Dicen que un nuevo tipo de
capitalismo ha sustituido a las formas clásicas del descrito y criticado por
Marx en la segunda mitad del
siglo diecinueve. Furioso, inorgánico, absurdo, y, cabría
decir, imaginario, este monstruo contemporáneo parece conducirnos a
un encierro definitivo, paradójicamente, gracias a su apertura
ilimitada. La diferencia entre
economía y capitalismo en tanto nociones o conceptos es lo
que permite a Marx introducir una brecha política en tanto teoría
crítica: economía es cierta dimensión irreductible de la vida
humana, capitalismo es un modo
histórico de producción. Si la política aparece
como una crítica de la economía,
entonces la propia economía debe adoptar dos posiciones simultáneas
en el mapa de la teoría: un nivel irreductible al lenguaje y
a la teoría (los hombres y las colectividades siempre,
necesariamente, intercambian cosas) y una encarnación histórica de
ese nivel cuyo exceso o cuya falta pone a ese real al alcance de la
crítica (cierta desnaturalización de la economía, cierta desmentida
acerca de la naturalidad eterna del "estado objetivo de cosas" para
reinscribirlo en la historia como un sistema contingente y también
injusto: el capitalismo).
El acto teórico de Marx consiste en
retrazar el antagonismo entre economía y política:
política es la capacidad de
desmentir el carácter eterno de la economía para situarla en
la historia en tanto modo de
producción. Ahí, el concepto capitalismo es decisivo y
ocupa un lugar, por así decirlo,
retroactivo: capitalismo
es el modo político de decir economía. Pero además es capaz
deponer la positividad empírica de un sistema en la línea de lo
teórico-subjetivo: el capitalismo mismo es un antagonismo entre el
capital y el trabajo, el capital
sólo puede existir y crecer gracias a una quita a la fuerza de
trabajo, y esa quita emplaza a dos actores enfrentados en el
escenario de la historia: el capitalista-patrón y el
obrero. Acá se repite la
estructura hegeliana anterior. El obrero ocupa dos lugares
simultáneamente: es uno de los
actores enfrentados en la escena, pero también es
aquel que debe ser consciente de la escena misma como algo a
criticar, deconstruir o destruir (el propio sistema
histórico capitalista). Es este doble beneficio crítico del
marxismo lo que parece haber barrido la forma contemporánea de
capitalismo.
Desfondamiento del antagonismo política/economía
gracias a la reabsorción del
capitalismo por la economía: hace tiempo que ya
no se habla de capitalismo sino
de economía, y por lo tanto se reinstala una deshistorización
radical de la "vida económica", irreductiblemente pragmática y sólo
accesible a los técnicos.
Desfondamiento del antagonismo capital/trabajo a través de
una especie de lumpenización generalizada imaginaria de ambos por un
capital rentista especulativo, una hiperinflación de números,
indicadores y fetiches desarrollistas, una liberalization radical
del capital y una "flexibilización" de la fuerza de trabajo
(invocaciones al espíritu emprendedor de los que no pueden, al empresarialismo global, a la bondad caritativa de los que pueden,
etcétera). El problema entonces, antes que cualquier otro, consiste
en crear un relato que nos
resocialice, que es dar una nueva forma verosímil al corte
política-economía. Y
acá está en juego la creación de un nuevo sujeto
social (incluso contra la masa y
contra las grandes alianzas estratégicas). ¿Es posible ese
nuevo sujeto?, ¿tendrá necesariamente la forma fragmentaria de las
multiplicidades que luchan por
sus demandas singulares?, ¿habrá una forma discursiva de
reunirías en un universal? Ese es el lío.
No deja de llamar la atención que el documento de
Eleuterio Fernández Huidobro para el congreso de la CAP-L ni
siquiera mencione este asunto que es (por así decirlo) un asunto
educativo. El de Huidobro es un documento político (cosa excepcional
en la izquierda de los últimos diez años, y por eso, y no por otra
cosa, lo menciono), se centra en el consumismo y el monetarismo
imaginario como etapa superior del imperialismo, denuncia el
fetichismo del número y el mito desarrollista, pero los arrincona en
un argumento estrictamente numérico que termina, como dice Soledad
Platero (columna del número anterior de
Caras y Caretas), por
desembocar en una especie de "sobrevivencialismo", el mito
milenarista catastrófico que nos lleva a prepararnos para lo peor,
multiplicando la lógica pragmática que la propia economía ilimitada
ha consagrado como pensamiento único. Se olvida del capitalismo, se
olvida del sujeto de este nuevo capitalismo, se olvida de la
crítica, y se termina olvidando de la política misma.
* Publicado
originalmente en Tiempo de Crítica. Año I, N° 60, 17 de mayo de
2013, publicación semanal
de la revista Caras y Caretas.
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