Sensorialistas versus
solipsistas
En tiempos
en que el arte entraba explícitamente en conflicto con su
propio carácter de cosa, cuando comenzaba a dejar de ser importante la
concreción material de la obra para dar espacio al plan y a la idea del
artista antes que a la realización concreta, Heidegger estrechaba el
cerco a este problema central del arte del siglo XX, a través de sus
reiteradas "preguntas por la cosa".
Para él la obra de arte es
inevitablemente una cosa, y eso es lo que defiende el bando de los
sensorialistas (permítase el bautizo), es decir, el de quienes sostienen
que la obra de arte necesariamente es algo perceptible y por lo tanto
una cosa. Del otro lado están los solipsistas (perdón por el préstamo[1]),
clones de Duchamp pero casi siempre con menos (o más) cromosomas, que
sostienen que la obra de arte es la consecuencia semántica de un gesto
del artista y por lo tanto su cosidad es un asunto por completo
secundario y hasta molesto.
Para los sensorialistas el
artista se define a partir de la cosa que fabrica; para los solipsistas
la cosa se define a partir de la acción del sujeto que ha sido
investido, antes, con el rango de artista. Para los sensorialistas, la
cosa tiene unas cualidades que la convierten en obra de arte; esas
cualidades pueden listarse y organizarse para permitir que algunos
sabios —críticos, filósofos, estetas, artistas— hagan juicios de
valor. El solipsista produce una configuración para la que se postula la
existencia de un sentido que permanece inalcanzable por el juicio. Como
se ve, la paradoja no amedrenta al buen solipsista.
El valor inasible
A los sensorialistas les molesta
enormemente que los solipsistas digan que el carácter de obra de arte
que puede tener una cosa depende del contexto. Para un auténtico
sensorialista (por ejemplo, un pintor), la obra ideal es un universo
cerrado, que si bien se refiere o puede referirse al mundo, se basta a
sí misma para ser definida como obra de arte. El problema es que el arte
parece ser un dispositivo con una inagotable provisión de sentidos
inesperados, es decir, las obras de arte son cosas cuyo ser está en
permanente reanimación, todo lo contrario a algo cerrado.
Los solipsistas han sido quienes
mejor pusieron de manifiesto este asunto, explicando que mientras una
comunidad siga manteniendo el cartelito "OBRA DE ARTE" pegado a ciertas
cosas, estas cosas seguirán gozando del privilegio de la renovación
incesante de sentido. Y quienes colocan los cartelitos a ciertas cosas
son representantes de algunas instituciones. La idea de que el valor
artístico de una cosa depende de cierto ejercicio de poder institucional
(crítica, museos, academias, ministerios, casas de remate,
universidades) se debe a
George Dickie, y es una de las más ricas y polémicas de los últimos
tiempos. Como sea, a esa renovación de sentido del arte hay que sumar el
transporte hacia adentro del mundo del arte de cosas originalmente
creadas sin la intención de ser obras de arte, y la salida del mundo del
arte de algunas obras en su momento creadas como cosas dentro de él.
Por ejemplo, las pinturas
encontradas en algunas cavernas europeas, hechas hace algunos miles de
años, que probablemente no eran consideradas arte en el mismo sentido
que hoy lo definimos, fueron arrastradas hacia adentro del mundo del
arte por los historiadores. Al mismo tiempo, numerosas obras salen del
mundo del arte en el que habían sido colocadas por sus contemporáneos
(como los libros de
Charles de Bernard, encumbrado por Sainte-Beuve), sacadas por
quienes actualizan periódicamente el canon.
Casi todo lo que se puede
analizar de una obra de arte cae fuera de lo que hace de ella una obra
de arte, la misma dificultad que mostraba Heidegger al referirse a la
cosidad de la cosa. En general se hace caso omiso al problema y se
realiza un análisis de la cosa que da la sensación de haber juzgado la
obra. Esa es la razón por la cual los críticos suelen equivocarse tan
espantosamente con sus contemporáneos y el principal motivo por el que
los artistas solipsistas defienden la abstinencia crítica y los críticos
solipsistas se han especializado en transformar mágicamente hipótesis en
tesis con olímpicos escamoteos de las demostraciones.
Arte solipsista
En el mundo del arte el
solipsismo nació a mediados del siglo XX con la denominación de "arte
conceptual". Se trata de una forma de arte que proviene de las artes
visuales, pero su ancestro es la literatura.
La literatura es un universo de
obras cuyo carácter de cosa es problemático. La obra de arte literario
no tiene materialidad. En teoría cualquier soporte es equivalente (tinta
sobre papel para ser visto, puntos en relieve para ser tocado, sonido
articulado por un sintetizador, zumbido de un aparato de Morse, etc.).
Si el arte en casi todos los géneros necesita de la función de alguno o
algunos de los sentidos en especial —la pintura de la vista, la música
del oído, el teatro de ambos—, en la literatura el sentido que se
ejercite carece de importancia.
Hasta el siglo XX solo las obras
literarias tenían ese carácter de objeto inmaterial. Durante las
vanguardias algunos artistas se acercaron a la desmaterialización, como
el pintor ruso Kasímir Malevich cuando presentó su
Cuadrado blanco sobre fondo blanco. Pero el título promete más
de lo que cumple: en realidad se trata apenas de un óleo en el que el
fondo es de un tono de blanco y la figura de otro tono de blanco. La
visualidad positiva es esencial a la obra: ahí hay realmente un cuadrado
blanco que se ve.