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ISSN 1688-1672

 



IZQUIERDA -
 

Diccionario para los nuevos tiempos (X)*

Sandino Núñez
 

IZQUIERDA - Extrema izquierda, izquierda, centroizquierda, centro, centroderecha, derecha, extrema derecha. Una ontología simple, práctica y bastante estúpida que todo el mundo ha asumido pues permite plantear con comodidad y sin fisuras lo político en la lógica misma de lo electoral.


IZQUIERDA. Como siempre estamos en la ansiedad del tiempo electoral, pero ahora más, Vázquez dice: "Nuestra disputa no es entre nosotros; es con la derecha". Todo descansa sobre la confianza en la potencia sobrenatural de una palabra: izquierda. Una palabra redentora, con algo angelical todavía, todavía con algo guerrero, rebelde, furioso y ardiente. Pero una palabra
deteriorada, sin dudas. Una palabra cansada, achatada por politólogos descriptivos, empiristas y cuantificadores, que son esas proyecciones serias, académicas y trajeadas, de los viejos contadores de votos de comité. El continuo electoral que reabsorbe el antagonismo conceptual en una línea que liga izquierda, centro y derecha, enriquecida continuamente con un degradé que mapea la imaginería de medios y encuestadores: extrema izquierda, izquierda, centroizquierda, centro, centroderecha, derecha, extrema derecha. Una ontología simple, práctica y bastante estúpida que todo el mundo ha asumido pues permite plantear con comodidad y sin fisuras lo político en la lógica misma de lo electoral.  El
centro es la moneda asignificante que todos luchan por conquistar, como en una partida de ajedrez, en el buen entendido de que la masa electoral siempre viene, natural y espontáneamente, a situarse ahí. El centro aparece como una especie de punto de neutralización y de absorción final y gloriosa de toda política y de toda ideología: es la forma insustancial del deseo insustancial de la masa: sensatez, pragmatismo, eficacia, eficiencia, gestión. Pero a izquierda y a derecha de ese centro inefable, el espectro todavía se abre en forma asimétrica: mientras la derecha es incapaz de decirse, declararse y proclamarse derecha (a pesar de los intentos discursivos de cierta nueva derecha, todavía insignificantes, pero que ya indican la posibilidad de cierto sujeto de enunciación de derecha, o de cierto interés de que ese sujeto exista), la izquierda todavía muestra los residuos de un daño neurótico y parece no poder renunciar a su Yo: soy de izquierda —que es bastante distinto a voto a la izquierda. Un yo vacilante, senil, anémico, que a veces quiere estructurarse en torno a los derechos, otras veces en torno al desarrollismo, otras en torno a cierto caudillismo populista que apuesta a un capitalismo bueno o a la buena fe de los empresarios, otras en torno a la prolijidad de un pequeño país confiable y serio que paga sus deudas y tiene sus cuentas en orden, otras en torno al cansador estribillo anecdótico de lo que fue, en fin. Un sujeto oscuro y pusilánime que no se anima a meterse con los medios de comunicación, ni con el latifundio, ni con las cámaras empresariales, ni con la propiedad privada, ni pasiva ni especulativa ni explotadora, por miedo a los costos electorales. Que canta la indignada protesta newage contra el consumismo pero olvida al capital y transpira orgullo cuando escucha los aplausos en ADM, en los organismos multilaterales, en los medios. Que no ha conseguido en todos estos años plantear un antagonismo político razonable en lo social. Pero que a pesar de todo eso todavía es capaz de decir soy de izquierda y mi enemigo es la derecha. Y en esa lógica el enemigo ya lo ha derrotado hace tiempo, porque el enemigo es esa lógica. No la de la derecha, que nunca puede decirse a sí misma, sino la del capital y la del mercado, que nos dice a todos.

 



* Publicado originalmente en Tiempo de Crítica. Año II, N° 68. 18 de octubre de 2013, publicación semanal de la revista Caras y Caretas.

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