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ISSN 1688-1672

 



BULLYING/MOBBING -

Diccionario para tiempos difíciles*

Sandino Núñez
 
 

BULLYING, MOBBING. Hay nichos de mercado del acoso que todavía no han sido explotados y que ya podemos ir sugiriendo para futuras especializaciones, posgrados, congresos, asesoramientos y terapias: el acoso en el ómnibus, el acoso en el supermercado, el acoso en alta mar, acoso los viernes de noche, acoso religioso y acoso filosófico, acoso de rengos de voz ronca.

BULLYING, MOBBING. Ocurre que va a haber un congreso de mobbing y bullying en Montevideo y la delicada exquisitez de las expresiones me tentó. Ambas locuciones inglesas remiten al horror maravilloso de la cultura contemporánea: el acoso del otro. La primera designa al acoso en la escuela y la segunda al acoso en el trabajo. También tenemos el stalking o acoso físico, el cyberstalkig y el cyberbullying, el acoso inmobiliario (¿acoso inmobiliario?). Hay nichos de mercado del acoso que todavía no han sido explotados y que ya podemos ir sugiriendo para futuras especializaciones, posgrados, congresos, asesoramientos y terapias: el acoso en el ómnibus, el acoso en el supermercado, el acoso en alta mar, acoso los viernes de noche, acoso religioso y acoso filosófico, acoso de rengos de voz ronca, en fin. Las dos expresiones (bullying y mobbing), previsiblemente, provienen de la etología, disciplina que estudia, describe y clasifica el comportamiento animal. Esta variante social o humana de la etología y sus estúpidos procedimientos empírico-descriptivos, clasificatorios y de cuantificación, ya es moda desde hace muchas décadas (hace unos ocho o diez años inundaron el mercado con lo de las "tribus urbanas"). Buena parte de la sociología y la psicología empíricas han clavado sus artefactos en esta despiadada clasificación policíaca de la conducta de las personas y de los grupos, o bien por el mero placer de describir y fotografiar lo real (hacer una antropología urbana que se desplaza de los lejanos contextos exóticos de principios de siglo XX como las islas del Pacífico Sur, al exotismo folclórico del multiculturalismo de las propias metrópolis occidentales), o bien con la coartada de hacer una sociedad más tolerante y más democrática "empoderando" a las víctimas, haciéndolas menos vulnerables al comportamiento abusivo y del odio, y enderezando a acosadores y sociópatas. El programa televisivo "Santo y seña" hace un valiente reporte periodístico en el que desnuda y denuncia el timo y el embuste de los "mercaderes de la fe", que, oh, novedad, especulan con la ignorancia y la credulidad de los indefensos pobres para vender milagros, curaciones, descargas y liberación de incostos. Pero nadie hará nunca un programa de televisión en el cual se desnude y denuncie a estos predicadores diplomados en power point que venden terapias y empoderamiento, asesoramiento y orientación de autoayuda, apoyados en la obsesión de la masa con la seguridad, y exponenciando la obscenidad de una cultura que vive aterrorizada por el acoso del otro. Lo estúpido de nuestra cultura muchas veces oculta lo peligroso, lo atroz y lo infame, y eso la vuelve dos veces más peligrosa e infame. Acoso, hostigamiento, intimidación, terror: eso mueve la circulación hoy de cuerpos, cosas, energías y lenguajes. Dividir la sociedad en acosadores y víctimas, en predadores y presas, es blindar la máquina de la seguridad. La víctima no piensa en liberarse (liberación: ese sueño loco y caduco): solamente busca ser protegida y amparada, o tolerada y no molestada. Y el acosador, el perseguidor y el hostigador es un virus lleno de odio paranoico irracional, o indiferente e inmotivado, o sádico y sociopático. Estamos a años luz de algo como una sociedad.

 



* Publicado originalmente en Tiempo de Crítica. Año II, N" 55. 12 de abril de 2013, publicación semanal de la revista Caras y Caretas.

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