En las
primeras horas de la noche del Domingo 1 de junio de 2014
los politólogos
y encuestadores uruguayos declararon el comienzo de la Guerra del Cerdo.
Durante esa jornada se
desarrollaron las elecciones internas de los partidos políticos para
designar el candidato único que cada una de esas agrupaciones presentará
a las elecciones de octubre de este año. Había precedido a esa votación
(no obligatoria) en la que participó un 39% de los votantes, una campaña
abrumadora y vanilocuente, un oneroso barullo publicitario donde el
jingle y la gigantografía avasallaron al logos y sustituyeron una vez
más a la política.
Ante los resultados,
impertérritos ante el tamaño de sus errores de cálculo y de augurio, los
consultores y expertos (cuyo saber supuestamente neutral y preciso los
convierte en estrellas del espectáculo electoral) anunciaron que la
ciudadanía uruguaya había expresado su voluntad de poner a los jóvenes
en el lugar que hasta el momento habían ocupado los viejos, y que
probablemente la próxima elección se dirimiría según criterios
generacionales. La base fáctica de esa interpretación es la siguiente:
la fuerza que más votos obtuvo en esta elección fue el Partido Nacional;
allí Luis Lacalle Pou (1973) derrotó amplia y sorpresivamente a Jorge
Larrañaga (1956). En el Partido Colorado, mientras tanto, Pedro
Bordaberry (1960) se impuso a José Amorín Batlle (1954). Si bien en la
coalición que actualmente gobierna (Frente Amplio) Tabaré Vázquez (1940)
le ganó
—como se esperaba, por
una diferencia enorme—
a Constanza Moreira (1960), todos los analistas estiman que la cantidad
de votos conseguidos por la desafiante puede considerarse, por distintos
motivos, hazañosa. Por otro lado, la corriente más exitosa dentro del
Frente Amplio, liderada por Raúl Sendic (1962), viene también a romper
la hegemonía de tendencias más o menos tradicionales de la
izquierda uruguaya.
Todo esto, entonces, es
interpretado por los arúspices fríos de la televisión y los diarios como
una enérgica arremetida de los más nuevos que, legitimados por las
urnas, vienen a arrebatar lo que los antiguos dirigentes de un país
envejecido no se deciden a entregar de una vez. Se ha instituido así la
guerra de los jóvenes contra los viejos, aquella que había fabulado
Adolfo Bioy Casares en su novela Diario de la guerra del cerdo
(1969).
Se trata de una guerra antigua,
que regresa cada tanto a la literatura.
Quinto Horacio Flaco, poeta del
siglo I A.E.C., dio parte de aquel conflicto, conminando a cierta vieja
a deponer su libido, a cesar su búsqueda ya desesperada de amantes
jóvenes a los que no lograba encender: ¿Qué quieres tú de mí, vieja
diabla, digna de tener por amante a un elefante negro? (...) albayalde y
grasa de cocodrilo corren entonces como arroyos por tus mejillas, y en
tu frenesí lascivo haces temblar la cama y el suelo...(Épodo XII).
Aquel hablante horaciano se presenta como una víctima acosada y enojada
por el deseo obsoleto
—y por lo tanto obsceno—
de la vieja. La misma situación ocurre en la Oda XXV, I:
Fútil vieja, en desiertos
callejones
llorarás el desdén de los adúlteros,
mientras el viento tracio con la luna
nueva delire,
cuando el amor llameante y el
deseo
que enfurece a las madres de los caballos
se ensañe en torno a tu hígado ulceroso
y tu te quejes.
De aquellas viejas de los
tiempos de Augusto (y más directamente, según se dice, de un Sacchetti
que escribiera la Battaglia delle giovani colle vecchie) viene
Malambruna. Ésta es la protagonista de "La Malambrunada, la conjuración
de las viejas contra las jóvenes, poema joco-serio", escrito a comienzos
del siglo XIX por Francisco Acuña de Figueroa, poeta neoclásico tan
prolífico en versos como tornadizo en política. En los tres cantos de
aquella epopeya paródica, al revés de lo que más de una centuria después
propondría la novela de Bioy, son las viejas quienes
—acaudilladas por
Malambruna— se
organizan para acabar con las mujeres jóvenes que las habían desposeído
de amantes:
De tiempo inmemorial no pocas
viejas
que pasan engullendo navidades,
y que piensan, tiñéndose las cejas,
cubrir con el pebete las edades,
miran con ojeriza y forman quejas
de las tiernas y jóvenes deidades,
queriendo que los hombres (cosa fiera)
en lugar de salmón, coman salmuera.
Mucho después, Carlos Gardel
cantaba el tango "Enfundá la mandolina" donde se cambia el género
de los poemas horacianos, y se amonesta a un viejo verde:
¡Qué querés, Cipriano, ya no
dan más jugo
los cincuenta abriles que encima llevás!
Junto con el pelo que piantó del mate
se te fue la pinta que no vuelve más.
Dejá las pebetas para los
muchachos,
esos platos fuertes no son para vos.
Piantá del sereno, andate a la cama,
que después, mañana andás con la tos.
Se trata, como se ve
—en Horacio, en Acuña, en
Zuviría, el letrista gardeliano—
de una guerra bufa. Diario de la guerra del cerdo, iba a ser
también, según ha contado su autor, una novela más bien humorística que
buscaba transferir a la escritura el lenguaje del cine mudo, llena de
gags en los cuales muchachos atléticos perseguían señoras torpes.
Esta guerra cómica y horrible es
la que se reinicia ahora como narrativa de explicación de lo ocurrido en
las elecciones internas, y
—lo que es peor—
como fundamento estratégico de la próxima campaña
electoral para las elecciones presidenciales y legislativas.
|
Esto no debe atribuirse solo al
poder instituyente de la politología televisiva. Desde el comienzo los
candidatos orientaron su performance hacia esa lectura: Vázquez dijo
alguna vez que volvería a postularse a la presidencia siempre y cuando
la biología se lo permitiera. Constanza Moreira, mientras tanto, señaló
explícita y enfáticamente cada vez que pudo, la senectud de los
principales líderes de la izquierda (Astori, Mujica, Vázquez) cuyo poder
ella venía a disputar.
Luego, las primeras apariciones
públicas inmediatas de cada político, ésas en las que se celebra el
triunfo o se reconoce la derrota, ya cayeron fácilmente en la
hermenéutica etaria, y terminaron siendo vistas como otra escaramuza de
la Guerra del Cerdo. Vázquez se presentó trajeado y distante,
leyendo un pausado decálogo, como la imagen de una especie de
hiperciudadano, como un artefacto de representación donde toda
afectividad se anula, lejos del festejo que había propuesto famosamente
diez años atrás. Fue una desmarcación (protocolar y pertinente, creo)
tanto del entreverado melodrama de gritos, besuqueo, guiños y lágrimas
que ofrecieron nacionalistas y colorados, como del estilo doméstico y
coloquial elevado por Mujica a la categoría de grifa nacional. Sin
embargo, la estrategia discursiva (o tal vez solo escénica) de Vázquez
lo pone en riesgo de ser colocado como la antigualla rígida, como el
icono de la política moderna o clásica, estructurada por la ideología,
esa que
—según declaran y
expresan insistentemente Lacalle Pou y Bordaberry—
debe ser suplantada por la joven postpolítica espontánea y pragmática.
Por otro lado, parte del contenido de esa primera intervención de
Vázquez, investido como candidato único del Frente Amplio, parece
haberle traído complicaciones relacionadas con la vejez: dijo que si era
elegido iba a regalar una tablet a cada uno de los miles de
jubilados de Uruguay. El anuncio generó varias críticas, y hasta fue
calificado de impertinente e irrespetuoso por algún dirigente de los
pasivos, lo cual sitúa al candidato en un lugar incómodo dentro del que
—se supone—
sería su propio bando, el
de los viejos[1].
Hubo también voces que vinieron a señalar la ridiculez de La
guerra del Cerdo, pero que, en el entrevero discursivo e
interpretativo, pueden aparecer como intervenciones a favor de uno de
los agonistas. Así, en los textos que el dirigente sindical Richard Reed
publicó en Twitter se perciben ciertos matices satíricos que suelen
tener, como se ha dicho, los relatos de esta conflagración melancólica:
... parece que el principal requisito para acceder a la vice del FA
es ser joven (...) sonriente y tener la dentadura completa...[2]
Finalmente, el mismo Tabaré
Vázquez, rodeado por todo esto, tal vez como Macbeth en los tramos
finales de su tragedia, cuando le informan que los árboles del bosque
están avanzando hacia su castillo, no tiene otra que entrar a saco en la
guerra, aunque ya desconfía del hechizo que lo declara invencible. Poco
después de su triunfo, en Salamanca, donde se lo honró con un doctorado
honoris causa, dijo: El doctor Lacalle
(Pou) tiene gran futuro, pero en este momento tiene que primar la
experiencia. ¿Cree que España, Brasil, Argentina, Uruguay, van a
arriesgar a jugar el campeonato con una selección sub 20, por buena que
sea? ¿O van a ir con su mejor equipo de adultos, que ya ha participado,
que conoce a los rivales?[3]
Una de las acciones que deberían
esperarse de la izquierda es que contribuya a obstruir el vaciamiento de
la política, que viene ocurriendo, como una inercia imparable, como un
desastre natural, en favor del management y del marketing
idiota. Sería deseable
—y acaso útil—
que los responsables de la próxima campaña electoral se resistieran a
plantear la elección en términos de una banalización extrema de la
biopolítica, de una guerra cómica de señores experimentados contra
jóvenes imberbes.
Notas:
[1]
http://www.elpais.com.uy/informacion/jubilados-fustigaron-dichos-vazquez-internas.html
[2] El niño cero falta, La Diaria, Montevideo, 04-Jun-14, pag.2
[3] http://lapostanoticias.com.uy/nacionales/tabare-vazquez-es-la-hora-de-la-experiencia/
|