “porta-impronta”), las 
			traducciones quedan atrapadas en las redes de la interpretación. Son 
			inducidas por proyecciones retrospectivas en las que podemos siempre 
			sospechar anacronismo. Este anacronismo no es necesariamente, ni 
			siempre, tan sólo una debilidad de la que una interpretación 
			vigilante y rigurosa podría escapar completamente. Intentaremos 
			mostrar que nadie puede escapar de él. Heidegger mismo, que en todo 
			caso es el único que nunca ha hablado de “metáfora”, parece ceder a 
			esta interpretación teleológica[ii] contra la cual, 
			en otra parte, nos pone justamente en guardia. Y este gesto parece 
			altamente significativo para el conjunto de su cuestionamiento y de 
			su relación con la “historia-de-la-filosofía”. 
			 
			Lo que acabamos de decir de la retórica, de la traducción o del 
			anacronismo teleológico podría generar un malentendido. Es necesario 
			disiparlo sin demora. Jamás pretenderemos proponer la palabra justa 
			para khôra, ni nombrarla, a ella-misma, más allá de todos los 
			rodeos y de los desvíos de la retórica, ni abordarla finalmente, a
			ella-misma, en eso que habría sido, fuera de todo punto de 
			vista, fuera de toda perspectiva anacrónica. Su nombre no es una 
			palabra justa. Está destinado a lo imborrable, incluso si lo que 
			nombra, khôra, no se reduce, sobre todo, a su nombre. La trópica y 
			el anacronismo son inevitables. Y todo lo que queremos mostrar es la 
			estructura que, volviéndolos de este modo inevitables, implica otra 
			cosa que accidentes, debilidades o momentos provisorios. En toda la 
			historia de las interpretaciones del Timeo, esta ley 
			estructural no parece haber sido abordada como tal. Se trataría de 
			una estructura y no de alguna esencia de la khôra; la cuestión de la 
			esencia deja de tener sentido en relación a ella. ¿Cómo es que, 
			careciendo de esencia, la khôra se mantendría más allá de su nombre? 
			La khôra es anacrónica, “es” la anacronía en el ser o, más 
			bien, la anacronía del ser. Vuelve anacrónico el ser. 
			 
			Acabamos de decir: toda la historia de las interpretaciones. Nunca 
			agotaremos la inmensa literatura consagrada al Timeo desde la 
			Antigüedad. Tratarla aquí en su conjunto estaría fuera de lugar. Y 
			sobre todo presuponer la unidad o la homogeneidad de ese conjunto, 
			la posibilidad misma de totalizarlo en alguna aprehensión ordenada. 
			Lo que presuponemos, por el contrario -y todavía se podría llamar a 
			esto una “hipótesis de trabajo”-, es que la presunción de un orden 
			semejante (agrupación, unidad, totalidad organizada por un telos) 
			tiene un vínculo esencial con el anacronismo estructural del que 
			hablamos hace un momento. Sería el efecto inevitable producido por 
			algo como la khôra -que no es algo, y que no es como nada, tampoco 
			incluso como lo que ella sería, más allá de su nombre, ella 
			misma. 
			 
			Ricas, numerosas, inagotables, las interpretaciones vienen, en suma, 
			a informar la significación o el valor de khôra. Consisten siempre 
			en darle forma determinada, a ella, que sin embargo no puede 
			ofrecerse o prometerse más que sustrayéndose a toda determinación, a 
			todas las marcas e impresiones a las que diríamos que se halla 
			expuesta: a todo lo que querríamos adjudicarle sin esperar recibir 
			nada de ella... Pero lo que adelantamos aquí de la interpretación de 
			la khôra -del texto de Platón sobre la khôra- al hablar de forma 
			dada o recibida, de marca o de impresión, de conocimiento como 
			información, etc., todo esto extrae lo que el texto mismo dice de la 
			khôra, su dispositivo conceptual y hermenéutico. Lo que acabamos, 
			por ejemplo, para el ejemplo, de adelantar en relación a “khôra” en 
			el texto de Platón, simplemente reproduce o traslada, con todos sus 
			esquemas, el discurso de Platón sobre la khôra. Esto ocurre hasta en 
			esta misma frase, en la que acabo de servirme de la palabra esquema. 
			Los skemata son las figuras destacadas e impresas en la khôra, 
			las formas que la informan, que le suceden sin pertenecerle. 
			 
			Las interpretaciones vendrían a dar forma a “khôra”, dejando en ella 
			la marca esquemática de su impronta y depositando en ella el 
			sedimento de su aporte. Y, sin embargo, “khôra” parece no dejarse 
			nunca alcanzar ni tocar, menos todavía desgastar, sobre todo no 
			agotar por esos tipos de traducción trópica o interpretativa. Ni 
			siquiera puede decirse que les proporciona el soporte de un sustrato 
			o de una sustancia estable. Khôra no es un sujeto. No es el sujeto. 
			Ni lo subjetil (subjectile). Los tipos hermenéuticos no 
			pueden informar, sólo pueden dar forma a khôra en la medida en que, 
			inaccesible, impasible, “amorfa” (amorphon, 51a) y siempre 
			virgen, de una virginidad radicalmente rebelde al antropomorfismo, 
			ella parece recibir esos tipos y darles lugar. Pero si Timeo la 
			llama receptáculo (dekhomenon) o lugar (khôra), estos 
			nombres no designan una esencia, el ser estable de un eidos, puesto 
			que khôra no es ni del orden del eidos, ni del orden de los
			mimemas, de las imágenes del eidos, que se imprimen en ella 
			-de modo que no es, no pertenece a los dos géneros de ser conocidos 
			o reconocidos. No es y ese no-ser no puede más que anunciarse, es 
			decir no se deja aprehender o concebir, a través de los esquemas 
			antropomórficos del recibir o del dar. Khôra no es; sobre todo no es 
			un soporte o un sujeto que daría lugar recibiendo o concibiendo, es 
			decir, dejándose concebir. ¿Cómo denegarle esta significación de 
			receptáculo, cuando ese nombre le es dado incluso por Platón? Es 
			difícil. Tal vez aún no hemos pensado lo que quiere decir recibir, 
			el recibir de ese receptáculo, eso que nombra dekhomai, dekhomenon. 
			Tal vez a partir de khôra comencemos a aprenderlo -a recibirlo, a 
			recibir de ella lo que su nombre denomina. A recibirlo, si no 
			comprenderlo, a concebirlo. 
			 
			Se habrá advertido ya que decimos khôra y no, como lo ha querido 
			siempre la convención, la khôra, o incluso, como hubiéramos podido 
			hacerlo por precaución, la palabra, el concepto, la significación o 
			el valor de “khôra”. Esto por muchas razones, de las que ciertamente 
			la mayor parte ya son evidentes. El artículo definido presupone ya 
			la existencia de una cosa, el ente khôra al que, a través de un 
			nombre común, sería fácil referirse. Así, lo que decimos de khôra es 
			que este nombre no designa ninguno de los tipos de ente conocidos, 
			reconocidos o, si se prefiere, recibidos por el discurso filosófico, 
			es decir por el logos ontológico que rige en el Timeo: khôra no es 
			ni sensible ni inteligible. Hay khôra; es posible asimismo 
			interrogarse sobre su physis y su dynamis, al menos interrogarse al 
			respecto de manera provisoria, pero lo que hay no es; y más adelante 
			volveremos sobre lo que puede dar a pensar este hay que, por lo 
			demás, no da nada dando lugar o dando a pensar, por lo que sería 
			arriesgado ver allí el equivalente de un es gibt, de ese 
			es gibt que 
			probablemente se halla implicado en cualquier teología negativa -si 
			no es que la nombra siempre- en su historia cristiana. 
			 
			¿En lugar de la khôra nos contentaremos entonces con decir 
			prudentemente: la palabra, el nombre común, el concepto, la 
			significación o el valor de khôra? Estas precauciones no bastarían, 
			pues presuponen distinciones (palabra/concepto, 
			palabra-concepto/cosa, sentido/referencia, significación/ valor, 
			nombre/nombrable, etc.) que implican la posibilidad, al menos, de un 
			ente determinado, distinto de otros, y de actos que lo aluden, a él 
			o a su sentido, a través de actos de lenguaje, designaciones o 
			canalizaciones. Todos esos actos mencionan generalidades, un orden 
			de multiplicidades: género, especie, individuo, tipo, esquema, etc. 
			Pareciera sin embargo que lo que podemos leer de khôra en el Timeo 
			es que “algo”, que no es una cosa, pone en cuestión esas 
			presuposiciones y esas distinciones: “algo” (“quelque chose”) no es 
			una cosa (chose) y se sustrae a ese orden de multiplicidades. 
			 
			Pero si decimos khôra y no la khôra, todavía se trata de un nombre. 
			Un nombre propio, por cierto, pero una palabra, igual que cualquier 
			nombre común, una palabra distinta de la cosa o del concepto. Por 
			otra parte, el nombre propio parece, como siempre, atribuido a una 
			persona, en este caso a una mujer. Tal vez a una mujer, más bien a 
			una mujer. ¿No agrava esto los riesgos de antropomorfismo de los que 
			querríamos cuidarnos? ¿Esos riesgos no son corridos por Platón mismo 
			cuando, como se dice, parece “comparar” khôra a una madre o a una 
			nodriza? ¿No está asociado el valor del receptáculo, en cuanto 
			materia pasiva y virgen, al elemento femenino, y sobre todo en la 
			cultura griega? Estas objeciones no carecen de valor. Sin embargo, 
			si khôra presenta ciertos caracteres de la palabra como nombre 
			propio, aunque más no sea por su aparente referencia a lo único (y 
			no hay en el Timeo, o más rigurosamente en un pasaje del Timeo que 
			abordaremos más tarde, más que una sola khôra, y es así como la 
			concebimos, no hay más que una por divisible que sea), sin embargo, 
			el referente de esta referencia no existe. No tiene los caracteres 
			de un ente, entendamos por esto un ente admisible en lo ontológico, 
			a saber un ente inteligible o sensible. Hay khôra, pero la khôra no 
			existe. La sustracción del artículo debería por el momento suspender 
			entre comillas invisibles la determinación (citamos una palabra de 
			Platón en tal pasaje del Timeo, sin saber aún lo que quiere decir y 
			cómo determinarla) y la referencia a algo que no es una cosa, pero 
			que insiste en su unicidad tan enigmática, se deja llamar sin 
			responder, sin darse a ver, a concebir, a determinar. Privado de 
			referente real, aquello que en efecto parece un nombre propio exige 
			también nombrar una x que tiene por propiedad -por physis y por 
			dynamis, dirá el texto- no tener nada propio y permanecer informe (amorphon). 
			Esta muy singular impropiedad, que justamente no es nada, es lo que 
			khôra debe, si así podemos decir, guardar, es lo que es necesario 
			guardarle, lo que nos es necesario guardarle. Por esto es preciso no 
			confundirla en una generalidad atribuyéndole propiamente propiedades 
			que serían siempre las de un ente determinado, uno de los entes que 
			ella “recibe” o del que recibe la imagen: un ente de género femenino 
			por ejemplo- y por esto la femineidad de la madre o de la nodriza 
			nunca podrá serle atribuida legítimamente. Lo que no quiere 
			decir -volveremos sobre este punto- que se trate de simples figuras 
			de retórica. Khôra no debe recibir para ella, no debe pues recibir, 
			sólo dejarse atribuir las propiedades (de lo) que recibe. No debe 
			recibir, debe no recibir lo que recibe. Para evitar todas estas 
			confusiones conviene, paradójicamente, formalizar su aproximación y 
			mantener al respecto siempre el mismo lenguaje (taétñn aét¯n ?eÜ 
			prosrht¡on, 50b ). No tanto “dar siempre el mismo nombre” de ella, 
			como se traduce a menudo, sino hablar de ella y denominarla de la 
			misma manera. Fielmente, en suma, incluso si esta fe es irreductible 
			a cualquier otra. ¿Esta “manera” es única o típica? ¿Posee la 
			generalidad de un evento idiomático o la generalidad reglada de un 
			esquema? Dicho de otro modo, ¿encuentra esta regularidad en el texto 
			de Platón -o más bien en alguna secuencia del Timeo- su única y 
			mejor formulación, o bien uno de sus ejemplos, por privilegiado que 
			sea? ¿En qué sentido se dirá del Timeo que es ejemplar? ¿Y si 
			importa que la denominación, más que el nombre, permanezca igual, se 
			podrá reemplazar, relevar, traducir khôra por otros nombres, 
			esforzándose sólo por vigilar la regularidad de la denominación, a 
			saber, de un discurso? 
			 
			Esta pregunta no puede no resonar si nos sabemos inmersos en una 
			escena de lectura semejante, comprendida de antemano en la inmensa 
			historia de las interpretaciones y reapropiaciones que en el curso 
			de los siglos se han ocupado de khôra, recogiéndola o 
			sobrecargándola de inscripciones y de relieves, dándole forma, 
			imprimiéndole tipos, para producir en ella nuevos objetos y 
			depositar otros sedimentos. Esta interminable teoría de las exégesis 
			parece reproducir eso que, conforme al discurso de Timeo, pasaría no 
			con el texto de Platón sino con khôra misma. Con khôra misma, si al 
			menos pudiéramos hablar así de esta x (x o khi), el que o la que no 
			debe tener ninguna determinación propia, sensible o inteligible, 
			material o formal, y ninguna identidad consigo misma. Todo ocurre 
			como si la historia venidera de las interpretaciones de khôra 
			estuviera escrita de antemano, incluso prescrita, reproducida y 
			reflejada de antemano en algunas páginas del Timeo “a propósito” de khôra “misma”. Con sus relanzamientos incesantes, los ecos, las 
			sobreimposiciones, las sobreimpresiones y reimpresiones, esta 
			historia se borra de antemano, puesto que se programa, se reproduce 
			y se refleja por anticipado. ¿Una historia prescrita, programada, 
			reproductora, reflejada, es aún una historia? A menos que el 
			concepto de historia lleve en sí mismo esta programación 
			teleológica, que lo anula constituyéndolo. Declarando “así es como 
			entrevemos khôra -de manera difícil, aporética y como en sueños-”, 
			alguien (Timeo, Platón, etc.) habría dicho en suma: es a esto a lo 
			que se parecerán de aquí en más todas las interpretaciones, por toda 
			la eternidad, de lo que yo he dicho aquí. Se parecerán a lo que yo 
			digo de khôra; y lo que digo de khôra comenta de antemano y describe 
			la ley de toda la historia de la hermenéutica y de las instituciones 
			que se construirán con ese motivo, sobre ese motivo. 
			 
			No hay nada fortuito en cuanto a esto. Khôra recibe, para darles 
			lugar, todas las determinaciones pero ella no posee ninguna propia. 
			Las posee, las tiene -puesto que las recibe-, pero no las posee como 
			propiedades, no posee nada propio. No “es” otra cosa que la suma o 
			el proceso de lo que se inscribe “sobre” ella, a propósito de ella, 
			pero no es el sujeto o soporte presente de todas esas 
			interpretaciones, porque, sin embargo, no se reduce a ellas. Este 
			exceso simplemente no es nada, nada que sea y se diga ontológicamente. Esta ausencia de soporte, que no puede ser 
			traducida en soporte ausente o en ausencia como soporte, provoca y 
			resiste cualquier determinación binaria o dialéctica, cualquier 
			examen de tipo filosófico, digamos, más rigurosamente, de tipo 
			ontológico. Este tipo se encuentra a la vez desafiado y relanzado 
			por eso mismo que parece darle lugar. Más adelante deberemos aún 
			recordar, insistiendo de manera más analítica, que si hay lugar 
			(s’il 
			y a lieu) o, según nuestro idioma, lugar dado (lieu donné), 
			dar lugar no remite aquí a hacer presente una plaza. La expresión 
			dar lugar no reenvía al gesto de un sujeto dador, soporte u 
			origen de algo que llegaría a ser dado a alguien. 
			 
			No obstante su carácter tímidamente preliminar, quizás estas 
			observaciones nos permitan entrever la silueta de una “lógica”, cuya 
			formalización parece casi imposible. ¿Esta “lógica” sería todavía 
			una “lógica”, una “forma de lógica”, para retomar la expresión de 
			Vernant cuando habla de una “forma de lógica” del mito que se 
			trataría de “formular, incluso formalizar”? Dicha lógica del mito 
			ciertamente existe, pero nuestra interrogación permanece: ¿el 
			pensamiento de khôra, que evidentemente no remite a la “lógica de 
			no-contradicción de los filósofos”, pertenece sin embargo a la 
			especie del pensamiento mítico? ¿Es aún mythos el logos “bastardo” 
			que se regla sobre ella? 
			 
			Démonos tiempo para un largo desvío. Consideremos la manera según 
			la cual la dialéctica especulativa de Hegel inscribe el pensamiento 
			mítico en una perspectiva teleológica. Podemos decir de esta 
			dialéctica que es y no es una lógica de la no-contradicción. Integra 
			y señala la contradicción como tal. Del mismo modo, señala el 
			discurso mítico como tal en el filosofema. 
			 
			Según Hegel, la filosofía no llega a ser seria -y también nosotros 
			pensamos siguiendo a Hegel y según él- más que a partir del momento 
			en que entra en la vía segura de la lógica: es decir, luego de haber 
			abandonado, digamos más bien reemplazado, su forma mítica -después 
			de Platón, con Platón. La lógica filosófica llega a sí misma cuando 
			el concepto se despierta de su sueño mitológico. Sueño y despertar, 
			puesto que el acontecimiento consiste en un simple develamiento: 
			explicitación y toma de conciencia de un filosofema encerrado en su 
			potencia virtual. El mitema no habría sido más que un pre-filosofema 
			ofrecido y prometido a su Aufhebung dialéctica. Este futuro anterior 
			teleológico parece el tiempo de un relato, pero es un relato de la 
			salida fuera del relato. Marca el fin de la ficción narrativa. Hegel 
			lo explica[iii] haciendo la defensa de su “amigo Creuzer” y de su 
			libro Symbolik und Mythologie der alten Völker, besonders der 
			Griechen, 1810-1812. El logos mitológico, por cierto, puede expresar 
			la pretensión de ser una especie del “filosofar” (p.108). Los 
			filósofos han podido servirse de los mitos para aproximar los filosofemas de la imaginación (Phantasie). Pero “el contenido del 
			mito es el pensamiento” (íbid.). La dimensión mítica permanece 
			formal y exterior. Si bien los mitos de Platón son “bellos”, si bien 
			la “presentación” (Darstellung) mítica del pensamiento es bella, 
			estaríamos equivocados si creyéramos que los mitos son más 
			“eminentes” (vortrefflicher) que el “modo abstracto de la 
			expresión”. En verdad, Platón no recurre al mito más que en la 
			medida de su “impotencia” (Unvermögen) para “expresarse en la pura 
			modalidad del pensar”. Pero sólo en parte, puesto que no lo hace más 
			que en la introducción de los diálogos -y una introducción no es 
			nunca puramente filosófica: sabemos lo que Hegel piensa de las 
			introducciones y de los prefacios en general. Cuando va a la cosa 
			misma, al tema principal, Platón se expresa de un modo completamente 
			distinto. Pensemos por ejemplo en el Parménides: las simples 
			determinaciones filosóficas prescinden de la imagen y del mito. El 
			esquema dialéctico de Hegel concierne aquí tanto a lo mítico como a 
			lo figurativo o lo simbólico. El Parménides es “serio”, el recurso 
			al mito no lo es del todo. Así como aún hoy domina tantas 
			evaluaciones -y no sólo en el llamado pensamiento anglosajón-, la 
			oposición de lo serio y lo no-serio recubre aquí la de la filosofía 
			como tal y la de su deriva lúdico-mitológica. El valor del 
			pensamiento filosófico, es decir también su seriedad, se mide en 
			función del carácter no mítico de su contenido. Hegel subraya aquí 
			el valor, la seriedad, el valor de lo serio, Aristóteles es su 
			garante. Pues luego de haber declarado que “el valor de Platón no 
			consiste sin embargo en los mitos” (Der Wert Platons liegt aber 
			nicht in den Mythen, p.109), Hegel cita y traduce a Aristóteles. 
			Conviene detenerse aquí. Se sabe, recordémoslo al pasar antes de 
			abordar directamente este problema, con qué fuerza pesa la 
			interpretación aristotélica del Timeo, particularmente en relación a khôra, en la historia de las interpretaciones. Hegel traduce, o 
			parafrasea la Metafísica: perÜ m¢n tÇn mutkÇw sofizom¡nvn oçk awion 
			met spoud°w skopeÝn: Von denen, welche mythisch philosophieren, ist 
			es nicht der Mühe wert, ernstlich zu handeln: a los que filosofan 
			recurriendo al mito, no vale la pena tratarlos seriamente”. 
			 
			Hegel parece oscilar entre dos interpretaciones. En un texto 
			filosófico, la función del mito es unas veces un signo de impotencia 
			filosófica, la incapacidad de acceder al concepto en cuanto tal y 
			mantenerse allí, otras veces signo de una potencia dialéctica -y 
			sobre todo dialéctica-, el dominio pedagógico del filósofo serio en 
			plena posesión del filosofema. Simultánea o sucesivamente, Hegel 
			parece recordar esta impotencia y este dominio en Platón. Dos 
			evaluaciones que no se contradicen más que en apariencia, o en todo 
			caso hasta un cierto punto. Ellas tienen esto en común: la 
			subordinación del mito, como forma discursiva, al contenido del 
			concepto significado, al sentido que en su esencia no puede ser más 
			que filosófico. Y el tema filosófico, el concepto significado, 
			cualquiera sea la presentación formal -filosófica o mítica-, posee 
			siempre fuerza de ley, el dominio o la dinastía del discurso. Se 
			puede ver pasar por aquí el hilo de nuestra cuestión: si khôra no 
			tiene sentido o esencia, si no es un filosofema y si no obstante no 
			es ni el objeto ni la forma de un relato fabuloso de tipo mítico, 
			¿dónde situarla en este esquema? 
			 
			Aparentemente contradictoria, profundamente coherente, esta 
			evaluación lógico-filosófica no es aplicada a Platón. Ella apunta ya 
			a un cierto “platonismo”. Hegel no lee a Platón desde Aristóteles y 
			sin tomar en cuenta a Platón mismo, como si descifrara una práctica 
			cuyo sentido hubiera permanecido inaccesible al autor del Timeo. Un 
			cierto programa de esta evaluación parece ya legible en la obra, 
			como vamos a verificarlo. Pero quizás con una cierta reserva, y esta 
			reserva suplementaria podría alojar, albergar y por consiguiente 
			también desbordar dicho programa. 
			 
			En primer término el programa. La cosmogonía del Timeo recorre el 
			ciclo del saber de todas las cosas. Su fin enciclopédico debe marcar 
			el término, el telos de un logos respecto de todo lo que es: 
			kaÜ d¯ 
			kaÜ t¡low perÜ toè pantòw nèn ³dh tòn lñgon ²mÝn fÇmen ¦xein (“y 
			declaramos ahora que hemos alcanzado el término de nuestro discurso 
			sobre el Mundo”) (92c). Este logos enciclopédico es una ontología 
			general; al tratar de todos los tipos de ser, comporta una teología, 
			una cosmología, una fisiología, una psicología, una zoología. 
			Mortales o inmortales, humanos y divinos, visibles e invisibles 
			están allí situados. Recordándolo en la conclusión, se retoma la 
			distinción entre el viviente visible, el dios sensible por ejemplo, 
			y el dios inteligible del que es la imagen (eikôn). El cosmos es el 
			cielo (ouranos) como viviente visible y dios sensible. Es exclusivo 
			y único de su raza, “monógeno”. 
			 
			¿Y sin embargo el discurso sobre khôra no habría abierto, a mitad 
			del recorrido del ciclo -entre lo sensible y lo inteligible, no 
			perteneciendo ni a uno ni a otro, ni al cosmos como dios sensible ni 
			al dios inteligible- un espacio aparentemente vacío -aunque él no 
			sea ciertamente el vacío? ¿No mencionó una abertura, un abismo o una 
			hendidura? ¿No es desde esta hendidura, “en” ella, que ese clivaje 
			entre lo sensible y lo inteligible, incluso entre el cuerpo y el 
			alma, puede tener lugar y tomar lugar? No relacionemos demasiado 
			rápido esa hendidura llamada khôra con el caos que abre la abertura 
			del abismo. Evitemos precipitar allí la forma antropomórfica y el 
			pathos del pavor. No para instalar en su lugar la seguridad de un 
			apoyo, el “correspondiente exacto de lo que Gea representa para toda 
			criatura desde su aparición, en el origen del mundo: un apoyo 
			estable y seguro para siempre que se opone a la apertura sin fondo 
			del Caos[iv]”. Más tarde encontraremos una breve alusión de 
			Heidegger a khôra, no a la del Timeo sino, sin ninguna cita ni 
			referencia precisa, a la que en Platón designaría el lugar (Ort) 
			entre el ente y el ser[v], la “diferencia”, el lugar entre ambos. 
			 
			La conclusión. ontológico-enciclopédica del Timeo parece recubrir la 
			hendidura abierta en el medio del libro. Lo que entonces recubriría, 
			cerrando la boca abierta del discurso casi prohibido sobre khôra, no 
			seria solamente el abismo entre lo inteligible y lo sensible, entre 
			el ser y la nada, ni siquiera entre logos y mythos, sino entre todas 
			estas divisiones y un otro que no sería ni siquiera su otro. 
			 
			Si hay una hendidura en medio del libro, una suerte de abismo “en” 
			el que intentamos pensar o nombrar esa hendidura abismal que sería 
			khôra, la apertura de un lugar (lieu) “en” el cual todo vendría a la 
			vez a tomar sitio (place) y reflejarse (puesto que son imágenes las 
			que allí se inscriben), ¿es insignificante que una puesta en abismo 
			regle cierto arden de composición del discurso? ¿Y que regle hasta 
			ese modo de pensar o de decir que sin ser idéntico debe ser 
			semejante al que se practica en los bordes de la hendidura? ¿Es 
			insignificante que esta puesta en abismo afecte las formas de un 
			discurso sobre los sitios, particularmente dominada por la 
			consideración de los lugares (puestos en la sociedad, región, 
			territorio, país), como lugares asignados a tipos o a formas de 
			discurso? 
			 
			 
			Dos 
			 
			 
			Puesta en abismo del discurso sobre khôra, lugar de la política, 
			política de los lugares, tal sería pues la estructura de una 
			sobreimpresión sin fondo. 
			 
			En la -apertura del Timeo se discute sobre los guardianes de la 
			ciudad, los cultivadores y los artesanos, la división del trabajo y 
			la educación. Notemos al pasar, aunque se trate de una analogía de 
			estructura formal y exterior, que aquellos a los que se prepara como 
			guardianes de la ciudad no tendrán nada propio (idion), ni oro ni 
			dinero. “Reciben de quienes protegen el salario de acuerdo a su 
			jerarquía” (18b). ¿No tener nada propio, ni siquiera el oro, que 
			sólo se le puede comparar (50a), no es también la situación del 
			sitio, la condición de khôra? Esta pregunta puede ser planteada 
			incluso si no se la quiere tomar en serio: por formal que sea, la 
			analogía es poco discutible. Se puede decir lo mismo de la 
			advertencia que sigue inmediatamente (18c) y que concierne a la 
			educación de las mujeres, al matrimonio, y sobre todo -con la más 
			subrayada insistencia- a la comunidad de los niños. Deben tomarse 
			todas las medidas para que nadie pueda conocer y reconocer como 
			propios (idia) a los recién nacidos (18c-d). En la procreación (paidopoita), 
			cualquier atribución de propiedad natural o legítima debe ser 
			excluida por el medio mismo de la ciudad. Si tenemos en cuenta el 
			hecho de que un momento antes se había prescrito una educación 
			semejante para los hombres y para las mujeres -que deben ser 
			preparados para las mismas actividades y para las mismas funciones-, 
			se puede aún seguir el hilo de una analogía formal, la de la llamada 
			“comparación” de khôra con la madre y, signo suplementario de 
			expropiación, con la nodriza; tal comparación no le asegura ninguna 
			propiedad, ni en el sentido del genitivo subjetivo ni en el del 
			genitivo objetivo: ni las propiedades de una genitora (genitrice) 
			(ella no engendra nada y por lo demás no posee ninguna propiedad en 
			absoluto), ni la propiedad de los niños, ni las imágenes de un padre 
			que por otra parte ya no es propietario. Es suficiente con mencionar 
			la impropiedad de dicha comparación. Pero tal vez estamos en un 
			lugar donde la ley de lo propio no tiene ya sentido alguno. 
			Consideremos incluso la estrategia política de los matrimonios. Ella 
			manifiesta una relación de reflexividad abisal y analógica con lo 
			que después será dicho de khôra, de las “cribas” o de los tamices 
			sacudidos (seiomena 52e, 53a) para escoger o seleccionar el “grano” 
			y las “semillas”; la ley de lo mejor se cruza con un cierto azar. 
			Ahora bien, desde las primeras páginas del Timeo, en un discurso 
			puramente político, se describen dispositivos destinados a maquinar 
			en secreto la convención de los matrimonios para que los niños 
			nazcan con el mejor natural posible. Y esto no ocurre sin un golpe 
			de suerte (kléros, 18d-e). 
			 
			Precisémoslo desde ahora. Estas analogías formales, estas puestas en 
			abismo refinadas, sutiles (demasiado sutiles, pensarán algunos), no 
			son consideradas aquí, en primer lugar, como artificios, osadías o 
			secretos de composición formal: ¡el arte de Platón escritor! Este 
			arte nos interesa, y debería hacerlo aún más, pero lo que aquí ante 
			todo nos importa, independientemente de las supuestas intenciones de 
			un compositor, son las dificultades que producen esas analogías. 
			¿Diremos que constituyen un programa? ¿Una lógica, cuya autoridad se 
			le impone a Platón? Sí, sólo hasta un cierto punto y este límite 
			aparece en el abismo mismo: el ser-programa del programa, su 
			estructura de pre-inscripción y de prescripción tipográfica forma el 
			tema explícito del discurso en abismo sobre khôra. Esta traza el 
			lugar de inscripción de todo lo que se marca en el mundo. Del mismo 
			modo que -y deberemos todavía precisar esto- el ser-lógica de la 
			lógica, su logos esencial, que debe ser verdadero, verosímil o 
			mítico, forma el tema explícito del Timeo. Pues no se puede llamar 
			tranquilamente, sin otra forma de proceso, programa o lógica a la 
			forma que dicta a Platón la ley de una composición tal: programa y 
			lógica están allí aprehendidos como tales -incluso en sueños- y 
			puestos en abismo. 
			 
			Tomada esta precaución con respecto a las analogías que podrían 
			parecer imprudentes, recordemos el rasgo más general que a la vez 
			recoge y autoriza estos desplazamientos, de un lugar a otro “en” el 
			“mismo” lugar. Es evidente, incluso demasiado evidente para que se 
			lo note, y su generalidad no tiene, por así decir, otro límite que 
			ella misma: precisamente la del genos, la del género de todos los 
			géneros, la de la diferencia sexual, la de la generación de los 
			niños, la de los géneros de ser y la de ese triton genos que es 
			khôra (ni sensible ni inteligible, “como” una madre o una nodriza, 
			etc.). Acabamos de hacer alusión a todos esos géneros de géneros; 
			aún no hemos hablado del genos como raza[vi], pueblo, grupo, 
			comunidad, afinidad de nacimiento, nación, etc. Henos aquí. 
			 
			Todavía en la apertura del Timeo se recuerda una conversación 
			anterior, un discurso (logos) de Sócrates sobre la politeia y sobre 
			su mejor gobierno. Sócrates hace una síntesis en la que refiere los 
			temas que acabamos de mencionar. Al pasar, se sirve de la palabra 
			khôra (19a) para designar el sitio (place) asignado a los niños: es 
			necesario educar a “los niños de los buenos”, transportar a los 
			otros en secreto a otro país, seguir manteniéndolos en observación y 
			operar una nueva operación de cribaje atribuyéndole a cada uno su 
			sitio (khôran). Después de esta evocación, Sócrates se considera 
			incapaz de hacer el elogio de esta ciudad y de sus hombres. En esto 
			se siente comparable a los poetas y a los imitadores. Y aquí está el 
			genos o el ethnos. Sócrates dice no tener nada contra el pueblo o la 
			raza, la especie de los poetas (poiêtikon genos). Pero habiendo 
			tenido en cuenta tanto el lugar y las condiciones de nacimiento como 
			la educación, la nación o la raza de los imitadores (mimêtikon 
			ethnos) tendrá dificultades para imitar eso frente a lo cual ella 
			permanece extranjera, a saber, lo que ocurre en actos y en palabras 
			(ergois, logois) más que en espectáculos o simulacros. Existe 
			también el género o la especie de los sofistas (tôn sophistôn genos). 
			Sócrates privilegia todavía aquí la situación, la relación al lugar: 
			el género de los sofistas se caracteriza por la ausencia de lugar 
			propio, de economía, de domicilio fijo; gente que carece de 
			domesticidad, de cosa alguna que le sea propia (oikêseis idias). 
			Erra de lugar en lugar, de ciudad en ciudad, incapaz de comprender a 
			esos hombres que, filósofos y políticos, tienen lugar, es decir 
			actúan por el gesto y por la palabra, en la ciudad o durante la 
			guerra. Poiêtikon genos, mimêtikon ethnos, tôn sophistôn genos, ¿qué 
			queda luego de esta enumeración? Y bien, ustedes a quienes hablo en 
			este momento, que son también un genos (19e) y que pertenecen al 
			género de los que tienen lugar, por naturaleza y por educación. 
			Ustedes son, pues, a la vez filósofos y políticos. 
			 
			La estrategia de Sócrates opera desde una suerte de no-lugar, y es 
			esto lo que la vuelve desconcertante, si no enloquecedora. 
			Comenzando por declarar que, un poco como los poetas, los imitadores 
			y los sofistas, es incapaz de describir a los filósofos-políticos, 
			Sócrates finge colocarse entre los que fingen. Simula pertenecer al 
			genos de aquellos cuyo genos consiste en simular: en simular la 
			pertenencia a un lugar y a una comunidad, por ejemplo al genos de 
			los verdaderos ciudadanos, filósofos y políticos, al “vuestro”. 
			Sócrates aparenta que pertenece al género de los que aparentan 
			pertenecer al género de los que tienen lugar, un lugar y una 
			economía propias. Pero diciendo esto Sócrates denuncia ese genos al 
			que hace de cuenta que pertenece. Pretende decir la verdad en 
			relación a él: en verdad, estas especies no tienen lugar, son 
			errantes. Pues yo, que me parezco a ellos, no tengo lugar: yo, en 
			todo caso, les soy semejante o parecido, lo que no significa que soy 
			su semejante. Pero esta verdad, a saber, que ellos y yo -que 
			parecemos pertenecer al mismo genos- somos sin lugar propio, la 
			enuncio -ya que se trata de una verdad- desde vuestro propio lugar a 
			ustedes, que están del lado del verdadero logos, de la filosofía y 
			de la política. Me dirijo a ustedes desde vuestro sitio para 
			decirles que yo no tengo sitio, puesto que me parezco a los que 
			hacen de la semejanza un oficio, los poetas, los imitadores y los 
			sofistas, género de los que no tienen sitio. Sólo ustedes tienen 
			lugar y pueden nombrar a la vez el lugar y el no-lugar en su verdad, 
			por lo que les concedo la palabra. En verdad, se las doy o se las 
			dejo. Conceder, dejar, dar la palabra a otro, es decir: ustedes 
			tienen lugar, tengan lugar, vengan. 
			 
			La duplicidad de esta auto-exclusión, el simulacro de esta retirada, 
			especula sobre la pertenencia al lugar propio como lugar político y 
			como habitación. Sólo esta pertenencia al lugar permite la verdad 
			del logos, es decir también su efectividad política, su eficiencia 
			pragmática, práxica, que en este contexto Sócrates asocia 
			regularmente al logos. Es la pertenencia de un genos a un lugar 
			propio lo que garantiza la verdad de su logos (relación efectiva del 
			discurso a la cosa misma, al asunto, pragma) y de su acción (praxis,
			ergon). Los especialistas del no-lugar y del simulacro (entre los 
			que Sócrates finge colocarse) no tienen siquiera la posibilidad de 
			ser excluidos de la ciudad, como los pharmakoi; ellos se excluyen 
			por sí mismos, como lo hace Sócrates aquí otorgando la palabra. Se 
			excluyen por sí mismos, o fingen hacerlo, simplemente porque no 
			tienen sitio. No hay sitio para ellos en el lugar político donde se 
			hablan y se tratan los asuntos, el ágora. 
			 
			Aunque el nombre ya esté pronunciado (19a), la cuestión de khôra 
			como lugar general o receptáculo total (pandekhês) aún no está 
			planteada. Pero aunque no esté planteada como tal, ya despunta y da 
			señales de sí. La nota está dada. Porque, por una parte, la 
			polisemia ordenada de la palabra comporta siempre el sentido del 
			lugar político o, más generalmente, del lugar investido, por 
			oposición al espacio abstracto. Khôra “quiere decir”: sitio ocupado 
			por alguien, país, lugar habitado, sede designada, rango, puesto, 
			posición asignada, territorio o región. Y de hecho khôra estará 
			siempre ya ocupada, investida, incluso como lugar general, a la vez 
			que se distingue de todo lo que toma sitio en ella. Por eso la 
			dificultad de tratarla como espacio vacío o geométrico, incluso 
			-esto es lo que dirá Heidegger- como lo que “prepara” el espacio 
			cartesiano, la extensio de la res extensa. Pero, por otra parte, en 
			ese lugar preciso y sobre ese lugar señalado, el discurso de 
			Sócrates -o más bien el discurso socrático- procede o finge proceder 
			desde la errancia, desde un sitio móvil o no señalado, en todo caso 
			desde un espacio de exclusión que además se encuentra neutralizado. 
			¿Porqué neutralizado? Aunque Sócrates finge colocarse entre aquellos 
			cuyo género es el de no tener lugar, no se asimila a ellos, dice que 
			se les parece. Se mantiene en un tercer género, en todo caso ni el 
			de los sofistas, poetas y otros imitadores (de los que habla), ni el 
			de los filósofos-políticos (a los que habla proponiéndoles solamente 
			que lo escuchen). Su palabra no es ni su dirección ni aquello a lo 
			que se dirige. Llega a un tercer género y al espacio neutro de un 
			lugar sin lugar, un lugar en el que todo queda señalado pero que 
			sería no señalado “en sí mismo”. ¿No se parecería a eso que más 
			tarde otros, los mismos a quienes da la palabra, llamarán khôra? 
			Simple semejanza probablemente. Sólo un discurso del género 
			sofístico tendría la indecencia de abusar de esto. ¿Pero abusar de 
			una semejanza no es presentarla como una identidad, no es asimilar? 
			También es posible preguntarnos por las razones de la semejanza como 
			tal.
			 
			
			Estamos en el preámbulo, nuestro preámbulo sobre el preámbulo del 
			Timeo. No hay filosofía seria en las introducciones, a lo sumo 
			mitología, decía Hegel. 
			 
			En estos preámbulos no se trata todavía de khôra, al menos no de esa 
			que da lugar a la medida del cosmos. Sin embargo, de modo singular, 
			el sitio mismo del preámbulo deja sitio, en el límite, a un 
			tratamiento del sitio, a una asignación de su sitio a los 
			interlocutores que serán luego llevados a tratar esto. Y esta 
			asignación de sitios obedece a un criterio: el del sitio del genos 
			desde el punto de vista del lugar propio. Ahora bien, de una puesta 
			en escena tal pareciera que esto nunca se ha tenido en cuenta. Ella 
			distribuye los lugares señalados y los lugares no señalados según un 
			esquema análogo al que más tarde ordenará el discurso sobre khôra. 
			Sócrates desaparece, hace desaparecer en sí todos los tipos, todos 
			los géneros, tanto aquellos de hombres de imagen y de simulacro a 
			los que por un momento finge asemejarse, como aquellos de hombres de 
			acción y de hombres de palabra, filósofos y políticos a los que se 
			dirige desapareciendo delante de ellos. Pero desapareciendo de este 
			modo se sitúa o se instituye como destinatario receptivo, como 
			receptáculo de todo lo que va a inscribirse de aquí en más. En su 
			mismo acontecimiento, su palabra recibe más de lo que da. Por eso, 
			él se dice listo y preparado, dispuesto a recibir todo lo que le 
			será ofrecido. Las palabras kosmos y endekhomenon no están muy 
			lejos: p?reimÛ te oïn d¯ kekosmhm¡now ¤p ¥aét? kaÜ p?ntvn ¥tocñtatow 
			Ên d¡xestai: “Aquí estoy, totalmente listo y lleno de entusiasmo 
			para aceptar lo que usted me ofrecerá” (20c). Una vez más vuelve la 
			pregunta: ¿qué quiere decir recibir? ¿Qué quiere decir dekhomai? Con 
			esta pregunta en forma de “¿qué quiere decir?”, se trata menos de 
			meditar sobre el sentido de tal o cual expresión que de notar el 
			pliegue de una inmensa dificultad: la tan antigua, tan tradicional, 
			tan determinante relación entre la pregunta por el sentido o por lo 
			sensible y la pregunta por la receptividad en general. El momento 
			kantiano tiene algún privilegio aquí, pero incluso antes que la intuitus derivativus o la sensibilidad pura sean determinadas como 
			receptividad, la relación intuitiva o perceptiva al sens 
			intelligible ha comportado siempre, en el ser finito en general, una 
			irreductible receptividad. Es verdad a fortiori para la intuición o 
			la percepción sensibles. Dekhomai, que determinará la relación de 
			khôra a todo lo que no es ella y que ella recibe (ella es pandekhês, 
			51a), juega sobre toda una gama de sentidos y de connotaciones: 
			recibir o aceptar (un depósito, un salario, un presente), acoger, 
			recoger, incluso esperar, por ejemplo el don de una hospitalidad, 
			ser el destinatario de esto -como aquí es el caso de Sócrates- en 
			una escena de don y de contra-don. Se trata de devolver (antapodidômi) 
			el don o la hospitalidad de los discursos. Sócrates sc dice listo 
			para recibir a cambio los discursos de los que llega a ser el 
			destinatario que acoge, que recibe, que reconoce (2Ob-c). Estamos 
			aún en un sistema de don y de deuda. Cuando lleguemos a khôra como 
			pandekhês, más allá de cualquier antropomorfia, llegaremos quizás a 
			entrever un más allá de la deuda. 
			 
			Sócrates no es khôra, pero se le parecería mucho si ella fuera 
			alguien o algo. En cualquier caso él se pone en su sitio, que no es 
			un sitio entre otros, sino tal vez el sitio mismo, el sitio 
			irreemplazable. Irreemplazable e implacable sitio desde el que 
			recibe la palabra de aquellos ante los que desaparece pero que la 
			reciben también de él, puesto que los hace hablar. Y también 
			nosotros, implacablemente. 
			 
			A este sitio inhallable, Sócrates no lo ocupa, pero es ese desde el 
			cual, en el Timeo y en otras partes, responde de su nombre. Pues 
			siempre es necesario, como a khôra, “llamarlo de la misma manera”. Y 
			como no es seguro que Sócrates mismo sea alguien o algo, el juego de 
			los nombres propios llega a ser más abisal que nunca: ¿qué es el 
			lugar? ¿A qué y a quién da lugar? ¿Qué es lo que tiene lugar bajo 
			esos nombres? ¿Quién eres tú, khôra? 
			 
			 
			Tres 
			 
			 
			Las permutas, sustituciones, desplazamientos, no conciernen 
			solamente a los nombres. La puesta en escena se despliega según una 
			inserción de discursos de tipo narrativo, relacionados o no, cuyo 
			origen o primera enunciación parece siempre desplazada como si 
			desapareciera allí mismo donde aparece. Su dimensión mítica a veces 
			es expuesta como tal, y la puesta en abismo se refleja allí 
			ilimitadamente. Ya no se sabe -de donde a menudo el sentimiento de 
			vértigo- en qué bordes, en la superficie de qué muro: caos, 
			hendidura, khôra. 
			 
			Cuando conciernen explícitamente al mito, las proposiciones del 
			Timeo parecen ordenadas a un doble motivo. En su misma duplicidad 
			constituiría el filosofema del mitema tal como, de Platón a Hegel, 
			lo veremos instalarse en un momento. 
			 
			1. Por una parte, el mito implica el juego. No se lo tomará en 
			serio. Platón anticipa así a Aristóteles, va al encuentro de la 
			objeción seria de Aristóteles y hace idéntico uso de la oposición 
			juego/seriedad (paidia/spoudé), en nombre de la seriedad filosófica. 
			 
			2. Pero por otra parte, en el orden del devenir, cuando no podemos 
			pretender un logos firme y estable, cuando debemos contentarnos con 
			lo verosímil, el mito es de rigor, constituye el rigor, el único 
			posible. 
			 
			Estos dos motivos se enredan necesariamente, lo que confiere al 
			juego su seriedad y a la seriedad su juego. No está prohibido -e 
			incluso no es difícil-discutir (dialogisasthai, 59c) sobre los 
			cuerpos cuando solamente se busca la verosimilitud. En tal caso, 
			podemos contentarnos con la forma (idean) de mitos verosímiles (tôn 
			eikotôn mythôn). En estos momentos de recreación se abandonan los 
			razonamientos sobre seres eternos, se busca lo verosímil en relación 
			al devenir. En ese caso podemos sacar de allí un placer (hèdonèn) 
			sin remordimientos, gozar moderada y razonablemente del juego (paidian, 
			59d). El Timeo multiplica las proposiciones de este tipo. El 
			discurso mítico juega con la imagen verosímil porque el mundo 
			sensible mismo pertenece a la imagen. El devenir sensible es una 
			imagen, una semejanza, y el mito una imagen de esta imagen. El 
			demiurgo ha formado el cosmos a la imagen del paradigma eterno que 
			contempla. El logos que se relaciona con estas imágenes, con estos 
			seres icónicos, debe ser de la misma naturaleza: sólo verosímil 
			(29b-c-d). Es necesario que en este dominio aceptemos el “mito 
			verosímil” (ton eikota mython) y no buscar más lejos 
			(29d, cf. 
			también 44d, 48d, 57d, 72d-e). 
			 
			Si la enciclopedia cosmo-ontológica del Timeo se presenta como un 
			“mito verosímil”, un relato ordenado a la oposición jerarquizada de 
			lo sensible y lo inteligible, de la imagen en devenir y del ser 
			eterno, ¿cómo inscribir en él, cómo situar en él, el discurso sobre khôra? Por cierto hay allí un momento inscripto, pero conduce 
			también a un lugar de inscripción del que ha sido claramente dicho 
			que excede o precede -en un orden por lo demás a-lógico y a-crónico, 
			también anacrónico- las operaciones constitutivas de lo mito-lógico 
			como tal, del discurso mítico y del discurso sobre el mito. Por una 
			parte, semejando a un razonamiento onírico y bastardo, este discurso 
			hace pensar en una suerte de mito en el mito, en un abismo abierto 
			en el mito general. Pero por otra parte, dando a pensar lo que no 
			pertenece ni al ser sensible ni al ser inteligible, ni al devenir ni 
			a la eternidad, el discurso sobre khôra no es un discurso sobre el 
			ser: no es ni verdadero ni verosímil y parece heterogéneo al mito, 
			al menos a lo mito-lógico, a ese filósofo-mitema que ordena el mito 
			a su telos filosófico. 
			 
			El abismo no se abre de un sólo golpe, en el momento en el que el 
			tema general de khôra recibe su nombre, en pleno centro del libro. 
			Todo parece ocurrir como si -y el como si nos importa aquí- la 
			fractura de ese abismo se anunciara de manera secreta y subterránea, 
			preparando y propagando previamente esos simulacros y puestas en 
			abismo: una serie de ficciones míticas insertas unas en otras. 
			 
			Consideremos en primer lugar, en la puesta en escena del Timeo, 
			desde el comienzo, eso que Marx llama el “modelo egipcio”[vii]. 
			Ciertos motivos, que podríamos llamar tipomórficos, anticipan la 
			secuencia sobre el ekmageion, ese porta-impronta (porte-empreinte), 
			esa materia siempre lista para recibir la impronta (empreinte); o 
			incluso sobre la impronta y el sello mismos, el relieve impreso (ektupôma), 
			otros tantos rodeos para aproximarse al enigma de khôra. 
			 
			Primera ocurrencia: escribir para el niño. Tal como nos llega, 
			traída por una serie de intermediarios ficcionales que analizaremos 
			más adelante, la palabra del viejo sacerdote egipcio invoca ante 
			todo la escritura. Simplemente la opone al mito. Ustedes los griegos 
			-le dice a Solón-, ustedes son como niños porque no tienen tradición 
			escrita. Luego de un cataclismo, deben inventar todo de nuevo. En 
			Egipto todo está escrito (panta gegrammena) desde los tiempos más 
			antiguos (ekpalaiou) (23a), e incluso vuestra propia historia, 
			griegos. Ustedes no saben de dónde viene vuestra ciudad actual, 
			porque los que sobreviven a las frecuentes catástrofes mueren a su 
			vez sin haber sido capaces de expresarse por escrito (23c). Privados 
			de archivo escrito, para vuestra genealogía recurren a “mitos 
			pueriles” (23b). Ustedes no tienen escritura, les es necesario el 
			mito. 
			 
			Este intercambio no ocurre sin algunas paradojas formales. Como el 
			mito de su origen, la memoria de una ciudad se ve confiada no sólo a 
			una escritura, sino incluso a la escritura del otro, al secretariado 
			de otra ciudad. Ella debe así alterarse dos veces para salvarse, 
			pues se trata por cierto de salvación, de salvar una memoria (23a) 
			escribiendo en las paredes del templo. La memoria viviente debe 
			exiliarse en los vestigios gráficos de otro lugar, que es también 
			otra ciudad y otro espacio político. Pero la superioridad 
			tecno-gráfica de los egipcios no está menos subordinada, al servicio 
			del logos griego: ustedes los griegos “superan a todos los hombres 
			en toda clase de cualidades, como conviene a los vástagos y los 
			aprendices de los dioses. Numerosas y grandes fueron vuestras 
			hazañas y las de vuestra ciudad: están aquí por escrito (gegrammena) 
			y las admiramos” (24d). La memoria de un pueblo es inspeccionada, se 
			deja apropiar por otro pueblo, incluso por otra cultura: fenómeno 
			bien conocido en la historia de las culturas en tanto que historia 
			de la colonización. Pero el hecho parece en este caso muy 
			significativo: la memoria se halla depositada, es confiada en 
			depósito sobre las orillas de un pueblo que declara, al menos aquí, 
			su admiración, su dependencia, su subordinación. El egipcio se 
			habría apropiado de la cultura del amo griego, que depende ahora de 
			esta hypomnése, de esta escritura de secretariado, de estos 
			monumentos: Thot o Hermes, como se quiera. Pues el discurso del 
			sacerdote o intérprete egipcio se pronuncia aquí y se interpreta en 
			griego, para los griegos. ¿Sabremos algún día quién sostiene el 
			discurso sobre la dialéctica del amo y el esclavo y sobre las dos 
			memorias? 
			 
			Segunda ocurrencia: recibir y perpetuar la infancia. Critias refiere 
			un relato de Solón, que a su vez refiere el relato que le hace un 
			sacerdote egipcio con respecto a la función mitológica, precisamente 
			en la memoria de los atenienses. Más precisamente aún: Critias 
			repite un relato que ya había realizado el día anterior, en el curso 
			del cual refería una conversación entre Solón y Critias, su 
			bisabuelo, conversación de la que él mismo, cuando era niño, había 
			recibido el testimonio de su antepasado Critias, quien a su vez 
			recibía de Solón el testimonio de la conversación que éste último 
			había mantenido en Egipto con el viejo sacerdote, esa misma en la 
			que le explicaba, en suma, porqué todos los griegos están librados 
			al testimonio oral, a la tradición oral que, privándolos de 
			escritura, los destina a una perpetua infancia. He aquí pues un 
			testimonio de testimonios orales, una cadena de tradiciones orales 
			por la cual los que están sometidos a ella se explican cómo otro, 
			llegado de un país de escritura, les explica, oralmente, porqué 
			están destinados a la oralidad. Es así que tantos niños griegos, 
			abuelos, hijos y nietos, reflexionan entre ellos -pero gracias a la 
			meditación de otro, a la vez extranjero y cómplice, superior e 
			inferior- la mitopoética del testimonio oral. Pero, una vez más, 
			esto no nos hará olvidar (¡puesto que está escrito!) que todo esto 
			se halla escrito en ese lugar que recibe todo, en este caso el 
			Timeo, y en él dirigido a quien, como nosotros, antes de nosotros, 
			recibe todo en esta teoría de las recepciones, a Sócrates. 
			 
			Al final de estos relatos de relatos, después de estos testimonios 
			inscriptos unos en otros hasta el punto de que nos preguntamos a 
			menudo quién sostiene el discurso en definitiva, quién toma la 
			palabra y quién la recibe, el joven Critias vuelve a contar cómo se 
			acuerda de todo esto. Relato sobre la posibilidad del relato, 
			conversación sobre el origen, la infancia, la memoria y la 
			escritura, Como lo hago generalmente, cito una traducción corriente 
			(en este caso de Rivaud, edición Budé), sin modificarla ni mencionar 
			la palabra griega a menos que lo exija nuestro contexto: 
			 
			“Es por esto que, como ha dicho Hermócrates ayer, saliendo enseguida 
			de aquí, les he referido lo que recuerdo; después, luego de haberlos 
			dejado, soñando con eso esta noche he encontrado todo el resto. Tan 
			verdadero es -como se lo dice (tòlegñmenon)- que lo que hemos 
			aprendido en la infancia  
			(t? paÛdvn may®mata) permanece en la 
			memoria de modo asombroso (yaumastòn ¦xei ti mnhmeÝon). En mi caso, 
			en efecto, no sé si podría hallar el recuerdo de todo lo que he oído 
			decir ayer: pero en cuanto a lo que he escuchado hace mucho tiempo, 
			estaría muy asombrado (yaum?sac) si se me hubiera escapado algo. 
			Tenía en aquel entonces tanto placer, tanta alegría infantil por 
			escucharlo, y el anciano me instruía de tan buen corazón mientras yo 
			no dejaba de interrogarlo, que esta historia ha permanecido en mí 
			como si estuviera pintada con cera, en caracteres imborrables (Ëste 
			oäon ¤gkaæmata ?nekplætou grf°w ¦mmon? moi g¡gonen)” (26b-c). 
			 
			En el espacio de la memoria llamada natural, espontánea, viviente, 
			lo originario se conservaría mejor. La infancia se inscribiría más 
			perdurablemente en esta cera que los tiempos intermedios. El 
			borramiento trazaría la categoría de medio (milieu) a la vez para el 
			espacio y para el tiempo. No afectaría más que a las impresiones 
			segundas o secundarias, intermedias o mediatas. Imborrable sería la 
			impresión originaria una vez que ha penetrado en la cera virgen. 
			 
			Ahora bien, ¿qué representa una cera virgen, siempre virgen, que 
			precede absolutamente a toda impresión posible, siempre más vieja 
			-puesto que intemporal- que lo que parece afectarla para tomar forma 
			en ella, a lo que sin embargo recibe; y por la misma razón, siempre 
			más joven, infante incluso, acrónica y anacrónica, tan indeterminada 
			que ni siquiera admite el nombre ni la forma de la cera? Dejemos 
			esta pregunta en suspenso hasta el momento en el que haya lugar para 
			volver a nombrar a khôra. Pero ya era necesario hacer aparecer la 
			homología de este esquema con el contenido mismo de los relatos. En 
			verdad, cada contenido narrativo -fabuloso, ficticio, legendario o 
			mítico, poco importa por el momento- llega a ser a su vez el 
			continente de otro relato. Cada relato es el receptáculo de otro. No 
			hay otra cosa que receptáculos de receptáculos narrativas. No 
			olvidemos que receptáculo, lugar de acogida y recibimiento (hypodhokè), 
			es la determinación más insistente (no digamos esencial, por razones 
			ya evidentes) de khôra. 
			 
			Pero si khôra es un receptáculo, si da lugar a todas las historias 
			-ontológicas o míticas- que se puedan relatar sobre lo que recibe e 
			incluso sobre eso a lo que semeja pero que de hecho toma sitio en 
			ella, khôra misma no llega a ser objeto de ningún relato, pase por 
			verdadero o por fabuloso. Un secreto sin secreto permanece, en 
			relación a ella, para siempre impenetrable. Sin ser un logos 
			verdadero, el discurso sobre khôra no es más un mito verosímil, una 
			historia que se refiere y en la que otra historia tomará sitio a su 
			vez. 
			 
			Retomemos las cosas anteriormente dichas. En esta ficción que es el 
			conjunto escrito del diálogo llamado Timeo, se habla, en primer 
			lugar, de un diálogo que habría tenido lugar “el día anterior” (khthes, 
			17a). Esta segunda ficción (F2) tiene un contenido, el modelo 
			ficticio de una ciudad ideal (17c) que se halla descripta sobre un 
			modelo narrativo. Una estructura de inclusión hace de la ficción 
			inclusa, de alguna manera, el tema de la ficción anterior, que es la 
			forma incluyente, el continente, el receptáculo digamos. Sócrates, 
			quien -lo hemos notado- juega el papel de destinatario general, 
			capaz de entender todo y de recibir todo (como nosotros, aquí 
			mismo), finge interrumpir este encadenamiento mitopoético. Pero para 
			relanzarlo con mayor intensidad: 
			 
			“Y bien, sepan ahora, a propósito de este Estado (politeia) que 
			hemos descripto, qué clase de sentimiento he experimentado en 
			relación a él... Esta impresión se parece a aquella que se sentiría 
			cuando, habiendo visto en algún lugar bellos seres vivientes, ya sea 
			representados en pintura (hypo graphés), ya sea incluso realmente en 
			vida, pero manteniéndose en reposo, se experimentaba el deseo de 
			verlos a ellos mismos ponerse en movimiento y efectuar cada uno de 
			los ejercicios que parecen convenir a su cuerpo. Esto es lo que 
			siento también en relación al Estado cuyo plan hemos examinado: me 
			gustaría escuchar relatar que estas luchas que sostienen a un 
			Estado, él las afronta también contra otros Estados. Que marcha, 
			como es necesario, a la batalla; que durante la guerra se muestra 
			digno de la educación y de la instrucción dada a los ciudadanos, ya 
			sea en sus operaciones, ya sea en sus negociaciones con respecto a 
			cada uno de los otros Estados” (19b-c). 
			 
			Deseo de Sócrates, de aquel que, una vez más, recibe todo: dar vida, 
			ver dar vida y movimiento a un graphé, ver animarse una zoografía, 
			dicho de otro modo: una representación pictural, la descripción o la 
			inscripción muerta de lo viviente. Dar la vida -mas esto es también 
			la guerra. Y por lo tanto la muerte. Este deseo es asimismo 
			político. ¿Cómo animar esta representación de lo político? ¿Cómo 
			poner en movimiento, es decir en marcha, una representación muerta 
			de la politeia? Mostrando la ciudad en relación con otras ciudades. 
			Describiremos así por la palabra, por la pintura discursiva, el 
			movimiento de salida fuera de sí de un Estado. Gracias a una segunda 
			ficción gráfica se saldrá de la primera graphé, que estaba más 
			muerta, menos viviente que la segunda en la medida en que describe 
			la ciudad en sí misma, en el interior de sí misma, en paz con su 
			propia interioridad, en su economía doméstica. La posibilidad de la 
			guerra hace surgir la imagen gráfica -la descripción- de la ciudad 
			ideal; no todavía en lo real viviente y móvil sino en una imagen 
			mejor, una imagen viviente de eso real viviente y móvil, mostrando 
			un funcionamiento interior puesto a prueba: la guerra. En todos los 
			sentidos de esta palabra, se trata de una exposición decisiva de la 
			ciudad[viii]. 
			 
			En el momento en el que pide que se salga por fin de esta 
			alucinación gráfica para ver la imagen de las cosas mismas en 
			movimiento, Sócrates designa, sin denunciarlos, a poetas y sofistas: 
			por definición, ellos son incapaces de salir del simulacro o de la 
			alucinación mimética para descubrir la -realidad política. 
			Paradójicamente, es en la medida en que están siempre fuera, sin 
			lugar propio y sin domicilio fijo, que estos miembros del mimêtikon 
			ethnos, del genos tôn sophistôn o del poiêtikon genos, permanecen 
			impotentes, incapaces de hablar de la realidad política en cuanto 
			ella se mide en lo exterior, más precisamente en el desafío de la 
			guerra. 
			 
			En un mismo golpe, simulando ordenarse del lado de este ethnos o de 
			este genos, Sócrates confiesa que él también es incapaz de salir, 
			por sí mismo, desde sí mismo, de su sueño mito-mimético-gráfico para 
			dar vida y movimiento a la ciudad (“Me conozco demasiado para saber 
			que nunca sería capaz de hacer en forma conveniente el elogio de 
			esos hombres y de su ciudad [en guerra, en negociación, en vida, en 
			movimiento]. En mi caso, esto no tiene nada de sorprendente. Pero me 
			he formado la misma opinión respecto de los poetas...”, 19d). 
			 
			Ironía suplementaria: Sócrates no se contenta con ubicarse un 
			momento entre los hombres del simulacro zoográfico: dice no 
			despreciar su genos o su ethnos. Esto confiere al juego entre el 
			texto y el tema, entre lo que se hace y lo que se declara, como 
			entre las inclusiones sucesivas de los “receptáculos” en temas y en 
			tesis, una estructura sin origen indivisible. 
			 
			En ese teatro de la ironía donde las escenas se ajustan a una serie 
			de receptáculos sin fin y sin fondo, ¿cómo aislar una tesis o un 
			tema que se atribuiría tranquilamente a la “filosofía-de-Platón”, 
			incluso a la filosofía como cosa platónica? Esto sería desconocer o 
			denegar violentamente la estructura de la escena textual, creer 
			resueltas en general todas las cuestiones de topografía -incluida la 
			de los lugares de la retórica-, y creer comprender lo que recibir, 
			es decir comprender, quiere decir. Es un poco pronto. Como siempre. 
			 
			 
			Cuatro 
			 
			 
			¿Deberíamos entonces prohibirnos hablar de la filosofía de Platón, 
			de la ontología de Platón, incluso del platonismo? De ninguna 
			manera, y sin duda no habría ningún error de principio en hacerlo, 
			solamente una inevitable abstracción. En estas condiciones, 
			platonismo querría decir la tesis o el tema que se tendrá por 
			artificio, desconocimiento y abstracción, extraído del texto, 
			arrancado de la ficción escrita de “Platón”. Una vez sobreinvestida 
			y desplegada esta abstracción, se la extenderá sobre todos los 
			pliegues del texto, de sus artimañas, sobredeterminaciones, 
			reservas, que viene a recibir y disimular. Llamaremos a esto 
			platonismo o filosofía de Platón, lo que no es ni arbitrario ni 
			ilegítimo, puesto que se recomienda de este modo una cierta fuerza 
			de abstracción tética que funciona ya en el texto heterogéneo de 
			Platón; que trabaja y se presenta justamente bajo el nombre de 
			filosofía. Si no es ilegítimo y arbitrario llamarla como se llama, 
			es porque su violencia arbitraria, su abstracción, consiste en 
			realizar la ley -hasta cierto punto y durante cierto tiempo-; en 
			dominar, según una modalidad que es justamente la filosofía toda, 
			otros motivos de pensamiento que también están trabajando en el 
			texto: por ejemplo los que aquí nos interesan por principio y a 
			partir de otra situación -digamos para abreviar otra situación 
			histórica, aunque en su concepto la historia generalmente depende de 
			esta herencia filosófica. Ciertamente, el “platonismo” es uno de los 
			efectos del texto firmado por Platón -durante largo tiempo, por 
			razones necesarias, el efecto dominante-, pero este efecto se 
			encuentra siempre vuelto contra el texto. 
			 
			Esta reversión violenta debe ser analizada. No porque en un momento 
			dado vayamos a disponer de una lucidez mayor o de nuevos 
			instrumentos. Ante esta tecnología o esta metodología deben ser 
			posibles una nueva situación, una nueva experiencia, otra relación. 
			Dejemos estas tres palabras (situación, experiencia, relación) sin 
			complemento para no determinarlas demasiado rápido y para anunciar 
			nuevos interrogantes a través de esta lectura de khôra. Decir por 
			ejemplo situación o topología del ser, experiencia del ser o 
			relación al ser, sería quizás instalarse demasiado rápido en el 
			espacio abierto por la pregunta por el sentido del ser en su tipo heideggeriano. Ahora bien, en cuanto a la interpretación 
			heideggeriana de khôra, nuestros interrogantes deben dirigirse 
			asimismo a ciertas decisiones de Heidegger y a su horizonte mismo, a 
			lo que forma el horizonte de la pregunta por el sentido del ser y de 
			sus épocas. 
			 
			La reversión violenta de la que acabamos de hablar es siempre 
			interesada e interesante. Se halla naturalmente en funcionamiento en 
			ese conjunto sin límite que aquí llamamos texto. Construyéndose, 
			colocándose bajo su forma dominante en un momento dado (aquí la 
			tesis platónica, la filosofía o la ontología), el texto se 
			neutraliza, se paraliza, se auto-destruye o se disimula: 
			desigualmente, parcialmente, provisoriamente. Las fuerzas así 
			inhibidas continúan manteniendo cierto desorden, cierta incoherencia 
			potencial y heterogeneidad en la organización de las tesis. 
			Introducen allí lo parasitario, la clandestinidad, la ventriloquia y 
			sobre todo un tono general de denegación que es posible advertir 
			ejercitando la oreja o la vista. El “platonismo” no es sólo un 
			ejemplo de este movimiento, el primero “en” toda la historia de la 
			filosofía; antes bien lo hace funcionar, hace funcionar toda esta 
			historia. Pero el “todo” de esta historia es conflictivo, 
			heterogéneo, no da lugar más que a hegemonías estabilizables 
			relativamente. No se totaliza nunca. En cuanto tal, efecto de 
			hegemonía, una filosofía sería desde entonces siempre “platónica”. 
			Por eso la necesidad de seguir intentando pensar lo que tiene lugar 
			en Platón, con Platón, lo que allí se muestra, lo que allí se 
			oculta; para allí ganar o para perder. 
			 
			Volvamos al Timeo. ¿Cómo reconocer, en el punto en el que estamos, 
			el presente del relato? ¿Qué se presenta allí? ¿Quién sostiene allí 
			el discurso? ¿A quién está destinada la palabra? Siempre a Sócrates, 
			ya hemos insistido sobre esta singular disimetría; pero esto 
			permanece por definición todavía demasiado indeterminado. En este 
			punto, tres instancias de ficción textual están inclusas una en 
			otra, una como contenido informado en el receptáculo de la otra: F1, 
			el Timeo mismo, unidad ya difícil de cortar; F2, la conversación del 
			día anterior (¿La República, Politeia?, se conoce este debate); F3, 
			su resumen presente, la descripción de la politeia ideal. 
			 
			Pero esto no hace más que comenzar (17a-19b). Ante el cuadro muerto, 
			Sócrates pregunta qué sucede con la vida, con el movimiento y con la 
			realidad, para finalmente hablar de filosofía y de política -de lo 
			cual el mimêtikon ethnos, el poiêtikon genos y el tôn sophistôn 
			genos son, un poco como Sócrates, incapaces. Se dirige a sus 
			interlocutores como a otro genos y este apóstrofe los hará hablar 
			reconociéndoles el derecho y la competencia necesaria para esto. 
			Desapareciendo y otorgando la palabra, Sócrates parece también 
			inducir y programar el discurso de sus destinatarios, del cual finge 
			a su vez volverse el escucha o el receptor. ¿Quién hablará por su 
			boca de ahora en más? ¿Ellos, los destinatarios de Sócrates? ¿O 
			Sócrates, su destinatario? El genos de los que por naturaleza 
			y por educación participan en ambos órdenes, filosofía y política (?ma ?mfot¡rvn 
			fæsei kaÜ trof» met¡xon, 20a), ve así que le es asignada la palabra 
			por aquel que se excluye de su genos y hace como si perteneciera al 
			genos de los simuladores. 
			 
			El joven Critias acepta entonces (F4) referir un relato que ya había 
			realizado el día anterior, en el camino, según antiguas tradiciones 
			orales (ek palais akoès, 20d). En el curso del relato que, el día 
			anterior, repetía una tradición poco determinada, el joven Critias 
			repite otro relato (F5) que le había referido el viejo Critias, su 
			antepasado, sobre una conversación que él había mantenido con Solón, 
			conversación en el curso de la cual éste último a su vez relata (F6) 
			una conversación que él había tenido con un sacerdote egipcio y en 
			el curso de la cual éste último a su vez relata (F7) el origen de 
			Atenas, según escrituras egipcias. 
			 
			Ahora bien, en este último relato (el primero en la serie de los 
			eventos narrativos, el último que es referido en este testimonio de 
			testimonios) es donde aparece la referencia a la escritura egipcia. 
			En el curso de este primer-último relato, el más mítico en su forma, 
			se trata de recordar a los griegos -que siguen siendo niños- cuál 
			fue la infancia de Atenas. Por eso Atenas representa una ciudad que 
			no por no haber tenido un buen uso de la escritura ha servido menos 
			de modelo, de paradigma ejemplar al lugar desde el cual, en suma, 
			avanza el relato, la ciudad egipcia de la que es originario el 
			sacerdote. Ese lugar, que parece inspirar o producir el relato, 
			tiene por modelo otro lugar, Atenas. Es Atenas o su pueblo quienes, 
			aparentes destinatarios o receptáculos del relato, serían así -según 
			el sacerdote mismo- los emisores, productores o inspiradores, los 
			informadores. 
			 
			En la ficción Fl -ella misma escrita, no lo olvidemos nunca- se 
			desenvuelve así una teoría o una procesión de la escritura que 
			remite por escrito a un origen más antiguo que ella (F7). 
			 
			En el centro, entre F3 y F4, una suerte de giro súbito, una aparente 
			catástrofe; y la apariencia es creer que se sale del simulacro 
			pasando finalmente a la realidad. En verdad, todo permanece todavía 
			confinado al espacio de la ficción zoográfica. Se percibe la irónica 
			ingenuidad que le es necesaria a Sócrates para felicitarse por pasar 
			a las cosas serias, por exceder la pintura inanimada para abordar 
			finalmente los eventos reales. En efecto, aplaude cuando Critias le 
			anuncia que se apresta a contar de nuevo lo que le dijo su abuelo 
			que le había dicho Solón sobre lo que le había confiado un sacerdote 
			egipcio de las “maravillosas hazañas realizadas por esta ciudad” 
			(20e), siendo una de estas hazañas “la más grande de todas” (pantôn 
			de hen megiston), y pues, diremos nosotros -imitando el argumento de 
			San Anselmo, a menos que sea el de Gaunilon-,un acontecimiento que 
			debe haber sido real, sin lo cual no hubiera sido el más grande de 
			todos. He aquí alguien que ha hablado bien, responde Sócrates en el 
			entusiasmo, eu legeis. Y pregunta inmediatamente cuál es esa hazaña, 
			esa obra efectiva (ergon) que no fue referida sólo como una ficción, 
			una fábula, un dicho, algo de lo que nos contentamos con hablar (ou 
			legomenon), sino como un hecho importante realizado realmente (ontós) 
			por esta ciudad en otro tiempo, del que Solón ha escuchado hablar 
			así. 
			 
			Deberemos hablar, finalmente, de un hecho (ergon) verdaderamente, 
			realmente (ontós) realizado. ¿Qué sucede ahora? Notemos en primer 
			lugar que lo esencial nos llega de boca de Solón, él mismo citado 
			por dos generaciones de Critias. 
			 
			Ahora bien, ¿quién es Solón? Se apresura en presentarlo como un 
			poeta genial. Si la urgencia política le hubiera dejado tiempo para 
			consagrarse a su genio, habría superado a Hesíodo u Homero (21a-b). 
			Después de lo que Sócrates acababa de decir de los poetas, después 
			del giro “realista” que se ha fingido tomar, este suplemento de 
			ironía desestabiliza aún más la firmeza de los temas y las tesis. 
			Acentúa la tensión dinámica entre el efecto tético y la ficción 
			textual, entre la “filosofía” o la “política” que le está asociada 
			aquí -contenidos de sentido identificables y transmisibles como 
			identidad de un saber. Y Por otra parte una deriva textual que toma 
			la forma de un mito, en todo caso de un “dicho” (legomenon) cuyo 
			origen parece siempre indefinido, alejado, confiado a una 
			responsabilidad siempre diferida, sin sujeto fijo y determinable. De 
			testimonio en testimonio, el autor se aleja cada vez más. El dicho 
			mítico entonces, se parece a un discurso sin padre legítimo. 
			Huérfano o bastardo, se distingue así del logos filosófico que, como 
			está dicho en el Fedro, debe tener un padre responsable, un padre 
			que responde -por él y de él. Este esquema familiar desde el que se 
			sitúa un discurso volveremos a encontrarlo en acto en el momento de 
			situar, si aún podemos decirlo, el lugar de todo sitio, a saber khôra. Por una parte, ella sería el “receptáculo y como la nodriza 
			de todo nacimiento” (p?shw änai gen¡sevw êpodox¯n ?ut¯n oåon tiy®nhn, 
			49a). Nodriza, concierne así a ese tertium quid cuya lógica domina 
			todo lo que le es atribuido. Por otra parte, un poco más adelante, 
			se nos propone otra “comparación” apropiada: “Y conviene comparar (proseikasai 
			prepei) el receptáculo a una madre, el paradigma a un padre, y la 
			naturaleza intermedia entre ambos a un niño (ekgonon)” (50d) 
			Y sin 
			embargo, siguiendo esta otra figura, y aunque no tenga más el sitio 
			de la nodriza sino el de la madre, khôra no forma pareja con el 
			padre; dicho de otro modo, con el modelo paradigmático. Tercer 
			género (48e), no pertenece a una pareja de oposición, por ejemplo a 
			la que forma el paradigma inteligible con el devenir sensible y que 
			más bien parece una pareja padre/hijo. La madre estaría aparte. Y 
			como no es más que una figura, un esquema, una de las 
			determinaciones que khôra recibe, no es más una madre que una 
			nodriza, y tampoco más que una mujer. Este triton genos no es un 
			genos, en primer lugar porque es un individuo único. No pertenece a 
			la “raza de las mujeres” (genos gynaikôn)[ix]. Khôra delimita un 
			sitio aparte, el espaciamiento que guarda una relación disimétrica 
			con todo lo que, “en ella”, al lado o más allá de ella, parece hacer 
			pareja con ella. En la pareja fuera de la pareja, esta madre extraña 
			que da lugar sin engendrar, no puede ser considerada más como un 
			origen. Escapa a todo esquema antropo-teológico, a toda historia, a 
			toda revelación, a toda verdad. Pre-originaria, antes y fuera de 
			toda generación, incluso no tiene más el sentido de un pasado, de un 
			presente pasado. Antes no significa alguna anterioridad temporal. La 
			relación de independencia, la no-relación, se parece más a la del 
			intervalo o el espaciamiento respecto a lo que se aleja para ser 
			recogido.
			Y sin embargo, conducido por un razonamiento bastardo y sin padre 
			legítimo (logismô tini nothô; 52b), el discurso sobre khôra se 
			encuentra inaugurado por un nuevo retroceso al origen: nueva 
			escalada en la regresión analítica. Todo el Timeo está escandido 
			así, por retrocesos. El tiempo propio se articula en él por 
			movimientos que retoman desde antes todavía las cosas ya tratadas 
			anteriormente. Así: 
			 
			“Según esto, si se quiere decir realmente (öntvw) cómo ha nacido el 
			mundo, es necesario hacer intervenir en el relato la especie de la 
			causa errante (kaÜ tò t°w planvm¡nhw eädow aÞtÛaw) y la naturaleza 
			de su nacimiento propio. Pues aún es necesario, otra vez (p?lin), 
			volver atrás, retomar, para estos mismos fenómenos, un nuevo 
			comienzo apropiado (pros®kousan ¥t¡ran ?rx®n) y, como hemos hecho en 
			lo que hemos estudiado hasta aquí, recomenzar, incluso para estos 
			hechos, por el comienzo (nèn oìtv perÜ toætvn ?rkt¡on ?p ?rx°w)”(48a-b). 
			 
			No se recomenzará por el comienzo. No se remontará, como es 
			precisado inmediatamente después, a los primeros principios o 
			elementos de todas las cosas (stoikheia tou pantos). Es necesario ir 
			más lejos, retomar todo lo que hasta aquí había podido ser 
			considerado como el origen, retroceder más acá de los principios 
			elementales, es decir de la oposición del paradigma y de su copia. Y 
			cuando para hacer esto se anuncia que no habrá más recurso que las 
			afirmaciones verosímiles (t¯n tÇn eÞkñtvn lñgvn dænamin o incluso tò 
			tÇn eÞkñtvn dñgma, 48d-e), es para proponer también “dividir más” el 
			principio (48e): “Ahora bien, dividamos ese nuevo comienzo más 
			ampliamente que nuestro primer inicio. Entonces habíamos distinguido 
			dos formas (dæo eàdh) de ser. Ahora nos es necesario descubrir un 
			tercer género (trÛton llo g¡now ²mÝn dhlvt¡on)”. 
			 
			Retomemos las cosas anteriormente dichas; esto puede traducirse así: 
			retrocedamos más acá del discurso seguro de la filosofía, que 
			procede por oposiciones principales y cuenta con el origen como con 
			una pareja normal. Debemos retroceder a un pre-origen que nos priva 
			de esta seguridad y al mismo tiempo requiere un discurso filosófico 
			impuro, amenazado, bastardo, híbrido. Estos rasgos no son negativos. 
			No desacreditan un discurso que simplemente sería inferior a la 
			filosofía. Pues aunque por cierto no es verdadero sino sólo 
			verosímil, no dice menos lo necesario sobre la necesidad. En efecto, 
			la insólita dificultad de todo este texto proviene de la distinción 
			entre estas dos modalidades: lo verdadero y lo necesario. La audacia 
			consiste aquí en remontar más acá del origen, o incluso del 
			nacimiento, hacia una necesidad que no es ni generadora ni 
			engendrada y que sostiene a la filosofía, “precede” (antes del 
			tiempo que pasa o el tiempo eterno antes de la historia) y “recibe” 
			al efecto, en este caso la imagen de las oposiciones (inteligible y 
			sensible): la filosofía. Esta necesidad (khôra es el sobrenombre) 
			parece tan virgen que tampoco tiene la figura de una virgen. 
			 
			El discurso sobre khôra juega para la filosofía un rol análogo al 
			que juega khôra misma para eso de lo que la filosofía habla, a saber 
			el cosmos formado o informado según el paradigma. Sin embargo, es en 
			ese cosmos donde se tomarán las figuras propias -pero necesariamente 
			inadecuadas- para describir khôra: receptáculo, porta-impronta, 
			madre o nodriza. Estas figuras no son incluso verdaderas figuras. La 
			filosofía no puede hablar directamente sobre el modo de la 
			vigilancia o de la verdad (verdadera o verosímil) de lo que ellas 
			aproximan. Ni una ni otra, el sueño está entre ambas. La filosofía 
			no puede hablar filosóficamente de lo que sólo se parece a su 
			“madre”, su “nodriza”, su “receptáculo” o su “porta-impronta”. En 
			cuanto tal, sólo habla del padre y del hijo, como si el padre lo 
			engendrara sólo. 
			 
			Homología o analogía al menos formal, una vez más: a fin de pensar 
			khôra es necesario retroceder a un comienzo más antiguo que el 
			comienzo, a saber el nacimiento del cosmos, del mismo modo que el 
			origen de los atenienses debe serles recordado más allá de su propia 
			memoria. Precisamente en lo que tiene de formal, la analogía es 
			declarada: la preocupación por una composición arquitectónica, 
			textual (histológica) e incluso orgánica, se presenta como tal un 
			poco más adelante. Hace acordar al motivo organicista del Fedro: un 
			logos bien compuesto debe semejarse a un cuerpo viviente. Timeo: 
			“Así ahora, como los constructores (tektosin), tenemos, listos para 
			obrar, nuestros materiales [hylè: material, madera, materia prima, 
			palabra de la que Platón no se ha servido nunca para calificar a 
			khôra, sea esto dicho de paso para anunciar el problema planteado 
			por la interpretación aristotélica de khôra como materia]: ellos son 
			las especies de causas [causa necesaria, causa divina]. Con ellos 
			nos es necesario acabar de anudar la trama (synyphanthènai) del 
			razonamiento (logos) que nos queda por hacer. Una vez más, volvamos 
			brevemente al inicio (palin ep'arkhên) y retrocedamos rápidamente al 
			punto mismo a partir del cual hemos llegado aquí. Y procuremos dar 
			como fin (teleutên) a nuestra historia (tô mythô) una cabeza (kephalèn) 
			que sea adecuada a su comienzo, a fin de coronar así lo que 
			antecede” (69a). 
			 
			 
			Notas: 
			 
			 
			[i] Sobre este punto, uno de los más sensibles de 
			nuestra problemática, esperamos volver extensamente, esbozando una 
			historia y una tipología de las interpretaciones de khôra, o más 
			bien cuando tratemos de describir la ley de sus paradojas y sus 
			aporías. Por el momento notemos sólo que en las dos obras que -en 
			lengua francesa y con sesenta años de intervalo- proponen un cuadro 
			de conjunto y concluyen en una interpretación general de todas las 
			interpretaciones pasadas, el recurso meta-lingüístico o 
			meta-interpretativo a esos valores de metáfora, de comparación o de 
			imagen, no es nunca interrogado por sí mismo. No se plantea 
			interrogante alguno sobre la retórica interpretativa, en particular 
			sobre lo que ella necesariamente toma de una cierta tradición 
			platónica (la metáfora es un desvío sensible para acceder a lo 
			inteligible), lo que la volvería poco apta para proporcionar un 
			metalenguaje para la interpretación de Platón y en particular de un 
			texto tan insólito como el pasaje del Timeo sobre khôra. Rivaud 
			habla así de una “cantidad de comparaciones y de metáforas cuya 
			variedad sorprende” (p.296), de “metáforas” y de “imágenes” 
			relacionadas a una “idea”, la de “en qué” (p.298), incluso si, 
			contra Zeller, rechaza “no ver en las fórmulas de Platón más que 
			metáforas...” (p.308). (“La théorie de la xÆra et la cosmogonie du 
			Timée”, en Le problème du devenir et la notion de matière, cap V, 
			1905). 
			 
			Luc Brison habla a su vez de la “metáfora del sueño de la que Platón 
			se sirve para ilustrar su descripción” (Le même et l’autre dans la 
			structure ontologique du Timèe de Platón, 1974, p.197, cf. también 
			pp. 206, 207.). Sistematiza incluso el recurso operatorio al 
			concepto de metáfora y propone clasificar todas esas metáforas en el 
			momento de determinar lo que denomina “la naturaleza ontológica del 
			medio espacial” (volveremos sobre este título y sobre el proyecto 
			que describe): “...Esto [determinar la “naturaleza ontológica” del 
			“medio espacial”] plantea un problema considerable, porque Platón no 
			habla de medio espacial más que usando un lenguaje completamente 
			metafórico que escapa a toda tecnicidad. He aquí porqué analizaremos 
			en primer lugar dos secuencias de imágenes: una que conduce a las 
			relaciones sexuales, y la otra a la actividad artesanal...” (p. 208, 
			cf. también 211, 212, 214, 217, 222). 
			 
			No se trata aquí de criticar el uso de la palabras metáfora, 
			comparación o imagen. Con frecuencia es inevitable y por razones que 
			intentaremos explicar. En ocasiones deberemos recurrir a ellas. Pero 
			pareciera que hay un punto en el que la pertinencia de ese código 
			retórico encuentra un límite y debe ser interrogado como tal; debe 
			convertirse en un tema y dejar de ser solamente operatorio. Es 
			justamente el punto en el que los conceptos de esta retórica parecen 
			construidos a partir de oposiciones “platónicas” 
			(inteligible/sensible, ser como eidos/imagen, etc.) a las que, 
			justamente, se sustrae khôra. La aparente multiplicidad de metáforas 
			(o incluso de mitemas en general) significa en esos lugares no que 
			el sentido propio no puede volverse inteligible más que a través de 
			estos desvíos, sino que la oposición entre lo propio y lo figurado, 
			sin perder completamente su valor, encuentra aquí un límite. 
			 
			[ii] Lo hace particularmente en un breve pasaje, en 
			realidad en un paréntesis de su Introducción a la metafísica: “(La 
			referencia a ese pasaje del Timeo [50d-e] no está solamente 
			destinada a aclarar la relación del paremfaÝnony el ön , del 
			co-aparecer (des Mitscheinens) y el ser como estabilidad, sino que 
			al mismo tiempo debe indicar que a partir de la filosofía platónica, 
			es decir en la interpretación del ser como id¡a, se prepara (vorbereitet) 
			la transformación por la cual, en la esencia apenas sospechada del 
			lugar (Ortes) (tñpow), y de la xÆra , se anticipa ‘el espacio’ (Raum) 
			definido por la extensión (Ausdehnung). ¿No podría xÆra querer 
			decir: lo que se separa, lo que se desvía de cualquier cosa 
			particular, lo que desaparece, lo que admite así justamente otra 
			cosa y le ‘hace sitio’ (Platz macht)?)” (pp. 50-51, trad. francesa 
			de G. Kahn, pp. 76-77). Entre todas las preguntas que deberían 
			plantearnos ese texto y su contexto, probablemente la más grave 
			conduciría a todas las decisiones implicadas por el “se prepara” (vorbereitet) 
			 
			[iii] Vorlesungen über die Geschichte der 
			Philosophie, Einleitung, B, 2b, Verhältnis der Philosophie zur 
			Religion, Werke 18, Suhrkamp, p. 103. 
			 
			[iv] Marcel Detienne y Jean-Pierre Vernant, Les Ruses de l’intelligence, la métis des Grecs, p. 66. Gea es evocada 
			por el sacerdote egipcio del Timeo, en un discurso sobre el que 
			volveremos. Es en el momento en el que reconoce la mayor antigüedad 
			de la ciudad ateniense, que sin embargo sólo tiene memoria mítica y 
			cuyo archivo se halla como depositado en Egipto (23d-e). Cf. también 
			Heidegger, Nietzsche, t. 1, p.350, trad. francesa p. 274. “Caos, 
			x?ow, x?Ünv, significa el bostezo (das Gähnen), la apertura, lo que 
			se abre en dos (Auseinanderklaffende). Concebimos x?ow en estrecha 
			relación con una interpretación original de la esencia de la al®yeia 
			en cuanto abismo que se abre (cf. Hesíodo, Teogonía). En Nietzsche, 
			la representación del Caos tiene por función prevenir una 
			“humanización” (Vermenschung) del ente en su totalidad. La 
			“humanización” comporta tanto la explicación moral del mundo a 
			partir de la resolución de un Creador, como su explicación técnica a 
			partir de la actividad de un gran artesano (Handwerker) (el 
			Demiurgo)”. 
			 
			[v] “Es Platón quien proporciona la interpretación 
			determinante (massgebende Deutung) para el pensamiento occidental. 
			Dice que entre el ente y el ser hay (bestehe) el xvrisñw; ² xÅra 
			significa el lugar (Ort). Platón quiere decir que el ente y el ser 
			están en lugares diferentes. El ente y el ser están localizados de 
			diferente modo (sind verschieden geortet). Si Platón considera el 
			xvrisñw, la diferencia de lugar entre ente y ser, plantea entonces 
			la pregunta por el lugar completamente distinto (nach dem ganz 
			anderen Ort) del Ser, en comparación con el del ente” (¿Qué 
			significa pensar?, pp. 175-175, trad. francesa de A. Becker y G. 
			Granel, p. 261). Volveremos más tarde extensamente sobre este pasaje 
			y su contexto. 
			 
			[vi] Es uno de los motivos que vinculan este ensayo 
			con el que consagramos a Geschlecht en Heidegger. Cf. la 
			introducción a ese ensayo, “Geschlecht, differénce sexuelle, 
			différence ontologique”, en Psyché, Inventions de l'autre, Galilée, 
			1987. 
			 
			[vii] El Capital, cuarta sección, XIV, V. En otro 
			contexto, durante un seminario llevado a cabo en la Escuela normal 
			superior en 1970 (Theorie du discours philosophique: les conditions 
			d'insciption du texte de philosophie politique –l’exemple du 
			matérialisme), estas reflexiones sobre el Timeo atravesaban otros 
			interrogantes que aquí quedan en segundo plano y sobre los cuales 
			volveré en otra parte. Eran estudiados otros textos, en particular 
			los de Marx y Hegel, ya sea que se tratara de la relación a la 
			política de Platón en general, de la división del trabajo, del mito, 
			de la retórica, de la materia, etc. 
			 
			[viii] La posibilidad de la guerra produce una 
			fractura en la idealidad, en la descripción ideal de la ciudad 
			ideal, en el espacio mismo de esta ficción o de esta representación. 
			La veta de esta problemática -que no podemos seguir aquí- parece de 
			las más ricas. Podría conducirnos en particular hacia una forma 
			original de ficción que es El contrato social. Según Rousseau, el 
			estado de guerra entre los Estados no puede dar lugar a ningún 
			derecho puro, puramente civil, como el que debe reinar en el 
			interior del Estado. Incluso si tiene su derecho original, el 
			derecho de gentes (genos, gente, pueblo, etnia), la guerra nos hace 
			volver a una suerte de salvajismo específico. Hace salir el contrato 
			social de sí mismo. A través de esta suspensión, también muestra los 
			límites; aclara las fronteras del contrato social mismo y del 
			discurso teórico o fabuloso que lo describe. Es asimismo en el final 
			del libro y de esta ficción ideal que Rousseau aborda en algunas 
			líneas problemas que no tratará. Sería necesario analizar de cerca 
			esta conclusión y estas consideraciones sobre la guerra, la singular 
			relación que mantienen con el interior del contrato social en el 
			momento en el que abren hacia su exterior. Relación temática, pero 
			también relación formal, problema de composición: Rousseau parece 
			frotarse los ojos para percibir el exterior de la fábula o de la 
			génesis ideal. Abre los ojos pero cierra el libro: “Cap. X, 
			conclusión. Después de haber planteado los verdaderos principios del 
			derecho político e intentado fundar el Estado sobre su base, 
			faltaría apoyarlo por sus relaciones externas: lo que comprendería 
			el derecho de gentes, el comercio, el derecho de las guerras y de 
			las conquistas, el derecho público, las ligas, las negociaciones, 
			los tratados, etc. Pero todo esto forma un nuevo objeto, demasiado 
			vasto para mi corta vista: hubiera debido fijarla siempre más cerca 
			mío”. 
			 
			[ix] Cf. Nicole Loraux, “Sur la race des femmes”, en 
			Les enfants d’Athéna (1981, p. 75 y ss.). En el contexto que 
			delimitamos aquí, releeremos también -en el capítulo precedente: 
			“L’autochtonie: une tropique athénienne” - lo que concierne en 
			particular a Atenas, “a la vez nodriza (trophos), patria y madre” 
			(Panegírico de Isócrates) y los “polos rivales y complementarios, 
			logos y mythos” que “se reparten la escena teatral en el 
			enfrentamiento pero también en al complicidad” (pp. 67-72). En 
			cuanto a la raza de los hombres (genos anthropôn), el sacerdote 
			egipcio del Timeo le asigna “lugares”: los lugares propicios para la 
			memoria, para la conservación de archivos, para la escritura y para 
			la traducción, esas zonas templadas que protegen de la destrucción 
			por excesos de calor y de frío (22e-23a). 
			  
			Traducción de Diego 
			Tatián,  
			Alción Editora,  
			Córdoba, Argentina, mayo de 1995.  
			 
			* 
			Publicado en 
			
			
			http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/kora.htm 
			 
			
			
			 
	
			
			
			
			
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