ALMODÓVAR, PEDRO -
Un
tipo satisfecho, con un plano*
Carlos
Rehermann
|
Almodóvar jamás tendría la
conducta de Fassbinder, entre otras cosas por meras cuestiones
de talento, pero sobre todo porque, como decía Meyerhold,
"la biografía de un auténtico artista es
la historia de un eterno descontento consigo mismo" |
Por ahí se consiguen planos del Laberinto
a precios módicos. Todos conducen al éxito: a través
de los ángeles, de la alquimia, del amor universal o de
la calidad total, del buen gerenciamiento o de la sabiduría
sobre marketing.
Consciente de que debía conseguir un planito urgentemente,
Pedro Almodóvar puso un aviso en su segunda película,
Laberinto de pasiones. Hace poco, cuando fue nuevamente comparado
con el director de cine alemán Reiner Maria Fassbinder,
mostró que hace tiempo que ya tiene su propio plano.
Quitando pertinencia a la comparación, Almodóvar
dijo que efectivamente tenían cosas en común: que
también él era gordo, que también a él
le encantaba la cocaína -aunque menos que a Fassbinder,
dijo- y que se relacionaba con la misma libertad con personas
de su mismo sexo -aunque con menos excesos, acotó. Todo
fue festejado con risas cortesanas, mientras Almodóvar
se ponía de pie y se retiraba luego de decir: "Y
a ver si traduces eso con la misma gracia que yo lo he dicho",
dirigiéndose a un invisible intérprete.
En otra época, sus dichos habrían sido muy significativos,
una provocación que habría puesto al español
en riesgo de ser perseguido por la justicia o linchado por turbas
defensoras de la moral y las buenas costumbres.
Hoy sólo arranca risas a un grupo de adoradores, y a ningún
fiscal en su sano juicio se le ocurriría acusarlo de apología
del consumo de drogas, a ningún obispo se le cruzaría
por las mientes hacer un sermón sobre Sodoma y Gomorra.
Que un senador uruguayo alcohólico haga un discurso pastoso
en contra del consumo de drogas es más ridículo
que contradictorio. Discursos como el de Almodóvar intentan
superar esa ridiculez.
Sin embargo, las declaraciones contra la estupidez de las instituciones
pueden ser formas de asentarse firmemente en el sistema. Sistema
por el cual un director de cine puede hacer películas
anodinas y perfectamente afirmativas del orden imperante, reiteraciones
de fórmulas vistas y revistas, y a la vez presentarse
como emergente del mismo orden que defiende con su arte.
Hacer una película supone disponer de una cantidad enorme
de dinero proveniente del sistema que supuestamente condena los
dichos del director. Ese sistema es consciente de que lo que
importa es el retorno del capital, que sólo es posible
-en el caso de Almodóvar- si el director se muestra en
contra del sistema. Resulta ideal que además haga una
película adaptada.
Almodóvar jamás tendría la conducta de Fassbinder,
entre otras cosas por meras cuestiones de talento, pero sobre
todo porque, como decía Meyerhold, "la biografía
de un auténtico artista es la historia de un eterno descontento
consigo mismo".
El descontento, para un artista, no se reduce a lo que hace:
el artista tiene una relación especial con su obra, que
hace que el descontento impregne todas las facetas de su vida.
El descontento es la aguda conciencia de la imposibilidad de
expresar lo sublime, y el trabajo artístico es la vía
que se emprende para expresarlo. Desde el arranque, su tarea
está condenada al fracaso, idea que todos los grandes
artistas de la historia han hecho suya de una u otra manera.
La lucha sin esperanzas y sin cuartel contra el fracaso de su
propio destino es lo único que puede dar sentido al trabajo
artístico.
El artista se mete de lleno en el laberinto, sin preocuparse
por buscar el plano, porque entrar es lo único que permite
soñar con la meta. Otros se compran un plano, pero nunca
entran. Y el plano, por lo demás, es falso.
* Publicado
originalmente en Insomnia, Nº 76
|
|