Hace años
un conocido (matemático él) me contó que en determinado
momento, quizá en los años setenta, quizá antes o después de eso, el
gobierno de Francia organizó un inmenso estudio cuya finalidad iba a ser
detectar los problemas de diseño de la red vial de Francia, a efectos de
corregirlos construyendo nuevas vías o corrigiendo el trazado de las
existentes. Millones de francos más tarde, el resultado fue que la red
tal como estaba trazada por los pasos y trayectos de miríadas de
viajeros desde la antigüedad, era perfecta y no se le podía corregir ni
una coma, ni una curva.
No tengo idea de si la
historia es real o inventada, pero por alguna razón nunca la olvidé. A
menudo esas cosas que uno no olvida continúan diciéndole algo a uno. Lo
que me dice la historia hoy es que, en una sociedad conectada que ha
creado y sigue desarrollando la condición “tecno-humana”, una
inteligencia colectiva siempre va a ser más inteligente que el más
inteligente de los individuos, como los caminos de Francia enseñan.
¿O no? Defensores del
“transhumanismo” que surge de esta forma de referir a la condición
humana, aluden a algo similar cuando hablan de la “inteligencia de la
democracia” (Charles Lindblom). La condición tecno-humana
en donde el “individuo” y el cuerpo, en constante modificación gracias a
la carrera tecnológica que es coextensiva con la historia del homo
sapiens, avanza en la fusión de tecnología y “naturaleza”, va
haciendo del hombre más y más una invención, fusionando cuerpo y cuerpo
tecnológico, inteligencia e inteligencia artificial. En esta nueva fase
tecno-humana, el individuo tiende a no ser
más la unidad social, ni la clave de la inteligencia, la que pasa a ser
un bien colectivo que no existe en un individuo, sino en la red como
tal. Es claro que esto lo sabíamos hace tiempo, como sabíamos que no hay
sujeto que posea un idioma completo (digamos, el castellano), sino que
el castellano vive una existencia completa y virtual solo en la “lengua”,
esa abstracción que nadie controla ni ha explorado en todos sus
confines.
Lo mismo, si bien hay, digamos, aviones, no hay ni ha habido
jamás en la tierra un sujeto que sepa, él solo, construir un avión. La
tecnología implica una inteligencia colectiva hecha de muchas
inteligencias parciales. Eso vale pues para la inteligencia de antaño,
la que se concebía en un “cerebro” domiciliado en un “cuerpo”, en un
“individuo” indiviso. “La inteligencia es una noción compleja, que
incorpora no solamente los atributos de una persona sino los valores de
su sociedad” recuerdan Braden Allenby y Daniel Sarewitz, en su defensa
de tal inteligencia colectiva(*).
Van más lejos: quizá haga falta olvidar la noción misma de “inteligencia
individual” como un factor relevante en esta dinámica de la inteligencia
colectiva. No es una suma de IQ lo que dará las soluciones a problemas
complejos, sino la mezcla —caótica en
principio— de visiones del mundo
contradictorias. De hecho, la palabra “solución” (ligada a la palabra
“inteligencia” en el paradigma cartesiano, moderno, individualista y
objetivista en retirada en todas partes) es aquí un exceso y un
equívoco.
No hay “solución” a problemas en los que el número no puede
dar por terminada la discusión. Los conflictos provocados por el
sentimiento de pertenencia a una tierra (caso Palestina-Israel) o por el
sentimiento de propiedad privada respecto de una verdad espiritual
intuida (las religiones institucionales) no pueden ser “solucionados”
como se soluciona una ecuación de segundo grado. No hay relación
histórica de los antecedentes del problema, por precisa y confiable que
sea, que vaya a contribuir a solucionar los posicionamientos sobre este
asunto, pues este posicionamiento es más duro que la vida de los
individuos, que si son coherentes con su sentir terminan convirtiéndose
en mártires de ese sentimiento de patria o de “verdad revelada solo a
ellos”, poniendo la vida por detrás del problema mismo, lo que
perpetuará el problema en lugar de superarlo viviendo. Como no parece que haya
tampoco, en el horizonte conocido, una “solución” a la discusión sobre
el aborto. Lo más que puede hacerse con esas cosas es irlas llevando,
administrar un conflicto que es legítimo porque no depende de lo que una
“autoridad” cualquiera dice (sea “la ciencia” o “la iglesia”), sino de
en qué lugar decide uno (o puede uno) “estar parado” respecto del
problema. En esos, y en tantos otros puntos de conflicto y desacuerdo
social, la única solución es manejarlos con la inteligencia colectiva:
abrir y mantener abierta la más amplia discusión sobre el asunto, con la
conciencia de que es una discusión no vinculante, salvo de maneras muy
indirectas. Y hay que preservar, por el bien de la inteligencia
colectiva, al otro que discrepa, cuidarlo como el bien más preciado,
porque es esencial para ensanchar las posibilidades del avance colectivo
en red. Las “posiciones” en estos casos, como su nombre lo indica, no
son intelectuales, ni mucho menos son “individuales”: son “espaciales”,
y el lugar que ocupa A, por más que sea expresado, nunca va a incluir a
B. Los individuos y los cuerpos llenan posiciones discursivas que no son
solubles precisamente porque están planteadas oposicionalmente, y si los
individuos (los cuerpos) son reemplazables en esas posiciones, las
posiciones no lo son.
¿Otras ventajas de esta
inteligencia concebida en red? Los saberes que ahí se despliegan se
pueden actualizar, transformar y hacer más complejos minuto a minuto; en
ese espacio de inteligencia general no-individual los contextos de
actuación de cada “individuo” son comunicados, en traducción al lenguaje
general, sea éste el que sea. Uno obtiene ahí un panorama del estado de
cada cuestión en la mente social. Mientras que en una cultura oral
primaria tener buena memoria era un talento individual apreciable, hoy
cualquiera puede acceder a la memoria colectiva a través de un motor de
búsqueda. La memoria es un bien barato y accesible. En suma, dice esta
concepción del olvido de la centralidad del individuo cultivado como
tal, con suerte y tiempo, la combinación de miradas va produciendo
soluciones que los individuos por sí mismos jamás lograrían imponer, ni
probablemente siquiera concebir.
Todo este esquema de
inteligencia colectiva en red funciona, también, en relación al tipo de
problemas que una red, como tal, es capaz de plantearse. He ahí un
(supuesto) beneficio de la globalización: aquellas dimensiones de
problemas que una realidad provinciana o con experiencia menos rica de
la vida no sea capaz de imaginar, le serán planteadas desde otras
sociedades más complejas, puesto que ambas sociedades participan de una
red común. La inteligencia de experiencias del mundo más complejas entra
a frotar con la de experiencias del mundo más barriales. A la corta
parece que no se entienden pero enseguida algo ocurre, algo entra a
trasvasar y moverse, y la “inteligencia de la democracia” se pone de
manifiesto en todos los nodos de la red. Hay al menos un aspecto central
más, que es de tipo espiritual.
La era empezó hace dos mil años con la metáfora de una red, en que unos
pescadores galileos se disponían a hacer su cosecha de hombres justos
para difundir la buena nueva. Esa metáfora lo inunda todo hoy de nuevo,
y una vez más se pide al individuo que se sacrifique en aras de una
finalidad mayor, solo que ahora la religión invocada no es
institucional. Cristo fue la versión 0 de internet, su red la primera
forma recordada de sacrificar a cada uno para trabajar por el bien
común, o global, y si uno quiere verlo así, así está bien. “El que se
humilla (en tanto individuo) será ensalzado, y el que se ensalce
será humillado”, etc..
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Comprendido y aceptado este panorama algo rosáceo y
optimista sobre el advenimiento de la inteligencia colectiva que
desplazará de la historia la centralidad de la “batalla de egos” e
instaurará un saber nodal y sin autoridad, basta pues con conectar a
todo el mundo a la red para que la red haga el resto, y uno se convierta
en el sujeto colaborativo que, a fin de cuentas, está destinado a ser.
Right?
Wrong.
Allenby y Sarewitz, igual que todos los campeones
de la “inteligencia colectiva”, son capaces ellos de hacer lo que unos
pocos antiguos lograron primero, mucho antes de Cristo:
leer bien y escribir bien. No digo que ellos lo hagan,
pero quienes alaban de manera liviana todas las ventajas de pasarnos con
armas y bagajes a la neooralidad ambiente, corren el riesgo de hacer
como aquel que, después de subir él la escalera, la patea. Mientras
tanto, la gente que desde el centro de la red (sí, hay una especie de
centro también en una red que se quiere perfectamente exocéntrica(**))
escribe estas cosas, sabe escribir, sabe leer, sabe razonar de modos
abstractos, sabe pensar lineal y jerárquicamente y no solo por imágenes,
sabe referir sus ideas a otras ideas anteriores, distingue categorías
finas del discurso.
Los e-ciudadanos condenados a
ser desde su primer día nodos, en cambio, crecen como hongos en
los suburbios, node la red, sino del mundo real, en donde todavía una
masa crítica de gente precisa como el agua llegar a ser un modesto
individuo alfabetizado, modelo Platón, modelo 1.0, para luego superar
los conocidos problemas de la individualidad. Esos nodos sabrán
mover el dedo, o el mouse, seleccionar opciones prefijadas por
otros, y perder su tiempo vital y su potencial de intensidad perceptiva
y conceptualizadora, porque no saben leer ni escribir, ni pensar de
modos organizados, sistemáticos, abstractos y complejos. Nacen para
peones espirituales y mentales de otros. Aportarán a un supuesto caos
creativo ajeno desde una posición en la que a lo sumo serán los ojos y
oídos de la inteligencia y la decisión ajena. En el mejor de los casos
podrán acarrear materiales o hacer operaciones muy menores en mecanismos
de pensamiento y razonamiento hipercomplejos de los que no tendrán más
que los efectos, nunca las causas. Serán continuamente incapaces de
coordinar a un grupo de otros nodos para, anotando, replicando,
jerarquizando, discriminando e imaginando posibilidades nuevas a partir
de otras ya imaginadas, acumular el conocimiento organizado y firme
necesario para construir, no ya un avión, sino cualquier modesta obra
del “ingenio humano” que requiere de la memoria colectiva, la escritura
y la abstracción fina para construir sus múltiples capas una sobre otra.
Deprivados de toda memoria eficaz, caerán una y otra vez en los mismos
errores de falsa oposición, en el mismo cortoplacismo, en la misma
pesadilla de Sísifo, que tenía que arrancar una y otra vez a arrastrar
su piedra, su problema, montaña arriba.
Los caminos de Francia son una
metáfora engañosa. Sí, colectivamente sabemos más y haremos la mejor red
de caminería concebible para nuestros propios fines y de acuerdo al
territorio. Pero siempre que todos seamos, al mismo tiempo, caminantes
reales y con un propósito, uno o muchos sentidos para caminar. Por
milenios que pasen, la red y la inteligencia en red no solucionará este
simple problema inicial.
Si no nos tomamos en serio el
trabajo de educar a los que vienen en la lectura y la escritura (y que
no se diga que no se sabe cómo hacer esto o que la nueva sociedad no lo
permite: se hace obligando a los niños a leer y escribir cuando aun no
pueden negarse a ello); si no animamos a la gente a toparse con el
problema de desdoblarse de su voz para ver en sus letras, fuera de sí,
escrito su propio sentido; si somos blandos, si hacemos aprobar porque
no queremos afectar las emociones de los estudiantes, o porque pensamos
que el mundo nos pasó por arriba y uno ya no puede hacer nada; si
—madre, educador, gobernante, administrador—
pensamos que, especialmente en el antiguo “tercer
mundo” (ya sabemos que desde que estamos globales no hay más esas
antipáticas expresiones, y todos somos finalmente ya iguales porque
todos tenemos pantalla y teclado…) hay algo más importante que la
estricta educación de todos los ciudadanos en esa tecnología de la
reflexión llamada escritura; si no los integramos a la abstracción y las
demás habilidades que han llegado a las sociedades con el invento de la
escritura alfabética, contribuiremos a que los que vienen experimenten
una forma de esclavitud: la de nacer para convertirse en un nodo, por un
tiempo feliz y entretenido, al final quizá un suicida por ausencia de
sentido.
Notas:
* Allenby, Braden
R.; Sarewitz, Daniel (2011-08-17). The Techno-Human Condition.
MIT Press. Kindle Edition.
** No hay un centro físico, pero sí
que hay zonas (espacio-conceptuales) más densas y de referencialidad más
precisa debido a que quienes las habitan están mejor formados, están
conectados off-line con la sustancia de las cosas que se debaten, y
éstas cosas además son en general cuestiones que tienen mayor relevancia
global (claro que no local) respecto de otras; también hay idiomas de
primera y otros de segunda en la red. La participación en igualdad de
condiciones en la red es a menudo tan ilusoria como la participación en
igualdad de condiciones fuera de ella.
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