El uruguayo
Amir Hamed despliega una escritura barroca para un libro sin género
definido que combina dioses, grupos de rock y apariciones
fantasmales.
Ni novela ni ensayo:
álbum. Tal es el género en que, erigiéndose en estreno compositivo,
se inscribe Cielo ½, el más reciente libro de Amir Hamed
(Montevideo, 1962), quien como narrador ha publicado, entre otros
títulos no menos salientes, las novelas Artigas Blues Band y
Semidiós, mientras que de su labor como ensayista y crítico merece
particular destaque el volumen Orientales: Uruguay a través de su
poesía, antología donde, además de la selección propiamente dicha
-que va de Julio Herrera y Reissig a Eduardo Espina-, refulge el
estudio preliminar en el que Hamed, fiel a su rúbrica, conjuga
rigurosidad y audacia interpretativas. En nada ajeno a esas
virtudes, Cielo ½ es, no obstante, como se ha señalado al comienzo,
muy otra cosa: un libro compuesto de álbumes. Por álbum es dable
aquí entender: blanco tomado por lo múltiple que atraviesa al
protagonista surgente -que insurge y arde, empero, tras una máscara
de pomadas, que guarda a su "cara estallada", objeto ésta de pujas
entre el cuerpo y el alma, del sol-, colmándolo de resonancias;
blanco entintado por una escritura, la de Hamed, que, al devenir
reguero prístino, vuelve posible el tuteo con los dioses y héroes
mitológicos, de cuya irradiación sobre el presente las páginas de
Cielo ½ dan meridiana cuenta; blanco que muda en hoja de ruta de un
grupo de rock -o de
dos-, y asimismo en retrospectiva, no menos
eléctrica y electrizante, de los avatares de las letras y los
alfabetos.
Sin embargo, además de
palabras gravitando en el blanco, de texturas en asombrosa
contigüidad, todo álbum, se lee, también es "un dictado de
silencios". Sucede que el protagonista de Cielo ½ -voz narrativa en
segunda persona que es en rigor un yo desdoblado- encuentra, en
medio del revoltijo propio de cualquier mudanza, rodeado de cajas
que despiden polvo, el álbum en el que sus ancestros consignaron,
una a una, las primicias de su primer año de vida, pero ese álbum se
interrumpe, no obstante, con un blanco intocado por la letra o,
mejor dicho, un blanco que "da fantasma": aquél concerniente a la
primera palabra por él pronunciada. La primera palabra de quien,
muchos años más tarde, convertido en escritor y en el vértigo del
blanco, se pregunta, abismándose, por su ingreso en el lenguaje. Ese
blanco que surte en él, lo mismo que una figurita de la niñez
disputada al olvido, "el efecto de una puerta cancelada que, por
algún resquicio, deja escapar una huella deslumbrante". Esa huella
deslumbrante, polvillo y relumbre, inopinada danza de partículas, es
la que sigue Amir Hamed en este libro. Así pues, se retrotrae, para
impulsar la escritura -que es recomienzo en lid con el duelo-, a la
infancia del protagonista de la narración, lo cual se traduce en un
abrirse a los fantasmas, "esos desprendimientos harto distantes del
cuerpo".
Pero si tal apertura
supone un riesgo mayúsculo, Amir Hamed no sólo está dispuesto a
correrlo, sino que también, y así lo prueba su prosa en cada línea,
gusta de redoblar la apuesta: pone en medio al cielo y nos revela lo
insospechado. Deudora de la hipersintaxis y el lujo verbal del
barroco no menos que de la épica homérica, precisa aun en el tumulto
y pródiga en matices, eminentemente rítmica e impregnada de un humor
melancólico, la escritura de Hamed es por cierto exigente. Pero esa
exigencia, que no rivaliza con el gozo, recompensa al cabo con
creces, ya que Cielo ½ pertenece al linaje de los libros que nos
reinventan como lectores.
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* Publicado originalmente en ADN Cultura, suplemento del
diario La Nación,
12 de julio de 2013.
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