En el laberinto,
llega un momento en que el caminante vislumbra un resplandor a
lo lejos, una vaga luminosidad que le hace pensar que está
próximo a la salida. Sólo debe recorrer unas decenas
de pasos para llegar al recodo y encontrarse con la meta. Mientras
camina, construye una teoría de los laberintos: no una
teoría cualquiera, sino exactamente la teoría que
necesita: la que establece que los resplandores señalan
la salida.
¿Existe el año
cero? No: el 31 de diciembre del año Uno, se cena en fin
de año (Uno) y se tiran cañitas voladoras el primero
de enero del año Dos. Ha pasado un año, el año
Uno, y comienza el año Dos. Ha pasado un año, se
festeja el año Dos.
Pasan cien años: un siglo. Estamos en la cena de fin del
año Cien: el Universo cumple cien años. El primero
de enero del año Ciento Uno se festeja el inicio de un
nuevo siglo, el Siglo II. Ha pasado un siglo, se festeja el siglo
II.
Pasan mil años: un milenio. El 31 de diciembre del año
1000 se cumplen mil años de la Era: el primer milenio.
El primero de enero del año 1001 da comienzo el segundo
milenio, el Siglo XI. Y si pasan otros mil años, llegaremos
al 31 de diciembre del año 2000: dos milenios cumplidos,
de modo que el primero de enero del año 2001 entraremos
al tercer milenio.
Uno de los orígenes de la confusión proviene de
los cumpleaños de las personas. Cuando el nene cumple
dos años, terminó de vivir su segundo año:
comienza el tercero. Pero cuando festejamos el año Dos
del nene lo que hacemos no tiene nada que ver con lo que festejamos
al final del milenio Dos. No festejamos la venida de años
del nene, sino la ida. Bien podríamos decirle al nene:
¡Feliz Año Tres! Pero le decimos: ¡Feliz Año
Dos! A la gente se le festeja el ciclo cumplido; a los tiempos,
el Porvenir.
Si nos ajustamos al cumpleaños del que nos sirve de referencia
para medir el paso de los años en nuestra cultura -y si
no hubiera todo ese lío de los cambios de calendario y
adecuación a las antiguas festividades paganas, que hacen
que haya una semana de diferencia entre la Navidad y el Año
Nuevo-, resulta que el primero de enero del año 2000 Jesús
estaría cumpliendo 1999 años. Y que el primero
de enero de 2001 cumpliría los 2000 años.
Pero como cualquiera puede entender este asunto, y de todas maneras
la enorme mayoría de la gente se empecina en declarar
que a fin de este 1999 comienza el siglo XXI, debe de haber otros
motivos que la mera confusión. Los más educados
dicen que hay dos teorías, cuando en estas cosas no hay
teorías, porque apenas hay realidades. Lo que aquí
ocurre es la Ansiedad. Quieras que no, la Cifra impresiona.
El milenarismo (que apenas si fue una silueta fugaz en el año
1000) tiene ahora motivos para instalarse entre nosotros, como
una sombra ominosa. Después de todo, en este siglo que
se va hubo masacres, hecatombres, holocaustos, torturas, asesinatos,
violaciones, descuartizamientos, vejaciones, bombardeos y ejecuciones
como pocas veces en períodos iguales del pasado. Tenemos
motivos para sospechar que todo es posible. Tenemos motivos para
entrar en pánico, mirando que quienes tienen el poder
se entretienen en arrasar este o aquel país en nombre
de los derechos humanos.
Hay motivos para apurar el siglo que viene, para pasar rápidamente
a otra era, para ilusionarnos con que la nueva Cifra dejará
atrás todo lo que de obsceno y repulsivo tiene este presente
que se empeña en tener esperanzas. Un vago resplandor,
a la vuelta del recodo.
* Publicado
originalmente en Insomnia Nº 72
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