Menefrego
En un mundo idiota la injusticia no existe.
Por lo tanto, es absurdo protestar porque las decisiones administrativas
hacen lo contrario de lo que dicen los especialistas contratados para
dar su dictamen.
El Poder Ejecutivo decidió
tutear al proyecto de televisión digital mejor evaluado por los asesores
del Poder Ejecutivo. El motivo, en palabras del
presidente de la República:
“Y si para sacar una revista precisabas un préstamo, no me pidas un
canal ahora. Porque además, si me pedís plata para eso y me pedís un
canal, quedo como si te doy plata, levanto centro y voy a cabecear. Es
una lógica infantil”.
Durante años dio la impresión de que las autoridades del gobierno
uruguayo de izquierda luchaban contra fuerzas más oscuras que las de
Mordor, siniestros patrones de
heredades electromagnéticas
que por fin, nos decían, serán puestas a concurso sin restricciones, en
igualdad de condiciones, para romper con esa homogeneidad plúmbea,
horizontal y autocomplaciente que ha acompañado los días de tedio de los
uruguayos menores de sesenta. El anterior gobierno creó una comisión
asesora (de sigla CHAI) que sería la encargada de evaluar las propuestas
para nuevos canales de televisión digital.
En diciembre el gobierno decretó que dará un canal entero (que permite
tres señales) a cada uno de los canales privados actualmente en
funcionamiento en Montevideo; la regulación anterior suponía que
deberían compartir un canal entre los tres, sin que por ello perdieran
independencia, ya que cada uno podría mantenerse en el aire como hasta
ahora. Esa decisión supone regalarle dos espacios adicionales a los que
ya tienen esas empresas. En enero, otro decreto dejó fuera de la
evaluación a los canales existentes: si bien deberían presentarse para
la adjudicación de los canales, la CHAI no se expediría sobre las
propuestas.
Con cierto sentido del decoro y de la supervivencia,
la CHAI protestó,
lo cual generó la respuesta habitual de las administraciones cínicas:
ninguna.
Como sea, la CHAI se pronunció luego, cuando se hizo el concurso amañado
para favorecer a los canales de siempre, con
una tabla de puntaje elocuentísima,
cuyo primer lugar correspondía al Consorcio Giro, con una distancia muy
clara sobre el segundo, incluso cuando es probable que el rubro
“Antecedentes” esté ridículamente infravalorado en el primero y
absurdamente sobrevalorado en el segundo (Saomil S.A., una empresa que
posee una señal de televisión para abonados). El tercero en la tabla
reclamó un punto, que si obtenía lo colocaría segundo. Pero no fue
necesario: el presidente anunció, en una conversa con un ñeri de la
prensa en Nueva York —permítase aquí el uso de la jerga mujiquera—, lo
que podría expresarse como “menefrego en la CHAI, papá”: el primero fue
descalificado, el segundo quedó primero y el tercero segundo.
Retórica obstructora
¿Por qué el presidente habla del modo que habla? El
arte de la retórica
permite distinguir varias partes, que iluminan el análisis de cualquier
discurso.
Quien se enfrenta a la necesidad de decir algo a otro tiene que
encontrar qué decir, poner en orden eso que encuentre, adornar las
palabras, pronunciar el discurso con cierta entonación y gestualidad y
no olvidarse de lo que tiene para decir. Desde la Antigüedad y hasta
mucho más acá, estas cinco partes rigieron el arte y la técnica de la
composición. En latín recibieron los nombres de Inventio,
Dispositio, Elocutio, Actio y Memoria. A medida
que la escritura se fue convirtiendo en el medio preferido como soporte
del discurso público, Actio y Memoria dejaron de ser
importantes, y la historia muestra que la Elocutio se hipertrofió
severamente. Sin embargo, un buen manejo de la Elocutio es
esencial para la penetración del discurso.
Churchill tomó la arenga de Garibaldi que decía, ante Roma, en 1849:
“Les ofrezco hambre, sed, marchas forzadas, batallas y muerte” y la
convirtió en “No tengo más que ofrecerles que sangre, fatiga, lágrimas y
sudor”. La conversión trabaja sobre la Elocutio: hace metonimia
—todos esos humores son consecuencia de las marchas forzadas, de la
muerte y del dolor— y conserva la fatiga por meras razones formales, en
este caso sonoras.
La frase original es
I have nothing to offer but blood, toil, tears, and sweat.
Se ve que “toil” es esencial para que la frase tenga la fuerza sonora
que se requería en las graves circunstancias en que fue pronunciado el
discurso, cuando Churchill asumía como primer ministro con la misión de
ganar la más espantosa guerra de la historia. Cada palabra era como un
martillazo, y la metonimia elevaba la escena hacia la tragedia
trascendente. En sustitución de un primer ministro incapaz de asumir una
responsabilidad tan atroz, Churchill encontró lo que decir para que
fuera imposible responder. Inventio y Dispositio fueron
las partes esenciales de su discurso, aunque su Elocutio sea lo
que completa su perfección.
En cambio, el presidente Mujica basa la fuerza de su discurso en la
Elocutio y la Actio, y nada más.
El discurso ideal es el que tiene la última palabra. Se discute para
convencer, de modo que quien dice la última palabra, es decir, quien no
puede ser contestado, gana la discusión. El mejor discurso es el que
produce silencio. Pero ese silencio debería provenir de una Inventio
legítima, y no de unas Elocutio y Actio desconcertantes, o
de matar al oponente.
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Desde su célebre “no sea nabo” hasta su reciente “no me pidas un canal
ahora”, el discurso de Mujica se basa en suponer que el contenido es
evidente y no requiere explicaciones. Y si no es evidente para todos, es
decir, si alguien reclama alguna explicación adicional,
aparece el grito y un “¿tá?” de clausura. El vicio retórico
tradicional consiste en una hinchazón cancerosa de la Elocutio y
una espectacularización de la Actio. A lo largo de los siglos,
los retóricos fueron acumulando figuras y haciendo catálogos de los
ornamentos. Anacoluto, hipérbole, perífrasis, elipsis, aliteración,
catacresis y decenas de otras figuras son regularmente usadas y
abusadas. Pero incluso el plano de la Elocutio está desdibujado
en Mujica. El discurso del presidente es casi pura Actio. Fue su
signo distintivo cuando comenzó a crecer como candidato, y es lo que lo
convierte en personaje internacional. Es probablemente, un residuo de su
pasado guerrillero, en el cual lo público era la acción y el discurso se
reservaba para lo íntimo —incluso con el enemigo, según dicen algunos
prófugos.
Actio
Mujica no habla ni bien ni mal. La justicia no tiene sentido en un mundo
idiota, y las categorías correcto/incorrecto no existen en el mundo del
discurso. Todo, siempre, significa algo, pero lo que Mujica dijo acerca
de los motivos para dejar de lado el trabajo de la CHAI no está en la
Inventio.
En primer lugar, su discurso carece de referente: parece hablar
de un llamado a concurso para la adjudicación de señales de televisión,
pero no lo hace. Mujica no habla del concurso, sino de otra cosa. El
motivo que da el presidente pertenece al mundo de clandestinidad,
secretos y lateralidad que caracteriza su imaginario preferido: “lo que
ustedes no saben (parece decir) es que el otro día me pidieron plata;
así que todo eso del informe es una patraña; yo sé cómo son las
cosas, y por eso los boché”. Eso es lo que dijo el presidente, violando
las reglas que el propio gobierno puso para el llamado. Si el gobierno
hace un llamado, lo que se debe evaluar es el contenido de los
documentos que se presentan al llamado. En este caso al parecer fue más
importante un factor externo, algo que el presidente sabía pero no los
especialistas (esos pobres inocentes de la CHAI), que el contenido
concreto del llamado.
Eso mismo hace la administración en numerosos casos: los servicios
incumplen sus propias bases (Teatro Solís); los servicios no respetan
las resoluciones de los organismos de los que dependen (SODRE); los
servicios modifican sobre la marcha bases de llamados (Dirección de
cultura); los servicios prorrogan plazos para permitir que algunos
concursantes puedan participar (Departamento de Cultura de Montevideo).
Las irregularidades son casi siempre de modestas dimensiones, y
probablemente las causas tengan más relación con la incapacidad que con
la perspicacia. Mientras tanto los mejores quedan por el camino.
Cuando el presidente Mujica tutea al concursante y produce esa Actio
canchera, impide la discusión; es imposible contestarle. Ese es,
claramente, su objetivo. Si alguien te hace una pregunta y vos le decís
que no sea nabo,
la única respuesta aceptable del aludido es un gancho de izquierda y un
uppercut de derecha, cosa que el periodista, por supuesto, no puede
hacer; simplemente ajusta la pregunta, hace otra, o balbuce algo; es
decir: pierde. Cuando Marcelo Pereira, en representación del grupo
fusilado por el escupitajo de chanfle del presidente, desde un mesurado
artículo de
la diaria,
da razones (Inventio) claramente organizadas (Dispositio),
parece estar fuera de lugar. Da la impresión de que se justifica. Es una
situación absurda, porque es el presidente quien debiera dar
explicaciones, y no quienes cumplieron a cabalidad con lo que se había
solicitado. Lo que Mujica dijo en Nueva York es una provocación
violenta, que incita a salir armado a la calle, disparando al aire y
chillando como un afgano: es tan indignante que uno queda sin palabras.
Ergo: Mujica es un maestro de la retórica; ha tenido la última palabra.
Y con su gesto de bloqueo de toda posible discusión ha hecho desaparecer
la esperanza de una televisión de mejor calidad periodística. Una
pequeña contribución a un mundo más idiota, en el que la injusticia no
existe.
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