1-
Para entender Cielo
1/2 convendría, de
entrada ya, recordar el título completo del libro de Nietzsche: Ecce
Homo: cómo uno se vuelve el que es. Amir
Hamed ha escrito un texto, un libro finalmente
por su propio peso, que para mi funciona, en parte al menos, como
demostración exhibida de cómo el sujeto tiene que sortearse en sus
palabras. Palabra y yo, palabra y sujeto, palabra y persona o
personalidad, como quieran, esa es una de las cosas que importan en
este libro. Acá hay una muchedumbre de dioses, de tiempos, de
espacios, de personas que no son personajes, pero la tensión de
todos esos hilos, o cuerdas, es alta. Es un zurcido complicado.
Parece que uno no va a completar el salto, atrás adelante, antes,
después, que uno no va a hacer el enganche.
Pero el que escribe, lo que escribe, va enhebrando, tañendo esas
cuerdas tensas, cada una de esas diferencias; va descubriendo lo que
puede hacer.
Claro que la desintegración del yo, por esa tensión que apenas se
controla, está ahí nomás. El libro está escrito bajo el signo de Penteo entonces, aquel rey de Tebas que prohibió el culto de
Dioniso—se ve que le tenía miedo a la desintegración y la
pluralidad, y quería mantener un rostro único—. “Cara de cemento”
tenía Penteo, como dice el tango. Hamed se refiere en el texto a
cierta disposición volcánica del rostro, a la capacidad de crear o
criar un rostro que estalla en muchos. A Penteo, como es público, lo
despedazaron una noche en que de todos modos había ido, de la mano del
mismo Dioniso, a espiar a las mujeres durante sus ritos báquicos.
Las mujeres lo creyeron un animal, uno sin identidad ni rostro, y lo
descuartizaron.
Amir Hamed, para decirlo corto
ya en este primer párrafo: en el libro este está un relato de cómo
te volviste el que seas que sos, igual que en el título del ecce
homo; o si se quiere una larga reescritura o reapropiación de tu
nombre: su chatarrería pasada, su antigüalla, sus antigüedades a la
Flavio Josefo, su energía vieja que se vuelve a convocar, se pasa
por tamiz actual. El decir de uno más de la serie en esa
trasmigración. Una vuelta más, en donde se repiten muchas cosas.
Pero también está ahí en el texto algo más espinoso, que viene a ser
cierto intrincarse de un yo criollo/sujeto criollo de nombre
extraño, en un tejido apretado, no fácil de plegar y ajustar a
antojo, de varias mitologías lejanas: lo griego, y antes lo
mesopotámico, lo semítico, lo mesoamericano. Hay entonces una
pregunta primera: ¿A las mitologías, que en su origen son la
segregación o el rezumo de una experiencia cerrada, en región,
lengua y tiempo específicos, cómo se las puede abrir, viajar o customizar? Lo que me lleva ya a mi segundo punto.
2-
Una de las formas que conozco
de prepararse de por vida para hacer eso, es nacerse rioplatense.
Porque, y nos olvidamos a menudo, que eso es una de las cosas que
hacemos mejor acá en el Río de la Plata, donde la “diversidad” no es
una moda de hace unas décadas, sino una especie de forma de ser
tradicional. Esta suerte de reposesión mitológica es entonces de
acá, para mí. Esto que tenemos entre manos dice su origen cercano al
hablar de lo lejano; para mí esta es una de las pocas regiones donde
se podría haber escrito esto, acá en esta especie de resumidero de
logos en que vivimos, o al menos, si no vivimos, de donde nos
salen las referencias, donde podemos mezclar a piacere órdenes
sucesivos o también órdenes opuestos, órdenes enemigos de palabras y
significados. Nosotros acá, ya se sabe, alineamos del mismo lado al
ejército francés y al prusiano, todos nos parecen Europa. Entonces
me pregunto si es que realmente los hacemos significar distinto a
esos órdenes de discurso, o si es que los trasladamos completamente
a otro modo, o mundo, donde todos aquellos hacen nuestros sentidos;
una enciclopedia terrena hecha por un extraterreno. En Cielo 1/2
hay no solo eso, que es común de toda cultura, la manipulación de
las referencias culturales distantes, sino una segunda mano, un rulo
más, que es la intersección de eso con las peculiaridades de tiempo,
espacio, con el cronotopos de la voz que se habla a sí misma por
escrito en el texto. Lo que deja servida la cuestión de género
literario.
3-
Género. Importa el género,
porque es el contrato, es la tela del contrato. Si no tengo el
contrato no sé qué estoy leyendo, voy a naufragar en alguna página
cercana. En cambio si tengo contrato puedo sobrepasar y orientar las
dificultades. Y sí: esto es también una “narrativa del yo” como
bautizó alguno con escasa poesía alguna vez; es un cuaderno de
apuntes, una autobiografía, un diario—un travelogue; y un ordenar de
referencias a sí mismo en segunda persona.
Desde el principio, acá, en este
libro al menos (y muchos sospechamos que en toda la literatura), la
cosa es cómo se dice el yo, el sujeto. Si logra decirse, o solo
logra repetir. Ya balbucearse es algo. Qué palabras banca, con
cuáles puede medirse, anexarse, reclamar, etc.. Whitman había escrito
aquella Song of Myself que el yo—no muy ducho aun—de Vasseur
estropeó antes que otros; y lo que muestra lo de Whitman, aun muy
siglo IXX, es que quiere poner el centro en el sí mismo y el
sí mismo se le descentra y se le va diluyendo en las praderas y los
bosques, el yo se le hace el mundo y se le va de las manos—y eso es
la garantía, paradójicamente, de su fusión con su sí mismo, que se
dan en lengua, su salvoconducto, que no es el de su yo, sino el de
Whitman. Ese es un modelo difícil de superar porque al menos logra
evitar el romanticismo de creerse que el cuento del ego tiene un
valor comunicable, una diferencia propia expresable en el lenguaje
de los sentimientos.
4-
Porque si es una “narrativa
del yo” y una “autobiografía”, habría que pensar qué es eso; qué es
posible hoy, en ese espacio genérico. No es psicologismo, no es
pretender que el lector lea la peripecia egoico/sentimental de Amir
Hamed. Yo hablaba al principio de Penteo, y leyendo el
libro uno se pregunta si, bajo el disfraz de un yo que se habla,
realmente acá se intenta, en texto, una “personalidad” unificada,
única, continua. Esta sospecha creo que está planteada hace tiempo,
creo que la respuesta es, no, porque eso es algo que no existe, y
por tanto eso no se puede hacer. A ver, a esta altura no estoy
seguro si aun, o mejor dicho ya, podremos citar de nuevo a
Borges. Todos estuvimos hartos de Borges, pero hay algo que viene
después de estar harto. Acaso ya pasamos más allá de estar hartos.
Esto que pasa con unos pocos escritores, que de repente se los puede
volver a citar sin problema, me parece que con Borges ya pasa, hace
poco con Amir. Entonces, si se permite reinaugurar la
temporada de citar a Borges, en uno de sus ensayos primeros, según
lo leo, voy a decir que es ensayo fundador de todo lo demás, que se
llama “La nadería de la personalidad”. Allá al comenzar los veinte,
Borges arranca construyendo párrafos atrás de una anáfora que dice:
“No hay tal yo de conjunto”. Es un ensayo que niega la continuidad
del yo. Esa frase es el horcón que mantiene el Borges de después, en
muchos sentidos: su teoría de la inexistencia o minoridad del autor,
su elogio del lector, su observación de que todo decir o contar es
una redisposición de piezas ajenas, su admiración por lo que no es
hermenéutico ni reductible a palabrería, como la acción, el duelo, o
la felicidad del tango viejo, donde el yo se juega porque se pone
más allá de las palabras. Todas estas cosas celebran una violencia
primordial, cercana a la risa, y que es existencialmente más entera
que lo que tiene antes y después. Y en ese ensayo dice Borges
“Pienso probar que la personalidad es una trasoñación, consentida
por el engreimiento y el hábito, mas sin estribaderos metafísicos ni
realidad entrañal. Quiero aplicar, por ende, a la literatura las
consecuencias dimanantes de esas premisas, y levantar sobre ellas
una estética, hostil al psicologismo que nos dejó el siglo pasado,
afecta a los clásicos y empero alentadora de las más díscolas
tendencias de hoy”.
5-
“Hostil al psicologismo que
nos dejó el siglo pasado”. Ahí está una de las cosas bien nítidas de
este libro de Amir: habla de un sí mismo sin entrar en el corral de
creer que las palabras que uno puede usar son capaces de decir, sin
mucha vuelta o de modo muy directo, la experiencia de uno, una cosa
una, unificada. No, la experiencia de uno no se dice. Pero se puede
narrar su exterioridad y hacer con eso algo que sea interesante
evocación de las experiencias internas, que repito, no se dicen. Es
decir, que a las palabras hay que domarlas, hay que medirse con
ellas, pero son ellas las que lo miden a uno. Cada uno va sabiendo,
si se dedica y alcanza en algún momento el oficio de escribir, hasta
dónde y qué puede decir. Uno, si escribe, nunca escribe lo que
quiere, sino lo que puede. Así es que uno se maravilla de cuánto un
otro puede escribir a veces. Esa es la famosa “representación del sujeto”,
para mí. Un sujeto que nos llega porque se hizo mundo. Borges, en el
mismo ensayo que citaba antes, trae al mismo Whitman, ya mencionado, y
dice “que procurar expresarse, y querer expresar la vida entera, son
una cosa y la misma. […] Whitman fue el primer atlante que intentó
realizar esa porfía y se echó el mundo a cuestas. Creía que bastaba
enumerar los nombres de las cosas, para que enseguida se tantease lo
únicas y sorprendentes que son. Por eso, en sus poemas, junto a
mucha bella retórica, se enristran gárrulas series de palabras, a
veces calcos de textos de Geografía o de Historia, que inflaman
enhiestos signos de admiración, y remedan altísimos entusiasmos.”.
¿Cómo se hace entonces para saltearse este problema de la
garrulería, especialmente si uno se carga a lomos el entero panteón grecomesopotámico, y lo egipcio, y lo ugarítico y lo hitita?
Precisamente, si logra atar hilos y referencias desde su montura de
lenguaje; si se puede leer “de nuevo”; o “como nuevo” un episodio de
la Ilíada. Hay muchos escalones después de la garrulería, cuando lo
que prima en el ordenamiento del mundo en palabras es el poder de
uno, cuando uno crece, y no permite que mande lo que está ya dado.
Me parece que Cielo 1/2 consigue cosas en este sentido, consigue
poner rienda a cosas tan difíciles de manejar como mitologías y
espacios que arriesgarían exotismo, y entonces exhibe más de algún
logro antiorientalista.
Entonces el libro, se me antoja,
es la exhibición, ya muy mejorada, del proceso largo por el cual uno
se va poniendo a la altura de todas las palabras, y evita caer en la
trampa de procurar expresarse sin pasar por el exterior. El
exterior, naturalmente, tiene que estar para un escritor hecho en
buena medida de palabras.
6-
Es que, como dice en un
momento musical el texto, “nada tira tanto como la letra”. La
metáfora principal del libro, para mí, vuelve a ser cómo mostrarse
como ciudadano pleno de una forma de relacionarse con toda la
cultura anterior, y decirse sujeto es ser esa capacidad de
relacionarse, acá. Decirse en una mezcla en principio no legítima en
ningún lado más que acá en este rincón aluvial: como un artefacto de
experiencias y decires que es capaz de tomarse todo, lo de antes, lo
de ahora, lo de acá y allá, y ponerlo todo en barro de nuevo. Ya sé
que es muy común hablar del barro acá en el estuario este que nos
tiene cerca. Para mí está bien y es de fondo esa metáfora, y acá
tiene una nueva realización, o exploración. Así como nosotros
tenemos al menos una ciudad que suena al mismo tiempo a egipcia
antigua, a incendio, y a pastiche local: Piriápolis, así es que este
libro le junta la nuca con los talones a Occidente.
Y no todo está “logrado”, o
cerrado en el libro, como en el barro precisamente, que nunca fue
una cosa muy ordenada ni prolija. Pero todo está bien, está vivo, es
material con potencia de reorganización. Y es un texto humilde antes
que nada. Cielo 1/2 habla de los propios fracasos bien de frente, y
en eso recuerda un poco, para volver al principio, al Ecce homo
de Nietzsche, que fue uno de los que usó mejor la ironía respecto de
las pretensiones de grandeza del aquel yo decimonónico que Borges
empieza su carrera ya ajusticiando. El de Nietzsche es el logro
mejor de la humildad en un siglo de tipos que se veían y se
escribían más de lo que eran—hay que recordar el índice, desopilante
en su reírse de esas pretensiones, de Ecce homo, por ejemplo
“Por qué soy tan genial”, o “Por qué escribo libros tan buenos”, o
“Por qué es que soy un destino”, y demás. Hace falta humildad para
encararse.
Recordemos de nuevo a Penteo al
final, al miedo a la dispersión pero al encararse con ella y salir
entero. Hablando de dispersión, Nietzsche logró escribir su Ecce
Homo poco antes de la locura. Habrá que ver cuál es el próximo
libro de Amir, entonces, antes de pasar un juicio más definitivo.
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