La frase de
Wittgenstein “acerca de
lo que no se puede hablar es
mejor callar” es perfectamente aplicable a la serie de programas y
películas Jackass. Una comprobación rápida: una búsqueda en internet
del nombre invariablemente asociado a todos los programas y las
películas de la serie,
Johnny Knoxville, da poco más de
seis millones de
resultados, una cifra mucho mayor a la de las apariciones del título de
la serie, ya que el actor trabajó en varias películas y otros programas
de televisión. Una búsqueda de “Wittgenstein”
da como resultado casi 12 millones de resultados.
Que un programa masivo que ha generado películas económicamente exitosas
tenga menos resultados que un filósofo difícil, que para peor tiene un
apellido que seguramente está mal escrito en algunos cientos de miles de
sitios (lo que quiere decir que los resultados deben de ser aún
mayores), es por lo menos curioso.
Es notablemente difícil encontrar críticas a los programas y las
películas de la serie Jackass, y mucho más difícil es encontrar
comentarios acerca del fenómeno social que hace posible su producción y
su consumo. De Jackass no se puede hablar.
Hay que empezar por tratar de tomar posición acerca de lo que significa
hablar de algo. En principio, describir, anunciar, promocionar o
registrar algo no es hablar de ese algo. Hablar de algo es hacer un
juicio de ese algo. Cuando dos uruguayos se encuentran en una parada de
ómnibus y pronuncian la consabida frase: “Tiempo loco, eh”, están
hablando del clima, porque hacen un juicio; en cambio, el meteorólogo
que hace el pronóstico apenas describe una situación (que además es
bastante probable que no ocurra).
Si de Jackass no es posible hablar es porque no se puede juzgar.
Comenzó como un programa del canal MTV en el que un grupo de unos
diez varones de entre 30 y 40 años de edad cumplían con
actividades como ser mordidos en el culo por una tortuga-caimán; tirarse
por una bajada muy empinada de una calle urbana a bordo de un carro de
supermercado que siempre vuelca aparatosamente; pintarse el culo de
verde; colocarse debajo de una maqueta de un paisaje de tren de juguete
para que las nalgas representen una montaña; darse un enema y a
continuación expulsar el líquido para figurar una erupción volcánica;
hacer gimnasia envuelto en plástico para recoger el sudor en un frasco y
bebérselo; hacer pompas de jabón mediante la inserción de un tubo con
detergente en el ano, usando como fluido formador la ventosidad del pompero; recorrer el
plató en la hora de descanso orinando a todo el elenco, y registrando el
proceso con una minicámara atada al pene; atarse un extremo de un hilo
al pene, y el otro a un cohete de fuego de artificio, y dispararlo
(existe una variante, con un helicóptero de control remoto); arrodillarse, desnudo, con una manzana sostenida entre las nalgas, y
soltar a un cerdo adulto para que se alimente de la fruta; pegarle a un
compañero con palos de goma, pelotas gigantes, bolsas llenas de pintura,
pelotas de fútbol, de básquetbol y de golf, hacerlo atacar por abejas,
avispas, escorpiones, hormigas y serpientes, y producir vómitos
generales mediante la exhibición de algunas de estas hazañas. La lista
es infinita, y atravesó tres temporadas de televisión y cuatro
películas.
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Las actividades concluyen invariablemente con gritos de dolor del
practicante y carcajadas del resto del elenco, que son las dos únicas
manifestaciones vocales de los participantes de la serie. En el elenco
no hay mujeres, aparte de una de las productoras, que aparece
excepcionalmente cuando la cámara se desvía y muestra el backstage
(para evitar alguna agresión, o siguiendo a un fugitivo de alguna de las
proezas). Las partes del cuerpo más mencionadas y sometidas a tortura y
exhibición son las nalgas y el pene, y la parte que recibe más golpes es la
cabeza. Los programas y las películas se componen de episodios uniformes
de una duración de entre dos y cuatro minutos, que siempre comienzan con
el protagonista del segmento, que dice, por ejemplo: “Hola, soy Fulano,
y voy a ponerme delante de una estampida de búfalos”. A continuación se
pone delante de una estampida de búfalos, gritando de dolor a cada
embestida, en medio de las carcajadas del resto de su equipo.
La
risa y el dedo índice
¿Quiénes son estos tipos?, se pregunta uno, luego de ver uno de los
episodios de tortura y risa. Se contesta de inmediato: “son unos
idiotas”. Exactamente eso significa jackass, palabra que no
hace referencia al culo sino al asno y su mala prensa de bruto obcecado.
Pero luego de responderse con la respuesta que ellos mismos suministran
amable y explícitamente, uno cesa de poder pronunciar algo acerca de Jackass.
No es la parte idiota de la cultura norteamericana lo que surge en Jackass.
Esa parte emerge más bien en el balanceo de hombros de John Wayne o en
la sonrisa pacífica de Adam Sandler, esforzados generadores de buena
conciencia. Es cierto que Jackass tiene algo en común con el
humor estadounidense más frecuentado: la insistencia en la ventosidad,
la defecación y el vómito, entre otras secreciones y emisiones de
humores corporales que provocan la risa de algunos mamíferos. Pero hay
una diferencia notable entre la composición de las películas de Jackass y
las comedias cada día más escatológicas del cine industrial. La escena
de There's
Something About Mary en
la que Ben Stiller se salpica el pelo con semen y su amiga Cameron Diaz
cree que es una gota de gel para peinarse, de modo que lo extiende por
su propia cabellera con la mano, provoca densas y largas carcajadas en
una porción importante del público. La causa de la risa es doble: aun
conserva parte de lo que podría llamarse argumento cómico, pero casi
todo el efecto descansa en el hecho de reírse de un personaje engañado,
Mary. Es la broma
adolescente típica. No es la risa simple de la caída del que intenta
caminar en un piso resbaloso (originada, decía
Bergson, en la pérdida del carácter humano del sujeto), ni la
liberación de tensión mental provocada por las contradicciones de una
situación absurda. Es una risa sádica, porque el que ríe domina al
objeto de la risa, personaje que ignora la realidad que vive. Pero
incluso en esta situación tosca se conserva cierta forma que explica la
comicidad.
En cambio, Jackass no ofrece
situaciones cómicas, sino simplemente actos de ultraje a diversas
entidades: los cuerpos, el buen sentido, la razón. Que algo que no debe
ocurrir ocurra es motivo suficiente para la carcajada. No hay humor, no
puede haber humor, porque los humores corren, se desbordan, se expelen
en sentido estricto, son la mierda, la orina, el vómito, el sudor de los
cuerpos castigados por actos puros y sin sentido. La risa ante
Jackass es una risa deíctica, un índice señalando algo indescriptible, unido a
contracciones rítmicas del diafragma con emisiones de fonemas parecidos
a la "a".
Jackass es, por inefable, una
producción cultural extraordinaria que obliga a clasificar como fuera
de lugar a una de las siguientes dos cosas:
a
Jackass o a la
crítica.
Y por ahora, Jackass
se
sigue exhibiendo y produciendo, en tanto que la
crítica aún no ha podido pronunciarse.
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