Una condensación, un espacio abrumado, encimado, una torre, un
laberinto, un campo abierto por el que fugan las líneas de la luz.
El tiempo se vuelca sobre si: y empieza desde el cero. Esto es
Cielo 1/2.
Pasan las
culturas, pasan los dioses y los héroes, pasa la vida del que narra,
pasan los amigos como han pasado los héroes y los dioses. Porque
esos amigos son estos héroes y/o estos dioses, porque un pie
deshecho es una manera de torcer el mundo hacia ese lado que va a
ser el propio, porque si una cara estalla será porque la ira
condensada estaba abajo, o el repudio, o el asco. Porque el viaje es
este y asciende al todo que lo ocupa, el viaje de la historia está
en el ojo, y es el ojo que cata entre pestañas toda la historia que
si fuera el ala de una mosca podría verse de canto.
Dialoga entre
sí y desde esa transversalidad del corte, desde ese ojo de mosca
facetado que ve la misma cosa desde todos los puntos, dibuja: en ese
desde. Dibuja la faceta, dibuja en la niñez, dibuja la inocencia de
un niño que distingue, que aprecia. Entonces el aprecio va tomando
sus pesos va tomando sus puestos y habla del dolor, de la belleza
con que se mira de repente ese todo del tiempo conjugado, ese todo
que junto se aglutina.
Algunas
veces, algunas pocas veces, el tiempo se aglutina. Se junta o se
condensa. Es un espacio en el que todo está a la vez vibrando,
percutiendo en esa parte del oído que hace que las cosas suenen como
son a uno mismo, como son a sí mismas. Eso que algunos han llamado
instantes privilegiados, ese momento en que se recobra algo, la
infancia en la galleta humedecida, el pasado en el tropiezo de la
calle. Ser en ese instante devuelta ese otro ser que fuimos,
recobrar en el tiempo algo inmenso, algo que tiene que ver con ese
mismo tiempo en devenir como si fuera entero como si de pronto
viéramos la red absorta y transparente que sostiene y gotea, la red
que más resiste.
Esquirlas de
otras cosas, restos de un pasado no antiguo sino remoto, que por
remoto trae reminiscencias, mueve a las voces, constituye. Y las
voces que mueve son lenguas que se entrecruzan y se mezclan, son
pedazos en la reminiscencia y en el ansia.
En ese otro
libro que hay para definir las palabras que se llama diccionario,
dice de Álbum: “libro en blanco o conjunto de hojas encuadernadas,
generalmente con pastas decoradas, cuyas hojas se llenan con breves
composiciones literarias, sentencias, piezas de música, firmas,
sellos, también puede estar destinado para colocar en sus hojas
fotografías, acuarelas, grabados, etc.”.
Y entonces
Cielo 1/2 se construye como un blanco “en el que irrumpen
mitologías exorbitadas fragmentos dispersos de civilizaciones”
-como dice Espinosa en la
contratapa- apuntes, reflexiones, dibujos, pensamientos,
crónicas, que son convocadas a ese imán que las llama. Esa idea de
Lezama cuando llama “fragmentos a su imán” esa visión de partículas,
limaduras de un metal tanto brillante como opaco, que atraídos por
el polo hacia él vuelan, se arraciman , trae a cuenta de este
trabajo fragmentado en el que convergen “el diario de viaje, el
diario personal y el libro de memorias, el análisis de los mitos y
las letras de sus propias canciones” que tan bien dice
en la contrasolapa Sandra López Desivo; partes que se unen y articulan, que se van encastrando y
sumando, que Amir ha dado en llamar álbum por el procedimiento de
escritura al que ha llegado y la propuesta de lectura que da.
No es el
hecho, no es la historia ni la acumulación, es la manera. Es el ojo
de vuelta que las mira como se miran las bestias pastando en pradera
bajo la nebulosa de la lluvia, de pronto fabulosas, como seres
míticos baja esa lluvia fina.
Es oído que
cata “martillos turbinas, ladrido chubasco”: algo traslúcido y
brillante, convoca al más allá. Algo que empieza.
Algo, que
aparece radiante sobre el mundo.
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