a)
Y finalmente la invasión zombi
llegó. La padecen (y bien que se la han ganado) los obsecuentes países
europeos que, en su momento, siguieron el dictado de Washington de que
era oportuno matar a un déspota libio, Muammar Gaddaffi, y que siguiendo
a Estados Unidos transportaron a los mismos islamistas que apoyaron en
Libia hasta Medio Oriente, alentando una nueva versión de la Primavera
Árabe. De eso hace ahora exactamente cuatro años: mientras, medio millón
de zombis, con pasaporte sirio, se lanzaron hacia Europa y, según
muchos, pueden ser la razón del fin de una ya muy tambaleante Europa.
b) En Estados Unidos,
mientras tanto, un zar del entretenimiento, Donald Trump, cree llegada
la hora de poner fin al simulacro de política en que vivimos. Alguna vez
demócrata, Trump se lanzó a la interna republicana, que hace meses
lidera, decidido a eliminar los intermediarios. Avisa que, por ejemplo,
Hillary Clinton, emblema político de los demócratas, tiene que hacer lo
que él le diga, ya que él la ha venido financiando, así que para qué
preocuparse por politicastros a sueldo de corporaciones y magnates:
mejor votar directamente por el magnate, cuyos billetes son los que
mandan.
c) Sobran los que creen que
Trump no llegará a ganar la nominación. Advierten que el sistema
republicano se le revela, que los políticos profesionales del partido se
niegan a apoyarlo. En fin, se trataría de una lucha electoral entre el
simulacro de lo político y quien ha llegado para decir la verdad
desnuda, el loco del drama que puede decir, con voz de loco, lo que
nadie está dispuesto a decir, que Clinton está a sueldo o que George W
Bush no defendió Estados Unidos cuando los ataques del 11 de setiembre
de 2001 (lo que lo deja a un tris de ser el primer candidato a la
presidencia en decir por voz propia que aquello, si no fue un atentado
perpetrado por el gobierno de Estados Unidos contra su propio país, fue
un ataque permitido y de alguna forma alentado por el gobierno de
Washington).
d) El sistema político de
Estados Unidos hace que los que se entienden inteligentes sean no solo
escépticos sino, además, paranoicos. Se viven en conspiración: nunca se
llegó a la luna (fue todo montaje de Hollywood), vaya a saberse quién
mató a John F Kennedy, ya sabemos que Osama Bin Laden no fue el
responsable del atentado al World Trade Center y cualquiera te lleva a
la guerra, como en Irak, prometiendo unas armas de destrucción masiva
que nunca habrán de aparecer. Los que se entienden crasamente ciudadanos
obedientes, por el contrario, se entienden en deber de creer a pies
juntillas lo que el gobierno les diga. De negarlo, estarían negando al
gobierno. Y a eso, precisamente, acaba de llegar Trump: a decir lo que
todos saben pero se niegan a decirse. Mucha suerte, Donald, ya que la
capacidad de los estadounidenses para vivir en estado de denegación
sencillamente admira.
e) El último unicornio de
Washington es, en rigor, un ejército de unicornios al que llaman Free
Syrian Army. Siendo que Rusia, por decisión de su presidente, Vladimir
Putin, se decidió a arremeter contra los terroristas islámicos de Siria,
Estados Unidos, que los viene produciendo industrialmente desde el siglo
pasado en Afganistán, que los condecoró en Libia y que inundó con ellos
Siria, dice tener un ejército laico y de sirios (la mayoría de los
islamistas en Siria, armados, financiados y socorridos por Estados
Unidos, Turquía, Arabia Saudita, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos, son
extranjeros). Los rusos preguntan dónde están los del Free Syrian Army,
así no los bombardeamos, pero Washington hace silencio; preguntan a
quién no bombardear, pero Washington sigue haciendo mutis.
f) Si nadie sabe quién venga a
ser este unicornio, acto seguido viene la pregunta de cómo se mueve.
Alguien en el Departamento de Estado pregunta, literalmente, quién
mierda les dio todos esos toyotas al Isis o Estado Islámico para Irak y
Siria, pero pronto llegó la respuesta: nosotros. Por otra parte, más
importante es el rodado que el terrorista. En diciembre de 2014, en
respuesta a los superproducidos videos del Isis en que daba cuenta de
sus ejecuciones sumarias de infieles, Washington conjugó una coalición
de 59 países contra esa obscena algarabía islamista (que se había
sublevado contra sus antiguos patrones, Al Qaeda, que se supone es lo
que combate Estados Unidos en todo el mundo pero a la cual, en Siria,
denomina “oposición”). El funcionamiento de la coalición, que dice
proteger a Irak y Siria del IS, está lleno de protocolos penosos, por
ejemplo, el de no atacar autos privados. Así que cierta vez, por
ejemplo, todos los satélites, drones y piedras del desierto vieron una
lenta caravana de toyotas desprenderse hacia el este, para tomar
Palmira, y a ningún miembro de la coalición de Washington se le ocurrió
detenerlos. Seguramente, también figure en los protocolos de la
coalición de Washington la interdicción bombardear gente de negro, con
la cara tapada, de barba y zapatillas de básquetbol.
g) El loco de Trump, por
supuesto, dice que Rusia se tiene que encargar de Isis, mientras unos
viejos recalcitrantes (más viejos que él) como Zignieb Brzezinski,
demócrata y padre de la criatura islamista allá por los días de la Unión
Soviética, y el senador republicano John Mc Cain ponen el grito en el
cielo porque Putin les está bajando sus soldaditos (los llaman “assets”).
h) Por supuesto, llamar
Ejército de Liberación Sirio a una entidad, amparada por la CIA pero sin
sirios a la vista es algo típico del
neomal que se desató a partir del atentado de 2001: llamar todo al
revés y a nada por su nombre. Rusia y Trump, curiosamente, son
solidarios en su intento de tratar de volver a llamar las cosas por su
nombre. Si se mueve como un terrorista, luce como un terrorista y habla
como un terrorista, dijo el canciller ruso Serguéi Lavrov, nosotros lo
bombardeamos. Suerte en ésa, Serguéi, tu lucha es la nuestra.
i) Por supuesto, Trump, un
pospolítico afanado en la gestión, y Putin, alguien que reivindica la
política, la soberanía, y en último término el lenguaje, están por un
lado en las antípodas pero, por otro, se conjugan frente al simulacro
del neomal, que es simulación de logos y de política. Cada uno a su modo
reivindica lo que se creía perdido en la edad del simulacro: lo cierto.
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j)
Atendiendo a noticias de los últimos días, tal vez lo cierto esté
exigiendo una nueva oportunidad: Seymour Hersh, el mismo periodista que
en 1969 revelara la masacre de Mai Lai, luego destapara las maniobras de
Israel para hacerse con armas nucleares, o más recientemente las
torturas en Irak en Abu Ghraib, en fin esas cosas que hacen vivir a
tantos estadounidenses en estado de conspiración perpetua, últimamente
había denunciado que la muerte de Osama Bin Laden en Abbottabad no fue
como la contó el gobierno y que, en Siria, no fue el gobierno de Hafez
al Assad el que usó armas químicas sino que fue una conspiración por la
que el gobierno de Turquía les había dado a los islamistas de Siria las
armas que usaron contra civiles. Estas últimas denuncias, ya no se las
publicaba el New Yorker, así que tenía que ver si en
Inglaterra, por ejemplo, podían ver la luz. Sin embargo, en esta semana,
ambas revelaciones están empezando a ser seguidas, la primera por medios
en Estados Unidos y la segunda por dos diputados turcos,
que la han hecho conocer en el congreso su país en estos días: según
ellos, amparados por el diario kemalista (es decir laico, Today
Zaman, cuyo director fue encarcelado recientemente por un tuit)
fueron los servicios de inteligencia turcos los que suministraron el gas
sarín. ¿Por qué lo habían hecho? Para forzar la invasión de Estados
Unidos, que finalmente no ocurrió.
k) ¿Y entonces, qué
pensar de Barak Hussein Obama, a quien Trump califica de musulmán? Se
trata del único residente de la Casa Blanca que en los últimos años haya
osado hacerle frente a Israel. El tiempo dirá, si es que hay tiempo, que
el gobierno de Obama, indigerible en política exterior, ha sido el de un
individuo condenado a dar pasitos de perdiz, o de pantera rosa, en un
mentidero al que llaman administración, en un mundo al revés, minado por
meticulosas estafas, del que no logra desentenderse. Ahora (desde hace
un par de días), debe dejar un ejército en Afganistán, de donde se creía
partido, y lo empujan a regresar a Irak, para ver si, de una vez por
todas, tenemos oportunidad de ser aniquilados todos en una guerra
mundial entre potencias nucleares.
l) Preside Obama, claro está,
la retirada de Estados Unidos como única superpotencia mundial, o de
hegemón, en un orden en el que los Brics reclaman su lugar, es decir, su
granito de certidumbre. Pareciera que Rusia, China, India y otros
hubieran decidido que es llegada la hora de una “Asia para los
asiáticos” y que por eso Washington, aunque gruña y muestre los dientes,
sepa en la intimidad que es hora de llamarse a retiro, un retiro
obstaculizado por su denegación alucinatoria
—del Pentágono y el
Departamento de Estado, más que de la Casa Blanca—
y también por la alucinación y mitomanía de sus aliados de Medio
Oriente. Mientras esto se escribe, el premier israelí, Benjamin
Netanyahu, para escándalo del mundo
—y para empezar—
de los alemanes, acaba de condecorarse con una flamante quimera al
declarar que la inspiración para el genocidio perpetrado por Hitler fue
un palestino, el Gran Mufti de Jerusalén, mientras 2.000 príncipes
sauditas que, para legitimarse, insisten en proclamase guardianes de las
ciudades santas de Meca y Medina, y de unos imames wahabitas que atentan
en sus madrassas y mezquitas contra cualquier principio de ilustración,
multiplicando milicias islamistas, se consuelan con una carta de ser
llevados de la nariz por un rey demente.
m) Se repite que
el saudita rey Salman ha sido hospitalizado por demencia. En rigor,
entra y sale del sanatorio y hace un rato el Secretario de Estado John
Kerry se acaba de fotografiar con él. Lo cierto es que detrás del
objetivo de la cámara se mueve otro drama. En Occidente, los reyes, que
hace mucho lejos están de gobernar, como desacierto pueden lucir salidas
a cazar elefantes mientras su país, como sucediera en España, es comido
por la crisis económica, o no dignarse a recibir a un presidente chino,
como hiciera hace unos días el Príncipe Carlos, en Londres, mientras el
obsequioso primer ministro británico, David Cameron, al que
recientemente acusaron de haber tenido relaciones sexuales con la cabeza
cortada de un chancho, se afanaba por abrirse obsequioso a inversiones
de Beijing. Pero en Riyad, el rey no solo reina sino además gobierna.
Asumido en enero, el demente Salman (padece Alzheimer) ha declarado la
guerra militar en Yemen, y la de precios de petróleo para perjudicar la
burbuja del fracking en Estados Unidos y la producción de Rusia
e Irán. Pero en estos días circula entre un par de miles de
enturbantados príncipes una carta llamando a terminar con este orden de
cosas. Y este orden de cosas, claro está, no es solo el de Riyad. Por
más que la carta no lo diga, o no sepa cómo decirlo, es la retirada de
Washington, la sobredosis de petróleo barato y piedad que puede
enloquecer a cualquier monarca octogenario y que, en último término,
tiene como gran correlato, como irrupción tangible de un orden real en
mitad de la alucinación, a la Gran Invasión Zombi.
Aclaración.
Todo esto reseñado aquí es apenas las noticias de una semana.
¿Demasiadas? Vale recordar que la Biblia, ese libro de libros, traía
solo una noticia, una buena noticia, que no era otra que el fin del
mundo. Pareciera que toda esta desasosegante gacetilla, por el contario,
no fuera sino la contrapartida de un mundo obstinado, que quiere, a
pesar de todo, seguir dando noticia de sí. Esperemos otra semana. Ya se
verá si hay más.
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