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ISSN 1688-1672

 



GIOCONDA - TORRE DE PISA - PARTENÓN - RESTAURACIÓN/DEMOLICIÓN -

Final para la Gioconda*

Carlos Rehermann
Una tradición sintoísta japonesa establece que los recintos sagrados deben demolerse completamente cada veinte años para reconstruírse inmediatamente de manera idéntica al edificio anterior, con materiales nuevos. A los occidentales semejante conducta nos parece aberrante


Pocos habrán dejado de notar que nada es para siempre. Los hombres van y vienen, y hasta la tierra tendrá su hora final, y el sol y todas las estrellas. Tal es el sino del Universo, el poder pacientísimo del tiempo.

¿Hasta cuándo debemos conservar las cosas que están bajo nuestra custodia? ¿Cuándo debemos aceptar que ha llegado la hora final para los monumentos, para las obras maestras del pasado? Si las obras no cambiaran con el paso del tiempo, sí cambia el público: nunca sabremos con qué espíritu recibía la gente una fuga de Bach o una sinfonía de Mozart, una pieza de Shakespeare o una novela de Balzac.

Por los comentarios de los críticos contemporáneos de los escritores, pintores, compositores o arquitectos del pasado, y luego de eruditas tareas de análisis, podemos hacernos una idea de las diferencias, pero aun así, difícilmente podamos sentirlas.

Ante tal evidencia, la pregunta más importante es por qué nos empeñamos en conservar los restos del pasado, forzando los límites de sus propias posibilidades físicas. Una tradición sintoísta japonesa establece que los recintos sagrados deben demolerse completamente cada veinte años para reconstruírse inmediatamente de manera idéntica al edificio anterior, con materiales nuevos. A los occidentales semejante conducta nos parece aberrante. Si hiciéramos lo mismo con el Partenón o con la Catedral de Chartres, por ejemplo, nos daría la impresión de estar ofendiendo la memoria de sus constructores.

Esta mentalidad es cercana al fetichismo, en la medida en que centra el sentido en el objeto, y no en los procesos humanos que condujeron a su realización; la actitud sintoísta hace exactamente lo contrario, y de esa forma, así como nuestra cultura ha olvidado cómo se construye una catedral gótica o un templo griego, los sintoístas mantienen viva una tradición antiquísima. No les importa tanto la antigüedad del objeto, sino la del conocimiento que hizo posible esa forma, plasmación material de una conquista espiritual.

Para horror de numerosos eruditos, se está comenzando a hablar de la restauración de la Gioconda, la célebre pintura de Leonardo. ¿Restaurar? ¿Significa que ya está deteriorada? Pero ¿cómo? ¿Por qué? ¿Qué hacer? ¿Cómo asegurarse de que la restauración no cambiará para siempre el aspecto que tenía el original? Hay quienes opinan que sería mejor dejarla como está: con las venerables señales de la edad.

También está el caso, seriamente peligroso, de la Torre inclinada de la ciudad de Pisa, cuya celebridad obedece a un error de cateo de los constructores, que desconocían el carácter traicionero del suelo donde realizaron la cimentación. Durante siglos, la Torre de Pisa se mantuvo tranquilamente torcida, pero ahora ha decidido acostarse, para escándalo de los Secretarios de Turismo y otras autoridades que esforzadamente procuran el progreso y el bienestar de la Toscana. Si se cae la Torre, los visitantes de Florencia no se acercarán a aquella pequeña y modesta ciudad cuya única atracción es un error de ingeniería.

Ya se oyen voces que reclaman el enderezamiento definitivo y la consolidación sin más tramite del suelo de la Torre, para horror de los más encumbrados conservacionistas -para nombrar, con este barbarismo, a quienes no siempre son miembros de un partido conservador.

Esta empecinada negativa a aceptar la muerte de las obras humanas es un infantilismo que se aferra al pasado porque no sabe qué hacer con el presente. Se hace necesaria una legalización de la eutanasia de los objetos, para lograr la liberación del peso de unas tradiciones que, después de todo, son las que nos han traído a este estado de susto permanente ante la pérdida de la identidad, que, al parecer, está siempre en la bruma de los tiempos.

* Publicado originalmente en Insomnia

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