El uso
otorga a una abstracción tan
extensa e imprecisa como la vida significados muy variados y
escurridizos.
Curiosamente, en las primeras
décadas del siglo XX, la vida era la prostitución y sus alrededores
sórdidos: las drogas, las enfermedades contagiosas, las palizas
tremendas. La lírica del tango, y la generalmente más tosca del blues,
documentan aquella acepción de la vida.
El aplicado wikipedista que se encargó de la
biografía de la cantante y compositora Lucille Bogan (1897-1948), define
así esta categoría: Bogan sang straight-talking blues about drinking
("Sloppy Drunk Blues"), prostitution ("Tricks Ain't Walking No More"),
gambling, lesbianism and other facets of what her generation called 'the
life'.
En el Río de la Plata, el poeta
Carlos de la Púa, autor de La crencha engrasada y coetáneo de
Bogan escribía: Vinieron los hijos. ¡Todos malandrinos! / Vinieron las
hijas. ¡Todas engrupidas! / Ellos son borrachos, chorros, asesinos, / y
ellas, las mujeres, están en la vida.
Sin conexión inmediatamente
visible con aquellos significados, el variopinto espectro de los
ecologismos se apega a una denotación no sé si estrictamente
biologicista o meramente neorousseauniana, que incluye en sus slogans:
actuar en defensa de la vida es preocuparse u ocuparse de la
preservación de la biodiversidad, del agua y otros recursos naturales,
etc.. La cultura (en su sentido más abarcador: desde la metalurgia o la nanoelectrónica a las bellas letras) no son implicadas por esta
concepción de la vida.
Por otro lado, cierto sentido
común verificable —al
menos— en el Río
de la Plata atribuye a la vida un significado vagamente equivalente al
de la existencia. Tal vez se trate de una adaptación
pequeñoburguesa de aquella idea de la vida lumpen de la que daban
testimonio el tango y el blues, o de el lado salvaje de la vida
que cantaba el finado
Lou Reed. O quizás sea una versión vulgarizada o
intuitiva del lema sartreano según el cual la existencia precede a la
esencia. Así, la vida (entendida como la gravitación rotunda y
primordial de la existencia) antecede y subordina a toda construcción de
sentido, es el escenario sobre el cual se erige cualquier teleología.
La vida como escribió Sandino Núñez hace más de veinte años (en el
primer editorial de La República de Platón, si no recuerdo mal)
no obedece al control remoto de la teoría. Cualquier intervención
política o solo discursiva que intente dar cuenta de la vida
desde una sistematización filosófica o ideológica es vista, por quienes
participan en la amplificación de este relato, como un esencialismo
anacrónico, como un melindre sofisticado e inútil, como la pretensión
delirante de geometrizar lo que siempre desborda y fluye. Solo la
vida (entendida como experiencia más o menos indecible, como
densidad metafísica, como serie desconcertante de peripecias) dispensa
los saberes necesarios para la vida.
Cuando todo esto traspasa el
folklore y se filtra en las fundamentaciones políticas, se lo suele
mentar descuidadamente como pragmatismo. Pero no se trata de un envío a
Dewey, ni a William James, ni a Putnam, ni a Austin, ni a Searle, ni a
Pierce (al fin de cuentas estos nombres designan elaboraciones
intelectuales, modelos, simuladores de la vida, que están fuera
de ella). Se trata de una practicidad resignada, de un utilitarismo de
corto alcance. A partir de él se desprenden políticas adaptativas,
despojadas del mínimo componente utópico, cuyo propósito es sobrellevar
de la mejor manera posible las contingencias que ciegamente impone la
vida.
Es curioso: en ciertas
intervenciones más formales o solemnes (por ejemplo, en un largo
discurso reciente en un organismo internacional) el Presidente José
Mujica denuesta, entre irritado y compungido, algunos rasgos de la vida
contemporánea. Mujica convoca a resistir y contravenir el
individualismo, el hedonismo, el hiperconsumismo, males que atribuye a
la imposición del mercado. Sin embargo, a la hora de diseñar e
implementar políticas concretas no deja de favorecer estas conductas. A
veces, además, el gobierno uruguayo exhibe como méritos las estadísticas
que verifican el crecimiento de ciertos consumos suntuarios.