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DIVERSIÓN -
 

Diccionario para los nuevos tiempos (XI)*

Sandino Núñez
 

DIVERSIÓN El tiempo libre es una de las principales industrias del posmocapitalismo urbano, y ahí es que la diversión alcanza la fuerza de un imperativo y llega a tocar al propio trabajo. El asunto ahora es que ya no solamente tengo derecho a divertirme sino que tengo la obligación de divertirme o de ser divertido.

DIVERSIÓN. Los filólogos saben que diversum es supino de divertere que quiere decir alejar. Este 'alejamiento' se ha convertido en un valor superior de la cultura de masas y del advertising. Lo divertido, formas agradables de pasar el tiempo libre, se opone, ciertamente, a lo aburrido, a la monotonía, al fastidio, al romántico o baudeleriano spleen, al tedium vitae. Unos marcadores o unos lápices a fibra corren una carrera vertiginosa por una pista tipo Meteoro o montaña rusa: son divertidos, contrapeso de su función monótona o burocrática de escribir, sacar apuntes, subrayar, etcétera. Un ama de casa baila una coreografía que incluye una pistola que lanza chorros antigrasa, de los que salen florcitas y mariposas: al cabo de unos instantes, toda la familia de boludos la acompaña en la coreografía con la consigna de "evita el restregado fastidioso". Unas hamburguesas con las orejas de Mickey Mouse son divertidas. Unas mannequins jovencísimas se prueban ropa pero antes que nada, se divierten: se ponen puntaje entre ellas—, se ríen como para ser fotografiadas para el álbum de Facebook, otras hacen piruetas con unas bengalas o soplan tierra de colores, ponen trompita o saltan y bailotean inmotivadamente. Lo obvio y lo obtuso: no importa que las hamburguesas sean comestibles, que el limpiador quite efectivamente la grasa, que la ropa les quede bien, que los marcadores escriban: importa que sean divertidos o cool, que nos metan en ese mundo mágico de Charlie y la fábrica de chocolate.

Otros cortos publicitarios mostraban el proceso de producción de una gaseosa y de una cerveza: en uno, dentro de una máquina dispensadora de refrescos había enanitos o duendes tipo Oompa Loompa que hacían pequeñas diabluras o magias divertidas con maná y hielo y maquinitas voladoras para que de ese divertido carnaval posfordista surgiera la helada botella de refresco; en el otro había unas azafatas sensuales que bailaban y hacían percusión con baldes y tanques, y con ademanes de sacerdotisas paganas daban la vida, la densidad, el color y la temperatura ideal a la cerveza. El trabajo, el producto y el consumo están hermanados por la atmósfera mágica de lo cool.

Pero la diversión parte del consumo y
solamente apunta al tiempo libre: el trabajo es deber, y obviamente la llamada sociedad de consumo y del espectáculo y su convocatoria a
la diversión se instala como una réplica lineal transgresora al ethos de la austeridad aburrida y fastidiosa del trabajo y el ahorro protestantes. Una especie de estética pura de chicharra contra hormiga. El tiempo libre es una de las principales industrias del posmocapitalismo urbano, y ahí es que la diversión alcanza la fuerza de un imperativo y llega a tocar y a contagiar al propio trabajo. El asunto ahora es que ya no solamente tengo derecho a divertirme sino que tengo la obligación de divertirme o de ser divertido. El trabajo, la educación, los negocios, el amor, las relaciones familiares, la militancia política o lo que sea deben ser divertidos. Todos somos duendecitos que hacen diabluras y se divierten —aunque esa diversión sea endogámica y narcisista, no tenga otro destino que sí misma y no germine absolutamente en nada nuevo—. Es una forma larga y derrochona de regresar al tedio y al spleen. O de vivir amenazados por el demonio del aburrimiento, al que conjuramos con la solución maníaca de llenar todo hueco con la estopa de la diversión y de lo cool. Ya no hay sujeto, herr Kant; ya no hay espíritu, herr Hegel, ya no hay camino a lo nuevo: ahora hay pequeños duendes que se divierten con lo viejo. Y quizás los artistas contemporáneos son su más lograda metáfora.



* Publicado originalmente en Tiempo de Crítica. Año I, N° 49, 22 de febrero de 2013, publicación semanal de la revista Caras y Caretas.

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