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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ECO, UMBERTO - LYOTARD, FRANÇOIS - FIN DE LA HISTORIA - MARTINI, CARLO MARIA

Martini no pregunta, Eco no responde*

María José Santacreu
En resumen, no hay explicación que pueda darse en términos humanos o para usar el título que Liberal dio a la respuesta del Obispo “la Iglesia no satisface expectativas, celebra misterios”

Para su primer número -marzo de 1995-, la revista italiana Liberal ideó un singular debate: propuso a Umberto Eco y al Obispo de Milán, Carlo María Martini que, mediante un diálogo epistolar, intentaran hallar un terreno de discusión común entre laicos y católicos. Fue así que, con una frecuencia trimestral, Eco y Martini intercambiaron ocho cartas que hallaron dicho terreno en la discusión de la ética en el fin del milenio. El interés despertado en los lectores y la prensa hicieron aconsejable ampliar el debate a otros interlocutores. Es así que en el número 12 de la revista se le da la palabra a dos filósofos (Emanuele Severino y Manlio Sgalambro), a dos periodistas (Eugenio Scalfari e Indro Montanelli) y dos políticos (Vittorio Foa y Claudio Martelli)

Hoy día quedan pocos temas sobre los que todavía parece válido filosofar. Puesto en el brete de plantear un terreno de discusión común entre laicos y católicos nada menos que al Obispo Martini, Eco elige el terreno de la ética, porque según sus palabras, “es de esos problemas de los que debería ocuparse cualquier clase de diálogo que pretenda hallar algunos puntos comunes entre el mundo católico y el laico”.

Para tal fin lo que hace Eco en esta primera epístola es poner en escena la ya antigua discusión del fin de la historia. Pero no es cualquier puesta en escena, pues la va a plantear de la siguiente manera: nos acercamos al fin del milenio; la cercanía de esa fecha nos lleva a evocar el Apocalipsis; estamos viviendo desastres naturales que bien podrían identificarse con los terrores del final de los tiempos; vivimos estos terrores con el espíritu “bebamos, comamos, mañana moriremos” al celebrar el crepúsculo de las ideologías y de la solidaridad en el torbellino de un consumismo irresponsable, ergo, el fin de la historia es un milenarismo desesperado.

Eco nos recuerda que fue el cristianismo el que inventó la historia y que sólo si se cuenta con un sentido de la dirección de la misma “se pueden amar las realidades terrenas y creer -con caridad- que exista todavía lugar para la Esperanza”. La pregunta que se hace Eco -y que le hace a Martini- es si existe una noción de esperanza que sea común a creyentes y no creyentes y en qué se basa la misma. La respuesta del Obispo parece innecesario citarla.

¿En que creen los que no creen?(*) parece ser en el fondo una amigable charla, en la que -en clave “¡miren lo que se nos acaba de ocurrir!”- se revisitan las discusiones ya clásicas entre los filósofos de la posmodernidad y quienes siguen el camino iniciado por Habermas. Es así que en el primer par de epístolas se pone en cuestión el fin de la historia quizás porque ni para Eco ni para Martini parece ser posible que la humanidad sea capaz de existir en un mundo en el que la creencia en una historia unitaria y dirigida hacia un fin sea abolida. Y como las cuestiones del fin de la historia y el fin de la ética se dan la mano, luego de un par de epístolas en las que se tratan -o parecen tratarse- otros temas, finalmente quedará bien claro qué y quienes son los que debaten: Eco y Martini por un lado, y Emanuele Severino por el otro.

Digresiones (in)necesarias

Quizás en su afán de que el “debate” fuera tal, en la segunda carta Eco decide poner en el tapete el tema del aborto. O eso parece, porque en realidad la pregunta se limita a interrogar al Obispo sobre como establecer el momento en que hay que considerar que hay vida. Si hubiera algo de malicia en la pregunta, es solo la que puede caber en la cita a Santo Tomás, sugiriendo que, siguiendo al Aquinate, no sería delito matar a un niño ya que al nacer éste carece de lenguaje y pensamiento articulado, únicos accidentes externos de los cuales se puede inferir la presencia de la racionalidad.

El Obispo responde sin problemas y ya el asunto parece resultar medio cansador para Eco, quien comienza la tercera epístola con la queja de ser siempre él quien tiene que preguntar y sugiriendo que quizás la redacción de la revista “se haya dejado llevar por ese banal cliché según el cual los filósofos están especializados en formular preguntas cuyas respuestas desconocen, mientras que un pastor de almas es por definición aquel que siempre tiene la respuesta adecuada”. Sin embargo se asegura de dejar en claro que las respuestas de Martini demuestran lo “problemática y sufrida que puede llegar a ser la reflexión de un pastor de almas”.

Habiendo manifestado su descontento, queda pues el intríngulis: “No he conseguido encontrar todavía en la doctrina ninguna razón persuasiva por la que las mujeres deban ser excluidas del sacerdocio”. Es en ésta epístola que Eco -a pesar del sumo respeto que exudan sus cartas- se empieza a parecer al “semiólogo de lo cotidiano” que sabe cautivar narrando, sobre todo porque el respeto explícito lleva implícita cierta ironía que hace a esta epístola más disfrutable que las anteriores. Pero el discurso de Martini -que es el de la Iglesia- es básicamente autorreferencial y esta pequeña dosis de ironía no es suficiente para provocar ni un atisbo de fisura.

Podemos disfrutar quizá que el Obispo se disculpe de que sea el Profesor quien deba siempre preguntar aduciendo que no cree que se deba a cuestiones ideológicas sino más bien a que el tuvo unos compromisos en el extranjero y quizás a los de la revista les fue mas fácil encontrar a Eco en casa, o que también se disculpe de no entrar en “consideraciones demasiado sutiles” porque no quiere quedarse sin lectores, preguntándose si, quienes no conocen a Santo Tomás, habrán sido capaces de seguir las tribulaciones de Eco; pero de debate, poco y nada.

La respuesta del Obispo a la inquietud planteada es la previsible: aunque ninguna de las razones dadas en el pasado por la Iglesia parece sostenerse hoy, nos hallamos ante “el deseo de la Iglesia de no ser infiel a los actos salvíficos que la han generado y que no se derivan de pensamientos humanos sino de la propia actuación de Dios”. En resumen, no hay explicación que pueda darse en términos humanos o para usar el título que Liberal dio a la respuesta del Obispo “la Iglesia no satisface expectativas, celebra misterios”.

De vuelta al asunto

Sensible frente a las quejas de su interlocutor, Martini pregunta. Y se vuelve al “tema central” en debate, ya que la pregunta del Obispo es: ¿como se puede llegar a decir, prescindiendo de la referencia a un Absoluto, que ciertas acciones no se pueden hacer de ningún modo, bajo ningún concepto, y que otras deben hacerse, cueste lo que cueste?

La la respuesta, si la hubiese dado Lyotard hubiese sido: “No se puede, ya que la pretensión de hallar reglas universales puede ser una causa buena, pero los argumentos no lo son”. Pero no es Lyotard sino Eco el que responde, y éste último puede hallar todavía esos universales, es más, ni siquiera se plantea duda alguna de que criterios universales de verdad, justicia, preferibilidad racional y discernimiento ético existan. Eco parece entonces alinearse a la postura habermasiana frente a la capitulación del pensamiento posmoderno ante un universalismo ético.

Pero aún va a ir más allá que reconocer la posibilidad de tales universales éticos. La pregunta del Obispo no cuestionaba de ninguna manera la existencia de los mismos, sino que, si bien entendía que un católico los hallara en su credo no encontraba la fuente de los mismos para un laico. Y puesto a responder Eco le pregunta al Obispo, en admirable armonía “¿por qué sustraer al laico el derecho de servirse del ejemplo de Cristo que perdona?”. Cierre adecuado para un debate que no ha tenido lugar.
Finalizado ese civilizado pero algo inocuo diálogo, en el coro de invitados a “ampliar el debate” una vocecita se alza: es el filósofo Emanuele Severino, quien alarmado frente a todos los supuestos que dan por evidentes tanto Eco como Martini, toma la palabra para mostrar la simetría entre los dos discursos, que presentan como evidente un contenido que no lo es, haciendo pasar conjeturas como verdades absolutas.

Es entonces cuando se plantean las preguntas a debatir, donde se analiza el discurso del otro. Lástima que nadie conteste.


(*) ¿EN QUE CREEN LOS QUE NO CREEN? UN DIÁLOGO SOBRE LA ÉTICA EN EL FIN DEL MILENIO - Umberto Eco, Carlo Maria Martini - Editorial Planeta - Bs. As., 1998 - 166 págs - Distribuye Planeta
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