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ISSN 1688-1672

 



CHAMBÚ - CHAVEZ, GUILLERMO EDMUNDO -

Chambú: leer y renacer

Andrés Torres Guerrero

 

Chambú es una transición entre la noche y el alba de un hombre extraviado en su soledad. El laberinto nocturno del cual nace un nuevo día, para él y ella, queda pactado con las palabras de Gabriela, "¡Te esperaré siempre!". Chambú es, entonces, la historia de cómo nace un amor a partir de la lectura como reescritura del mundo.  

I.

 
El amor había principiado a germinar con una semilla honda caída un día desde los ojos de él hasta su sangre profunda[1].
 

Ernesto Santacoloma está buscando un lugar en el mundo. Pero encontrarlo implica establecer una relación filial con él mismo. No se trata sólo de un problema topográfico sino, sobre todo, afectivo.

Cuál era el espíritu de su ciudad y de su gente, y cómo convergían en su propia vida las fuerzas de tantas sangres y el influjo de tantas mutaciones? Qué representaba en definitiva la gente de su solar ante la vida de otros pueblos? Y, universalizando más, qué sentido cabal tenía el mestizaje? A estos interrogantes lo llevaba su confusión espiritual, cuando pugnaba por buscar la tierra firme casi desaparecida bajo la niebla de sus sueños.

Hacia dónde iba él, hombre de América, con conciencia de tierra propia, pero con un bagaje intelectual de siglos de literatura?... Nuevamente sus conceptos de interpretación tomaban relieves demasiados literarios, sin que advirtiera que, para interpretar una raza, hay que ahondar en sus venas ocultas, y que para interpretar la tierra hay que hundirse en ella como las raíces, y sentir las semillas que germinan como sembradas en el propio corazón (pp. 110-111).
 

Santacoloma es un hombre encarcelado dentro de sus barrotes interpretativos. Él, como el campesino de Ante la ley, no va más allá del guardián. Si la realidad es una interpretación, él queda confinado a sus celdas léxicas. Pero, al ser interpelado por la exterioridad o alteridad llamada Gabriela, comienza un éxodo de sí mismo. Al desestabilizarse del “programa” emocional con el que lee su entorno se da el chance de saltar sus muros emocionales.

Gabriela se abandona a la vitalidad de cada uno de los instantes. Piensa con su cuerpo, reflexiona desde la piel, y aquello que le preocupa a Ernesto, ella se lo responde a partir de un conocimiento silencioso que se deja oír en su danza que se integra con el universo.

… botó los zapatos para bailar con los pies desnudos. Cesó el trémolo de las guitarras y se hizo un coro de voces varoniles para cantar "El himno del fuego" (...). Gabriela se había transfigurado, como si quisiera en un instante solo expresar el universo. No era una bailarina; pero en sus escarceos por las academias aprendió normas de técnica, fáciles para ella porque en la gracilidad de su cuerpo el sentido de la danza era como un don natural, casi perfecto. Lo demás lo crearon su espíritu y su corazón. No copiaba actitudes. Trataba de reflejar a través de la música lo que ella advertía como trascendental en las emociones de su pueblo (...). El cuerpo de Gabriela seguía entonces el ritmo de las llamas en el ondear de todas las formas de vida. Parecía que la música naciera de ella, y que el paisaje de la raza se meciera en su cuerpo. Luego fue sólo llama!... Porque la danza es eso: interpretar la vida a través de la música; crearla a veces (pp. 116-117).
 

Diferencia radical entre Ernesto que pretende interpretar la tierra sin untarse de ella y Gabriela que interpreta su tierra sintiéndola en cada paso.

 
II.

 
El territorio en el que habita Gabriela es el que demarcó la vida de muchas mujeres, a mediados del siglo XX, la casa. Es cierto que permaneció un año en New York, al lado de su prima Carmenza en un instituto de bachillerato (p. 68), pero a su regreso a Pasto, y luego a la hacienda Hulquipamba, su vida adquiere los matices de una existencia sosegada y doméstica.                                         

Gabriela puso la radiola en un medio tono de música de cámara. Pasó con suavidad su mano acariciante sobre la cabeza de su madre, y volvió a sentarse en la mecedora a continuar la labor de fino tejido que la entretenía.

Su madre, la señora María Mercedes, bordaba a su vez un cubremesa. La tía Isabel hacía algo aquí y allá, en esos nimios menesteres que casi no se advierten en el arreglo de una casa pero que son esencia de su limpieza y decoro (p. 141).
 

Pareciera una Penélope tejiendo y destejiendo la espera de su Ulises. De ese tiempo, que transcurre entre la enfermedad de su madre y el alejamiento, alojamiento, que le ofrece la hacienda, sabemos poco.

Gabriela se inclinó sobre su labor, y el recuerdo de Ernesto y de Antonio, confundidos a un tiempo, fue llenando su espíritu de una ambigua tristeza. Ella no podía descubrir aún lo que le sugerían esos dos nombres tan extrañamente unidos. Sus procesos espirituales sólo los conocía su propio corazón; pero ni aún ella misma podía explicarse convenientemente las modificaciones que sufriera su carácter, a lo largo de esos meses sólo consagrados al cuidado de su madre enferma (p. 142).
 

Esas modificaciones que sufriera su carácter se manifiestan cuando se vuelve a reencontrar con Ernesto. Después de esos días, que cronológicamente son casi un año, se ha operado una transformación en ellos. Hay que tener en cuenta que Gabriela y Ernesto, sólo se han visto siete veces. El primer encuentro tiene como escenario las costas del Océano Pacífico en Tumaco. Angelina, Gabriela y toda la familia Eraso Ortiz, regresa después de un tour por varios países. Ernesto, por su lado, retorna a esa tierra donde le aconteció la aventura del Ambiyaco, después de seis años de ausencia determinada por su permanencia en Bogotá (p. 71). Ernesto y Gabriela no cruzan palabra. Él, por lo demás, se siente atraído por Carmenza.                                 

Su segundo cruce de caminos está determinado por una charla no exenta de fricciones. Aquí se perfila el carácter fogoso de Gabriela que seduce a Ernesto. Es a bordo de una lancha en que se traba un entrecortado diálogo:

- Y por la precocidad de Ernesto -le interrumpió Gabriela-, ya que él está pensando en descubrir el mar que otro lo descubrió primero... Y ahora, el whisky. A ver quién vence!

(...)

- Así nos desquitamos las mujeres de su tierra, Ernesto. Lo digo por su crítica de anoche a mi manera de bailar.

- Lo hice por su bien.

- Sí, delante de mis primos!... En el baile me dejo llevar como me provoca, sabe? La moda es moda!... Bueno, estuve un poco fuerte. No se ponga serio, tan bobo! Mire que Angelina no me perdonaría... (p. 76).
 

El tercer (des)encuentro se da un mes después del regreso de Ernesto y Gabriela a Pasto. Él está en casa de su padre, y es Florencia, una de las dos hermanas de Ernesto, quien al llegar de la calle anuncia la visita de Gabriela. Al regreso nos encontramos con las Erasos. Están abajo con Yolanda y con Luis, y van a subir en seguida para tomar el té (p.101). Esa tarde sostienen una corta conversación:

- En qué piensa, Ernesto? –le preguntó Gabriela.

Él se quedó absorto un instante todavía. Luego, sonriéndose, le dijo:

- En el amor que me contó. Vamos a prohibírselo, sabe? Usted debe ser de un rey o de nadie...

- Los reyes son para los cuentos que usted escribe. Ahora, las mujeres somos más sencillas. Nos basta un hombre que nos guste. No tanto romanticismo!... Bueno, no sé cómo explicarme, porque usted sólo anda por las alturas... (p.104).
 

Momentos después el volcán Galeras hace erupción y, sobre ese paisaje, Gabriela le confiesa: Mire, esa es mi alma: sangre y sol (...). Esa es mi poesía, Ernesto. La que tiene esa fuerza, aunque sea fatal... (pp.106-107). Él, entonces:

(...) la atrajo de pronto como para besarla, pero ella se volvió rechazándolo. Ambos quisieron decir algo, pero se encontraron de frente a la silla del padre que parecía estar mirándolos con sus ojos estáticos.

Sin decirse nada tomaron confusos a la posición que antes tenían. La expresión de ella se volvió recelosa, casi ruda. Él, sin verla ya, y en azorado afán de hacer o sugerir algo, extendió la mano para recoger ceniza que empezaba a caer. Al hacerlo, sintió que todo se llenaba de una turba tristeza, de un desconcierto indescifrable.

Lentamente dejó caer la ceniza sobre las flores amustiadas. Ella entonces se separó de su lado, mirándolo en los ojos con una mirada honda, reconcentrada, como de rechazo y piedad (p.108). 
 

El cuarto encuentro se da sobre una cumbre desde donde se divisa a Pasto. En medio de la fogata y la danza ígnea que realiza Gabriela, Ernesto insiste en besarla (capítulo X).

Quinto episodio. Es sorprendente su encuentro en El Estrecho. Tal vez la telepatía los llevó a ese lugar. Han pasado algunos meses.

- Cómo ha cambiado usted, Gabriela! Cada día más divina, más... Lástima de este abismo. Estamos tan cerca, y sin embargo tan distantes.

- He cambiado, Ernesto; y usted también. Lo advierto de otro modo, como más fuerte; en fin, mejor!

- El tiempo, la vida que se va, Gabriela.

- El tiempo... Yo ahora lo lleno de sueños, aunque usted no lo crea... Cómo le parece?

- Qué bella palabra, pero qué profundo este abismo!... (p. 167).
 

Queda entre ellos la promesa de volverse a ver, allí mismo para despedirse, ya que Ernesto regresa a Bogotá. Queda la cita para el lunes, la que da paso a su sexto encuentro, que es fundamental por los afectos que se cruzan más allá del abismo, al filo de la muerte:

... se besaron y se quedaron absortos como flotando en un inmenso gozo. Después se sentaron bajo los cafetos. Su silencio quedó por un momento embebeciendo la claridad de la tarde. Una mariposa de oro cruzó de la luz a la sombra. Una hoja mustia cayó meciéndose sobre el abismo.

(...)

Luego Ernesto había principiado a hablarle de cosas de su vida que se relacionaban con ella. Era un relato sencillo, torturado a veces, en el cual el nombre de Gabriela iba y venía como la luz a través de los días malos y buenos. Ella le habló también de su pasado, con palabras sencillas y dulcísimas, en las cuales, de igual manera, iba caminando el nombre de Ernesto (p. 177).
 

El séptimo y "último" cruce, se da en la hacienda Huilquipamba, en un marco de tensión y celos. Ernesto Santacoloma, al encontrar al médico que atendió a Gabriela, se despide de ella de manera respetuosa y distante, ¡Que sea feliz! (p. 220). Pero esa noche no puede marcharse por una crecida de la quebrada El Salado.

Es Gabriela quien, a pesar de su convalecencia de la bartonella, decide salir, en plena madrugada, a buscarlo, ya que él no cumplió la cita que ella le propuso, a las once de la noche, en la ventana de su pieza. Él, atormentado por sus dudas y por las múltiples reflexiones suscitadas por las intrigas de su rival, ata sus pies a la perplejidad del que no tiene fe. Ella desenrollaría la madeja emocional de Ernesto, al salir por la ventana y fisurar el muro de su cultura. Gabriela se convierte en un ángel que le lleva consigo un mensaje: el amor.

Chambú es una transición entre la noche y el alba de un hombre extraviado en su soledad. El laberinto nocturno del cual nace un nuevo día, para él y ella, queda pactado con las palabras de Gabriela, ¡Te esperaré siempre! (p. 240). Chambú es, entonces, la historia de cómo nace un amor a partir de la lectura como reescritura del mundo.  
 

III.
 

En su viaje, Ernesto tiene un accidente automovilístico.

Entonces, ante la proximidad indudable de la muerte amó su vida con un anhelo de infinito, y su amor por Gabriela se hizo la esencia inmensurable de ese anhelo...

(...) El amor adquirió entonces para su espíritu una dimensión no conocida. Su condición de profundidad. Su calidad de fe. Mutua, suprema, generosa... Amor, más allá del tiempo, para engendrar el hijo. Amor, más allá de la muerte, para crear la vida... (p. 249).
 

De esa renovación nacida de la frontera entre la vida y la muerte, adquiere una dimensión del amor no conocida (p.249) y sale con una nueva vida y una claridad de cielo y de ternura lo inundaba. Y el alma de esa claridad era Gabriela, unida ya para siempre a su destino... (p.252).

La respuesta de él al amor de ella, la envía con Pedro Martínez, el mismo que lo condujera por primera hacia Chambú,

… voy a pedirte un servicio importante. Y es que mañana le entregues a Gabriela ese mensaje, pero mañana mismo, y sin que nadie lo sepa. Ella te agradecerá con el alma… Dile que volveré muy pronto!... (p. 253).
 

Nota:


[1]   CHAVES, Guillermo Edmundo. Chambú. Medellín, Bedout, 1985. p.177. Todas las citas serán tomadas de esta edición.
 

 

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