Capítulo 7: La conferencia de Wannsee o Poncio
Pilatos
(fragmentos)
Hasta el momento, mi estudio de la conciencia de Eichmann se
ha basado en pruebas que el propio Eichmann había olvidado.
Según sus manifestaciones a este respecto, el momento
decisivo no se produjo cuatro semanas después, sino cuatro
meses más tarde, en enero de 1942, durante la conferencia
de Staatssekretäre (subsecretarios
del gobierno),
como los nazis solían llamarla, o la Conferencia de Wannsee,
tal como ahora la llamamos debido a que Heydrich la convocó
en una casa situada en este suburbio de Berlín.
Tal como indica el nombre oficial de la conferencia, esta reunión
fue necesaria debido a que la Solución Final, si quería
aplicarse a la totalidad de Europa, exigía algo más
que la tácita aceptación de la burocracia del Reich,
exigía la activa cooperación de todos los ministerios
y de todos los fúncionarios públicos de carrera.
Nueve años después del acceso de Hitler al poder,
todos los ministros eran antiguos miembros del partido, ya que
aquellos que en las primeras etapas del régimen se habían
limitado a "adaptarse" a él, harto obedientemente,
habían sido sustituidos. Sin embargo, la mayoría
de ellos no merecían la total confianza del partido, puesto
que eran pocos los que debían enteramente su carrera política
a los nazis, como, por ejemplo, Himmler o Heydrich. Y entre estos
pocos, la mayoría eran nulidades, como Joachim von Ribbentrop,
ministro de Asuntos Exteriores y ex vendedor de champaña.
Sin embargo, el problema era mucho más peliagudo en cuánto
se refería a los funcionarios públicos de alto
rango, que prestaban sus servicios directamente subordinados
a los ministros, ya que estos hombres, que son quienes forman
la espina dorsal de toda buena administración pública,
difícilmente podían ser sustituídos por
otros, e Hitler los había tolerado, como Adenauer tuvo
que tolerarlos, salvo aquellos que estaban excesivamente comprometidos.
De ahí que los subsecretarios, los asesores jurídicos
y otros especialistas al servicio de los ministerios rara vez
fueran miembros del partido, y es muy comprensible que Heydrich
tuviera sus dudas acerca de si podría conseguir la activa
colaboración de tales funcionarios en la tarea del asesinato
masivo. Dicho sea en frase de Eichmann, Heydrich "esperaba
tener que vencer grandes dificultades". Pues bien, Heydrich
estaba equivocado de medio a medio.
La finalidad de la conferencia era coordinar todos los esfuerzos
en orden a la consecución de la Solución Final.
Primeramente, los reunidos hablaron de "complicadas cuestiones
jurídicas", tales como el tratamiento que debía
darse a quienes tan sólo fueran medio judíos o
cuarterones de judío -¿se les debía matar
o bastaba con esterilizarlos?-. A continuación se inició
una franca discusión sobre los "diversos tipos
de posibles soluciones del problema", lo cual significaba
los diversos modos de matar, y también en este aspecto
hubo una "feliz concurrencia de criterios de todos los
participantes". La Solución Final fue recibida
con "extraordinario entusiasmo" por todos los presentes,
y en especial por el doctor Wilhelm Stuckart, subsecretario del
Ministerio del Interior, quien tenía fama de mostrarse
reticente y dubitativo ante todas las medidas "radicales"
del partido, y, según las declaraciones del doctor Hans
Globke, en Nuremberg, era un firme defensor de la ley.
Sin embargo, cierto es que también surgieron algunas dificultades.
El subsecretario Josef Bühler, quien ocupaba el segundo
puesto en el Gobierno General de Polonia, quedó un tanto
alicaído ante la posibilidad de que los judíos
fueran transportados desde el Oeste al Este, debido a que esto
significaba la presencia de más judíos en Polonia,
y, en consecuencia, propuso que estas expediciones se retrasaran
hasta el momento en que "el Gobierno General de Polonia
ponga en ejecución la Solución Final, y no existan
problemas de transporte".
Los caballeros del Ministerio de Asuntos Exteriores comparecieron
con un complicado memorándum, elaborado por ellos mismos,
en el que expresaban "los deseos e ideas del Ministerio
de Asuntos Exteriores, con respecto a la total solución
del problema judío en Europa", memorándum
al que nadie prestó la menor atención. Lo principal,
tal como con toda justeza dijo Eichmann, era que los miembros
de las diversas ramas de la alta burocracia pública no
sólo expresaron opiniones, sino que formularon propuestas
concretas. La reunión no duró más de una
hora o una hora y media. Tras ella se sirvieron bebidas, y luego
todos almorzaron juntos. Fue una "agradable reunión
social" destinada a mejorar las relaciones personales entre
los circunstantes.
Para Eichmann, esta reunión tuvo gran importancia, ya
que jamás había tratado en reuniones sociales a
personajes "de mayor altura" que la suya. Allí,
Eichmann fue, con mucho, el individuo de más baja posición
oficial y social. Se encargó de enviar la convocatoria
a cuantos debían acudir a la conferencia, preparó
algunas estadísticas (llenas
de increíbles errores) que Heydrich utilizaría en su
discurso inicial, en el que dijo que debía liquidarse
a unos once millones de judíos, tarea ciertamente magna,
y, después, Eichmann redactó el acta de la reunión.
En suma, cumplió las funciones de secretario de la conferencia.
Por esto se le permitió que, tras la marcha de los altos
funcionarios, se sentara junto con sus jefes Müller y Heydrich,
ante una chimenea encendida, y "ésta fue la primera
vez que vi a Heydrich beber y fumar", no "chismorreamos,
pero si gozamos de un descanso merecido tras largas horas de
trabajo"; todos ellos estaban muy satisfechos y de buen
humor, especialmente Heydrich.
Hubo también otra razón en virtud de la cual el
día de la conferencia quedó indeleblemente grabado
en la memoria de Eichmann. Pese a que Eichmann había hecho
cuanto estuvo en su mano para contribuir a llevar a buen puerto
la Solución Final, también era cierto que aún
abrigaba algunas dudas acerca de "esta sangrienta solución,
mediante la violencia", y, tras la conferencia, estas
dudas quedaron disipadas. "En el curso de la reunión,
hablaron los hombres más prominentes, los Papas del Tercer
Reich". Pudo ver con sus propios ojos y oír con
sus propios oídos que no sólo Hitler, no sólo
Heydrich o la "esfinge" de Müller, no sólo
las SS y el partido, sino la elite de la vieja y amada burocracia
se desvivía, y sus miembros luchaban entre sí,
por el honor de destacar en aquel "sangriento" asunto.
"En aquel momento, sentí algo parecido a lo que
debió sentir Poncio Pilatos, ya que me sentí libre
de toda culpa." ¿Quién era él para
juzgar? ¿Quién era él para poder tener sus
propias opiniones en aquel asunto? Bien, Eichamm no fue el primero,
ni será el último, en caer víctima de la
propia modestia.
Los acontecimientos siguientes a la conferencia, según
recordaba Eichmann, se sucedieron sin dificultades, y todo se
convirtió prontamente en tarea rutinaria. [...]
[...]
Así pues, la más grave omisión en el "cuadro
general" fue la de aquellas declaraciones referentes a la
colaboración entre los dirigentes nazis y las autoridades
judías, que hubieran dado ocasión a formular la
siguiente pregunta: "¿Por qué colaboró
aquella gente en la destrucción de su propio pueblo; a
fin de cuentas, en labrar su propia ruina?".
[...] Me he detenido a considerar este capítulo de la
historia de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial,
capítulo que el juicio de Jerusalén no puso ante
los ojos del mundo en su debida perspectiva, por cuanto ofrece
una sorprendente visión de la totalidad del colapso moral
que los nazis produjeron en la respetable sociedad europea, no
sólo en Alemania, sino en casi todos los países,
no sólo entre los victimarios, sino también entre
las víctimas.
Eichmann, a diferencia de otros individuos del movimiento nazi,
siempre tuvo un inmenso respeto hacia la "buena sociedad";
y los buenos modales de que hacía gala ante los funcionarios
judíos de habla alemana eran, en gran medida, el resultado
de reconocer que trataba con gente socialmente superior a él.
Eichmann no era, ni mucho menos, como un testigo le motejó,
un Landsknechtnatur, un mercenario, que quería
huir a regiones en las que no se observaran los Diez Mandamientos
y en las que un hombre pudiera hacer lo que quisiera. Hasta el
último instante, Eichmann creyó fervientemente
en el éxito, el criterio que mejor le servía para
determinar lo que era la "buena sociedad".
Características de Eichmann fueron sus últimas
palabras acerca de Hitler, a quien Eichmann y su camarada Sassen
decidieron "dar poca importancia" en su relato. Eichmann
dijo que Hitler "quizás estuviera totalmente equivocado,
pero una cosa hay que no se le puede negar: fue un hombre capaz
de elevarse desde cabo del ejército alemán a Führer
de un pueblo de ochenta millones de individuos ... Para mí,
el éxito alcanzado por Hitler era razón suficiente
para obedecerle".
La conciencia de Eichmann quedó tranquilizada cuando vio
el celo y el entusiasmo que la "buena sociedad" ponía
en reaccionar tal como él reaccionaba. No tuvo Eichmann
ninguna necesidad de "cerrar sus oídos a la voz
de la conciencia", tal como se dijo en el juicio, no,
no tuvo tal necesidad debido, no a que no tuviera conciencia,
sino a que la conciencia hablaba con voz respetable, con la voz
de la respetable sociedad que le rodeaba. [...]
EICHMANN EN JERUSALÉN.
UN ESTUDIO SOBRE LA BANALIDAD DEL MAL - Hannah Arendt - Lumen, Barcelona, 1999 - 460 págs.
- Distribuye Blanes.
* Publicado originalmente en Insomnia
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