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ECO, UMBERTO - LYOTARD, FRANÇOIS - FIN
DE LA HISTORIA - MARTINI, CARLO MARIA
Martini
no pregunta, Eco no responde*
María
José Santacreu |
En resumen, no hay explicación que pueda
darse en términos humanos o para usar el título
que Liberal dio a la respuesta del Obispo la Iglesia
no satisface expectativas, celebra misterios |
Para su primer número
-marzo de 1995-, la revista italiana Liberal ideó
un singular debate: propuso a Umberto Eco y al Obispo de Milán,
Carlo María Martini que, mediante un diálogo epistolar,
intentaran hallar un terreno de discusión común
entre laicos y católicos. Fue así que, con una
frecuencia trimestral, Eco y Martini intercambiaron ocho cartas
que hallaron dicho terreno en la discusión de la ética
en el fin del milenio. El interés despertado en los lectores
y la prensa hicieron aconsejable ampliar el debate a otros interlocutores.
Es así que en el número 12 de la revista se le
da la palabra a dos filósofos (Emanuele Severino y Manlio
Sgalambro), a dos periodistas (Eugenio Scalfari e Indro Montanelli)
y dos políticos (Vittorio Foa y Claudio Martelli)
Hoy día quedan pocos temas sobre los que todavía
parece válido filosofar. Puesto en el brete de plantear
un terreno de discusión común entre laicos y católicos
nada menos que al Obispo Martini, Eco elige el terreno de la
ética, porque según sus palabras, es de esos
problemas de los que debería ocuparse cualquier clase
de diálogo que pretenda hallar algunos puntos comunes
entre el mundo católico y el laico.
Para tal fin lo que hace Eco en esta primera epístola
es poner en escena la ya antigua discusión del fin de
la historia. Pero no es cualquier puesta en escena, pues la va
a plantear de la siguiente manera: nos acercamos al fin del milenio;
la cercanía de esa fecha nos lleva a evocar el Apocalipsis;
estamos viviendo desastres naturales que bien podrían
identificarse con los terrores del final de los tiempos; vivimos
estos terrores con el espíritu bebamos, comamos,
mañana moriremos al celebrar el crepúsculo
de las ideologías y de la solidaridad en el torbellino
de un consumismo irresponsable, ergo, el fin de la historia es
un milenarismo desesperado.
Eco nos recuerda que fue el cristianismo el que inventó
la historia y que sólo si se cuenta con un sentido de
la dirección de la misma se pueden amar las realidades
terrenas y creer -con caridad- que exista todavía lugar
para la Esperanza. La pregunta que se hace Eco -y que le
hace a Martini- es si existe una noción de esperanza que
sea común a creyentes y no creyentes y en qué se
basa la misma. La respuesta del Obispo parece innecesario citarla.
¿En que creen los que no creen?(*) parece ser en
el fondo una amigable charla, en la que -en clave ¡miren
lo que se nos acaba de ocurrir!- se revisitan las discusiones
ya clásicas entre los filósofos de la posmodernidad
y quienes siguen el camino iniciado por Habermas. Es así
que en el primer par de epístolas se pone en cuestión
el fin de la historia quizás porque ni para Eco ni para
Martini parece ser posible que la humanidad sea capaz de existir
en un mundo en el que la creencia en una historia unitaria y
dirigida hacia un fin sea abolida. Y como las cuestiones del
fin de la historia y el fin de la ética se dan la mano,
luego de un par de epístolas en las que se tratan -o parecen
tratarse- otros temas, finalmente quedará bien claro qué
y quienes son los que debaten: Eco y Martini por un lado, y Emanuele
Severino por el otro.
Digresiones (in)necesarias
Quizás en su afán de que el debate
fuera tal, en la segunda carta Eco decide poner en el tapete
el tema del aborto. O eso parece, porque en realidad la pregunta
se limita a interrogar al Obispo sobre como establecer el momento
en que hay que considerar que hay vida. Si hubiera algo de malicia
en la pregunta, es solo la que puede caber en la cita a Santo
Tomás, sugiriendo que, siguiendo al Aquinate, no sería
delito matar a un niño ya que al nacer éste carece
de lenguaje y pensamiento articulado, únicos accidentes
externos de los cuales se puede inferir la presencia de la racionalidad.
El Obispo responde sin problemas y ya el asunto parece resultar
medio cansador para Eco, quien comienza la tercera epístola
con la queja de ser siempre él quien tiene que preguntar
y sugiriendo que quizás la redacción de la revista
se haya dejado llevar por ese banal cliché según
el cual los filósofos están especializados en formular
preguntas cuyas respuestas desconocen, mientras que un pastor
de almas es por definición aquel que siempre tiene la
respuesta adecuada. Sin embargo se asegura de dejar en
claro que las respuestas de Martini demuestran lo problemática
y sufrida que puede llegar a ser la reflexión de un pastor
de almas.
Habiendo manifestado su descontento, queda pues el intríngulis:
No he conseguido encontrar todavía en la doctrina
ninguna razón persuasiva por la que las mujeres deban
ser excluidas del sacerdocio. Es en ésta epístola
que Eco -a pesar del sumo respeto que exudan sus cartas- se empieza
a parecer al semiólogo de lo cotidiano que
sabe cautivar narrando, sobre todo porque el respeto explícito
lleva implícita cierta ironía que hace a esta epístola
más disfrutable que las anteriores. Pero el discurso de
Martini -que es el de la Iglesia- es básicamente autorreferencial
y esta pequeña dosis de ironía no es suficiente
para provocar ni un atisbo de fisura.
Podemos disfrutar quizá que el Obispo se disculpe de que
sea el Profesor quien deba siempre preguntar aduciendo que no
cree que se deba a cuestiones ideológicas sino más
bien a que el tuvo unos compromisos en el extranjero y quizás
a los de la revista les fue mas fácil encontrar a Eco
en casa, o que también se disculpe de no entrar en consideraciones
demasiado sutiles porque no quiere quedarse sin lectores,
preguntándose si, quienes no conocen a Santo Tomás,
habrán sido capaces de seguir las tribulaciones de Eco;
pero de debate, poco y nada.
La respuesta del Obispo a la inquietud planteada es la previsible:
aunque ninguna de las razones dadas en el pasado por la Iglesia
parece sostenerse hoy, nos hallamos ante el deseo de la
Iglesia de no ser infiel a los actos salvíficos que la
han generado y que no se derivan de pensamientos humanos sino
de la propia actuación de Dios. En resumen, no hay
explicación que pueda darse en términos humanos
o para usar el título que Liberal dio a la respuesta
del Obispo la Iglesia no satisface expectativas, celebra
misterios.
De vuelta al asunto
Sensible frente a las quejas de su interlocutor, Martini pregunta.
Y se vuelve al tema central en debate, ya que la
pregunta del Obispo es: ¿como se puede llegar a decir,
prescindiendo de la referencia a un Absoluto, que ciertas acciones
no se pueden hacer de ningún modo, bajo ningún
concepto, y que otras deben hacerse, cueste lo que cueste?
La la respuesta, si la hubiese dado Lyotard hubiese sido: No
se puede, ya que la pretensión de hallar reglas universales
puede ser una causa buena, pero los argumentos no lo son.
Pero no es Lyotard sino Eco el que responde, y éste último
puede hallar todavía esos universales, es más,
ni siquiera se plantea duda alguna de que criterios universales
de verdad, justicia, preferibilidad racional y discernimiento
ético existan. Eco parece entonces alinearse a la postura
habermasiana frente a la capitulación del pensamiento
posmoderno ante un universalismo ético.
Pero aún va a ir más allá que reconocer
la posibilidad de tales universales éticos. La pregunta
del Obispo no cuestionaba de ninguna manera la existencia de
los mismos, sino que, si bien entendía que un católico
los hallara en su credo no encontraba la fuente de los mismos
para un laico. Y puesto a responder Eco le pregunta al Obispo,
en admirable armonía ¿por qué sustraer
al laico el derecho de servirse del ejemplo de Cristo que perdona?.
Cierre adecuado para un debate que no ha tenido lugar.
Finalizado ese civilizado pero algo inocuo diálogo, en
el coro de invitados a ampliar el debate una vocecita
se alza: es el filósofo Emanuele Severino, quien alarmado
frente a todos los supuestos que dan por evidentes tanto Eco
como Martini, toma la palabra para mostrar la simetría
entre los dos discursos, que presentan como evidente un contenido
que no lo es, haciendo pasar conjeturas como verdades absolutas.
Es entonces cuando se plantean las preguntas a debatir, donde
se analiza el discurso del otro. Lástima que nadie conteste.
(*) ¿EN QUE CREEN
LOS QUE NO CREEN? UN DIÁLOGO SOBRE LA ÉTICA EN
EL FIN DEL MILENIO - Umberto Eco, Carlo Maria Martini - Editorial
Planeta - Bs. As., 1998 - 166 págs - Distribuye Planeta |
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