Alguna vez hubo una chica 10,
Bo
Derek, lanzada con ese apelativo al estrellato en un
filme de Blake Edwards. Que se recuerde, no hubo un chico 10 y recién en
este siglo el 10 fue aplicable a un varón exitoso, salvo que amonestado
por otro signo. Asif Ali Zardari, viudo de la asesinada ex primera
ministra de Pakistán,
Benazir Bhutto, a quien llamaban Mister 10% debido a las comisiones
que, según sus adversarios políticos, exigía rutinariamente a quien
quisiera hacer negocios durante el gobierno de su esposa.
Prueba de que los números redondos facilitan éxitos, a la muerte de
Benazir, Mister 10% se convirtió, con sostenido apoyo de Estados Unidos,
que encontró en él un férreo aliado para su guerra en Afganistán, en el
primer presidente pakistaní electo democráticamente capaz de terminar un
mandato (2008 a 2013). El apodo es pegadizo, y no tan por lo bajo se lo
utiliza en el Palacio Legislativo, en Uruguay, para referir a un ex
ministro de anteriores administraciones que amenaza reingresar a la
arena política.
De todos modos, el ejemplo del viudo Zardari está para recordar que el
fervor por las estadísticas y la precisión ha venido invistiendo a los
números de magneto cabalístico, que, por ejemplo, llevó hace no tanto a
Lula da Silva, y al trabalhismo, al gobierno de Brasil haciendo
eslogan de una bandera de sociedad civil: hambre cero. En Uruguay,
actualmente, se está buscando un número curalotodo para poner fin a un
mal, y es el que el ex presidente Tabaré Vázquez, lanzado a una
nueva carrera presidencial, reivindica como solución para dar de revés
con los “problemas” de la educación: 6% (del PIB).
Que un 6 dice mucho menos que un 10 salta a la vista, al menos para los
que no escudriñan los entresijos del arte presupuestal. De todos modos,
suena más rotundo que el 4,5 actual (que casi duplica el que tenía el
país durante las administraciones blancas y coloradas), pero de todas
formas no cierra, y no solo porque está maquillado, al incluir gastos de
educación a policías y militares y todos los gastos relativos al
Plan Ceibal, que se promovió como revolución educativa pero se
empaqueta como herramienta de inclusión social y digital. Al anunciar la
cifra, Vázquez
tomó de sorpresa a sus correligionarios, que estudiaban cómo hacer
para llegar a esos números y bajo qué condiciones, pero una vez lanzado
el número eslogan, a marchas forzadas, el Frente Amplio trata de
encontrarle vías de consenso.
Ahora bien, un mayor porcentaje del PIB dedicado a educación fuerza a
preguntar, por ejemplo, por qué, si estas cifras son alcanzables, recién
vienen a ser adjudicadas ahora. Nada puede ser más importante para una
república democrática que la instrucción de sus ciudadanos; es más,
constituye el principio básico de la ciudadanía y de la ilustración que
interruptor ha venido reivindicando desde
su columna inicial. Dicho de otro modo, si ahora se puede asignar un
porcentaje, y antes se lo retaceaba, el Estado estaba incumpliendo, y
sigue haciéndolo, con su obligación
de cumplir con el derecho ciudadano a la educación.
Que el país les ha venido faltando a los ciudadanos en este aspecto es
algo más que evidente, y, salvo un cambio rotundo, les seguirá faltando,
por más que se pronuncien con unción de ensalmo puntos porcentuales,
sean 2, 6, o 16. ¿De quién es la responsabilidad? Los frenteamplistas
siguen culpando a la dictadura, a los gobiernos blancos y colorados que
los precedieran; los blancos y colorados, por su parte, culpan al
maridaje existente entre el Frente Amplio, hace diez años en el
gobierno, y los gremios, que traban cualquier reforma. Y a su turno, los
gremios y los docentes culpan a la falta de recursos, malos salarios, a
las pésimas condiciones edilicias, etc.
Lo indiscutible es que décadas de incuria, incluida la del Frente
Amplio, el país ha logrado el prodigio de arruinar un sistema que, si
bien distaba de ser perfecto, lo destacaba en América Latina, y, a
niveles de primaria y secundaria, lo ponía por encima de gran parte de
los países del mundo. Hoy se ha generado consenso respecto a que Uruguay
padece problemas educativos y que necesita reformas, y esto, sin
embargo, no constituye alarma, porque hablar de problemas es lenificar
lo que en realidad ocurre, y lo que ocurre es una calamidad, advertible
en el hecho de que, al día de hoy, y mientras estas esta columna está
siendo escrita, edificios liceales de ciudades del interior, como por
ejemplo Treinta y Tres, se encuentran inutilizables porque,
sencillamente, están en ruinas.
La oposición de blancos y colorados revolea los resultados de las prueba
PISA, que muestran que el país no solo ranquea muy mal sino que además
retrocede; las autoridades de la enseñanza protestan que estas pruebas
son para países del primer mundo (pero los que ranquean mejor son
asiáticos, y muchos latinoamericanos ranquean mejor que Uruguay).
Blancos y colorados insisten con los niveles de repetición en
secundaria, pero las autoridades de la educación retrucan que estos
responden a la mayor inclusión actual, que responde al hecho de que la
secundaria se ha hecho obligatoria.
¿Tiene algo que ver la inclusión con la ruina? No,
nada. Las pruebas PISA y los índices de repetición son un medidor que
ratifica lo que sabe cualquiera más o menos cercano a la enseñanza en
Uruguay. Los estudiantes que acceden a la universidad, es decir el magro
porcentaje de estudiantes que accede a la universidad, tiene problemas
de comprensión lectora, como ha quedado demostrado en las pruebas de
ingreso en Facultad de Ingeniería de la UdelaR, y cualquiera que dé
clases universitarias sabe que los estudiantes llegan incapaces de
escribir una oración de corrido.
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¿Es la gramática o la ortografía un medidor idóneo? Sí, por supuesto,
pero además este medidor se queda corto, porque esos estudiantes, tras
12 años de educación, carecen por completo de mundo. Si a muchos de
ellos les preguntan en pruebas por personalidades de la Historia
Universal, responden Madonna, y si les preguntan por personalidades de
la Historia uruguaya, responden Mujica. Son como recién llegados al
universo, o como criaturas que jamás hubieran tenido escolaridad.
¿En qué puede cambiar un 6%, o un aumento del 1,5% esta situación? En
nada, si la cifra es, meramente, una asignación de recursos. Si ese 6%
sigue manejándose como un fetiche, con la misma irresponsabilidad con la
que el mismo Tabaré Vázquez, muy factiblemente el nuevo presidente a
partir de 2015, sigue calificando de revolución educativa la
implementación del Plan Ceibal, por el cual el Estado se desentendió de
contenidos, e incluso de didáctica, para hacer recaer el peso de la
educación primaria en las computadoras, entonces un 6% o un 106% no
significarán nada.
La enseñanza sigue siendo un asunto de docencia, no de aparatos. La
mejor máquina del mundo es peor docente que Sócrates, y no se puede
tener a Sócrates, ni a Platón, ni a Aristóteles, y ni siquiera a Jacinta
Pichimahuida, si,
como fuera tempranamente señalado en estas páginas, el país no asume
de una vez la necesidad, no de la educación, sino de un compromiso para
con la educación. Se trata de un compromiso del Estado y los ciudadanos
del que por supuesto deben participar los docentes, un compromiso que
debe poner fin a cualquier tipo de excusas.
Un país que quiera prometerse un futuro debe contar con los mejores
docentes del mundo, y, para lograrlo, debe brindarles las mejores
condiciones de trabajo y pagarles como si fueran los mejores del mundo
para, acto seguido, exigirles como a los mejores del mundo. Allí ya no
valdrán excusas, como el exceso de horas que deben trabajar, que les
resta tiempo para estudiar y prestar la debida atención a sus clase
etc.. Una vez que estén bien pagos los docentes, se los debe someter a
una evaluación sistemática, además de imponerles un límite de horas
(digamos, no más de 20 semanales) para que preparen con el debido tiempo
y dedicación sus clases. Más aún, se debería intentar alcanzar mayor
equidad, remunerando mejor las horas trabajadas en liceos de zonas
carenciadas. De más está decir que, si los docentes existentes en
Uruguay no califican, o no son suficientes, habrá que recurrir a
importar otros mejor calificados o mejor dispuestos.
Volviendo a lo del comienzo, Tabaré Vázquez (digámoslo de nuevo, el muy
factible presidente uruguayo en 2015), insiste en negar el estado
ruinoso de la enseñanza del país, sencillamente porque él ha sido
responsable, lo mismo que sus predecesores, y lo mismo que sus
opositores, de esta calamidad. Ahora, mientras insiste en negar la
ruina, llama a la oposición a discutir ideas y propuestas, lo que no
hace sino enfatizar el tono meramente electoral de su prédica. Así
expuesto, no se trata de un compromiso educativo, ni patriótico, sino
craso y sufragista. Ya el actual presidente, José Mujica, se pasó
predicando educación, educación y educación, y a los dos años de
gobierno, tras culpar a “un
engranaje burocrático infernal”, tiró la toalla y se dio por
fracasado, lo cual quiere decir, nada más, que carecía de estómago para
el tema, porque no basta con repetir la palabra y hacer de la educación
un leit motiv; se necesitan planes, de los que Mujica careció en
todo momento, papelón que, de tratarse de una figura menos
idiosincrática, bien le valdría el sobrenombre de “Señor educación,
educación”.
El sistema educativo uruguayo es zona de desastre y no tolera más
intentos fallidos; blancos, colorados y frenteamplistas han fracasado
miserablemente a lo largo de décadas, convirtiendo lo que fuera un
sistema funcional en lo que es ahora, un cataclimso. Para enfrentar este
asunto hay que tener un proyecto y un compromiso, y si Vázquez no quiere
ser recordado como Mister 6%, mejor sería que empiece a tomarse el
asunto en serio.
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