Corrida
En la campaña electoral hubo algo
parecido a lo que en el mundo del dinero se llama
corrida. Las causas de las corridas son variadas, pero en todos los
casos la lengua juega un rol esencial. Puede incluso ocurrir que empiece
a circular un mensaje que todos saben que es falso, acerca de la
insolvencia del banco central, o de un banco, o de una serie de bancos.
Como todos sospechan que el resto de los ahorristas e inversores es una
sarta de idiotas, todos piensan que esos idiotas van a ir al banco a
mover dinero de cierta manera. Por lo tanto, hay que adelantarse.
El término en inglés, el idioma originario, es bank run,
aparecido a fines del siglo XIX; no había teléfono, de modo que era
necesario correr. Todos corren al banco y mueven el dinero de cierta
manera para prever las acciones de la sarta de idiotas. Las calles se
agitan; la gente se pregunta qué es esa carrera de señores bien
vestidos, con máscaras de pánico, parecidos a ménades capaces de
asesinar a quien se interponga en su camino al banco. Esto es una
bank run, una corrida. Como este asunto no es nuevo, todos los
idiotas saben que en realidad es de idiotas creer que el resto es una
sarta de idiotas —piensan todos, ya no en el siglo XIX, tratando de
llegar al banco mientras esperan que su broker conteste el
celular— y que lo mejor sería quedarse quietos y no hacer nada. Pero
todos van y se desmoronan algunos imperios.
Algo parecido ocurrió este año, en la campaña electoral
uruguaya, cuando la hegemonía de preferencias del candidato oficialista
se vio de pronto puesta en cuestión.
La corrida electoral es casi exclusivamente lingüística. A
partir del análisis de ciertas cifras difundidas por las empresas
encuestadoras, comenzó a instalarse la loca idea de que el partido de
gobierno podía perder las elecciones. Una idea que hasta hace algunos
meses era impensable: como se preveía una contienda entre dos candidatos
más o menos moderados, que más o menos harían las cosas de manera
parecida, el partido de gobierno eligió lo que cualquiera diría que era
el camino más razonable: si somos tan parecidos, mostremos los
resultados de nuestras acciones de gobierno. Obviamente, el candidato
que se suponía que iba a ser el opositor no tenía ninguna realización
que mostrar, y en cambio el partido de gobierno tenía 10 años de
realizaciones dentro de un período de bienestar y crecimiento general.
"Vamos bien" fue la frase que representaba esa estrategia, y es difícil
encontrarle algún problema. Entrando a la letra chica, claro, se
describía el resultado de ese ir bien, y, aunque está lleno de asuntos
discutibles e incluso deleznables, el saldo parecía positivo. Era
previsible que el candidato opositor discutiera la perfección de los
efectos del gobierno, de manera que el curso de la contienda parecía
estar contenido dentro de ciertos cauces discursivos.
Pero de pronto la oposición se decidió por otra figura; es
decir, la gente votó a otro para ocupar el cargo de opositor. El elegido
ya no era un tipo muy parecido pero con escaso currículum de gobierno,
como todo el mundo creía que iba a ser, sino un delfín átono, disfásico,
pródigo en ilocuciones y performatividad abdominal.
En una contienda las diferencias construyen al otro, pero
no se trata apenas de que los contendientes sean distintos, porque hay
algunas diferencias que no permiten la pelea. El mejor boxeador del
mundo quizá no logre siquiera empezar a pelear contra un buen
practicante de aikido, especialista en escurrir el bulto. Los
contendientes deben al menos estar regidos por la misma federación; en
el caso de esta pelea electoral pareciera que ni siquiera pertenecen a
la misma especie. Para un candidato confiado en los contenidos, es
imposible oponer algo a este
discurso del opositor:
La convocatoria es por la positiva.
Nosotros invitamos a las sinergias, a lo distinto, a
lo diverso: tratar de construir hacia adelante. Lo que
nos tiene que guiar es una visión positiva de lo que se puede
hacer. Nosotros tenemos que ofrecerte gestión, tenemos que
ofrecerte resultados; y eso se hace solo con esfuerzo, con
conocimiento, con superación, y por la positiva.
Que la nada, que la pura nada tenga intención de voto, que
se haya constituido como la oposición más seria al partido de gobierno
ha sido el problema más grave para los estrategas oficialistas, porque
lo natural de los gobiernos, especialmente si las cosas han marchado
relativamente bien y las chapuzas no le importan mucho a nadie —pequeños
trastornos, pequeñas corrupciones, desajustes, falsedades y ausencias de
proyectos que, dada la enorme bonanza de la época, no se notan
demasiado— es que no quieran hablar mucho. La completa ausencia de
discurso opositor obliga a lo contrario.
Antimateria
Cuando uno escucha a una persona o lee sus textos puede
tratar de hacer un análisis de lo que dice, lo que quiere decir y lo que
pretende que se haga luego de leerlo o escucharlo. Es evidente que los
discursos de los candidatos tienen la función última de obtener un voto.
Ninguna otra función es tan importante como ésa. Puede que al mismo
tiempo el discurso trasmita información, pero en todo caso se trata de
una información poco confiable por naturaleza, pues lícitamente puedo
sospechar que hay mucho más detrás de la afirmación del candidato de
gobierno cuando habla de los avances en las tecnologías de producción de
energía, por ejemplo. Puede ser cierto que somos el país con más
porcentaje de energías renovables del mundo, pero no nos dice nada
acerca de cuánto nos cuesta, o qué dependencia hemos generado con los
países productores de turbinas o hélices para aerogeneradores.
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Como el acto ilocutivo del discurso (es decir, la intención
del que lo pronuncia, obtener un voto) no tiene que ver con el acto
locutivo (es decir, lo que se dice, las afirmaciones sobre la producción
de energía), lo normal es dudar del contenido. En una discusión
razonable entre dos personas, lo que ocurre es que uno pone en cuestión
los actos locutivos del otro.
Pero cuando no hay acto locutivo, es decir, cuando el
discurso no dice nada, no se le puede cuestionar nada al hablante. Como
el otro, su intención es obtener un voto, pero para eso no usa ningún
argumento ni expone ningún contenido. Apenas actúa creando el personaje
del solicitante: "vine a decirte que quiero que me votes: soy llano y
directo; quiero que me votes; no te voy a andar con vueltas ni voy a
decir que los otros trabajaron mal o que deberían haber hecho esto o
aquello; vos votame, que para eso vine".
De esa manera se produce un fenómeno interesante: el
opositor que no dice nada es más confiable que otros, porque siempre el
otro puede querer modificar sus actos locutivos (es decir, puede mentir)
para que favorezcan sus actos ilocutivos (la intención de obtener un
voto). Pero si sus actos locutivos no dicen nada, es lingüísticamente
imposible mentir.
El creador de la teoría de los actos de habla, John Austin,
se refiere a una clase de enunciados que llama realizativos (o
performativos). Se trata de enunciados problemáticos, que no se sabe
bien para qué sirven. Un ejemplo puede ser este: "Yo te bautizo con el
nombre de Pedro". Lo que se dice es lo que se hace. Al mismo tiempo, el
hacer consiste en decirlo. La insistencia del opositor en no decir nada
puede verse como una búsqueda del perfecto enunciado performativo, que
sería: "Yo soy el candidato ganador".
Por supuesto, una frase como esa puede verse como una
expresión de deseos, o como una sencilla expresión del acto ilocutivo
central de esta contienda, que es obtener un voto. Pero la insistencia
en la nada termina generando la idea, en cierta medida verdadera, de que
todos sus actos de habla están constituidos por enunciados perfoamtivos.
Con un poco de tesón, "yo soy el candidato ganador" deja de ser una
tontería. De hecho es lo que ocurrió cuando ganó las elecciones internas
de su partido y accedió a la posición de opositor.
Cuando ya en la campaña por la presidencia, se dejó
tomar una foto haciendo una prueba de destreza muscular, ese acto físico
se convirtió en un largo enunciado cuyo carácter performativo es
confirmado plenamente por un
discurso posterior del candidato, en el contexto de un acto
extremadamente nihilista: se hace en el auto que lo lleva al peluquero.
El peinado, que ese candidato lleva cuidadosamente descuidado, es
siempre tomado como ejemplo de los detalles de aspecto que suelen cuidar
los candidatos. Los actos locutivos de ese discurso son todos ellos
ilocucionarios, es decir, se refieren a sí mismos. Es difícil no
rendirse de admiración ante la perfección del vacío que logra crear el
candidato.
Si uno fuera a oponerse a un candidato como éste, lo mejor
que podría hacer sería tratar de no discutir con él. Eso es lo que
eligió hacer el candidato del partido de gobierno. Pero eso incluso
perjudica al oficialismo, porque da la impresión de que evita la
discusión porque no tiene nada para decir. Toda la estrategia gira en
torno de la nada, como se ve. El opositor emite discursos que son mucho
más que vacío; más bien se comportan como antimateria: en cuanto tocan
un discurso que dice algo, se produce una conflagración que produce
vacío.
Lo que habría que preguntarse es por qué una comunidad
eligió apoyar con tanta fuerza a un candidato como ése, y por lo visto
el oficialismo aun no se ha detenido, en su soberbia, a cuestionarse un
asunto tan básico.
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