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QUEJAS - CAMBALACHE -
Llanto
general*
Carlos
Rehermann
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Lo interesante de las quejas es que son directamente
proporcionales al bienestar del quejoso. En Somalia los ojos
serenos de los niños condenados a morir de hambre no son
capaces de quejarse. En Bélgica, los abdómenes
hipertrofiados emiten quejas porque no se les permite aumentar
las emisiones de clorofluorocarbonos; van a tener que usar equipos
de aire acondicionado más caros en sus automóviles |
Nadie habrá
dejado de observar que nos encontramos en una situación
desesperada. Donde quiera uno mirar, encuentra alguien que se
queja. No ha de creerse que esto es precisamente eso, sino todo
lo contrario. En el fondo, y puestos a pensar sinceramente en
el asunto, tanto si fuera una queja como si no, se trata de lo
mismo: si no me quejo de las quejas, apruebo las quejas, y si
me quejo, ya me quejé: no hay salida.
Lo interesante de las quejas es que son directamente proporcionales
al bienestar del quejoso. En Somalia los ojos serenos de los niños
condenados a morir de hambre no son capaces de quejarse. En
Bélgica, los abdómenes hipertrofiados de los protestones
emiten quejas porque no se les permite aumentar las emisiones de
clorofluorocarbonos, motivo por el cual van a tener que usar equipos
de aire acondicionado más caros en sus automóviles.
La queja se oficializa con el progreso: oficinas donde los consumidores
pueden presentar sus demandas, formularios especialmente diseñados
para la queja, hasta cargos de defensores del pueblo, especies
de procesadores aceitados de quejas que no hacen más que
poner de manifiesto que con el avance de la civilización
la justicia no alcanza y se hace necesario establecer nuevas
quejedurías. El tono general de esta columna ha sido generalmente
quejumbroso, carácter del que no escapa casi ningún
crítico de cualquier área de la cultura. Es cierto
que últimamente se escucha cierto beneplácito por
la abundancia de actividades culturales que hay en nuestro país,
etcétera.
Sin embargo, se trata de un subterfugio, un engorde para carnear
con más beneficio: no ha de tardar el momento en que comiencen
a arreciar las quejas, entonces con una inercia aumentada por
el desnivel producido por el exceso de elogios. El editorial
de un periódico publicó recientemente una queja
cultural, presumiblemente escrita por un quejica profesional,
donde se lamentaba la falta de gerentes de cultura en nuestro
país, dispuestos a sustituir a los veteranos que ahora
ocupan esos puestos: indicio cierto de una próxima arremetida
de quejas.
Por otra parte, ya lo dijo San Cipriano, hace poco más de
mil seiscientos años: el mundo va de mal en peor, y el fin
de los tiempos se aproximaría. O aquel faraón de la
XVII dinastía, cuyo nombre lamento no recordar, que se quejaba
de la inconstancia de la juventud
perdida, sin futuro ni esperanzas. Como puede verse, hasta podemos
quejarnos de la larga tradición de quejas de la humanidad.
Pero sinceramente, ¿alguien discrepa con Discépolo?
Cambalache debería ser himno internacional de la
humanidad, tal es su capacidad de aunar la autoironía
de la queja con la denuncia ilevantable del desastre planetario.
Lo increíble de esta humanidad irrepetible es la capacidad
de ir de mal en peor durante milenios, de producir generaciones
de jóvenes sin esperanzas, de seguir quejándose
y no hacer nada, y quejarse de que las quejas no producen efectos
y de todas maneras sobrevivir y seguir inventando formas de estropear
las cosas y nuevos métodos de queja y lamentación.
Así, pues, no pueden caber las dudas: la queja es parte
esencial del ser humano, está entretejida en su esencia,
y lamentablemente no vamos a poder encontrar el gen responsable
de su existencia. Una lástima.
* Publicado
originalmente en Insomnia |
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