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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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          LA CRÍTICA TIRA LA TOALLA

Jackass o lo inefable

Carlos Rehermann

La frase de Wittgenstein “acerca de
lo que no se puede hablar es mejor callar” es perfectamente aplicable a la serie de programas y películas Jackass. Una comprobación rápida: una búsqueda en internet del nombre invariablemente asociado a todos los programas y las películas de la serie,
Johnny Knoxville, da poco más de seis millones de resultados, una cifra mucho mayor a la de las apariciones del título de la serie, ya que el actor trabajó en varias películas y otros programas de televisión. Una búsqueda de “Wittgenstein” da como resultado casi 12 millones de resultados.

Que un programa masivo que ha generado películas económicamente exitosas tenga menos resultados que un filósofo difícil, que para peor tiene un apellido que seguramente está mal escrito en algunos cientos de miles de sitios (lo que quiere decir que los resultados deben de ser aún mayores), es por lo menos curioso.

Es notablemente difícil encontrar críticas a los programas y las películas de la serie Jackass, y mucho más difícil es encontrar comentarios acerca del fenómeno social que hace posible su producción y su consumo. De Jackass no se puede hablar.

Hay que empezar por tratar de tomar posición acerca de lo que significa hablar de algo. En principio, describir, anunciar, promocionar o registrar  algo no es hablar de ese algo. Hablar de algo es hacer un juicio de ese algo. Cuando dos uruguayos se encuentran en una parada de ómnibus y pronuncian la consabida frase: “Tiempo loco, eh”, están hablando del clima, porque hacen un juicio; en cambio, el meteorólogo que hace el pronóstico apenas describe una situación (que además es bastante probable que no ocurra).

Si de Jackass no es posible hablar es porque no se puede juzgar. Comenzó como un programa del canal MTV en el que un grupo de unos diez varones de entre 30 y 40 años de edad cumplían con actividades como ser mordidos en el culo por una tortuga-caimán; tirarse por una bajada muy empinada de una calle urbana a bordo de un carro de supermercado que siempre vuelca aparatosamente; pintarse el culo de verde; colocarse debajo de una maqueta de un paisaje de tren de juguete para que las nalgas representen una montaña; darse un enema y a continuación expulsar el líquido para figurar una erupción volcánica; hacer gimnasia envuelto en plástico para recoger el sudor en un frasco y bebérselo; hacer pompas de jabón mediante la inserción de un tubo con detergente en el ano, usando como fluido formador la ventosidad del pompero; recorrer el plató en la hora de descanso orinando a todo el elenco, y registrando el proceso con una minicámara atada al pene; atarse un extremo de un hilo al pene, y el otro a un cohete de fuego de artificio, y dispararlo (existe una variante, con un helicóptero de control remoto); arrodillarse, desnudo, con una manzana sostenida entre las nalgas, y soltar a un cerdo adulto para que se alimente de la fruta; pegarle a un compañero con palos de goma, pelotas gigantes, bolsas llenas de pintura, pelotas de fútbol, de básquetbol y de golf, hacerlo atacar por abejas, avispas, escorpiones, hormigas y serpientes, y producir vómitos generales mediante la exhibición de algunas de estas hazañas. La lista es infinita, y atravesó tres temporadas de televisión y cuatro películas.

Las actividades  concluyen invariablemente con gritos de dolor del practicante y carcajadas del resto del elenco, que son las dos únicas manifestaciones vocales de los participantes de la serie. En el elenco no hay mujeres, aparte de una de las productoras, que aparece excepcionalmente cuando la cámara se desvía y muestra el backstage (para evitar alguna agresión, o siguiendo a un fugitivo de alguna de las proezas). Las partes del cuerpo más mencionadas y sometidas a tortura y exhibición son las nalgas y el pene, y la parte que recibe más golpes es la cabeza. Los programas y las películas se componen de episodios uniformes de una duración de entre dos y cuatro minutos, que siempre comienzan con el protagonista del segmento, que dice, por ejemplo: “Hola, soy Fulano, y voy a ponerme delante de una estampida de búfalos”. A continuación se pone delante de una estampida de búfalos, gritando de dolor a cada embestida, en medio de las carcajadas del resto de su equipo.

La risa y el dedo índice

¿Quiénes son estos tipos?, se pregunta uno, luego de ver uno de los episodios de tortura y risa. Se contesta de inmediato: “son unos idiotas”. Exactamente eso significa jackass, palabra que no hace referencia al culo sino al asno y su mala prensa de bruto obcecado. Pero luego de responderse con la respuesta que ellos mismos suministran amable y explícitamente, uno cesa de poder pronunciar algo acerca de Jackass.

No es la parte idiota de la cultura norteamericana lo que surge en Jackass. Esa parte emerge más bien en el balanceo de hombros de John Wayne o en la sonrisa pacífica de Adam Sandler, esforzados generadores de buena conciencia. Es cierto que Jackass tiene algo en común con el humor estadounidense más frecuentado: la insistencia en la ventosidad, la defecación y el vómito, entre otras secreciones y emisiones de humores corporales que provocan la risa de algunos mamíferos. Pero hay una diferencia notable entre la composición de las películas de Jackass y las comedias cada día más escatológicas del cine industrial. La escena de There's Something About Mary en la que Ben Stiller se salpica el pelo con semen y su amiga Cameron Diaz cree que es una gota de gel para peinarse, de modo que lo extiende por su propia cabellera con la mano, provoca densas y largas carcajadas en una porción importante del público. La causa de la risa es doble: aun conserva parte de lo que podría llamarse argumento cómico, pero casi todo el efecto descansa en el hecho de reírse de un personaje engañado, Mary. Es la broma adolescente típica. No es la risa simple de la caída del que intenta caminar en un piso resbaloso (originada, decía Bergson, en la pérdida del carácter humano del sujeto), ni la liberación de tensión mental provocada por las contradicciones de una situación absurda. Es una risa sádica, porque el que ríe domina al objeto de la risa, personaje que ignora la realidad que vive. Pero incluso en esta situación tosca se conserva cierta forma que explica la comicidad.

En cambio, Jackass no ofrece situaciones cómicas, sino simplemente actos de ultraje a diversas entidades: los cuerpos, el buen sentido, la razón. Que algo que no debe ocurrir ocurra es motivo suficiente para la carcajada. No hay humor, no puede haber humor, porque los humores corren, se desbordan, se expelen en sentido estricto, son la mierda, la orina, el vómito, el sudor de los cuerpos castigados por actos puros y sin sentido. La risa ante Jackass es una risa deíctica, un índice señalando algo indescriptible, unido a contracciones rítmicas del diafragma con emisiones de fonemas parecidos a la "a".

Jackass es, por inefable, una producción cultural extraordinaria que obliga a clasificar como fuera de lugar a una de las siguientes dos cosas: a Jackass o a la crítica. Y por ahora, Jackass se sigue exhibiendo y produciendo, en tanto que la crítica aún no ha podido pronunciarse.

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