H enciclopedia 
es administrada por
Sandra López Desivo

© 1999 - 2013
Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


/ / / / / /
          
          NODOS Y ESCLAVOS

Los caminos de Francia

Aldo Mazzucchelli

Hace años un conocido (matemático él) me contó que en determinado momento, quizá en los años setenta, quizá antes o después de eso, el gobierno de Francia organizó un inmenso estudio cuya finalidad iba a ser detectar los problemas de diseño de la red vial de Francia, a efectos de corregirlos construyendo nuevas vías o corrigiendo el trazado de las existentes. Millones de francos más tarde, el resultado fue que la red tal como estaba trazada por los pasos y trayectos de miríadas de viajeros desde la antigüedad, era perfecta y no se le podía corregir ni una coma, ni una curva.

No tengo idea de si la historia es real o inventada, pero por alguna razón nunca la olvidé. A menudo esas cosas que uno no olvida continúan diciéndole algo a uno. Lo que me dice la historia hoy es que, en una sociedad conectada que ha creado y sigue desarrollando la condición “tecno-humana”, una inteligencia colectiva siempre va a ser más inteligente que el más inteligente de los individuos, como los caminos de Francia enseñan.

¿O no? Defensores del “transhumanismo” que surge de esta forma de referir a la condición humana, aluden a algo similar cuando hablan de la “inteligencia de la democracia” (Charles Lindblom). La condición tecno-humana en donde el “individuo” y el cuerpo, en constante modificación gracias a la carrera tecnológica que es coextensiva con la historia del homo sapiens, avanza en la fusión de tecnología y “naturaleza”, va haciendo del hombre más y más una invención, fusionando cuerpo y cuerpo tecnológico,  inteligencia e inteligencia artificial. En esta nueva fase tecno-humana, el individuo tiende a no ser más la unidad social, ni la clave de la inteligencia, la que pasa a ser un bien colectivo que no existe en un individuo, sino en la red como tal. Es claro que esto lo sabíamos hace tiempo, como sabíamos que no hay sujeto que posea un idioma completo (digamos, el castellano), sino que el castellano vive una existencia completa y virtual solo en la “lengua”, esa abstracción que nadie controla ni ha explorado en todos sus confines.

Lo mismo, si bien hay, digamos, aviones, no hay ni ha habido jamás en la tierra un sujeto que sepa, él solo, construir un avión. La tecnología implica una inteligencia colectiva hecha de muchas inteligencias parciales. Eso vale pues para la inteligencia de antaño, la que se concebía en un “cerebro” domiciliado en un “cuerpo”, en un “individuo” indiviso. “La inteligencia es una noción compleja, que incorpora no solamente los atributos de una persona sino los valores de su sociedad” recuerdan Braden Allenby y Daniel Sarewitz, en su defensa de tal inteligencia colectiva(*). Van más lejos: quizá haga falta olvidar la noción misma de “inteligencia individual” como un factor relevante en esta dinámica de la inteligencia colectiva. No es una suma de IQ lo que dará las soluciones a problemas complejos, sino la mezcla —caótica en principio— de visiones del mundo contradictorias. De hecho, la palabra “solución” (ligada a la palabra “inteligencia” en el paradigma cartesiano, moderno, individualista y objetivista en retirada en todas partes) es aquí un exceso y un equívoco.

No hay “solución” a problemas en los que el número no puede dar por terminada la discusión. Los conflictos provocados por el sentimiento de pertenencia a una tierra (caso Palestina-Israel) o por el sentimiento de propiedad privada respecto de una verdad espiritual intuida (las religiones institucionales) no pueden ser “solucionados” como se soluciona una ecuación de segundo grado. No hay relación histórica de los antecedentes del problema, por precisa y confiable que sea, que vaya a contribuir a solucionar los posicionamientos sobre este asunto, pues este posicionamiento es más duro que la vida de los individuos, que si son coherentes con su sentir terminan convirtiéndose en mártires de ese sentimiento de patria o de “verdad revelada solo a ellos”, poniendo la vida por detrás del problema mismo, lo que perpetuará el problema en lugar de superarlo viviendo. Como no parece que haya tampoco, en el horizonte conocido, una “solución” a la discusión sobre el aborto. Lo más que puede hacerse con esas cosas es irlas llevando, administrar un conflicto que es legítimo porque no depende de lo que una “autoridad” cualquiera dice (sea “la ciencia” o “la iglesia”), sino de en qué lugar decide uno (o puede uno) “estar parado” respecto del problema. En esos, y en tantos otros puntos de conflicto y desacuerdo social, la única solución es manejarlos con la inteligencia colectiva: abrir y mantener abierta la más amplia discusión sobre el asunto, con la conciencia de que es una discusión no vinculante, salvo de maneras muy indirectas. Y hay que preservar, por el bien de la inteligencia colectiva, al otro que discrepa, cuidarlo como el bien más preciado, porque es esencial para ensanchar las posibilidades del avance colectivo en red. Las “posiciones” en estos casos, como su nombre lo indica, no son intelectuales, ni mucho menos son “individuales”: son “espaciales”, y el lugar que ocupa A, por más que sea expresado, nunca va a incluir a B. Los individuos y los cuerpos llenan posiciones discursivas que no son solubles precisamente porque están planteadas oposicionalmente, y si los individuos (los cuerpos) son reemplazables en esas posiciones, las posiciones no lo son.

¿Otras ventajas de esta inteligencia concebida en red? Los saberes que ahí se despliegan se pueden actualizar, transformar y hacer más complejos minuto a minuto; en ese espacio de inteligencia general no-individual los contextos de actuación de cada “individuo” son comunicados, en traducción al lenguaje general, sea éste el que sea. Uno obtiene ahí un panorama del estado de cada cuestión en la mente social. Mientras que en una cultura oral primaria tener buena memoria era un talento individual apreciable, hoy cualquiera puede acceder a la memoria colectiva a través de un motor de búsqueda. La memoria es un bien barato y accesible. En suma, dice esta concepción del olvido de la centralidad del individuo cultivado como tal, con suerte y tiempo, la combinación de miradas va produciendo soluciones que los individuos por sí mismos jamás lograrían imponer, ni probablemente siquiera concebir.

Todo este esquema de inteligencia colectiva en red funciona, también, en relación al tipo de problemas que una red, como tal, es capaz de plantearse. He ahí un (supuesto) beneficio de la globalización: aquellas dimensiones de problemas que una realidad provinciana o con experiencia menos rica de la vida no sea capaz de imaginar, le serán planteadas desde otras sociedades más complejas, puesto que ambas sociedades participan de una red común. La inteligencia de experiencias del mundo más complejas entra a frotar con la de experiencias del mundo más barriales. A la corta parece que no se entienden pero enseguida algo ocurre, algo entra a trasvasar y moverse, y la “inteligencia de la democracia” se pone de manifiesto en todos los nodos de la red. Hay al menos un aspecto central más, que es de tipo espiritual. La era empezó hace dos mil años con la metáfora de una red, en que unos pescadores galileos se disponían a hacer su cosecha de hombres justos para difundir la buena nueva. Esa metáfora lo inunda todo hoy de nuevo, y una vez más se pide al individuo que se sacrifique en aras de una finalidad mayor, solo que ahora la religión invocada no es institucional. Cristo fue la versión 0 de internet, su red la primera forma recordada de sacrificar a cada uno para trabajar por el bien común, o global, y si uno quiere verlo así, así está bien. “El que se humilla (en tanto individuo) será ensalzado, y el que se ensalce será humillado”, etc..



Comprendido y aceptado este panorama algo rosáceo y optimista sobre el advenimiento de la inteligencia colectiva que desplazará de la historia la centralidad de la “batalla de egos” e instaurará un saber nodal y sin autoridad, basta pues con conectar a todo el mundo a la red para que la red haga el resto, y uno se convierta en el sujeto colaborativo que, a fin de cuentas, está destinado a ser. Right?

Wrong. Allenby y Sarewitz, igual que todos los campeones de la “inteligencia colectiva”, son capaces ellos de hacer lo que unos pocos antiguos lograron primero, mucho antes de Cristo: leer bien y escribir bien. No digo que ellos lo hagan, pero quienes alaban de manera liviana todas las ventajas de pasarnos con armas y bagajes a la neooralidad ambiente, corren el riesgo de hacer como aquel que, después de subir él la escalera, la patea. Mientras tanto, la gente que desde el centro de la red (sí, hay una especie de centro también en una red que se quiere perfectamente exocéntrica(**)) escribe estas cosas, sabe escribir, sabe leer, sabe razonar de modos abstractos, sabe pensar lineal y jerárquicamente y no solo por imágenes, sabe referir sus ideas a otras ideas anteriores, distingue categorías finas del discurso.

Los e-ciudadanos condenados a ser desde su primer día nodos, en cambio, crecen como hongos en los suburbios, node la red, sino del mundo real, en donde todavía una masa crítica de gente precisa como el agua llegar a ser un modesto individuo alfabetizado, modelo Platón, modelo 1.0, para luego superar los conocidos problemas de la individualidad. Esos nodos sabrán mover el dedo, o el mouse, seleccionar opciones prefijadas por otros, y perder su tiempo vital y su potencial de intensidad perceptiva y conceptualizadora, porque no saben leer ni escribir, ni pensar de modos organizados, sistemáticos, abstractos y complejos. Nacen para peones espirituales y mentales de otros. Aportarán a un supuesto caos creativo ajeno desde una posición en la que a lo sumo serán los ojos y oídos de la inteligencia y la decisión ajena. En el mejor de los casos podrán acarrear materiales o hacer operaciones muy menores en mecanismos de pensamiento y razonamiento hipercomplejos de los que no tendrán más que los efectos, nunca las causas. Serán continuamente incapaces de coordinar a un grupo de otros nodos para, anotando, replicando, jerarquizando, discriminando e imaginando posibilidades nuevas a partir de otras ya imaginadas, acumular el conocimiento organizado y firme necesario para construir, no ya un avión, sino cualquier modesta obra del “ingenio humano” que requiere de la memoria colectiva, la escritura y la abstracción fina para construir sus múltiples capas una sobre otra. Deprivados de toda memoria eficaz, caerán una y otra vez en los mismos errores de falsa oposición, en el mismo cortoplacismo, en la misma pesadilla de Sísifo, que tenía que arrancar una y otra vez a arrastrar su piedra, su problema, montaña arriba.

Los caminos de Francia son una metáfora engañosa. Sí, colectivamente sabemos más y haremos la mejor red de caminería concebible para nuestros propios fines y de acuerdo al territorio. Pero siempre que todos seamos, al mismo tiempo, caminantes reales y con un propósito, uno o muchos sentidos para caminar. Por milenios que pasen, la red y la inteligencia en red no solucionará este simple problema inicial.  

Si no nos tomamos en serio el trabajo de educar a los que vienen en la lectura y la escritura (y que no se diga que no se sabe cómo hacer esto o que la nueva sociedad no lo permite: se hace obligando a los niños a leer y escribir cuando aun no pueden negarse a ello); si no animamos a la gente a toparse con el problema de desdoblarse de su voz para ver en sus letras, fuera de sí, escrito su propio sentido; si somos blandos, si hacemos aprobar porque no queremos afectar las emociones de los estudiantes, o porque pensamos que el mundo nos pasó por arriba y uno ya no puede hacer nada; si —madre, educador, gobernante, administrador— pensamos que, especialmente en el antiguo “tercer mundo” (ya sabemos que desde que estamos globales no hay más esas antipáticas expresiones, y todos somos finalmente ya iguales porque todos tenemos pantalla y teclado…) hay algo más importante que la estricta educación de todos los ciudadanos en esa tecnología de la reflexión llamada escritura; si no los integramos a la abstracción y las demás habilidades que han llegado a las sociedades con el invento de la escritura alfabética, contribuiremos a que los que vienen experimenten una forma de esclavitud: la de nacer para convertirse en un nodo, por un tiempo feliz y entretenido, al final quizá un suicida por ausencia de sentido.
 

Notas:

* Allenby, Braden R.; Sarewitz, Daniel (2011-08-17). The Techno-Human Condition. MIT Press. Kindle Edition.

** No hay un centro físico, pero sí que hay zonas (espacio-conceptuales) más densas y de referencialidad más precisa debido a que quienes las habitan están mejor formados, están conectados off-line con la sustancia de las cosas que se debaten, y éstas cosas además son en general cuestiones que tienen mayor relevancia global (claro que no local) respecto de otras; también hay idiomas de primera y otros de segunda en la red. La participación en igualdad de condiciones en la red es a menudo tan ilusoria como la participación en igualdad de condiciones fuera de ella.

 

© 2013 H enciclopedia - www.henciclopedia.org.uy

Google


web

H enciclopedia