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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



LACTOBACILOS -

 
El sermón de los lactobacilos*

Ramiro Sanchiz

 

La omnipresente y elemental concepción mercantil del consumidor como un cuerpo siempre requerido por necesidades impostergables deviene en mensajes que buscan producir un estado de perpetua e infantil insatisfacción, inquietud y angustia. Para evadir este estado hay que ir del displacer al placer, de pesar 70 kilos a pesar 54, de tener un Fiat a ser dueño de un BMW.

Todo comienza con una pregunta. Sobre la placa violeta de fondo aparece la figura de un globo. Dentro del globo, la pregunta: “¿Crees que sentirte hinchada es normal?”. La placa es sustituida por una escena trivial, de tan cotidiana: una mujer en la caja de un supermercado. Este episodio común tiene, no obstante, algo de excepcional, pues la mujer que está a punto de pagar por sus artículos es una famosa, se trata de Georgina Barbarrosa actriz y conductora argentina de modesto destaque. El hecho de tratarse de alguien de cierta notoriedad (aunque el término “popularidad” sea más exacto), parece habilitar la charla de la cajera, que entabla rápidamente un diálogo “de tú a tú” con Georgina.

-Georgina, tomás Activia –dice la cajera, que acaba de pasar un pack de cuatro yogures por el lector de códigos.

-Sí, porque me ayuda –dice Georgina, llevándose una mano al abdomen para indicar en qué parte recibe la ayuda.

-Ah, porque yo me paso horas acá sentada. Es normal que me sienta hinchada.

-Es normal, es normal… ¡No! Lo normal es sentirse bien. No tenemos que conformarnos. Probá Activia –Georgina reafirma sus palabras tomando el pack para ponerlo ante el rostro de la cajera.

Hasta ahí, la escena, que es sucedida por una animación en la que aparece un aparato digestivo simplificado: el estómago es representado por una esfera brillante, un pequeño sol (en el que se adivina el logo del yogur) conectado a las regiones inferiores (fuera de cuadro) por un tubo ondulado que representa el tracto intestinal, por donde descienden, en prolija hilera, pequeñas pelotas luminosas y elementales: la caca. La silueta femenina gira hasta ubicarse de perfil y las pelotas luminosas forman una flecha descendente que desaparece tras un instante. Entonces, la silueta se desinflama hasta quedar delgada, estilizada, modélica, perfecta. Mientras esto ocurre, la voz de una locutora dice: “Activia ayuda a mejorar el bienestar digestivo reduciendo la sensación de hinchazón”.

Luego de la pseudo-didáctica placa, la acción vuelve a Georgina, ya no en el supermercado, sino en la luminosa sala de estar de una casa blanca y violeta. “Activia te ayuda a liberarte”, dice a modo de corolario, sonríe y suelta un globo (violeta, claro está) que sube hasta el techo, fuera del cuadro. Georgina lo ve subir y mira la cámara.

Todo eso ocurre en veinte segundos de vértigo que no dan tiempo a nada más que la contemplación. Así es “la tanda”, un muestrario eficaz y eficiente de partículas comunicativas mínimas, partículas que luchan unas con otras para conseguir una porción de la volátil atención del consumidor/televidente. Sin embargo, esa aparente lucha es en verdad una alianza, una coalición, pues la acumulación de spots de los más diversos productos (incluso de productos que compiten entre sí) configura una gramática adecuada a su finalidad mercantil, una gramática que se desarrolla por acumulación y redundancia. De este modo, productos tan disímiles como un yogur, una crema hidratante y un par de championes para correr pueden hermanarse en el sentido directo de sus arengas: “Lo natural es estar bien”, “No te conformes”, “Porque tú lo vales”, “Sólo hazlo” y “Nada es imposible” son leves variantes de una sola ideología que finge no serlo, porque se ha declarado con pompa y sin exequias, el fin de toda ideología. Si se acepta esta supuesta verdad, la de que vivimos el tiempo sin tiempo de la muerte ideológica, emprender el análisis de algo tan pedestre como un comercial de yogures que te ayudan a “ir de vientre” puede parecer un ejercicio digno de seres poseídos por manías persecutorias y conspirativas.

Aquí conviene aclarar un punto: decir que un spot publicitario de veinte segundos es portador de una ideología no equivale a decir que sus hacedores tuvieran intención ideológica alguna (más allá del prosaico fin de la rentabilidad); quiero decir que no nos  habilita a pensar en los empresarios, licenciados en marketing y publicistas como en confabuladores que utilizan veinte segundos de una tanda para deslizar de forma subliminal, sus mensajes de control y dominación, pues, de hecho, lo monstruoso de los artefactos en apariencia extra-ideológicos es que no necesariamente responden a un ideólogo consciente (y, por otra parte, no lo necesitan). Son atentados anónimos que juegan con la idea de su pretendida levedad.

Quizá funcione, a modo de ejemplo, una idea proveniente del campo de la lingüística. Noam Chomsky desarrolla, en su teoría del generativismo, lo que él llama Dispositivo de Adquisición de Lenguaje (DAL) para hablar de la capacidad humana para adquirir estructuras gramaticales, una capacidad innata que excede la teoría del aprendizaje por uso y repetición. El DAL sirve para explicar por qué un niño puede utilizar formas regulares que no existen en la lengua y que, por lo tanto, no puede haber escuchado de los adultos: “El avión vola” por “El avión vuela” o “Yo no cabo” por “Yo no quepo”. El DAL funciona de modo inconsciente: el niño sabe más de lo que sabe que sabe. Pienso ahora en un dispositivo hipotético de índole análoga al DAL, que bien podríamos llamar Dispositivo de Adquisición de Ideología. ¿Qué tipo de ideología podrá ser adquirida por medio de este dispositivo inconsciente? Quizá, la que pretende no ser ideología alguna y que en calidad de mercancía inocua es reproducida y propagada por sujetos que ignoran el significado final de los mensajes que emiten, un significado que, por otro lado, viene a acoplarse a la perfección a una superestructura horizontal formada por infinidad de mensajes trasmitidos en infinidad de canales. Nunca la expresión “propagación viral” fue más adecuada.

La mención al virus nos devuelve a la cuestión biológica planteada por el spot de Activia. Cuando la cajera dice que, dado el tiempo que pasa sentada tras la registradora, es normal que se sienta hinchada, Georgina la amonesta. Es una amonestación burlona pero firme. “Es normal, es normal…”, “¡No!, dice. Georgina sabe algo que la cajera no sabe y ese conocimiento la sitúa en una posición desde la que se puede ejercer la docencia. Es desde su situación de bienestar que exhorta a la cajera a emanciparse del malestar, pues “Lo normal es sentirse bien”. A partir de esta premisa, la mecánica del spot se articula fácilmente. Si lo normal es sentirse bien, no hay que aceptar el dolor como algo natural, no hay que conformarse, hay que ser proactivo y buscar una solución que permita el pasaje de la actual situación de malestar a la placidez. En este caso, la llave de ese reino es un yogur. Se niega aquí la normalidad del malestar. Una vez que el dolor ha sido desnaturalizado (es un síntoma sin causa, basta con comprobar que existe), adquiere el carácter de una anomalía que debe ser rápidamente combatida. El hedonismo no requiere reflexión, requiere praxis, medidas expeditivas de efectos inmediatos, aquí, ahora, ya. No importan los procesos mediantes los cuales Activia hace que la caca baje, importa que baje.

La omnipresente y elemental concepción mercantil del consumidor como un cuerpo siempre requerido por necesidades impostergables deviene en mensajes que buscan producir un estado de perpetua e infantil insatisfacción, inquietud y angustia. Para evadir este estado, hay que mantenerse en movimiento, “hacer el gasto”. Ir del displacer al placer, de lo incómodo a lo confortable, de lo repudiable a lo deseable, de pesar 70 kilos a pesar 54, de tener un Fiat a ser dueño de un BMW. “No tenemos que conformarnos”, dice Georgina. Vos, yo, nadie. El inconformismo, así planteado, no es más que una respuesta refleja a un estímulo básico y no implica ninguna clase de análisis, pues se sustenta en la idea falaz que pretende volver evidente que el dolor es anormal y, por lo tanto, abominable, cuando en realidad el dolor físico no es otra cosa que una llamada de alerta sobre el estado de nuestras funciones biológicas y difícilmente haya algo más natural y cotidiano que él. Si pensamos en el sufrimiento psíquico en estos términos, comprenderemos que la misma mecánica es la que lleva a atacar la ansiedad con rivotril, el “síndrome de déficit atencional” con retalina y la depresión con prozac. Las soluciones propuestas siempre son externas y, en su carácter de panaceas, suelen bloquear la posibilidad de realizar verdaderos procesos de desarticulación de los motivos del sufrimiento pues éste se ha desvanecido, igual que un globo lleno de helio que sube, ya para siempre lejos de nuestra vista y de nuestra conciencia.

* Publicado originalmente en http://particulasrasantes.blogspot.com/2012/02/sobre-las-murgas-y-la-cultura.html


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