La dirección email
del ciudadano Bill Clinton
es <president@ whitehouse.gov>. Las respuestas automáticas,
"El presidente agradece su interés y le invita a escribir
cuantas veces quiera," refuerzan el complejo de Cassandra
que tiene todo residente pensante de este país cuyo mayor
orgullo, o mayor mito, es la libertad de expresión. Se
nos dejará hablar y no se nos escuchará. La expresión
se reduce a un "opinar" en un nivel de talk show,
y toda opinión se "respeta" como se respetan,
por ejemplo, los defectos físicos. Así es que la
conversación seria queda vedada, por ser una falta al decoro.
Cuando dejé de escribirle al presidente, por la época
en que quedó obvio que ni retóricamente apoyaría
alguna propuesta con olor humano, le dije Bill querido, me hubieras
escuchado cuando aún te hablaba, porque soy de las pocas
personas que si hemos reclamado contra vos no ha sido por las
cursilerías de tus amantes, ni, lo más importante,
por las actitudes de tu mujer. Que conste que Hillary, hey,
hey, como los blues, hey, hey, she's
all right.
Y es cierto, Hillary's all right, o lo era, y ahora más
que nunca hay que decirlo. A ver si se resucita de lo que ahora
sufre, a saber, el decoro o la reducción progresiva de
Hillary Rodham a hillary.clinton.txt.
Desde que apareció Hillary en el escenario nacional, ha
sido objeto de estudios obsesivos. Blanco permanente de ataques
de la derecha antifeminista, según la cual su seriedad
socavaría hasta anticonstitucionalmente la integridad
de la presidencia, también fue comentada como objeto de
piedad en la revista feminista centrista Ms. en
la campaña de 1992, donde se cuestionaron las credenciales
feministas de Bill.
Usando el lema "lo
personal es político," sostuvo la revista que un
marido tan infiel no podría apoyar una política
que favoreciera a las mujeres. Y por los barrios se comenta que
si Bill apoya todavía el aborto legal, es para evitarse
problemas. Que si sólo en la cama se mantiene firme, es
porque su padre fue alcohólico. Lo personal será
o no será político, pero lo político aquí
se reduce por cierto a banalidades. Hecho satirizado en Vanity
Fair, donde se especuló hace poco que el problema
de la imagen pública de Hillary, y de la primera familia,
podría radicarse en cuestiones de animales domésticos.
No tienen más
que un gato cuando todos sabemos que las primeras damas exitosas
se hacen fotografiar con sus múltiples perros, grandes,
de ojos llorosos. En semejante circunstancia no podemos hacer
más que preguntar, como la jarcha, ay mamá, ¿qué
faré yo?
Si ambos miembros de la pareja presidencial han modificado más
de una vez sus imágenes para contentar a un público
voraz, la maniobra le ha servido a Bill, quien ha ganado aprobación
y votos, pero no a Hillary, a la que se sigue apuñalando.
Este es el fenómeno que analiza Erica Jong, a quien recordamos
como la autora de Fear of Flying, en un artículo
sobre la primera dama que sacó el mes pasado The Nation.
Jong nos recuerda una elección llamada "revolucionaria",
la de 1992, cuando soñábamos con poner fin al Reaganismo.
En esos momentos la independencia de Hillary se consideraba un
atributo positivo, y el que Bill estaba casado con ella nos hizo
verlo mejor. Vote por él y gánese a ella, se decía.
Cuatro años más tarde, a Hillary casi no se la
ve.
Y es que no nos gustó, e iniciamos la campaña inquisitorial
contra ella que solemos levantar contra las mujeres que no esconden
su ser. Quémala, que si se muere fue cristiana e irá
al Paraíso. Si sobrevive, era hereje o bruja, y la tortura
habrá servido para extirpar parte de su maldad. En cambio
Liddy Dole, esposa actual del candidato presidencial republicano
más reciente, goza de la aprobación del público.
Fenómeno interesante este, porque Liddy es más
ambiciosa que la otra, habiendo llegado hasta a ministra, y es
además menos dócil.
No tiene hijos, siempre
cuidó antes que nada su propia carrera, y es la calentita
que sacó a Bob de su primera pareja. Según Jong
lo que pasa es que apreciamos la duplicidad en las mujeres. Por
su coquetería y sus palabras pías, dulzonas, le
permitimos todo a Liddy. Y a eso ayuda su falta de apoyo a la
política feminista, de la cual es, claro está,
beneficiaria.
Hillary según Jong era una muchacha de familia conservadora
que en la facultad se rehizo de un modo más concordante
con su propia naturaleza. Viendo que era temprano aún
para que el país aceptara a una mujer para los cargos
políticos más altos, y asombrada por la atención
de Bill, sureño de voz dulce que solía salir con
las bellas Miss Arkansas, decidió juntarse al poder por
medio de él. Según el plan que elaboraron, proveería
Bill palanca para las ideas de Hillary. Y así, en 1992,
se candidataron juntos.
Y nos gustó la idea pero no su realidad, y para salvar
la carrera del marido Hillary se ha tenido que reeditar tantas
veces que es imposible ya ver quién será. A cada
mes un nuevo corte de pelo, otras joyas, otra ropa, a cada año
más calladita, más mujercita, una agonía
larga, un suicidio lento ha sido su destino. Y con todo esto,
no la hemos querido más.
Si se le ve el enojo a Hillary a veces, dice Jong, es por los
límites que se le han impuesto, y si su nueva imagen parece
inauténtica, es porque lo es. Si no inspira confianza,
es porque nadie cree en las modificaciones continuas de su persona.
No es que sea hueca, sino que incorpora tantas contradicciones
sin resolver que no le queda más remedio que presentar
esa máscara tensamente tranquila que se le nota en estos
días. Y las deformaciones de su imagen, dice Jong, revelan
las contorsiones que se esperan de las mujeres inteligentes de
Estados Unidos.
Sé linda y presentá
una imagen conformista; tendrás las ideas y ganarás
el dinero, pero no dejés que lo sepa nadie; tragálo
todo pero mantén tu identidad. Las dificultades de Hillary
demuestran lo problemático de estas exigencias conflictivas.
El matrimonio Clinton, inicialmente presentado a la nación
como igualitario y por lo tanto "revolucionario," es
tradicional no por las infidelidades de Bill sino por su división
de labor en otro sentido. Mientras le dirigimos a Hillary un
odio muchas veces irracional, ella por su ejemplo nos enseña
a perdonar y aceptar al gustoso de Bill, quien aunque acabe con
la asistencia social, expanda la pena capital, bombardee o mande
asesores militares a no se sabe cuántos países
exactamente, y aunque reinstale la "Star Chamber,"
es según dicen las voces nuestra única esperanza
progresista.
Y tal vez lo es, en
comparación con algunos políticos, Dole por ejemplo,
quien llevó al lecho donde posiblemente moría de
cáncer su primera esposa, la que lo cuidó las heridas
de guerra de las cuales tanto alarde hizo en su campaña
más reciente, el pedido de divorcio, inteligentemente
escrito para evitar mantener a los hijos del tal matrimonio.
"Follar es follar," dice Jong, "pero negarse a
mantener a los hijos, ahí está un verdadero delito."
Pero aquí nos vemos nuevamente defendiendo a Clinton dentro
del ámbito de la vida personal apenas.
Dice Jong que hay que tener compasión con Hillary, y que
le es agradecida porque, al tomar tanto abuso por ser una mujer
poderosa y al hacerlo siendo primera dama, abre camino para futuras
generaciones de mujeres y, posiblemente, para la elección
de una Presidenta en al gún siglo venidero. Todo esto
podrá estar perfecto, pero estamos hablando de una mujer
rubia, de buena familia, con una educación élite.
Mientras se hace aceptable que sean éstas poderosas y
logren "equilibrar," en palabras de Gloria Steinem
y otras feministas del centro, "sus responsabilidades de
carrera y de familia," también se va logrando la
demonización total de otra clase de mujeres, a saber,
las pobres.
Porque quien lee las
noticias sabe que si la actual presidencia se inició con
gritos contra Hillary, se terminó con la institución
de políticas contra la madre soltera, contra la leche
distribuida en escuelas, y contra la asistencia médica
a las familias sin trabajo, especialmente si la cabeza de la
familia es una madre soltera, porque tales lascivas son, con
la derrota de la URSS, la mayor amenaza a la integridad nacional.
Pretende Bill que con las computadoras que tanta información
proveen, todo niño norteamericano podrá asistir
a la universidad.
Pero las universidades forman a estudiantes que se gradúan,
con buenas notas, para seguir trabajando de meseras y meseros,
porque más empleo no hay. Los meseros parece que tienen
a quién servir, pero dicen los maestros que con o sin
la computadora, es difícil enseñar a un niño
que llega a la escuela sin comer. Otra vez, ay mamá, ¿qué
faré yo?
* Escrito
en 1996, para una revista que finalmente no la publicó.
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