John Cheever nació
el 27 de mayo de 1912 en Quincy, Massachusetts, en una vieja casa
victoriana en la Winthrop Avenue. Su padre, Frederick Cheever,
era un distinguido empresario zapatero, que luego del crack del
29, quedo arruinado y abandonó a su familia. Su madre,
Mary Liley, era una inglesa culta que tras la huída de
su esposo, abrió un negocio de obsequios, una profusión
antinatural de antiguedades según la óptica
de su hijo John, que siempre detestó la estética
retro de la aristocracia en decadencia.
Tuvo un solo hermano, Frederick, siete años mayor, con
quien establecería una relación profunda y conflictiva,
que ha sido un tópico recurrente en la literatura de Cheever:
las dos novelas del ciclo Wapshot, la relación casi siamesa
de Martillo y Clavo en Suburbio, y el fratricidio de Farragut
en Falconer, bastarían como ejemplos. Pero los paradigmas
del tópico se encuentra en los cuentos The Brothers
(1937) y el legendario Goodbye, My Brother (1951).
El amor fraterno -Caín y Abel- como relación peligrosa
es uno de los grandes temas de John Cheever. La relación
con Fred ha dado lugar a todo tipo de suspicacias biográficas:
según el biógrafo Scott Donaldson y su propio hijo
Benjamin, es probable que Fred haya sido el primer amante homosexual
del escritor, durante un viaje que los hermanos realizaron a
Alemania en 1931.
A la edad de diecisiete años John fue expulsado -por fumar,
por mala conducta, por mal rendimiento: las versiones que fue
dando Cheever fueron cambiando con el tiempo e incluso se contradicen-
de la Thayer Academy en Milton, Massachusetts. La expulsión,
fudamentada como iniciática por el propio Cheever, lo llevó
a escribir y publicar su primer cuento, Expelled.
Fue editado en The New Republic el primero de octubre de
1930. La historia fue enviada bajo el seudónimo
de Jon y fue inmediatamente aceptada por el editor
Malcolm Cowley, quien desde ese momento sería uno de los
mejores consejeros editoriales y amigos íntimos de Cheever.
En 1930 se mudó a una suerte de pieza de pensión
en Nueva York y comenzó a rondar oficinas y editoriales
presentando su trabajo. El fotófrafo Walker Evans, otra
de sus grandes amistades, tomó una legendaria foto de
la habitación, que ahora se encuentra en el Museo de Arte
Moderno. Cheever publicó algunos de sus primeros cuentos
en Houl and Horn, Colliers, Story Magazine,
Harpers Bazaar, y The Yale Review, hasta
que, alentado por sus amigos e. e. cummings y John Dos Passos,
comenzó a moverse en uno de los mas importantes círculos
literarios de la ciudad: Edmund Wilson, Hart Crane, Katharine
White, Kenneth Burke.
Un poco más tarde, Cowley, su primer
editor, lo introdujo en el círculo de Mrs. Elizabeth Ames,
directora de Yaddo, una colonia de escritores en Saratoga Springs.
Yaddo era una mansión gótica en donde convivía
una fauna artística inclasificable. Entre los más
correctos o canónicos destacan Katherine Anne Porter,
la novelista Josephine Herbst o James T. Farrell. Durante toda
su vida Cheever donó fondos a la Yaddo Corporation, y
para la época en que murió era su director y vicepresidente.
Fue una vez más Cowley quien le ofreció a Katharine
White, en ese entonces editora de ficción del The New
Yorker, cuatro cuentos de Cheever. Y en 1934, cuanto Cheever
tenía 22 años, su primer cuento apareció
en las páginas de la publicación. A lo largo de
su vida, publicaría 119 cuentos allí.
Cheever se casó con Mary Winternitz, una graduada de la
Sarah Lawrence College e instructora de literatura en el Briarcliff
College, y pasó cuatro años en la Armada durante
la segunda guerra. Más tarde escribió guiones televisivos
y se mudó a Scaraborough, New York, donde vivió
desde 1950 hasta 1955. Viajó con su familia a Italia en
el 56, y en ese mismo año se mudó permanentemente
a Ossining. Los Cheever tuvieron tres hijos: Susan, Benjamin,
y Frederico.
Mientras tanto se sucedían los premios: en 1951 ganó
la beca Guggenheim. Su cuento The Five-forty-eight
ganó el Benjamin Franklin magazine award en 1955, y El
marido rural ganó el O. Henry Award en 1956.
Ese mismo año fue nombrado integrante de la American Academy
of Arts and Letters, uniendose a Saul Bellow, Robert Lowell y
Thornton Wilder.
Cheever ganó el National Book Award por The Wapshot Chronicle
en 1957 y recibió el American Academy of Arts and Letters
Howells Medal en 1965 por The Wapshot Scandal.
Cuando cumplió sesenta sufrió un ataque cardíaco
y paso un largo tiempo de recuperación en la división
para cardíacos del Memorial Hospital de New York. Una
vez recuperado se dedicó a impartir talleres literarios
en la prisión de Sing Sing, en su Ossining natal. En 1975,
dándose cuenta de que estaba perdiendo una severa y crónica
batalla contra el alcohol, se confinó en un centro de
rehabilitación alcohólica. Una vez más,
encontraría paz en el ceremonial litúrgico de la
Iglesia Episcopal. Murió en una tarde del 8 de junio de
1982, víctima de un cáncer.
Bibliografía
Cheever escribió cinco novelas -Crónica de los
Wapshot (1957), El escándalo Wapshot (1964),
Bullet Park (1969), Falconer (1977), Parecía
un paraíso (1982)- y sesenta y un relatos recogidos
en distintos libros. The Stories of John Cheever (1978)
o Cuentos y relatos (Emecé, 1980) es una voluminosa
antología que incluye la totalidad de los libros The
Enormous Radio and Other Stories (1953); The Housebreaker
of Shady Hill and Other Stories (1958); Some People, Places,
and Things That Will Not Appear in My Next Novel (1961);
The Brigadier and The Golf Widow (1964); y The World
of Apples (1973).
De todos modos Cuentos y relatos (ganador
del Pulitzer y el American Book) no es una edición definitiva
de la cuentística de Cheever. En 1988 se anunció
la publicación de The Uncollected Stories of John Cheever
(1930-1981), donde aparecerían sesenta y ocho narraciones,
entre las que se contaría su pirmer cuento Expelled
y su primera e inconseguible colección de cuentos, The
Way Some People Live: A Book of Short Stories (1943).
La obra de Cheever volcada al español es: Suburbio
(en inglés Bullet Park, Emecé, 1979); Falconer
(Emecé 1977); Parecía un paraíso
(Emecé, 1983); Crónica de los Wapshot (Alfaguara,
1985); El escándalo Wapshot (Pomaire, 1964); Cuentos
y relatos (Emecé, 1980); y sus Diarios (en
inglés The Journals of John Cheever, Emecé,
1993). No hay todavía versiones en español de sus
volúmenes de entrevistas y cartas.
Textos de Cheever
Cuando la autodestrucción entra
en el corazón, al principio parece apenas un grano de
arena. Es como una jaqueca, una indigestión leve, un dedo
infectado; pero pierdes el de las 8:20 y llegas tarde para solicitar
un aumento del crédito. El viejo amigo con quien vas a
comer de repente agota tu paciencia y para mostrarte amable te
tomas tres copas, pero el día ya ha perdido forma, sentido
y significado. Para recuperar cierta intencionalidad y belleza
bebes demasiado en las reuniones, te propasas con la mujer de
otro y acabas por cometer una tontería obscena y a la
mañana siguiente desearías estar muerto. Pero cuando
tratas de repasar el camino que te ha conducido a este abismo,
sólo encuentras el grano de arena.
de sus Diarios (Emecé, 1996)
He vuelto con sentimientos encontrados.
Bajo este techo he conocido mucha felicidad y mucha desdicha.
La casa es encantadora, el olmo espléndido, hay agua donde
termina el jardín, y sin embargo quisiera ir a otra parte;
quisiera irme de aquí. Tal vez se deba a mi esencial falta
de responsabilidad; a no estar dispuesto a acarrear la carga
legítima del padre de familia, o jefe de la casa. No importa
cómo lo mire, me parece mezquino, de un provincianismo
obstuso. Es en parte el provincianismo en el ambiente lo que
hace que quiera mandarlo todo a hacer puñetas. Anhelo
una comunidad más rica, como todo el mundo. He despertado
al amanecer. He paseado por el jardín vestido con el traje
de cumpleaños. Disfruté del cielo pálido
y del olmo monumental, pero sin dejar de pensar; es mejor en
las montañas, en cualquier otra parte. He pasado demasiado
tiempo aquí.
de sus Diarios (Emecé, 1996)
Esta mañana a misa. Creo que voy
a confirmarme. Mi idea, esta mañana, es que hay amor en
nuestra concepción; que no nos amasó una pareja
en celo en un hotel de segunda. Puedo reprocharme el ser neurótico
y disimular mis deficiencias litúrgicas, pero eso no me
llevará a ninguna parte.
de sus Diarios (Emecé, 1996)
Sentado en las piedras frente a la casa,
mientras bebo whisky escocés y leo a Esquilo, pienso en
nuestras aptitudes. Cómo recompensamos nuestros apetitos,
conservamos la piel limpia y tibia y satisfacemos anhelos y lujurias.
No aspiro a nada mejor que estos árboles oscuros y esta
luz dorada. Leo griego y pienso que el publicista que vive en
frente tal vez haga lo mismo; que cuando la guerra nos da un
respiro, hasta la mente del agente publicitario se inclina por
las cosas buenas. Mary está arriba y dentro de poco iré
a imponer mi voluntad. Ésa es la punzante emoción
de nuestra mortalidad, el vínculo entre las piedras mojadas
por la lluvia y el vello que crece en nuestros cuerpos. Pero
mientras nos besamos y susurramos, el niño se sube a un
taburete y engulle no sé qué arseniato sódico
azucarado para matar hormigas. No hay una verdadera conexión
entre el amor y el veneno, pero parecen puntos en el mismo mapa.
de sus Diarios (Emecé, 1996)
Lo que llamamos pena o dolor suele ser
nuestra incapacidad para entablar una relación viable
con el mundo; con este paraíso casi perdido. A veces comprendemos
las razones, a veces no. A veces, al despertar, descubrimos que
la lente de aumento que magnifica la excelencia del mundo y sus
habitantes está rota. Eso es lo que sucedió el
sábado. Planté unos bulbos y antes de almorzar
me tomé un par de ginebras. Pero nervioso. Luego a jugar
fútbol, lo que me parece un paso en la dirección
indicada; un medio de relacionarnos con el cielo azul, los árboles,
el color del río y unos con otros. Una cena aburrida con
amigos y vecinos. A misa temprano. Un día ininterrumpido
y espléndido. Los S. A tomar una copa. Les di a leer The
Country Husband. Puedo intuir por dónde flaquearían
durante una crisis social, por lo que el relato puede causarles
rechazo. Pese a todo, los quiero mucho. Más tarde llevé
a la perra a pasear por un jardín desolado. Sobre las
piedras, bajo la arboleda, vi un cardenal muerto. Unos crisantemos
enanos entre las piedras y el pájaro color sangre. El
mármol poroso de los adornos sigue empapado con el agua
de la lluvia de la semana pasada. Eché una mirada en el
invernadero. Las higueras están cargadas de fruta, pero
algunas hojas están marchitas. Como el pájaro muerto
de colores brillantes -un pájaro que siempre asocio con
el amor y la alegría-, me pareció un vago portento
-que tontería-, pero parte de la fría claridad,
la belleza de la tarde. Sólo que todo, las luces encendidas
en la casa grande, el oro cincelado de los árboles, parece
afirmar nuestra buena salud. Es hermoso, pienso, pero tal vez
mi buen ánimo dependa del jardín de un rico. En
el mundo -en sus calles y rostros- hay una fealdad inevitable;
¿el texto sería el mismo si contemplara una casa
desdichada? Creo que sí.
de sus Diarios (Emecé, 1996)
* Publicado
originalmente en Insomnia, número 55
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