La utopía de ver cómo la
Humanidad retornaba a la tribu perfecta, en la que los problemas
comunes pudieran ser discutidos por individuos informados, aún
no se ha vuelto realidad. Las nuevas tecnologías de este
siglo, en particular las de las comunicaciones, no han logrado
demostrar que tienen el poder de solucionar por sí mismas
los problemas de la Humanidad.
"La información
se ha convertido en el recurso estratégico clave
sobre el cual descansa la estructura económica mundial."
La frase, tomada al azar de uno de los cientos de autores que
han analizado el desarrollo político y social en los últimos
años, refleja un punto de vista bastante difundido entre
los sectores intelectuales del mundo desarrollado y absolutamente
predominante en los medios
de comunicación masivos de casi todo el mundo. La
creciente importancia de la información estaría
basada en el enorme desarrollo que han tenido las comunicaciones
durante los últimos años.
Esta situación a su vez, estaría justificando ese
desarrollo.
En su sentido más restringido se entiende por "comunicación"
el intercambio de ideas, información o actitudes entre
personas.
Pero, con el correr de los tiempos, el concepto pasó a
incluir también el movimiento de personas y de otros bienes,
es decir el transporte. El complejo sistema de comunicaciones
del presente está compuesto entonces por una gigantesca
red de elementos físicos, como carreteras, puentes, aviones,
autos, teléfonos, telégrafos, satélites,
computadoras, cables, ondas, imágenes, libros, sonidos,
etc. Pero además, está compuesto por una serie
de convenciones, acuerdos, lenguajes, códigos e instituciones
que regulan la comunicación. Algunos de estos elementos
fueron inventados durante este siglo, otros han sufrido evoluciones
importantes; todos constituyen la base gracias a la cual las
informaciones pueden transmitirse (o no transmitirse).
Sobre el Atántico
En 1901, Guglielmo
Marconi logró que por primera vez un mensaje cruzara el
océano Atlántico sin necesidad de utilizar un cable.
El experimento, concretado gracias a la utilización de
ondas de radio, demostró que la comunicación entre
dos puntos muy distantes y entre los que no existía un
vínculo material sólido, visible -como un cable-
era posible. Este experimento abrió el camino de la comunicación
inalámbrica, que continúa siendo predominante hoy.
En realidad, el siglo
XIX había visto el nacimiento de importantes medios de
comunicación e inventos que la facilitaban. La fotografía,
el cine, la linotipo, la imprenta rotativa, el ferrocarril y
los barcos a vapor habían cambiado la forma de moverse
en el mundo. Pero los adelantos que produjeron derivaciones más
espectaculares provienen del uso de implementos que usan electricidad:
el teléfono y el telégrafo.
Ellos permitieron la
comunicación a distancia de forma inmediata, superando
-aunque no eliminando- a medios como el correo, que implicaban
un transporte material de los objetos o informaciones. El siglo
XX comenzó junto con el desarrollo de la comunicación
inalámbrica, que cambió las características
de la navegación, el comercio y el flujo de informaciones.
Como era de prever,
la implantación de estas nuevas formas de comunicación
no se produjo de manera homogénea. Los
países europeos más poderosos de un lado del Atlántico
y Estados Unidos del otro, estuvieron a la cabeza de los nuevos
desarrollos.
Gran Bretaña
comenzó con la explotación comercial de los primeros
cables submarinos y, en los años previos a la Primera
Guerra Mundial, duplicaba a Estados Unidos en la cantidad de
kilómetros de tendido. Los estadounidenses, por su parte,
lograron instalar más del doble de líneas telegráficas
inalámbricas de punto a punto, en una decisión
estratégica que resultó decisiva para lograr el
dominio de las telecomunicaciones en los años posteriores.
Los preparativos de
la guerra intensificaron la investigación en sistemas
de comunicaciones y medios de transporte -como el avión-
que fueran rápidos y seguros. Luego de finalizada la guerra,
las aplicaciones en el área civil pudieron verse casi
de inmediato. En la segunda década del siglo se inventó
la trasmisión de imágenes a través de ondas;
la televisión. En 1930 ya existía un servicio comercial
regular aéreo. En 1922 y también en Estados Unidos,
se puso a la venta la primera radio portátil; en pocos
años los fabricantes de automóviles comenzaron
a incorporarla a los nuevos diseños. Es también
por esos años que comenzaron a establecerse las líneas
aéreas comerciales en diferentes lugares del mundo.
Los preparativos para
la segunda guerra produjeron un efecto similar: los grandes descubrimientos
del período anterior se perfeccionaron y se pusieron a
las órdenes de las fuerzas armadas de los países
industrializados.
Durante la Segunda
Guerra Mundial la aeronáutica adquirió un peso
que no había tenido durante el anterior conflicto, el
radar ocupó un lugar destacado y comenzó la investigación
que llevaría a la balística a convertirse en el
origen de la industria aeroespacial.
Finalmente, la invención
del transistor en 1947 fue el punto de inflexión que marcó
el comienzo de una nueva serie de desarrollos.
El avance técnico
de las comunicaciones se basó fundamentalmente en intereses
comerciales y bélicos y el eje de ese avance su ubicó
en el océano Atlántico, entre Europa y Estados
Unidos. Otros actores, como la Unión Soviética,
China y Japón, no comenzaron a hacer notar su influencia
hasta la segunda mitad del siglo.
Mientras tanto los
países del Sur comenzaban a integrarse a las redes de
comunicación que relacionaban a todo el planeta, pero
su participación se hizo desde la posición de receptores
de comunicación y no como emisores.
Los centros emisores
Con un mundo crecientemente
comunicado, el qué comunicar se convirtió en un
artículo de consumo por el que, como nunca antes, había
que pagar. Durante el siglo XIX cuatro agencias informativas
se habían repartido el mundo en áreas perfectamente
delimitadas. La enorme cantidad de diarios surgidos gracias a
los adelantos de la imprenta rotativa necesitaban tener noticias
del resto del mundo que sirvieran para orientar a exportadores,
importadores y políticos. El ciudadano alemán Paul
Julius Reuter había conseguido el respaldo del gobierno
británico y su agencia abastecía a todo el imperio
y a algunos países asiáticos y mediterráneos.
El francés Charles-Louis Havas había consolidado
su control en los dominios imperiales franceses, Europa sudoccidental,
América del Sur y partes de África. El servicio
alemán Wolff disponía del resto de Europa, incluyendo
Austria-Hungría, Escandinavia y los países eslavos.
Por su parte, la agencia Associated Press (AP) había sido
creada en Estados Unidos para competir con el predominio europeo.
Pero la fortaleza del trust de las otras tres grandes agencias
mantuvo a UP confinada a su territorio hasta la Primera Guerra
Mundial.
La derrota alemana
permitió también que la parte de Wolff en el negocio
fuese a parar a manos de Havas y Reuters,
produciéndose un reacomodamiento del trust.
A pesar de los múltiples
intentos de romper el cerco creado por las grandes agencias,
éstas siguieron controlando la parte
medular del negocio y trasmitiendo junto con las noticias, su
propia perspectiva. Las alianzas con gobiernos y con sistemas
sociales o políticos de los países del Norte se
vieron -y todavía pueden verse- reflejadas en los enfoques
informativos.
Después de la
Segunda Guerra Mundial, las potencias vencedoras lograron concretar
su predominio también en el plano de los contenidos y
las informaciones que se brindaban a la mayor parte de los diarios
del mundo. A Reuters, AP y la también estadounidense United
Press International (UPI) se les sumó la soviética
Tass y la Agencia France Press, AFP, surgida de las ruinas de
Havas. Las cinco compañías quedaron entonces como
las nuevas dueñas del mercado.
El período
de posguerra
La victoria de los
países aliados tuvo como consecuencia un reacomodo de
las relaciones internacionales, que afectó
también el plano de las comunicaciones. El sistema colonial
vigente hasta 1945 comenzó a desmoronarse y entre la década
del cincuenta y sesenta decenas de naciones consiguieron su independencia.
Una de las tareas principales
de los nuevos estados fue la de establecer su lugar en el seno
de la comunidad internacional y para ello el tema de las comunicaciones
se convirtió en prioritario.
Con mayor o menor esfuerzo,
las inversiones en transporte permitieron a los nuevos países
desarrollar sistemas carreteros o rediseñarlos de acuerdo
con sus necesidades y no con las de la vieja potencia colonial.
Así, estos países fueron consiguiendo establecer
líneas aéreas, trazados ferroviarios y sistemas
portuarios funcionales a sus nuevas necesidades.
Pero el otro contenido
del término comunicación, el que se refiere al
flujo de la información, estaba fuera del alcance de
estos países. La definición de qué medios
técnicos y con qué características particulares
debía realizarse cualquier
comunicación ya había sido establecida por otros
países. La concesión de ondas de televisión
o radio, las características de las estaciones trasmisoras
y los puestos de recepción estaban controladas unas y
producidos los otros por los países centrales.
Los códigos
en los que estaban escritos los mensajes también estaban
ya definidos. Pero los contenidos de las informaciones, que era
prácticamente imposible ir a buscar a otras partes del
mundo, siempre y cuando se quisiera comprar el servicio de las
grandes agencias, estaban ya al alcance de la mano.
El viejo orden político
de posguerra, roto por la oleada descolonizadora, también
comenzó a ver reflejado su deterioro en el plano de los
contenidos informativos. En la década de los setenta se
intentó, particularmente a través de la UNESCO,
convocar para la creación de un "Nuevo Orden Informativo
Internacional", un orden capaz de desbloquear el "sistema
comunicacional unidireccional, vertical y monopólico"
en el ejercicio del derecho a la información a escala
planetaria.
La creación
de las alternativas comunicacionales, tanto en la estructura
de los medios, como en la propiedad de los mismos, alternativas
frente al monopolio de las agencias noticiosas y su subsecuente
flujo de información, fueron algunas de las propuestas
del Informe MacBride (1980). La tarea debía considerarse
como un beneficio para la humanidad y por lo tanto podía
ser asumida como propia por aquellos foros mundiales.
La iniciativa fue acogida
con entusiasmo por muchos y con silencio por otros. Pero el deseo
de conseguir un cambio de
status, un reconocimiento pleno para las nuevas naciones, no
podía conseguirse sólo a través de un Nuevo
Orden Informativo.
La iniciativa formaba
parte de un proyecto más ambicioso y tal vez por ello
más difícil de alcanzar: la creación de
un Nuevo Orden Económico, que contemplara reglas de intercambio
más justo para todas las naciones.
La falta de fuerzas
para lograr el objetivo de un nuevo orden económico dio
por tierra también con las esperanzas de un
cambio en el orden informativo.
El otro camino
La invención
del transistor en 1947 abrió el paso a una serie de cambios
que terminaron en la masificación de aparatos tales como
televisores, radios portátiles, calculadoras electrónicas
y computadoras.
Al final de la Segunda
Guerra Mundial, el mundo contaba con unas pocas computadoras
hechas a mano, que ocupaban
varias habitaciones y que sólo podían ser manejadas
por expertos científicos. El siguiente medio siglo ha
visto cómo los transistores lograron convertirla en un
implemento que se fabrica en serie, cabe en un escritorio, en
una pequeña valija o incluso en la palma de la mano. La
potencia y la velocidad que estas máquinas tienen para
procesar datos son cientos de veces mayores que las de sus antecesoras
de la posguerra.
El establecimiento
de redes mundiales que interconectan computadoras ha provocado
un vuelco importantísimo en el acceso a y el intercambio
de información. Más de 40 millones de usuarios
en el mundo y un crecimiento exponencial han hecho de Internet
una herramienta insustituible. El acceso inmediato a bases de
datos y fuentes de información, la posibilidad de establecer
vínculos a través de sistemas como el correo electrónico
y grupos de noticias han permitido sortear muchas veces la rigidez
unidireccional que imponían las grandes agencias informativas.
Miles de organizaciones no gubernamentales, de asociaciones civiles,
de grupos de afinidad han logrado abrir nuevas vías de
comunicación rápidas, confiables y a precios
accesibles. Ciudadanos de distintas partes del mundo han logrado
hacer sentir su voz en conjunto, apoyando las más diversas
causas, al tiempo que ponían sus conocimientos al alcance
de otros.
La capacidad de comunicación
en redes ha hecho pensar a muchos que la democratización
del acceso a las fuentes
informativas es un hecho indiscutible e irreversible. Sin embargo
este desarrollo también tiene su contracara.
Debido a los altos
niveles de uniformización necesarios para el funcionamiento
de redes de estas características, decenas de idiomas
que utilizan grafías no latinas y que pertenecen a pueblos
con escaso potencial económico, han tenido serias
dificultades para integrarse a las corrientes informativas mundiales.
Muchísimas otros pueblos sí lo han logrado, y es
posible encontrar programas con caracteres árabes, chinos,
hebreos, cirílicos, etc. Pero, una vez más, la
mayor parte de los usuarios de las redes mundiales de información
se encuentran con que una lengua, el inglés, es la puerta
de acceso a esa diversidad.
La mayor parte de los servidores que ponen información
a disposición de los usuarios de redes como Internet están
ubicados en los países desarrollados y en particular en
Estados Unidos.
El mundo se ha hecho
dependiente de la información que viaja casi a la velocidad
de la luz, haciendo comprensible que
pueda considerársele como un "recurso estratégico
clave". Sin duda que se trata de un bien clave para el funcionamiento
de las bolsas de valores de todo el mundo y para las compañías
que operan en ellas, pero también para los ejércitos
que utilizan armas sofisticadas, para las empresas de crédito,
para las aseguradoras de todo el mundo y para casi toda empresa
que tenga intereses que vayan más allá de su zona
de establecimiento.
A su vez, la convergencia
de los campos de la comunicación y la información
ha dado lugar al surgimiento de una poderosa industria en torno
a la informática. En esta industria confluyen los intereses
comerciales, militares, de la industria del entretenimiento y
la propia industria electrónica y de programación.
Ella ha dado lugar a nuevos monopolios, como el de la empresa
Microsoft, que utiliza el poder que le da controlar el 90% del
mercado para eliminar a la competencia e imponer sus propios
estándares sobre usuarios y proveedores de servicios.
Mirado desde una perpectiva
más general, la aldea global que preveía el canadiense
Marshall MacLuhan no se concretó. Si bien los medios como
para lograr integrar una comunidad global están a disposición
de una parte importante de la sociedad, la mayoría de
los habitantes del planeta no tienen los recursos materiales
como para integrarse a ella.
Por otra parte, quienes
sí pueden hacerlo no cumplen -hasta hoy- con el concepto
de lo que implica la convivencia en una
"aldea", aunque sea denominada global. En algún
momento, el cable, la televisión, el satélite y
la propia Internet fueron
considerados como elementos que podrían unir a la sociedad,
pero la diversidad explosiva que han aportado colaboró
con la fragmentación social presente tanto en las naciones
pobres del Tercer Mundo como en los países más
ricos del Norte.
*Publicado
en La Guía del Mundo 1999-2000
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