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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ZOOM - HIPERREALISMO - ALUCINACIÓN

Microfobia


Sandino Núñez

Híper es la retórica de la fábula y la épica, es la misma forma discursiva de la utopía: es una tecnología hecha para recortar picos e irregularidades, para ignorar diferencias, para uniformizar y reducir al mínimo los ruidos y las interferencias: es una amplificación y no una ampliación

 

Un amigo me recordó que el filme Blue Velvet abría con la panorámica aérea de una zona residencial. La distancia imposible del paisaje. De pronto, un violento zoom: una calle, un jardín, árboles, el césped, una oreja humana devorada por las hormigas. El Bosco raja un zapallo maduro y hermoso: por la grieta surge un carnaval de insectos con cabeza humana, de pájaros dentados, de pequeños mutantes bicéfalos -inversión microscópica del paisaje radiante, redondo y silencioso, donde el santo sestea (pronto, probablemente, despertará).

Virus, bacterias, microgérmenes. Explotación narrativa
de la microfobia. Un mundo sumergido, hostil, barullento
y repugnante, espera su momento oportuno para aparecer. La invasión alienígena adquiere viejas formas tribales: las naves cromadas y brillantes ya no son su vehículo -es mi cuerpo, mi casa, mi ciudad, mi territorio. El octavo pasajero debió pasar por un estado larvario, en el que crecía dentro del cuerpo inseminado de un adulto humano.

Mi casa aloja una gigantesca rata que me devuelve mi
propio mundo doméstico, pero bajo formas amplificadas
y exacerbadas: debo militarizarme para matar al intruso, debo convertir mi morada en campo de batalla, debo conocerla milimétricamente -desagües, ventilaciones, cañerías, instalaciones. Un terremoto trae a nuestra superficie una raza subterránea de cucarachas ciegas e incendiarias. Los gremlins o los critters parecen ratas:
veo, a través de sus ojos, los travellings, rasantes y microscópicos, por el piso de un dormitorio donde alguien duerme (el santo sestea). El inconsciente freudiano,
tarde o temprano, cobra su vieja deuda con el represor -mientras tanto, me olvido, me equivoco, sueño, sufro de una parálisis facial. Todos estos ejemplos, ciertamente,
son metáforas y ficcionalizaciones.

Lo microscópico nos deja sin aire, nos envuelve, nos involucra, nos arrastra. La mirada paisajística frontal nos había arrancado del mundo -nos instalaba como el objetivo objetivante de la cámara oscura: el mundo se organizaba en líneas de fuga, en la perspectiva albertiniana, en la costruzione legittima. Todo paisaje era hermoso, por definición, en la medida en que era distante, neutro, inofensivo. La mirada reforzaba esta ecuación.
Todo paisaje era lunar, glacial. Paisajización moderna: ojo separado del mundo: el Sujeto Trascendental cartesiano-kantiano era entidad contemplativa clavada
en un mundo objetivo (de objetos), en el espectáculo
de una natura naturata.

El afiche de la película Nightmare on Elm Street envuelve, pliega y multiplica la técnica del zoom. Un paisaje tranquilo muestra algunos chalets al anochecer: las ventanas encendidas, las luces de los faroles de mercurio haciendo todavía más verde el verde del césped y de los árboles
del parque. La utopía de lo íntimo. Pero, la mitad superior del cuadro está siendo rasgada por la filosa garra metálica
del asesino. El asesinato destruye el paisaje, hace inútil toda mirada frontal. La garra convierte al cuadro en un cuadro. Brota de su superficie, lo atraviesa y lo rasga -y al rasgarlo, delata al simulacro, pero solamente a través de otro simulacro. Ahí uno vuelve sobre el cuadro, sobre el paisaje
y nota su porosidad, su textura, la indefinición fotográfica contra lo violentamente hiperrealista (¿microrrealista?) del metal deslumbrante de la garra que lo rasga.

Es un verdadero trompe l'oeil: el tacto debe ir a verificar aquello de lo que el ojo sospecha: pasamos la mano por la superficie del afiche para asegurarnos de que esa garra no está ahí -excepto en la técnica bidimensional de crearla, de mimetizarla, de holografizarla en la anamorfosis; una técnica que se cita como técnica: exponenciación ilusoria de la mirada que estropea el orden de la representación. Veo (y leo) el paisaje (el anochecer silencioso, las casas habitadas). Siento el filo de las cuchillas abriendo el cielo, la tela del cuadro, el papel de la fotografía (casi puedo oir su ruido
en la banda sonora).

Un universo microscópico espera detrás de la bidimensionalidad del signo. La técnica del zoom aparece
acá como un hiperrealismo holográfico, que prefiero llamar microrrealismo por la definición enloquecedora que promete: un mundo intolerablemente preciso como el del Funes de Borges, más real que lo real. Y este mundo mortal es, curiosamente, un mundo onírico: cuando sueñan, los personajes entran en el universo dañino del filo brillante
de las hojas metálicas, de las irregularidades microscópicas de la piel de Freddy Krueger, del ruido insportable de la garra contra la pared. Vieja fantasía: su anterior vigilia era
el verdadero sueño. El terror que despierta, aunque no lo parezca, tiene que ver también, y sobre todo, con la microfobia, bajo la forma de una especie de hiperestesia,
de exacerbación alucinógena de los sentidos.

Lo híper (hipérbole, reforzadores, redundancia, tautologías) es la lógica retórica de la fábula y la épica, es la misma forma discursiva de la utopía: es una tecnología hecha
para recortar picos e irregularidades, para ignorar diferencias, para uniformizar y reducir al mínimo los ruidos y las interferencias: es una amplificación y no una ampliación. Una meta, una finalidad, un horizonte, un modelo de sociedad futura, no son solamente el lejano punto terminal de un itinerario, la culminación de una épica: son el dibujo mismo de ese itinerario, el fundamento de una praxis y una teleología, la sumisión de los pequeños actos (proairesis) a la economía de la Acción Superior (praxis).

Lo híper es la técnica interactiva de los grandes espacios abiertos (públicos): es la gestualidad histérica de la representatio, del teatro y de la puesta en escena.
La expresividad como técnica amplificatoria: el actor se debate en un espacio abierto, lejano, distendido: la hipertrofia gestual, el pneuma imponente, son sus únicos grandes recursos. Del otro lado del mundo, en el otro hemisferio, está el espectador, ya familiarizado con la histeria como estrategia, y que sabe que no hay paisaje
sin reglas. En cambio, el actor filmado, el actor
fotografiado, puede, y debe, invertir el procedimiento:
un plano detalle me muestra la transpiración, las imperfecciones de un maquillaje, una ceja ligeramente levantada, un tic, la vacilación de la voz adelantada en la cara, el llanto contenido, la angustia, un incipiente rubor.

La fotografía es inevitablemente microscópica: aunque derive de la tecnología del paisaje termina siempre por descomponerlo en la anamorfosis, en el detalle que salta
a la mirada frontal, o en la indiferencia obstinada de
aquello que se sabe registrado, grabado, reproducido -milimétricamente. Es la gallina de los negros de
Ombredane, es la noción de punctum de Barthes.

Lo micro ya no necesita un espectador como un otro polo, punto terminal de la ecuación histérica -pues la exploración microscópica me envuelve, llena mi espacio, no me necesita como espectador sino como cómplice, me ensambla a su maquinaria obscena.

De híper a micro hay cambios radicales en las técnicas de actuación: de la representación a la presentación, de la histeria a la paranoia o a la perversión.
Una regla antropológica: aquello que empieza por ser una técnica suele convertirse en un estilema. Del defecto al efecto. La voz del murguista mimetizó al pregón
-su registro y su timbre nasal y aflautado era la única amplificación posible: esta tecnología se respeta hoy, travestida en la forma sagrada de un estilo. Algo similar ocurre con las voces líricas: Pavarotti cantando a dúo con Sting o con Brian Adams es el montaje monstruoso de dos tecnologías: lo híper de la amplificación y lo micro de la ampliación.

Pues, la técnica, sabido es, recorta (o inventa) las posibilidades del estilo. La FM, y el sonido hi-fi del CD,
son un caso sintomáticamente claro de cómo el perfeccionamiento de la tecnología híper de la amplificación, termina por convertirse en una exploración micro, en una ampliación. Reducir ruidos, minimizar interferencias e intrusiones, limpiar irregularidades extrañas, no es pulir o desnudar la superficie resbaladiza del sonido, como podría pensarse, sino ampliar microscópicamente sus imperfecciones e irregularidades internas -molecularizarlo, por decirlo así.

El tenor o el barítono compacto y gritón del locutor de AM se convierte en un grave bajo granulado. La voz impostada, masiva y homogénea de Pavarotti, deviene la fragilidad porosa, nasal y acariciadora de la voz de Sting. La música tiende a hacerse clara, apolínea, descomponible (la voz tramada, granulosa, ronca, apagada, siempre será más disfrutada, en un ambiente micro, que la voz lírica compacta e impostada).

El microrrealismo sonoro del láser o de la FM, compañía de la actitud reposada, inofensiva y distendida del que escucha un paisaje sonoro, no deja de tener algo de inquietante destrucción táctil de ese mismo paisaje.

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