Parece que, por momentos, Baudelaire hubiera ya
captado ciertos rasgos de esta inhumanidad aún por venir. En Cohetes
se lee: «El mundo va a acabarse ... Pido simplemente a todo hombre
que piense que muestre que subsiste de la vida ... No es en especial
por las instituciones políticas como se vendrá a manifestar por
cierto la ruina universal ..., sino por la vileza a que llegarán los
corazones. ¿Es preciso que diga que lo poco que quedará de lo
político se debatirá entre la opresión de una animalidad ya general,
y que los gobernantes se van a ver forzados, para mantenerse y
proyectar un fantasma de orden, a recurrir a medios que harían
estremecer nuestra humanidad de hoy, sin embargo ya tan endurecida?
... Esos tiempos están quizá muy próximos; ¿quién sabe si no han
llegado ya, y si el pesado espesamiento de la que es nuestra
naturaleza no es el único obstáculo que impide que apreciemos ese
medio en el cual respiramos?».
Hoy no estamos ya mal situados para convenir en la justeza que
muestran estas frases, y es muy posible incluso el que aún se hagan
más siniestras. Quizá la condición de la clarividencia de que nos
dan prueba estas palabras era menos un don de observador que aquella
destreza que ha de poseer el solitario en el seno de las multitudes.
¿Es audaz en exceso pretender que son aquellas mismas multitudes las
que ahora van siendo modeladas por las manos de los dictadores?
|
|